(Igual que fui Orlok o, por mejor decir, fui Max Schreck, y aún lo soy, pues, al cabo, Orlok es un nomuerto, también fui mucho tiempo Viktor Laszlo, mi alter ego victorioso que acabó siendo desgarrado por las bacantes en lucha desigual, mientras tomaba cafés y alguna que otra copa con Bernardo Soares en Lisboa. En la puerta de aquel blog que se llamaba "The Blue Parrot" y que acabó llamándose "Las manos de Nosferatu" había clavado un poema que saludaba a los recién llegados. Me sigue pareciendo un gran poema y un gran saludo, y despierta en mí la ternura de las cosas que nunca fueron y habiendo nunca sido se han ido para siempre. Lo coloco aquí, por lo tanto, si no como frontispicio, sí como una pequeña tarjeta de invitación o bienvenida, y porque es preciso siempre que se inicia una nueva aventura rendir culto a los manes y a los lares y tratar de que nuestros muertos nos sean propicios.)
Ven, acércate. Éste es el garito del gordo Ferrari.
Apuremos este último champagne cocktail.
¿Sabes? Todos somos impostores,
pero es importante el gesto, la compostura,
es importante ser precisos, exactos,
mantener la dignidad,
luchar por la alegría.
No me queda mucho tiempo. Sé muy bien que ese avión
nunca llegará a su destino.
Conozco algunos datos, pocos, de mi pasado,
pero mi condición me impide hollar el futuro.
Eso no es triste: la fatiga del futuro
ha nevado sobre muchas frentes,
apagado muchos ojos.
Tengo este presente, el sabor del cocktail,
te tengo a ti, enfrente. Conversamos.
Sigamos así, un rato, todavía. Ésta es mi mano.
Bajo ella, la tuya es sólida: agarrándola
entiendo, muy vagamente, lo que podría ser existir.
Bebámonos, como los amantes de Rilke:
sé mi copa, y el licor que me embriaga.
Así el día siguiente no vendrá,
y bailaremos con el tiempo
nuestro tango infinito.
Así habremos ganado.
Así nuestra resaca será de besos.
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