Karl acogió con agrado
que el ascensor del que tenía que ocuparse solo estuviera destinado a los pisos
superiores.
FRANZ KAFKA, El
desaparecido
Four months pass between
the day a brick is loaded onto a cart, and the day it is taken off to form a
part of the tower.
TED CHIANG, Tower
of Babylon
Nadie ignora que el de ascensorista en la Torre de Babel es uno de los trabajos más arduos entre los que el género humano ha tenido que desempeñar desde que la expulsión del Paraíso nos condenó al hambre y al esfuerzo.
No es sólo la actividad frenética de cuantos ascensores —el número de los cuales no se puede determinar y para algunos es infinito— recorren incesantemente los innumerables pisos de la Torre. No son sólo las multitudes que se agolpan por todos los recintos, en la confusión de sus lenguas o las largas jornadas agotadoras que nos empujan, cuando llega por fin el ansiado relevo, a arrojarnos en cualquier rincón de un piso indeterminado, muy lejos del jergón que nos ha sido asignado en las dependencias del servicio. No es sólo, en fin, la desorientación que nos produce el desplazarnos sin descanso por la altura, a velocidades vertiginosas.
No, lo peor del trabajo de ascensorista de la Torre de Babel es la continua y
dolorosa añoranza del Suelo.
No es que, por supuesto,
ninguno de nosotros haya visto nunca el Suelo, hijos como somos de largas sagas de
ascensoristas y menestrales en general, nacidos en algún obscuro cuarto entre
los gritos de una madre que, apenas concluido el parto, había de volver a sus
labores de cocinera o limpiadora. No, nadie, de entre nosotros, conoce el Suelo.
Nadie, en realidad, de entre nosotros, conoce a nadie que conozca el Suelo. No
sirve asomarse subrepticiamente a alguno de los grandes ventanales del Ala Sur
de la Torre, pues su altura es tan considerable que las nubes ocultan todo
panorama posible, del mismo modo que, si desafiamos al deslumbramiento y alzamos
la mirada, tampoco podemos vislumbrar el inconcebible Ápice, donde, dicen, los
obreros siguen trabajando afanosamente, en busca de un Cielo que no se sabe aún
si es cercano.
No: el Suelo es sólo
visible para nosotros en los sueños, y es el objeto interminable de nuestras
fabulaciones. Y, los días más faustos, el Suelo es un aroma, un aroma
indefinible pero perfectamente reconocible, que habla de un aire que no
tropieza hasta romperse la cabeza en las paredes de la Construcción, que habla
de las extensiones feraces de la Horizontal. Aunque todo eso puede ser, claro
está, imaginario.
Así transcurren mis días de Babel. Conduzco a gentes siempre diferentes en tránsitos verticales
hacia pisos de los que apenas conozco descansillos o esquinas. Invento sus
historias y las olvido cuando canto su piso y me abandonan. Y a veces creo
reconocer el aroma del Suelo en alguna viajera de tez morena, y un leve pliegue
se frunce entre sus labios y parece que me sonriera con la sonrisa del Suelo.
Y alguna noche, entre los
ronquidos y el sudor de mis compañeros ascensoristas, hacinados en el gran
dormitorio común, transcurro en mis sueños por una interminable teoría de escaleras,
corredores, zaguanes, culs de sac,
pabellones y barreras que atravieso hasta alcanzar —inconspicua, casi inadvertida—
la puerta de la Torre.
Y entonces, gloriosamente,
dejo de ser ascensorista y me hago paseante y me deslizo grácilmente por la horizontalidad,
deambulando por la Ciudad y contemplando sus muchas Torres, y me pregunto si en alguna de ellas habrá puestos vacantes de ascensorista.
[Un fotograma de Der Himmel über Berlin, de Wim Wenders, una de las tres o cuatro películas que más me han influido en mi vida, sin duda.]
[Miss Kubelik, otro ángel ascensorista, interpretada por Shirley MacLaine, en otra de esas películas, The Apartment, de Billy Wilder.]
2 comentarios:
👍😉
🙂
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