(Para lxs que lleguéis aquí por primera vez: recordad que, si habéis entrado con un enlace a esta entrada, podéis leer todas las otras del blog -ya va habiendo unas cuantas- sin más que pulsar aquí arriba, en la banda donde está el título del blog. También, que me gusta que me hagan comentarios, lo que no quiere decir que uno tenga que valorar los textos y mucho menos elogiosamente. Se trata más bien de generar diálogo, de ir construyendo una pequeña comunidad. Me gusta saber que estáis ahí. El texto de hoy lo voy a improvisar, a ver qué sale.)
...some “future” events may be likelier than others, O.K., but all
are chimeric, and every cause-and-effect sequence is always a hit-and-miss affair
VLADIMIR NABOKOV, “Transparent things”
Una vez, sólo una, nos cruzamos Judy Barton y yo. Para entonces yo ya estaba muerto.
Ella
bajaba por una calle empinada. O quizá no, quizá salía de una librería. No lo
recuerdo muy bien, tengo una cierta idea de flores. Tengo una cierta idea de
viento.
Era de
noche, y las farolas apenas podía escurrir un poco la sombra: estábamos
empapados de obscuridad. Ella venía despacio y no miraba a ninguna parte. Y
mucho menos a mí: para mirarme a mí tendría yo al menos que haber existido.
Yo sí la
vi. Y el verla me recordó que lo imposible está siempre guardado en la carpeta
de "Otros", en ese cajón de la cocina al que van a parar las cosas de
difícil clasificación. Naipes desparejos, chinchetas, llaves cuyas puertas se
han perdido. Esas cosas.
Ya saben.
Nos cruzamos, muy de prisa. Me detuve. Me dije: "esto no puede haber sucedido". Volví
apresuradamente sobre mis pasos. Giré otra vez, la enfrenté de nuevo. Intenté
llamarla: "Judy". Estaba tan angustiado que la voz no me salió. Dije
otra vez: "Judy". Ella no pareció oírme. Yo ya no me volví más veces.
Entonces
entré en la librería. Sí, ella debía venir de la librería. De qué otro lugar
puede venir ella, de qué otro sueño, de qué otra película.
Cogí un
libro cualquiera. Lo hojeé. No entendía las palabras. Levanté la vista. Todo
parecía haber virado. Todo se había vuelto zurdo, se había vuelto verde. Leí
otra vez. Era un relato. Se titulaba "La vez que me crucé con Judy
Barton". Ocurría en una ciudad llamada Catorce.
Supe al
fin lo que había pasado. Supe del circuito en donde se agotan nuestras esperanzas,
girando sin término. Supe de la densa materia nocturna en la que chapoteábamos
desde cuando aún éramos lémures. Supe, en fin, de un futuro que había recobrado
de golpe su transparencia.
Ahora ya
sólo queda esperar, me dije. Me senté en un café, me subí el cuello del abrigo.
Hacía mucho frío.
Ya sólo
queda esperar, sí. A que broten las bifurcaciones para hacer un ramillete con
ellas y ofrecérselo a Judy Barton cuando vuelva a aparecer y la invite a tomar
un café conmigo.
Para que ella me cuente de la vez que se cruzo conmigo y yo no lo supe. Porque las trayectorias
se enredan y se acarician y porque vivir es un ejercicio de trapecistas.
Ya saben.
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