[En 2015-6, al mismo tiempo que conseguía terminar, con sorprendente facilidad después de mucho tiempo de lucha denodada, Morgana en Duino, escribía, casi de un tirón, en un tour de force del que aún hoy me sorprendo, un ensayo de más de 100 folios sobre Rilke y Kafka, mis dos grandes totems, a partir sobre todo de la lectura de sus epistolarios. Se titula Los amores bidimensionales. Ésta es la introducción o Premisa. Lo presenté al concurso de la Complu que acabé ganando con Morgana y he tratado de "colocarlo" alguna vez o de presentarlo a otros concursos, pero lo cierto es que duerme el sueño de los justos desde entonces. Y es una pena, me parece, porque, lejos de ser un trabajo filológico al uso (tarea para la que no estoy preparado, por razones obvias de formación), es un ensayo literario que mezcla una análisis lo más objetivo posible con una visión salvajemente subjetiva de dos autores que me han marcado infinitamente. Me gustó ir encontrando coincidencias inesperadas y fue un gran pretexto para profundizar en esas dos obras casi inagotables. Este prólogo, que funciona casi como un teaser, o ésa es la idea, centra el alcance del trabajo, que queda también resumido en el subtítulo: De la imposibilidad. O, como le dijo Franz a Felice en una de sus muchas y estremecedoras cartas: pero así es todo, imposible. Un buen complemento, pues, a mi anterior entrada. Espero que lo disfruten y les suscite curiosidad, no ya sobre mi ensayo, sino sobre Kafka y Rilke, con esas tres K entre los dos. Por no hablar de la mía...]
Hay unos días, justo antes de la primavera de 1914 ―primavera de 1914 es, sin duda, un sintagma doloroso― en los que simultáneamente, dos escritores praguenses ―que probablemente nunca se encontraron en persona― se hallan en Berlín, donde han acudido para reunirse con sus respectivas amadas.
La primera es una empleada berlinesa de una casa de equipamiento para la oficina, con la que el abogado que trabaja en una institución estatal (de Kakania, por supuesto) de prevención de accidentes lleva ya un año y media de relación, fundamentalmente epistolar, relación que va a desembocar inminentemente en un compromiso de matrimonio, que se romperá en seguida.
La segunda es una pianista vienesa, concertista de cierto nivel, discípula del famoso Ferruccio Busoni, apasionada lectora y, a lo largo de su vida, ocasional escritora, a la que el poeta errante aún no ha visto, pues apenas lleva un par de meses escribiéndose con ella, cartas de perturbadora intensidad e intimidad.
En aquellos días, tan próximos al desencadenarse brutal de la Gran Guerra, en las semanas o meses que anteceden y siguen a ese punto del tiempo, rodeándolo para configurar un islote en el mar o lago que constituyen la vida de las personas y los pueblos, pasan cosas, cosas en buena medida secretas, pero decisivas.
Este libro habla, quiere hablar, de esas cosas. De esas cuatro esquinas de un cuadrángulo, oblongo, y del vacío que circundan. De esos dos escritores, Franz Kafka y Rainer Maria Rilke, tan próximos y tan lejanos. De esas dos mujeres, Felice Bauer y Magda von Hattingberg, Benvenuta, de ellas y de sus personajes, de los fantasmas que encarnaron en esas relaciones vagamente físicas, en esas incesantes conversaciones, en esos intercambios que tienen lugar en el escenario reducido y también vastísimo de la hoja de papel, donde la tinta inscribe signos más duraderos de lo que pueden ser las caricias: signos indelebles.
Este libro habla de ese tipo de amor, de ese amor particular —y tan vigente—, el amor bidimensional de la lejanía y las palabras. Y habla de ello porque hablar de ese amor implica hablar de otras muchas otras cosas más, también secretas, también decisivas. Implica hablar, en realidad, de todas las cosas.
Porque lo que está en juego es la extrañeza, y su esquivo hermano, el Encuentro. Lo que está en juego es la imposibilidad, y sus breves cristalizaciones: las simultaneidades.
Y, de fondo, un credo quia absurdum, un apofatismo resistente, por más que informulado, la visión de un cuerpo glorioso que sólo cuando callan las palabras se agosta. Porque los amores bidimensionales son de tinta, y se disuelven en los besos y se emborronan con las caricias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario