[Con esto de mi retorno a la Blogosfera -ya un poco deteriorados y envejecidos, ella y yo, qué le vamos a hacer-, me ha dado por repasar cosas que anotaba en mis viejos blogs, donde realmente hay mucho material y donde todo se vivía con mucha, con demasiada intensidad. En un momento dado, ya bastante terminal, en "La boca del caos", allá por 2009, encadené cuatro días seguidos cuatro posts dobles, uno denominado "Instrucciones de uso" y el otro en la línea habitual de poemas en prosa con cierta narrativa, que iban desarrollando una especie de novela especular y efímera. Me hace gracia recuperar uno de esos textos ahora, poco después de mi vuelta de mi último viaje a París. Constato, entre divertido y abrumado, las diferencias brutales entre el autor de ese texto y yo, por más que los dos llevemos el mismo nombre y sólo nos separen algo más de trece años de existencia. No he encontrado aún a La Maga, y en general mis búsquedas han sido casi siempre muy torpes y desmañadas. Así que lanzo esta botella al mar, con el guiño al Agus de entonces, que, por cierto, se llamaba Max Schreck. Ya se sabe: Orlok, al cabo, es un nomuerto.
Y, además, viene muy a cuento este post si lo comparamos con el de ayer, ya que en ambos casos de lo que se trata es de una especie de simultaneidad diferida, de una coincidencia sólo en el espacio pero no en el tiempo, o viceversa, de esos detalles azarosos que propician el encuentro o, mucho más a menudo, ay, el desencuentro. Es decir, lo que yo llamé, y utilicé mucho en "Morgana en Duino", una cita imperfecta. Así que es pertinente incorporar este documento al dossier Judy Barton, del que no sé en absoluto a donde me llevará, pero que por el momento me resulta muy estimulante alimentar. He introducido apenas algunos cambios mínimos en algunas palabras clave para pasar de aquella mitología de 2009 a la de ahora.]
Ahora que lo escribo, para otros esto podría haber sido la ruleta o el hipódromo, pero no era dinero lo que buscaba, en algún momento había empezado a sentir, a decidir que un vidrio de ventanilla en el metro podía traerme la respuesta, el encuentro con una felicidad, precisamente aquí donde todo ocurre bajo el signo de la más implacable ruptura, dentro de un tiempo bajo tierra que un trayecto entre estaciones dibuja y limita así, inapelablemente abajo.
JULIO CORTÁZAR, comienzo de "Manuscrito hallado en un bolsillo"
¿Encontraría a la Maga? Parece ser que no.
Parece ser que hemos perdido el mapa, quemado las notas, nos hemos suicidado con o sin elegancia, en el Sena o en otro río cualquiera (también hay ríos metafísicos).
Parece que pasamos justo un poco antes o un poco después, cuando humeaba el cigarrillo en el cenicero sin limpiar, cuando oíamos como se abría la puerta que acabábamos de cerrar al salir, cuando en un local lleno creíamos vislumbrarnos, pero lejos, en el mar de los cuerpos, y luego ya no, y seguíamos con lo que estábamos.
O cuando escribíamos postales desde ciudades a las que no habíamos ido y entonces la caligrafía se rebelaba y las haches y las erres se descuidaban y cuando nos queríamos dar cuenta estábamos hablando en un idioma que habíamos olvidado, o resucitando nuestros abrazos en una lengua muerta.
No hay constancia de hechos tales, nadie lleva ese registro, pero entra dentro de lo posible que nuestras miradas hayan capturado la misma escena de una película, un pase antes o un pase después, en éste u otro cine, en invierno o en verano. Quizás en esta misma butaca. Cabe también la posibilidad de haber compartido un vaso en un bar, meses después, meses antes, con una larga sucesión de bocas y detergentes entre ellos: beso diferido, coincidencia perfecta y decisiva de los labios.
Y qué decir de los pasos perdidos en los pasillos del metro, de esas anotaciones que simultáneamente hicimos en nuestros cuadernos, de esas palabras tuyas que llegaron a mis oídos (a mis ojos) después de un imposible periplo por el vinoso Ponto en el que nos ahogamos, lejos los brazos de los brazos, en un mismo oleaje.
Así que ya no lo intento más, y recupero el viejo manual de los encuentros: me bastará asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, o recorrer el Viaducto o callejear por Catorce, para que tu silueta delgada se inscriba en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua.
Te espero en el bar que tú sabes, en el cine que tú sabes, en la librería que tú sabes, en la estación que tú sabes, en la ciudad que tú sabes, en el mundo que tú sabes, con el rostro que tú sabes, con la voz que tú sabes, para que me ayudes a escribir esto, como tú sabes.
Porque no hay papel pautado en el que mi caligrafía se sienta a gusto ni hay, Maga, tubo de dentífrico del que se pueda extraer la pasta que necesito para seguir viviendo, lo apriete por el lado que lo apriete.
Ya sabes dónde estoy.
No tardes mucho.
El arco que da al Quai de Conti. Foto mía del 25.12.2022.
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