Escribir en un blog que se titula "Pálido juego" un post que se titula "Pálido juego" parece condenarnos a recurrencias espirales, bucles y juegos de espejos. Michel Leiris recuerda en su L'âge d'homme que su primera idea del infinito proviene de una lata de cacao de su infancia, en uno de cuyas caras se representaba a una joven que tenía en la mano una lata igual, estableciendo así una mise-en-abyme potencialmente interminable. Por más que me encanten esos juegos y los practique a menudo, ya verán que este post no habla de mí mismo, aunque sí, sí habla de mí mismo, porque habla de un lugar muy importante en mi vida. Pero vayamos por partes.
Si uno busca "Pálido juego" en Google (cosa que, ya se imaginarán, he hecho) le salen cosas dispares, pero sobre todo lencería de cama: "Funda nórdica gris pálido Juego de algodón lavado Cómodo" [sic]. A nadie parece habérsele ocurrido usar ese nombre para nada que tenga que ver con lo literario. Es verdad que el guiño (Pálido fuego) sólo funciona en castellano y a Nabokov hay que leerle siempre en inglés, y es verdad que, en cuanto a títulos de blog, tampoco es el mejor que se me ha ocurrido en mi vida. Pero me quedé más tranquilo al comprobar que no tenía que competir con ningún otro nabokoviano irredento que, a la vejez viruelas, se dedicase a esta cosa de la bloguística, prima hermana de la solarística, esa otra ciencia impar de la que tendremos que hablar lo antes posible.
Si uno avanza un poco más en la búsqueda, se topa, sin embargo, con algo delicioso y también misterioso. Es una página de la edición virtual de "Uno", diario de Entre Ríos, Argentina (lo cual nos lleva a Calveyra, el paseante del Luxemburgo, pero no nos dispersemos) en la que se comenta un partido de fútbol con el siguiente titular:
"Central y Olimpo se repartieron puntos en un pálido juego"
En estricta observancia surrealista (no sólo compatible con mi estricta observancia científica, sino complementaria e imprescindible, si uno no quiere que se le seque la vida), ésta es una nueva muestra de hasard objectif y no puede pasarse por alto. Aparte de la belleza intrínseca del titular, de la extraña utilización de "pálido" para referirse a un partido de fútbol (aunque yo, que he visto tantísimo fútbol en mi vida, sí que podría calificar muchos partidos de pálidos), hay otros elementos que me han producido ese inconfundible escalofrío del hallazgo y que me han impulsado (producido el hallazgo, uno no está autorizado a no dar cuenta de él) a escribir esta entrada.
Gonzalo Suárez, el gran cineasta, recuerda como, de su época de cronista deportivo, rescató un titular que se refería a una carrera del hipódromo para nombrar un libro suyo: "Rocabruno bate a Ditirambo". Luego, en sus películas, notablemente en la muy interesante "Epílogo", que, al cabo, versa sobre el proceso de invención y escritura de historias, Rocabruno y Ditirambo son los personajes principales, interpretados por dos grandes como Paco Rabal y José Sacristán, acompañados de la no menos grande Charo López.
¿Quiénes son, pues, "Central" y "Olimpo", mis particulares Rocabruno y Ditirambo? Inevitablemente, cualquiera que me conozca, sabe quién es "Central". Central es, claro, La Central de Callao, la librería en la que, sin duda, he sido más feliz en mi vida, el lugar al que mis pasos me han dirigido automáticamente cuando en mi trayectoria de flâneur me desplazaba sin rumbo fijo por este Madrid de nuestros pecados. Ahora se cierra, por asuntos de esos de los que han hecho que, con los años, ya no aplique ese socarrón chascarrillo de nuestra juventud, "que paren el mundo, que me bajo", sino que directamente me arroje del mundo en marcha, desafiando las magulladuras del impacto, centrífugo como Alonso Quijano despedido de las aspas del molino, para ponerme a salvo de las cosas que hacen que pueda ser posible que un paraíso se acabe (también se muere el mar, ay). Sí, esos asuntos, ya me entienden: especulación inmobiliaria, ramplonería cultural de una ciudad que yo quise capital del mundo, desprecio por el libro y su comercio, paso del tiempo, abaratamiento de la vida, triunfo de la entropía, invasión del polvo y la ceniza.Sí, La Central de Callao desaparece, por más que intente una gemación que le llevará a un local de enfrente, que será más pequeño y no será un palacio. Por más que sigan existiendo La Central del MNCARS, que fue mi primera Central, las maravillosas Centrales de Mallorca y Raval, en Barcelona, a las que voy tan a menudo (no hay viaje a Barna que no las incluya). Por más que, gracias sean dadas a los dioses, la empresa siga confiando en sus inigualables empleados. El gran Luis, mi amigo, que me colocó Morgana en Duino en la mesa de novedades y la mantuvo allí tanto tiempo, tanto que se me olvidaba que estaba y me llevaba una sorpresa cada vez que iba. Y hasta le puso la pegatina de "La Central recomienda". Y todos los demás: Amatullah, Begoña, Clo, Mónica, y tantos que me olvido. En La Central también asistí a cursos y presentaciones y allí conocí a gente excepcional como Ana Carrasco.
Faltaría, pues, el Olimpo, pero ya ven Uds. que no, que a los únicos dioses a los que nos podemos acoger son a los olímpicos, que no en vano eran vecinos del otro monte, el Parnaso, donde habitan (en presente, pues estamos hablando de inmortales) las musas. No sé cómo de puro sería el aire que se respirase en la cumbre del Olimpo, ni cuán dulces serían el néctar y la ambrosía, pero sí puedo decir que el olor a papel, los recovecos en los que al principio gloriosamente me perdía, ese laberinto de libros, eran para mí "ámbar y algalía entre algodones", como diría, sí, el derrotado caballero, al que, no en vano, se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio.
Así que sí, en este pálido juego, en mi modesto blog, en mi corazón dolorido, Central y Olimpo se reparten los puntos, empatan en un match en el que no nos podemos permitir el lujo de ser derrotados. Por eso, chicxs, nos seguiremos viendo donde estéis y compondremos ese paraíso portátil de las sonrisas, las conversaciones sobre libros, y las horas perdidas (es decir, ganadas) entre estanterías. Nunca dejemos de creer, os lo dice alguien del Atleti. Somos infinitos.
Nos vemos entre libros. Nos leemos. Un abrazo,
Agus
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