sábado, 4 de febrero de 2023

parasiempre


La incomparable Maggie Cheung en Days of being wild


[En el comienzo de Days of being wild, del gran Wong Kar Wai, un personaje (varón) le dice a una chica que acaba de conocer, una camarera que está atendiendo la cantina desierta de un estadio vacío, y que, por lo tanto, no puede escapar de él: Me verás en sueños. Al revisar estos días el film y escuchar esa frase me recorrió un escalofrío, que además resonaba con otros escalofríos parecidos ocasionados por frases parecidas, notablemente la que constituye el estribillo de una canción de Rosendo, pero que yo escuché por primera vez (por extraño que parezca) a Los Enemigos. Esa canción es Entonces, duerme, y en la voz chulesca y sin concesiones de Josele Santiago suena aún más rotunda e inquietante: quiero que sueñes conmigo. 

Este texto nació a partir de ahí, de esa frase, en la época de los blogs, hace pues ya más de una década, y en una especie de colaboración con una de mis lectoras, a la que le propuse, a partir de un texto suyo (ella también era bloguera) un desarrollo del tema de las relaciones tóxicas (o directamente basadas en el maltrato) tomando como pivote el tema del soñar-con-el-otro. Al final escribí yo el relato, como un ejercicio literario, atípico para mí, porque lo hice en un estilo muy poco habitual y tomando un punto de vista diferente al que tomo normalmente. Ese relato es el que aquí les presento. Soy muy consciente de sus limitaciones, de sus imperfecciones, y hasta, si se quiere, de mi imprudencia al escribirlo. Ruego, pues, su indulgencia y su comprensión como lectorxs, más que nunca. Si lo traigo aquí es porque, a pesar de todo, me parece que sigue teniendo gran fuerza, y es válido como lo que acabó siendo, un cuento de terror absoluto, el más, sí, escalofriante, que he escrito nunca. 

Las historias de amor (las historias que llamamos de amor) pueden ser un infierno, y soñar con el otro puede ser una pesadilla. Y también, claro, las historias de amor pueden ser un paraíso (algunos ratos, efímeros, es decir, eternos) y soñar con el otro puede ser un modo de encontrarnos con quien ya no está, y hacer las cosas que no nos dio tiempo a hacer. 

Les deseo sólo amores del segundo tipo, y sólo sueños del segundo tipo. Y si nos vemos en sueños, ojalá que nos despertemos, ambos, con una sonrisa en los labios.]


se duerme tan mal en el hospital, sólo hay un sillón junto a la cama, que se puede reclinar un poco, pero es lo mismo, una no sabe cómo ponerse, porque además una ya lleva todo el santo día en la habitación, junto a la cama, mucho rato sentada en el mismo sillón, al que le hemos puesto una sábana para no sudar tanto con la piel falsa del respaldo, pero al final da igual, porque la sábana acaba dándonos el mismo calor, a Anita también le pasa, pero ella duerme mejor, a mí las noches se me hacen eternas, y también los días, que se van acumulando con la misma rutina, con apenas un par de escapadas rápidas a casa, a intentar poner una lavadora, a coger algo de ropa limpia y dar de comer a los peces, y entonces las vecinas preguntan, y una se tiene que quedar, claro, un rato con ellas, que son tan buenas y no preguntan sólo por preguntar, ellas saben lo mucho que pasamos, son ya tantos meses así, y ahora, al menos en el hospital, todo se hace un poco más llevadero, tengo ayuda de las enfermeras, que son tan amables, y son ellas las que lo lavan y le dan la medicación, y además él ahora ya está como atontado todo el día de la cantidad de sedantes que le ponen para el dolor, pero aún así hay que ver qué carácter y cómo las trata a las pobres ángeles, que no son como yo, que estoy acostumbrada, y, por mucho que vean en su trabajo, nunca es agradable que alguien al que estás intentando ayudar se te saque todo el día la vía, y te tire la bandeja de la comida, que hasta le han tenido que atar alguna vez, y le van subiendo los calmantes, y ahora por eso ya está casi todo el tiempo dormido, y entonces da hasta ternura mirarle, y parece mentira cómo se pone, aunque, claro, debe de ser horrible con esos dolores tanto tiempo, y saber que uno se va a morir, que ya se muere, que puede ser cuestión de días, según me ha dicho el doctor, y más con la sedación, y, la verdad, a mí me da mucha pena, claro, porque es mi marido al fin y al cabo, pero creo que así por fin descansará y descansaré yo, descansaremos todos, que ha sido mucho bregar, mucho, toda la vida, y estas cosas son las que le cuento a las vecinas, y me da coraje porque me noto que cada vez me cuesta más despedirme, que soy yo la que toco a su puerta y me convencen para que pase y me tome un café, y se agradece tanto ese café, porque es tan malo el de la máquina de aquí, del hospital, pero me da coraje, porque me quedo escuchando tanto rato lo que me cuentan, que no tiene que ver con hospitales, ni con enfermedades ni con muertes, sino que son cosas de los hijos o de los nietos o tonterías de la tele, y yo ahí como embobada, que se me va el santo al cielo, y parece que hasta me voy quedando traspuesta en el silloncito que resulta tan cómodo, mucho más cómodo que éste en el que llevo tantas noches mal durmiendo, y entonces me da como un vuelco el corazón y miro la hora que es, y me siento fatal, porque él está solo, y seguro que se habrá despertado y habrá preguntado por mí y no está bien que yo me haga la remolona de ese modo, por muy cansada que esté, y me despido a toda prisa y me cojo el autobús, con la bolsita, mirando que llevo todo en la bolsita que paseo de un lado para otro todo el rato, y llego bien tarde al hospital, porque el autobús da mucha vuelta y tiene un montón de paradas y, es verdad, Anita me dice que ha preguntado por mí, pero ahora está otra vez dormido, y yo le pregunto a Anita por su marido, que está más o menos igual, y no hablamos mucho, porque ya qué nos vamos a decir, después de tantos días, y Anita, que es un sol, me dice para animarme “¿ponemos la tele? Deja, que ya tengo suelto yo” y echa la moneda y vemos un rato la tele y van viniendo las chicas a cambiar los sueros y tomar la temperatura y la tensión y traer la merienda al marido de Anita y va cayendo la tarde y se va retirando el sol de la habitación recalentada y una se pone nerviosa sólo de pensar en otra noche más allí, en el sillón, con las idas y venidas de las enfermeras, y sus quejidos, toda la noche, y el duermevela lleno de sueños tan confusos, lleno de sueños con él, cuando éramos jóvenes, y yo le veía tan grande, tan fuerte, siempre ha sido un hombre enorme, y más ahora, ahí en la cama, como un fardo, que las chicas se las ven y se las desean para asearlo y parece mentira que me haya hecho cargo yo sola todos estos meses, sola, sola, si acaso con la ayuda de alguna vecina cuando peor se ponía, y mi pobre hermana, que tuvo que pedir permiso en el trabajo para estar un par de semanas conmigo, y los sobrinos algún día, pero un ratito, de visita nada más, y al hospital ni se han acercado, aunque Manolito llama todos los días, y de la familia de él ni hablamos, que es que ni señales de vida, aunque, la verdad sea dicha, también es lógico, con lo mal que se ha portado él siempre con ellos, con ese carácter que tiene, y a ver ahora cuando se muera qué pasa con la herencia, y la casa del pueblo, y venga a darle vueltas a esas cosas, hasta que me voy quedando dormida, y entonces siempre aparece él, tan joven, tan fuerte, y yo también soy joven, y él me abraza, de esa forma que me abrazaba, tan brusco, que me quitaba la respiración, y me acaricia con esas manazas, como antes, como hace tanto tiempo, que parece mentira que aún lo recuerde, que aún lo tenga ahí perdido en algún sitio de la cabeza y me salga en los sueños, aquellos tiempos en que yo creo que éramos felices, antes de que a él se le agriara tanto el carácter con lo de sus hermanos y lo de la empresa, y pienso que todo podría haber sido de otra manera, si hubiésemos tenido hijos, y él hubiera cogido aquel trabajo, y en el sueño, que pasa al mismo tiempo que pienso esto, porque sólo estoy medio dormida, él me acaricia y estamos desnudos en la cama, y huele bien, no como ahora, y no tengo que hacerle curas, ni me grita, ni se va a morir, y me acaricia, y yo, que estoy medio dormida sólo, me doy cuenta que me estoy removiendo en la silla y me muero de la vergüenza, porque a ver si Anita se va a dar cuenta, pero no, porque la oigo roncar, allí en su silla, detrás de la cortina, ella que sí consigue dormir tan bien junto a la cama de su marido, que es un encanto el hombre, y que me da mucha pena verlo tan malito, pero no se queja, no se queja nunca el bendito de él, y mira que le hacen perrerías, y en cambio este hombre, que menos mal ahora con los calmantes, porque lo que he pasado ya con él, las noches y noches sin dormir, venga a llamarme, venga a quejarse, y la medicación a sus horas, o como ahora, que una duerme pero no descansa, saltando de la pesadilla del sueño a la pesadilla de la vida, pero ya se acaba, ya se acaba, ya no va a dar más guerra, con esa soberbia que tiene, ya me ha dicho el doctor esta tarde que puede ocurrir en cualquier momento, que está terminal, y es verdad, porque le miro a la cara y se la veo igual que la que tenía mi madre cuando iba a morirse, que también pasamos lo nuestro mi hermana y yo, pero ella era una santa, y no como éste, que me ha hecho sufrir lo que no está en los escritos, siempre a lo suyo, siempre en el bar, volviendo borracho de estar a saber con qué gentuza, pero volviendo siempre al final a casa, conmigo, porque yo, tonta que soy, bien que le cuidaba y le tenía la camisa limpia, y él me cogía con esas manazas y me las metía por el pecho y yo intentaba apartárselas, porque estaba enfadada, pero no había manera, y así año tras año hasta que cayó enfermo y se le acabó la chulería y ahí estaba una para cuidarlo, claro, y él se fue poniendo cada vez peor con los dolores y el médico me decía “señora, pero es que no se puede hacer nada más”, y yo le decía “ay, doctor, pero cuánto le queda, porque esto es muy duro, muy duro” y le quedaban meses y luego fueron semanas y ahora ya es en cualquier momento, y ahora que lo pienso me tendría que haber traído de casa la agenda con los teléfonos, porque habrá que llamar a todo el mundo, y también a ellos, claro, y a las tías, y preparar el entierro, que ya me ha dicho Manolito que no me preocupe, que él me ayuda, que es muy fácil con el seguro que tenemos, pero, no sé, será un lío, vendrá el velatorio, y tendré que atender a todo el mundo, y a ver si se presentan ésos, y con qué cara, y vendrá mi hermana, la pobre, y yo sé que lo voy a pasar mal, porque en el fondo me da mucha pena, qué narices, porque es mi marido, toda la vida juntos, una vida muy difícil, con muchos sinsabores, pero, bueno, ahora ya va a descansar, y descansaremos todos, descansaré yo, que tendré que ver qué hago con su ropa y con sus cosas y me va a dar mucha lástima, seguro, pero al final podré por lo menos adecentar la casa, que está hecha un asco, y yo creo que voy a pintar la habitación ahora en el veranito, y a lo mejor me voy unos días con mi hermana a la playa, para recuperarme, y así podré dormir, dormir de verdad, las noches enteras, y levantarme tarde, dormir todo lo que quiera sin que me despierten las enfermeras o sus gritos o sus manoseos o sus empujones o el ruido de la puerta cuando venía borracho a las tantas, dormir sola en mi cama, sin ese corpachón, sin ese olor, sin ese sudor, con mi camisoncito limpio, no a medio vestir como aquí, en esta silla, y me voy durmiendo otra vez, poco a poco, me voy durmiendo sin sueños, sin él, plácidamente, cayendo en la absoluta negrura, suave, suave, y entonces noto una sacudida en la cama de él y me levanto sobresaltada y él me coge del brazo, muy fuerte, todo su cuerpo está tenso y farfulla algo, como si de repente se hubiese despertado del todo, después de todos estos días, se ha incorporado, tiene los ojos muy abiertos, pero mira hacia adelante, como ido, y sigue diciendo cosas que no entiendo, y le digo “¿qué te pasa? ¿Qué te pasa? ¿Llamo a la enfermera?” y él me mira, pero no sé si me ve, y parece querer decirme algo a mí, pero no le entiendo, y acerco el oído a su boca, que apesta, como todo él, que se ha cagado, que suda como una bestia, una bestia enorme, una bestia moribunda que me agarra por el brazo y me hace mucho daño y me dice algo, y yo sigo sin entenderlo, ni siquiera parece su voz, parece que el sonido viene directamente de la lengua junto con el olor, es imposible saber lo que dice o a quién se lo dice, ahora que es evidente que se muere, que se muere del todo, que se muere por fin, y yo me siento fatal por ese por fin en el que pienso, pero lo pienso, sí, lo pienso, estoy tan cansada que no puedo dejar de pensar en que nunca más le limpiaré el culo, que nunca más me insultará, ciego de dolor y rabia, mientras le hago las curas, que nunca más dormiré en este sillón de hospital, sino en mi cama, en mi cama, sola, tranquila, muchas noches, todas las noches y entonces él consigue por fin articular lo que intentaba decir, con una voz estentórea, con su vozarrón de siempre y lo entiendo, vaya que si lo entiendo, como lo entiende todo el mundo, como lo entienden Anita y su marido, que se han despertado y están mirándonos asustados, y la enfermera que justo entra por la puerta, todos pueden escuchar a mi marido, al cerdo de mi marido, al hombre de mi vida, decirme, mientras me mira con esos ojos de loco, con esa mirada de odio quiero que sueñes conmigo, escuchar cómo lo repite, lo repite, quiero que sueñes conmigo, quiero que sueñes conmigo, hasta que por fin se calla y se muere, y yo sé que estoy perdida sin remedio, que no hay salida para mí de esta habitación de hospital, que nunca habrá una cama vacía, sin él, ni una alcoba recién pintada, ni unos días en la playa, ni un sueño tranquilo, porque él siempre estará allí, porque estaremos siempre juntos, infinitamente unidos, y así se habrá cumplido mi deseo de jovencita, se habrá cumplido la promesa, la promesa del Amor Eterno que yo le arrancaba, a regañadientes, cuando éramos novios y le repetía tantas veces júrame que siempre estarás conmigo


[Vídeo de la canción de Los Enemigos: Entonces, duerme]


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