sábado, 11 de febrero de 2023

Compañeros de viaje

[Hoy, una entrada triple, que llevo tres días sin poner ninguna... Por cierto, aniversario rilkiano: hoy, 11 de febrero, hace 101 años del final de las Duineser Elegien. Pero la entrada no va de Rilke, a él le dedicaremos otras, otros días...]


Álvaro Mutis


I.

En 2001 se le concedió el Premio Cervantes al escritor colombiano Álvaro Mutis. Extrañamente, dada la avidez lectora que me caracteriza desde la lejana infancia, y mi preferencia, especialmente entonces, por los escritores latinoamericanos, no había leído ni una página aún de Mutis. Sí lo conocía de nombre, claro, y me había llamado siempre la atención la figura de Maqroll, que me imaginaba de un modo muy diferente, y me gustaba que hubiera un libro cuyo título comenzase por "Summa". También (eso sí lo recuerdo) me parecía ya entonces difícilmente superable, por eufónico y evocador, el título de una de las aventuras maqrollianas, "Ilona llega con la lluvia". Pero lo cierto es que, como digo, nunca me había comprado un libro de Mutis, y no lo haría hasta un poco después. ¿Qué me llevó finalmente a adentrarme ("a sumergirme" es un modo sin duda más apropiado de decirlo) en la magistral obra del colombiano? Les cuento...

En ese mismo 2001, y a raíz justamente de la entrega del Cervantes, elmundo.es, una edición electrónica que fue de las primeras en desarrollarse de entre los periódicos españoles, y que en ese momento era de bastante interés (luego, pues, qué quieren que les diga), convocó, un concurso rápido de microrrelatos. "Rápido" significaba que, en un momento dado, se daba una palabra clave que debería figurar en el cuerpo del relato y uno tenía, no sé, como dos horas para enviar relatos en formato electrónico (algo bastante novedoso entonces, también). La palabra fue "mutis". 

Yo he escrito desde siempre, ya lo saben Uds., pero la verdad es que en esa época mi relación con la literatura estaba en uno de sus puntos mínimos. Estaba muy centrado en mi trabajo (a la fuerza ahorcan, tenía que ir consiguiendo plazas en la Uni, y estaba muy volcado con la investigación, algo fundamental para lo anterior) y mi vida estaba orientada de un modo muy diferente al de ahora. La idea, no obstante, de algo que tenía que hacer rápidamente y que podía enviar desde el ordenador del curro en un momento me atrajo. Escribí dos microrrelatos. Para entonces, también, el concepto de "microrrelato" era novedoso y yo, desde luego, no había escrito nunca ninguno, al menos de manera consciente. Los dos relatos que envié juegan con temas bíblicos dándoles la vuelta, era una temática que estaba manejando bastante por aquel tiempo en mi literatura. Los lancé al hiperespacio, y, contra toda lógica, y para mi absoluta sorpresa, unas horas después gané el premio. Aquí les pongo la reseña publicada ese día en elmundo.es, que incluye mis datos de entonces, y algunas palabras mías, resultado de una entrevista telefónica que me hicieron. 


El personaje de Lázaro en esos años era crucial para mí, y estaba en pleno desarrollo de un proyecto, "El zoótropo de Lázaro", que, si bien no llegó a cristalizar, sí que me permitió generar conceptos y producir material aún vigente hoy en día, como se ha podido comprobar aquí mismo en el blog, sin ir más lejos. Pongo el texto del relato aquí, por si no se ve bien en la imagen, y también el del otro relato, el no premiado, por si tienen curiosidad. Ambos son representativos del tipo de escritura que estaba yo intentando a comienzos de siglo.


Resurrección de Lázaro

Al fin y al cabo, lo que más dolía no era la luz cegadora o el ruido insoportable. Lo peor, en este parto inverso, en este absurdo mutis de la muerte al que la destemplada voz me obligaba, era el sabor a tierra de la boca.


Juicio Final

Protegido por sus tropas (ángeles ancianos con las alas sucias), Dios huye a toda prisa en un mutis innoble, mientras por todo el valle de Josafat se acumulan los cadáveres desordenados de justos y réprobos, que ha sido incapaz de reanimar.


Seguí participando en concursos de microrrelatos y en otras iniciativas semejantes de elmundo.es y gané varios. Eso fue decisivo para mi "salida del armario" literario, me ayudó a abandonar mi tendencia a la clandestinidad absoluta y me enseñó las posibilidades de la publicación electrónica. Ese Lázaro que se levantaba, con sabor a tierra en la boca, me señaló el camino, y a partir de ahí vino todo lo demás, los blogs, los premios, la novela, esto...

Por un elemental deber de gratitud, me decidí finalmente a leer a Mutis y mi deslumbramiento fue absoluto. Si bien descubro cada día autores que me impresionan o que simplemente me interesan, porque me aportan ángulos nuevos que aún no había explorado, es difícil que un autor que empecé a leer ya avanzada la treintena se cuele tan rápidamente y tan por derecho en mi Olimpo sentimental particular, que está habitado sobre todo por autores que conocí y devoré en la adolescencia (Kafka, Borges, Cortázar, Poe, pocos más, circunscribiéndome a los narradores). Se me ocurriría, quizá, sólo, un caso semejante al de Mutis en esa inmediata ascensión a mi cielo literario, y es el de Sebald, del que habrá que hablar un día de estos... Bueno, y Nabokov, por supuesto, aunque a ése si le leí tempranamente, pero sólo es ahora cuando realmente me he dado cuenta de la magnitud de su obra y su figura. Ésa es otra historia, en todo caso. 

No es aquí el lugar de explicar el por qué (si es que eso se puede explicar) tanto la prosa como la personalísima y maravillosa poesía de Mutis me apasionan. Sólo diré una cosa, para terminar esta especie de trecho introductorio que ya es demasiado largo y prolijo: no sé si existen los adjetivos "mutisiano" o "maqrolliano", pero, como decía aquel soneto de Lope de Vega, quien lo probó (a Mutis), lo sabe, sabe qué significarían. Es un sonido de fondo, que es el mar, claro, y una sensación permanente de zozobra extrañamente combinada con un impulso irrefrenable de seguir adelante. Maqroll es el melancólico más perfecto de la literatura moderna, y yo, ya lo saben Uds., me defino orgullosa y militantemente como melancólico a la antigua usanza, la de los grabados durerianos y la bilis negra de los hijos de Saturno. 

No dejen de dejarse llevar a sus travesías por Maqroll. Háganme caso, es una recomendación desde el corazón. Los poemas de Mutis me acompañan casi en cada viaje, y en los días que, como hoy, mi particular frecuencia se sintoniza con aquellas en la que resuena lo maqrolliano, estoy contento y tengo ganas de seguir explorando.

Lean a Mutis. Así conocerán a Ilona, y sus lágrimas cuando Ilona ya no esté se mezclarán con la lluvia que ella trajo con su llegada. 


II.

Mutis es una referencia fundamental para "Morgana en Duino", como lo son, claro, Rilke o Kafka o Magris o Gil de Biedma. Cuando entendí que el nombre de la protagonista de la novela no podía ser sino Ilona (colocándome así bajo la protección mutisiana) ya garanticé de alguna manera que la novela acabaría siendo escrita. Cuando me di cuenta, del modo más peculiar posible (he tenido muchos encuentros mutisianos en mis viajes como ése, ya les contaré alguno), a partir de una entrevista a Mutis incluida en la edición italiana de la obra, "Ilona arriva con la pioggia", que estaba hojeando en Roma, que Ilona es el mismo nombre que Helena, todo cuadró milagrosamente. 

En la novela hay, como es fácil de ver, poemas en verso o prosa incorporados dentro del cuerpo de texto, que es esencialmente fragmentario. Muchos de esos poemas tienen (o aspiran a tener) un aliento mutisiano, se escriben sobre la plantilla de los largos versículos en los que Mutis nos cuenta las andanzas de Maqroll. Selecciono uno aquí que me parece especialmente logrado. Si les apetece, y aún no han leído "Morgana en Duino", pueden recorrerla para encontrar algunos más.


ODISEA

Los continuos esfuerzos de aprovisionamiento de naves cada vez en peor estado y la irremediable indecisión a la hora de trazar el rumbo en cartas de navegación que se han roto por los pliegues han hecho que Odiseo sea remiso a una nueva travesía y que cada vez prolongue más sus estancias en tierra, frecuentemente en hoteles de mala nota en los barrios portuarios de ciudades situadas en rutas comerciales de segundo orden.

No es que no pueda volver a Ítaca, de donde ―seguramente― sigue siendo rey, o que no desee abrazar de nuevo a Penélope, si es que aún vive.

No son asuntos metafísicos los que le lastran, ni temores. Es sólo el cansancio, el cansancio de lo práctico, de lo que inevitablemente ha de suceder para que luego puedan acaecer los hechos decisivos.

Agotado por el trajinar de los cargadores, la deshonestidad de las autoridades portuarias, la banalidad de las empresas que se le encomiendan, la tiranía de una rutina que inclemente le sojuzga hace tanto, se consuela por las noches en los brazos de alguna prostituta de origen y lengua desconocidos, a la que relata, tras hacer el amor ―con la indiferente precisión de tantos años de ruta y burdeles―, tendidos en el calor sofocante del lecho sudado, la historia de Calipso, que le prometió un día hacerle inmortal.

Y, para su mal, lo cumplió. Sin que él siquiera lo advirtiera.

“Ah, sí, recuerdo el abrazo de Calipso”, dice. “Largo, un abrazo de vida eterna, pesado como una losa. Echo de menos las uñas de la ninfa recorriendo mi espalda, y sus rizos, sobre todo al caer la tarde, cuando la luz nos muestra la belleza del morir y la gloria del desvanecerse.”

Eso le dice y la puta le escucha con sus grandes ojos entrecerrados, hasta que se duerme, con el nombre, incomprensible para ella, de Calipso en sus oídos.

Odiseo, entonces, fuma un rato más, se levanta, y se marcha.


y III.

La sensación "mutisiana" siempre tiene un punto de exaltación, de esa exaltación que conocemos tan bien los melancólicos clásicos, que no somos depresivos en realidad, sino que estamos aquejados de una permanente sensación de nostalgia, de una nostalgia que se remite a algo, no ya perdido, no ya inencontrable, sino tal vez ni siquiera vivido, una nostalgia prenatal e irresoluble. Por eso los melancólicos somos activos, creadores, porque para nosotros, la vida, simplemente, no es suficiente. Los días más "mutisianos" suelen ser propicios a la creación literaria: ésta fluye sin dificultad, aparecen los paisajes, las imágenes se hacen marinas, llenas de olores y de brisas, hay una permanente invitación al viaje. Esos días aparecen o no, no sirve buscarlos, aunque uno haya desarrollado ciertos ritos propiciatorios, como el tren, como algunas ciudades (Barcelona, París, Trieste...), como ciertos lugares o puestas de sol. En uno de esos días, antes de empezar siquiera a escribirse la novela, compuse de un tirón, casi de un trazo, este poema, que acabó siendo luego, en Morgana en Duino, el canto de las Sirenas en el momento de la apoteosis, el Seven year blues. Aquí se lo dejo.

Más que nunca, here's looking at you, kid.


SEVEN YEAR BLUES

Nunca nos encontraremos en el regreso, porque somos compañeros de viaje.

Nunca nos recibiremos en casa vestidos para ir a dormir, ni nos daremos un beso en la mejilla, un beso cansado como nosotros, que no venimos de ningún sitio.

No dormiremos juntos hasta que el calor nos separe, sudorosos, ni leeremos en silencio cada uno su libro las tardes de tormenta, junto al ventanal del salón.

No. Nunca descansaremos juntos, ni siquiera cuando hayamos muerto.

Apenas nos encontraremos de vez en cuando en puertos distantes, y nos haremos una seña con los ojos.

Y, muy de tarde en tarde, nos abrazaremos en el estrecho camarote de un mercante que abandonaremos sin pesar al arribo, como tantas otras veces.

No hay otro hogar para nosotros que la travesía.

Nunca supimos de la partida. Siempre estuvimos en curso. No nos reuniremos en el regreso.

Somos compañeros de viaje.

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