domingo, 5 de febrero de 2023

La Playa del Eco


[Éste es un texto muy importante para mí y para mi obra. Intentaré explicar por qué.

El primero de los blogs literarios que empecé a escribir se titulaba Persecución del faro. Estamos, creo, en el año 2007. Era un experimento privado. Luego tuvo una sola lectora (espero que ande por aquí). Mucho tiempo después, cuando el caos y la locura se habían apoderado de todos mis otros blogs acabé recurriendo al primero, que aún estaba allí, casi virgen, y lo abrí a mi entonces ya escasa y escogida cohorte de lectoras (varones hubo pocos siempre y ya no quedaba ninguno). Así, fue también mi último blog.

En Persecución del faro empecé a escribir, sin premeditarlo, y para mi sorpresa y satisfacción, una especie de poemas homéricos, cortados en largos versículos. En esos poemas nace, de hecho, ese Odiseo que luego se coló con rango de protagonista en Morgana en Duino. Ya saben, la Odisea nos alcanza. Odiseo hablaba, oracular, y yo transcribía esos versos tersos y marinos, y la obscura noche del alma se alumbraba con más y más luces, y la persecución del faro se hacía, al menos los mejores días, con vientos propicios.

Uno de esos poemas de Persecución era éste: La Playa del Eco. En principio, el nombre provenía de una canción ya olvidada (siempre fue de poca monta, me temo) de lo que se dio en llamar New Wave, a cargo de un grupo denominado nada menos que Martha & the Muffins. Por edad, en esos finales setenta y primeros ochenta, yo estaba entusiasmado con esas bandas que oía en una recién nacida Radio 3. Conocía, pues, esa canción desde mucho antes. Y me sigue pareciendo un gran tema, y muy evocador. Al final tienen un enlace al vídeo: no tengan demasiado en cuenta el estilismo, y escuchen la letra. En general no es precisamente Leonard Cohen (hablamos de una canción pop, y la New Wave tendía a la ligereza), pero tiene dos cosas que me resultaban fascinantes: la idea de refugiarse en la contemplación del mar (ese anhelo tan antiguo como mi vida, e irrealizado todos estos años, pero siempre presente) y el nombre de la Playa: la Playa del Eco.

Hay, si uno busca en Google, alguna playa del Eco en sitios como Australia, si no recuerdo mal, pero no parece que la canción se base en ningún emplazamiento geográfico en concreto, así que hay que asumir que la entonces neófita Martha y sus Molletes habían inventado ese lugar-de-sueño, al que desde entones he vuelto una y otra vez. Por que, como se dice interminablemente al final de la canción, esa playa está

far away in time.

Sí, Echo Beach, far away in time. Es, por lo tanto, un lugar del tiempo, no del espacio (hay un verso de Gimferrer que me parece igualmente inolvidable: Esas calles no están lejos, están en el pasado). Es un lugar prenatal, ancestral, arquetípico, mi (¿nuestra?) playa, y allí acudimos cada tarde a contemplar el ocaso.

Los textos de Persecución del faro surgían en una especie de trance, y cuando leí éste me di cuenta de que era algo muy especial. Tanto fue así que no dudé en incluirlo como parte fundamental de un relato en el que también se partía de otro texto del mismo blog, La noche de los lotófagos, que además le dio título al cuento. Con él concurrí al Premio NH de relatos "Vargas Llosa", un concurso realmente muy importante al que concurrían cientos de textos. Ese año, según la web de NH, casi 2000 (!!). Contra todo pronóstico y ante mi absoluta incredulidad, resulté finalista (los finalistas eran tres y tenían también premio). El ganador ese año fue Luisgé Martín. Nos entregaron el premio en un acto solemne al que asistió en carne mortal el creador de Pichula Cuéllar. Eso me da para otro relato, ya se lo contaré con calma. Es el año 2012, y mi vida está realmente en un punto muy complicado. Que un escrito de la índole de La noche de los lotófagos, tan rabiosamente personal, tan lleno de toda mi simbología poética privada, pudiera tener un éxito semejante, fue algo casi milagroso. Y fue, sin duda, un punto de inflexión para mí, para mi literatura, el momento en el que decidí que había que perseverar de verdad en ella, que había que agarrarse a ella (que era tan mía, pero que estaba ya a esas alturas tan abandonada en el fondo, tan ninguneada por mí) y tirar para adelante contra viento y marea. Como Odiseo.

La noche de los lotófagos es, probablemente, lo mejor que he escrito nunca. Iban a publicarlo los de NH en un librito para repartir por los hoteles, como venían haciendo (mi premio fue el decimoquinto), pero no lo hicieron. De hecho, nunca más se convocó ese premio. El texto es demasiado largo para ponerlo aquí, así que me lo pueden pedir. Algunxs de Uds. ya lo han leído.

Pero las olas de la Playa del Eco no murieron ahí, ni mucho menos. Cuando empecé a enarbolar la mitología de Morgana en Duino, en donde el mar juega un papel tan decisivo, como saben los que han leído la novela, volví a recurrir a ese lugar-de-sueño, que acabó convirtiéndose en el destino último de la aventura, el lugar donde todo es, finalmente, consumado. No aparecieron estos versos, pero aparecieron otros, compañeros de estos. 

Así pues, como es inevitable, uno vuelve siempre al Eco, uno vuelve siempre a la Playa. Aquí se la traigo a Uds. para que paseemos juntos por ella. Con un  poco de suerte una embarcación, quizá una falúa, quizá tripulada por Odiseo, nos conducirá a la Playa de la Voz y ya se sabe que, como dice la frase favorita de todas cuantas he escrito, que está también en La noche de los lotófagos,

dicen que en la Playa de la Voz la voz que suena es la de Cristina Lliso, que siempre cantaba con guantes.

Que la Arponera nos traiga, pues, el ambar gris de un cachalote. Se les quiere.]


En la Playa del Eco hay un espejo que refleja el mar y las olas se pelean con las olas de enfrente. A veces se besan y sus espumas se mezclan y borran lo que hemos escrito en la arena asediada, y el doble reloj se acompasa, y nos mece doblemente: un oleaje para cada párpado, una lengua para cada oído.

En la Playa del Eco hay un acantilado enfrente del otro, y entre los dos forman una caja, una cajita de música en el aparador de una vida anterior. En el interior de esa caja nos movemos como las figuras de un teatrillo con el que juega el niño que fuimos.

En la Playa del Eco ninguna palabra queda impune, todas son respondidas por otra, que viene del otro lado del mundo. En la Playa del Eco esas palabras se baten en duelo y en esos duelos somos nosotros los cadáveres.

La Playa del Eco está llena de objetos, que intentamos en vano ordenar o clasificar. La Playa del Eco está llena de estanterías vacías. En la Playa del Eco el tiempo que pasa desgasta las estanterías y revuelve los objetos.

En la Playa del Eco no hay descanso para nosotros.

En la Playa del Eco nunca estuvimos juntos, pero siempre estuvimos. Yo hablaba con tu eco y tú hablabas con el mío, y los dos eran húmedos y salados.

Un día, si Poseidón es propicio, volveremos el rostro y nos marcharemos a la playa de enfrente, la Playa de la Voz, y nos encontraremos con lo que éramos y nos intercambiaremos las caracolas donde suena el mar de la Playa del Eco.


Vídeos:

Echo beach, Martha & the Muffins, aquí

Arponera, Esclarecidos, aquí


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