[Un poema que me salió en una especie de borbotón en ese extraño y decisivo viaje que hice a Suiza en el 2018, tras la muerte de mi padre. Fui de Barcelona a Lausanne en tren y observé muchas veces esa especie de fractalidad de las ciudades, esa extensión leprosa que hace que se repitan los mismos elementos en una sucesión desorientadora que se parece mucho a esos sueños en los que estamos a punto de recordar algo profundamente necesario, pues el sueño tiene pasado, pero de algún modo siempre se escapa, siempre nos distraemos y cuando queremos darnos cuenta el nombre de la estación es otro, el paisaje no es exactamente el mismo, pero seguimos en la Zona, la Zona de Apollinaire, la Zona en la que nos guía el Stalker, la Zona de Cocteau por donde nos conduce la Segunda Persona. En trenes como éste he viajado mucho y volveré a viajar una y otra vez, pues sólo en las regiones a las que nos conducen estas líneas de ferrocarril puede rehacerse un destino, puede volver ella, vestida de blanco, puede uno reencontrarse con unos padres que todavía no están enfermos.]
Tu ressembles au Lazare affolé par le jour
GUILLAUME APOLLINAIRE, Zone
En esos territorios del
ferrocarril por los que los rieles se entrecruzan como serpientes,
o como escaleras curvas por las
que toda ascensión es un lento reptar hasta un paraíso de guijarros.
En esas estaciones breves donde el tren no para, cuyo nombre aprendo
para olvidarlo tan pronto desciende mi mirada
de nuevo al cuaderno,
donde viven acaso versos como
estos.
En esas largas extensiones de
naves industriales que ostentan el platónico nombre de polígono,
donde se desarrollan actividades
que me son profundamente ajenas y un poco aterradoras.
En esas fronteras anchas, difusas,
donde una ciudad ya se ha terminado y no ha empezado la siguiente,
pero tampoco sobrevive el campo, o
la naturaleza, o lo que quiera que sea ese substrato inicial,
ese estado cero de la no
ocupación, donde no estamos,
donde no somos.
En esos paisajes indecisos en los
que cabría encontrar un pueblo de frigoríficos habitado por nuestros muertos
recientes,
o un bosque de reclinatorios en
los que escuchar el sempiterno silencio de largas generaciones de dioses
impotentes.
En el umbral, en suma, de la casa
de los abrazos, donde, ya lo sabemos, no somos bien recibidos,
y en el balcón de los deseos,
desde donde la niebla hace ya muchas tardes que no nos deja ver nada.
En el puente de fuego, en la
palestra, en el ruedo, en el destartalado escenario de la comedia, en la
columnata derruida.
En todos esos lugares me espera el
ángel y en todos esos lugares me encuentro con el ángel cada noche
para que me destroce.
Todos esos lugares son el mismo.
Todos esos lugares son la Zona.
Todos esos lugares son el sueño y
son la muerte.
Y yo soy el sueño y soy la muerte
y soy todos esos lugares y la Zona,
y soy el ángel que me destroza
cada noche,
y soy sobre todo el tren que avanza en la noche, el tren que comparece ruidosamente,
como viniendo de la nada, y sólo
un momento después se pierde en la lejanía,
a través de ese laberinto en el
que las serpientes de los raíles
se abrazan un momento y entonces
se separan para siempre.
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