[Un experimento literario, en tiempo real. Parto de una frase extraída al azar de uno de mis cuadernos y trato de componer sobre la marcha, improvisando (casi en un ejercicio de escritura automática, ahora que ando a vueltas con los surrealistas), una historia, en el ámbito simbólico en el que suelen desarrollarse mis historias. Lo hice el otro día y hasta lo colgué durante unos minutos aquí, pero no me convencía el resultado y lo borré. Hoy lo he vuelto a leer y apenas lo he pulido un poco, sigue siendo básicamente lo que me salió sin pensar. A ver qué os parece.]
A los pequeños dioses les encantan los zoótropos.
Nosotros somos sus zoótropos,
dice, y me clava sus ojos verdes. En el otro extremo
de la barra, que me imagino vagamente elíptica, estás tú, o al menos alguno de
tus reflejos. La luz es indecisa.
Nosotros somos sus zoótropos. Una foca que hace bailar
la pelota sobre su nariz. Otra foca que la contempla. La pelota pasa de una
nariz a otra, y luego vuelve a la primera.
El caballo salta el obstáculo, pero siempre hay un
obstáculo que seguir saltando. El caballo no se agota. Es un dibujo en una tira
de papel.
Somos criaturas de zoótropo. Hemos aprendido que
"meta" sólo es otro modo de decir "salida".
Quietos, cada uno de un lado de la barra. La
Tabernera, con sus ojos verdes, nos sirve la misma copa una y otra vez. La
alzamos. Here's looking at you, kid.
Hay cosas que no olvidaremos nunca: una de ellas es el sabor del champagne cocktail del bar del fin del mundo.
A los grandes dioses sólo le gustan los diluvios, dice, y ya no nos mira más, ni a ti ni a mí, y entonces nos miramos el uno al otro.
Es el cumpleaños del Apocalipsis. Tanti auguri, cara.
Una vez fuimos pequeños dioses, y nos dejamos la vista
en las ranuras del zoótropo. Y ni siquiera teníamos una pelota en la nariz con
la que jugar, ni podíamos cabalgar o saltar vallas. Sólo mirábamos, muertos de
frío.
Una vez fuimos grandes dioses y nadie nos envió
cuervos ni palomas. Nuestra única ofrenda fue el maderamen podrido de una nave
encallada, absurdamente enorme. Y estábamos empapados.
Ahora sólo somos esto: animales de zoótropo. En
nuestra tira nos acercamos, bailamos y luego nos alejamos. Ahora estamos
separados, uno de cada lado de la barra, pero sabemos que habrá un momento en
que volveremos a bailar. Y luego nos separaremos de nuevo.
Es preciso imaginarse a Sísifo feliz, me dices. Y la barra comienza a girar y ya estamos en la pendiente. En la Wurlitzer comienza a sonar una vez más Heaven. Empieza el baile en el bar del Cielo.
Vivimos en el palacio de cristal del Eterno Retorno.
Ésta es la fiesta de los supervivientes. Y, por noches como ésta, los dioses no
podrán nunca con nosotros.
(Mientras transcribo la entrada escucho un podcast de uno de mis programas de referencia, "Cuando los elefantes sueñan con la música", de Carlos Galilea, en Radio 3, por supuesto. Suena una versión de una de mis canciones favoritas, "Clube da esquina 2". Pongo aquí un enlace a la versión de su intérprete original, el inigualable Milton Nascimento. Si Dios tuviera voz, cantaría como Milton. Clube da esquina 2)
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