[Durante varios años, en la hoy llorada La Central de Callao, convocaron un concurso que siempre me pareció muy original, y en el que participé, sin éxito: se trataba de escribir un relato que luego sería impreso en los manteles de papel de la cafetería que había en la librería. Nunca gané, ya digo, y me hubiera hecho tanta ilusión que mi relato estuviera en La Central, leído o ignorado por la gente que tomaba (tomábamos) café allí por las tardes, quizá mientras llovía fuera, antes o después de comprar libros...
Este relato que les pongo aquí fue, creo, mi último intento, y traté esa vez de convencer al jurado con un poco de metaliteratura, o meta-cualquier otra cosa, ya que es un relato que hablaba justamente de un mantel de papel en la cafetería de La Central sobre el que se garabateaba y se escribían cosas, sobre todo nombres, nombres de personas ausentes, en una de esas citas imperfectas en las que he participado tantas veces, hasta acabar por convertirlas en el modo de encuentro por excelencia en mi literatura.
Sirva, pues, como nuevo homenaje a las cosas idas, a los lugares perdidos, a las personas que no aparecieron (o fuimos nosotros quizá los que no aparecimos), a lo que nunca fue pero bien pudo haber sido y si hubiera sido quién sabe lo que hubiera luego ocurrido, aunque lo más probable es que hubiera ocurrido cualquier cosa igualmente imprevisible, igualmente inevitable, igualmente esplendente en su certeza, en la certeza de las cosas que fueron frente a las que imaginamos o deseamos.]
O no, tal vez no nos encontremos, no me cojas nunca el teléfono, ni leas mis mensajes, y nos quedemos así, cada uno por su lado, en el centro, y más o menos a esa hora, que son espacios y tiempos borrosos, inhóspitos, que no hemos sabido hacer duros, cristalizar, con una voz que nos ordenase Callao y las siete y media, qué sencillo era, pero, ya sabes, no sé a qué hora terminaré, pero más o menos, y es más fácil si te llamo cuando acabe y vengo para el centro y tú, mientras, de tiendas, o dando una vuelta por tu amado Madrid, aprovechando este par de días de escapada, pero llueve tanto, no creo que hayas podido en realidad pasear, estarás, como yo, metida en algún sitio, pero en cuál, porque no me coges el móvil español, ni tampoco el otro, y te escribo estoy aquí dónde estás, tienes que estar por aquí, tan cerca, porque hemos quedado más o menos a esta hora y por el centro, pero dónde, y llueve tanto, y la tarde sigue pasando y mañana te vas, y lo mismo no, no somos capaces de encontrarnos, porque no oyes el móvil, o se te ha acabado la batería, o lo has perdido, y yo espero, aquí, tomándome esta cerveza y haciendo garabatos nerviosos en el mantel de papel y me digo que tranquilo, que estarás en un sitio sin cobertura o no podrás hablar, pero por qué no te dije en Callao a las siete y media y qué más daba si podía haber sido en Ópera y un poco antes, o un poco después, y te espero aquí, sin poder hacer otra cosa que garabatos y tú te refugias de la lluvia en algún lugar de un sitio enorme y al mismo tiempo diminuto que se llama Centro y más o menos a esta hora.
El camarero me trae otra cerveza y contempla de reojo el mantel lleno de tu nombre, en todas las perspectivas, en todas las caligrafías, tu nombre, el nombre de la pantalla del móvil que no se enciende, algo ha pasado, algo que puede ser trivial, o estúpido, o terrible, escribo tu nombre, y lo tacho, o lo circundo de espirales, y lo escribo al revés, y pienso en cómo será cuando nos encontremos, y entonces apareces, me traes la flor de tu no, me la entregas tímidamente, con una sonrisa triste, es una flor pequeña, lila, huele tenuemente a nada y yo la recibo, y te sonrío con mi sonrisa triste y aprieto la flor contra mi pecho y la flor se marchita en seguida y yo te la muestro, y sacas otra flor del bolso y me la das, una flor pequeña, lila, la flor de tu no, y esto ocurre incesantemente, y yo escribo en el mantel incesantemente, y dibujo pequeñas flores y tú no estás, cómo podrías estar, si no sabes dónde estoy, si no coges el teléfono.
Y entonces vienes y me has comprado el mar y lo traes en un paquetito precioso, envuelto en un papel naranja y dices toma, espero que te guste, y yo lo abro con cuidado, sin romper el papel, y veo el mar, y los ojos se me llenan de lágrimas y escribo en el mantel el mar, y rodeo la palabra con un rectángulo, que es un paquetito naranja, y tú eres el mar, y eres la lluvia que no cesa, y escribo tu nombre otra vez, muchas veces más, el mantel se llena, y pago las cervezas y me levanto, y llueve tanto, que voy a tener que correr hasta la boca de metro, porque ya no vas a venir y eres sólo un nombre en el mantel y yo soy el nombre que no he escrito en el mantel, que nadie escribe en ningún mantel, y esto me pasa siempre, pasa todas las tardes, porque tú estás muy lejos y de ningún modo estás por el centro ni mucho menos a esta hora ni a ninguna otra, y tampoco estás en el metro, que me aleja de Callao, que me lleva a mi casa, con la bolsa con los libros recién comprados, y le doy vueltas a este relato y pienso que estaría tan bien que apareciese tu nombre impreso en un mantel, y que ese mantel acogiese cafés y cervezas y libros recién comprados y sobre ese mantel la gente conversase y no necesitase garabatear en él y luego, sin más, ese mantel se tirase a la basura, porque sólo es un mantel de papel, pero hay otro mantel con tu nombre esperando para la siguiente conversación y las siguientes cervezas, hay muchos manteles, y entonces escribo esto que está lleno de tu nombre y sobre este mantel conversamos, en el país de las citas imperfectas y los cafés imposibles, que es el lugar donde siempre acabamos encontrándonos.
4 comentarios:
Pues una pena que no ganaras el concurso, porque está muy muy bien. En fin, otro ejercicio de tolerancia a la frustración, supongo.
(Para mí Callao siempre fue sinónimo de libros, pero de la fnac, desde mi primer año en Madrid, allá por 1995, cuando vivía en Carabanchel y me agobiaba porque era la parte pueblo, por Oporto, y cogía el metro (ahora que lo pienso, todos los pisos de Madrid en que he vivido están a tiro de metro de callao) y en un momento estaba rodeada de libros, y de anonimato y de ciudad. Horas escogiendo que el presupuesto era limitado, disfrutando, abriendo uno de los libros en el metro de vuelta. Y después, cuando tuve hijos y dejé de tener tiempo, escapándome a mediodía muy muy rápido, a comprar libros siempre de pasta blanda para leer en el metro)
Vaya ladrillo ha quedado el recuerdo de mi callao.
Besos,
Alicia
Sí, yo también participé de ese entusiasmo por la FNAC cuando empezó, pero luego, la verdad, fue decayendo, como lo hizo tristemente la Casa del Libro, otra referencia. La Central apareció en mi vida primero en el Reina Sofía y me hice cliente instantáneamente, era otro nivel. Cuando abrieron la se Callao no me lo podía creer, era como un sueño, un laberinto de libros. Me hice asiduo, hice muchxs amigxs y hasta vi mi libro en la mesa de novedades. Pero no conseguí que mi relato apareciera en el mantel... Bueno, no les voy a guardar rencor sólo por eso, especialmente ahora, cuando todo eso ya se ha perdido... A ver si se abre pronto la nueva Central de Callao y podemos seguir disfrutándola. Besos
Je, en La Central fue donde compré tu libro -antes de que se expusiera en la mesa de novedades, eh? Y eso que hace siglos que no compro libros en papel salvo antojos irreprimibles.
Bueno, La Central era básicamente la única librería en que se podía encontrar mi libro en papel, gracias justamente a la amabilidad de sus libreros, que ya eran amiguetes
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