La incomparable Maggie Cheung en Days of being wild
[En el comienzo de Days of being wild, del gran Wong Kar Wai, un personaje (varón) le dice a una chica que acaba de conocer, una camarera que está atendiendo la cantina desierta de un estadio vacío, y que, por lo tanto, no puede escapar de él: Me verás en sueños. Al revisar estos días el film y escuchar esa frase me recorrió un escalofrío, que además resonaba con otros escalofríos parecidos ocasionados por frases parecidas, notablemente la que constituye el estribillo de una canción de Rosendo, pero que yo escuché por primera vez (por extraño que parezca) a Los Enemigos. Esa canción es Entonces, duerme, y en la voz chulesca y sin concesiones de Josele Santiago suena aún más rotunda e inquietante: quiero que sueñes conmigo.
Este texto nació a partir de ahí, de esa frase, en la época de los blogs, hace pues ya más de una década, y en una especie de colaboración con una de mis lectoras, a la que le propuse, a partir de un texto suyo (ella también era bloguera) un desarrollo del tema de las relaciones tóxicas (o directamente basadas en el maltrato) tomando como pivote el tema del soñar-con-el-otro. Al final escribí yo el relato, como un ejercicio literario, atípico para mí, porque lo hice en un estilo muy poco habitual y tomando un punto de vista diferente al que tomo normalmente. Ese relato es el que aquí les presento. Soy muy consciente de sus limitaciones, de sus imperfecciones, y hasta, si se quiere, de mi imprudencia al escribirlo. Ruego, pues, su indulgencia y su comprensión como lectorxs, más que nunca. Si lo traigo aquí es porque, a pesar de todo, me parece que sigue teniendo gran fuerza, y es válido como lo que acabó siendo, un cuento de terror absoluto, el más, sí, escalofriante, que he escrito nunca.
Las historias de amor (las historias que llamamos de amor) pueden ser un infierno, y soñar con el otro puede ser una pesadilla. Y también, claro, las historias de amor pueden ser un paraíso (algunos ratos, efímeros, es decir, eternos) y soñar con el otro puede ser un modo de encontrarnos con quien ya no está, y hacer las cosas que no nos dio tiempo a hacer.
Les deseo sólo amores del segundo tipo, y sólo sueños del segundo tipo. Y si nos vemos en sueños, ojalá que nos despertemos, ambos, con una sonrisa en los labios.]
se duerme tan mal en el hospital, sólo hay un sillón junto a la
cama, que se puede reclinar un poco, pero es lo mismo, una no sabe cómo
ponerse, porque además una ya lleva todo el santo día en la habitación, junto a
la cama, mucho rato sentada en el mismo sillón, al que le hemos puesto una
sábana para no sudar tanto con la piel falsa del respaldo, pero al final da
igual, porque la sábana acaba dándonos el mismo calor, a Anita también le pasa,
pero ella duerme mejor, a mí las noches se me hacen eternas, y también los
días, que se van acumulando con la misma rutina, con apenas un par de escapadas
rápidas a casa, a intentar poner una lavadora, a coger algo de ropa limpia y
dar de comer a los peces, y entonces las vecinas preguntan, y una se tiene que
quedar, claro, un rato con ellas, que son tan buenas y no preguntan sólo por
preguntar, ellas saben lo mucho que pasamos, son ya tantos meses así, y ahora,
al menos en el hospital, todo se hace un poco más llevadero, tengo ayuda de las
enfermeras, que son tan amables, y son ellas las que lo lavan y le dan la
medicación, y además él ahora ya está como atontado todo el día de la cantidad
de sedantes que le ponen para el dolor, pero aún así hay que ver qué carácter y
cómo las trata a las pobres ángeles, que no son como yo, que estoy
acostumbrada, y, por mucho que vean en su trabajo, nunca es agradable que
alguien al que estás intentando ayudar se te saque todo el día la vía, y te
tire la bandeja de la comida, que hasta le han tenido que atar alguna vez, y le
van subiendo los calmantes, y ahora por eso ya está casi todo el tiempo
dormido, y entonces da hasta ternura mirarle, y parece mentira cómo se pone,
aunque, claro, debe de ser horrible con esos dolores tanto tiempo, y saber que
uno se va a morir, que ya se muere, que puede ser cuestión de días, según me ha
dicho el doctor, y más con la sedación, y, la verdad, a mí me da mucha pena, claro, porque
es mi marido al fin y al cabo, pero creo que así por fin descansará y descansaré yo, descansaremos todos, que
ha sido mucho bregar, mucho, toda la vida, y estas cosas son las que le cuento
a las vecinas, y me da coraje porque me noto que cada vez me cuesta más
despedirme, que soy yo la que toco a su puerta y me convencen para que pase y
me tome un café, y se agradece tanto ese café, porque es tan malo el de la
máquina de aquí, del hospital, pero me da coraje, porque me quedo escuchando
tanto rato lo que me cuentan, que no tiene que ver con hospitales, ni con
enfermedades ni con muertes, sino que son cosas de los hijos o de los nietos o
tonterías de la tele, y yo ahí como embobada, que se me va el santo al cielo, y
parece que hasta me voy quedando traspuesta en el silloncito que resulta tan
cómodo, mucho más cómodo que éste en el que llevo tantas noches mal durmiendo,
y entonces me da como un vuelco el corazón y miro la hora que es, y me siento
fatal, porque él está solo, y seguro que se habrá despertado y habrá preguntado
por mí y no está bien que yo me haga la remolona de ese modo, por muy cansada
que esté, y me despido a toda prisa y me cojo el autobús, con la bolsita,
mirando que llevo todo en la bolsita que paseo de un lado para otro todo el
rato, y llego bien tarde al hospital, porque el autobús da mucha vuelta y tiene
un montón de paradas y, es verdad, Anita me dice que ha preguntado por mí, pero
ahora está otra vez dormido, y yo le pregunto a Anita por su marido, que está
más o menos igual, y no hablamos mucho, porque ya qué nos vamos a decir,
después de tantos días, y Anita, que es un sol, me dice para animarme “¿ponemos
la tele? Deja, que ya tengo suelto yo” y echa la moneda y vemos un rato la tele
y van viniendo las chicas a cambiar los sueros y tomar la temperatura y la tensión
y traer la merienda al marido de Anita y va cayendo la tarde y se va retirando
el sol de la habitación recalentada y una se pone nerviosa sólo de pensar en
otra noche más allí, en el sillón, con las idas y venidas de las enfermeras, y
sus quejidos, toda la noche, y el duermevela lleno de sueños tan confusos,
lleno de sueños con él, cuando éramos jóvenes, y yo le veía tan grande, tan
fuerte, siempre ha sido un hombre enorme, y más ahora, ahí en la cama, como un
fardo, que las chicas se las ven y se las desean para asearlo y parece mentira
que me haya hecho cargo yo sola todos estos meses, sola, sola, si acaso con la
ayuda de alguna vecina cuando peor se ponía, y mi pobre hermana, que tuvo que
pedir permiso en el trabajo para estar un par de semanas conmigo, y los
sobrinos algún día, pero un ratito, de visita nada más, y al hospital ni se han
acercado, aunque Manolito llama todos los días, y de la familia de él ni
hablamos, que es que ni señales de vida, aunque, la verdad sea dicha, también
es lógico, con lo mal que se ha portado él siempre con ellos, con ese carácter
que tiene, y a ver ahora cuando se muera qué pasa con la herencia, y la casa
del pueblo, y venga a darle vueltas a esas cosas, hasta que me voy quedando
dormida, y entonces siempre aparece él, tan joven, tan fuerte, y yo también soy
joven, y él me abraza, de esa forma que me abrazaba, tan brusco, que me quitaba
la respiración, y me acaricia con esas manazas, como antes, como hace tanto
tiempo, que parece mentira que aún lo recuerde, que aún lo tenga ahí perdido en
algún sitio de la cabeza y me salga en los sueños, aquellos tiempos en que yo
creo que éramos felices, antes de que a él se le agriara tanto el carácter con
lo de sus hermanos y lo de la empresa, y pienso que todo podría haber sido de otra
manera, si hubiésemos tenido hijos, y él hubiera cogido aquel trabajo, y en el
sueño, que pasa al mismo tiempo que pienso esto, porque sólo estoy medio
dormida, él me acaricia y estamos desnudos en la cama, y huele bien, no como
ahora, y no tengo que hacerle curas, ni me grita, ni se va a morir, y me
acaricia, y yo, que estoy medio dormida sólo, me doy cuenta que me estoy
removiendo en la silla y me muero de la vergüenza, porque a ver si Anita se va
a dar cuenta, pero no, porque la oigo roncar, allí en su silla, detrás de la
cortina, ella que sí consigue dormir tan bien junto a la cama de su marido, que
es un encanto el hombre, y que me da mucha pena verlo tan malito, pero no se
queja, no se queja nunca el bendito de él, y mira que le hacen perrerías, y en
cambio este hombre, que menos mal ahora con los calmantes, porque lo que he
pasado ya con él, las noches y noches sin dormir, venga a llamarme, venga a
quejarse, y la medicación a sus horas, o como ahora, que una duerme pero no
descansa, saltando de la pesadilla del sueño a la pesadilla de la vida, pero ya
se acaba, ya se acaba, ya no va a dar más guerra, con esa soberbia que
tiene, ya me ha dicho el doctor esta tarde que puede ocurrir en cualquier
momento, que está terminal, y es verdad, porque le miro a la cara y se la veo
igual que la que tenía mi madre cuando iba a morirse, que también pasamos lo nuestro mi hermana y
yo, pero ella era una santa, y no como éste, que me ha hecho sufrir lo que no
está en los escritos, siempre a lo suyo, siempre en el bar, volviendo borracho
de estar a saber con qué gentuza, pero volviendo siempre al final a casa,
conmigo, porque yo, tonta que soy, bien que le cuidaba y le tenía la camisa
limpia, y él me cogía con esas manazas y me las metía por el pecho y yo
intentaba apartárselas, porque estaba enfadada, pero no había manera, y así año
tras año hasta que cayó enfermo y se le acabó la chulería y ahí estaba una para
cuidarlo, claro, y él se fue poniendo cada vez peor con los dolores y el médico
me decía “señora, pero es que no se puede hacer nada más”, y yo le decía “ay,
doctor, pero cuánto le queda, porque esto es muy duro, muy duro” y le quedaban
meses y luego fueron semanas y ahora ya es en cualquier momento, y
ahora que lo pienso me tendría que haber traído de casa la agenda con los
teléfonos, porque habrá que llamar a todo el mundo, y también a ellos, claro, y
a las tías, y preparar el entierro, que ya me ha dicho Manolito que no me
preocupe, que él me ayuda, que es muy fácil con el seguro que tenemos, pero, no
sé, será un lío, vendrá el velatorio, y tendré que atender a todo el mundo, y a
ver si se presentan ésos, y con qué cara, y vendrá mi hermana, la pobre, y yo
sé que lo voy a pasar mal, porque en el fondo me da mucha pena, qué narices,
porque es mi marido, toda la vida juntos, una vida muy difícil, con muchos sinsabores, pero, bueno, ahora ya va a
descansar, y descansaremos todos, descansaré yo, que tendré que ver qué hago
con su ropa y con sus cosas y me va a dar mucha lástima, seguro, pero al final podré por
lo menos adecentar la casa, que está hecha un asco, y yo creo que voy a pintar
la habitación ahora en el veranito, y a lo mejor me voy unos días con mi
hermana a la playa, para recuperarme, y así podré dormir, dormir de verdad, las
noches enteras, y levantarme tarde, dormir todo lo que quiera sin que me
despierten las enfermeras o sus gritos o sus manoseos o sus empujones o el
ruido de la puerta cuando venía borracho a las tantas, dormir sola en mi cama,
sin ese corpachón, sin ese olor, sin ese sudor, con mi camisoncito limpio, no a
medio vestir como aquí, en esta silla, y me voy durmiendo otra vez, poco a
poco, me voy durmiendo sin sueños, sin él, plácidamente, cayendo en la absoluta
negrura, suave, suave, y entonces noto una sacudida en la cama de él y me
levanto sobresaltada y él me coge del brazo, muy fuerte, todo su cuerpo está
tenso y farfulla algo, como si de repente se hubiese despertado del todo,
después de todos estos días, se ha incorporado, tiene los ojos muy abiertos,
pero mira hacia adelante, como ido, y sigue diciendo cosas que no entiendo, y
le digo “¿qué te pasa? ¿Qué te pasa? ¿Llamo a la enfermera?” y él me mira, pero
no sé si me ve, y parece querer decirme algo a mí, pero no le entiendo, y
acerco el oído a su boca, que apesta, como todo él, que se ha cagado, que suda
como una bestia, una bestia enorme, una bestia moribunda que me agarra por el
brazo y me hace mucho daño y me dice algo, y yo sigo sin entenderlo, ni
siquiera parece su voz, parece que el sonido viene directamente de la lengua
junto con el olor, es imposible saber lo que dice o a quién se lo dice, ahora
que es evidente que se muere, que se muere del todo, que se muere por fin, y yo
me siento fatal por ese por fin en el
que pienso, pero lo pienso, sí, lo pienso, estoy tan cansada que no puedo dejar
de pensar en que nunca más le limpiaré el culo, que nunca más me insultará,
ciego de dolor y rabia, mientras le hago las curas, que nunca más dormiré en este
sillón de hospital, sino en mi cama, en mi cama, sola, tranquila, muchas
noches, todas las noches y entonces él consigue por fin articular lo que
intentaba decir, con una voz estentórea, con su vozarrón de siempre y lo
entiendo, vaya que si lo entiendo, como lo entiende todo el mundo, como lo
entienden Anita y su marido, que se han despertado y están mirándonos
asustados, y la enfermera que justo entra por la puerta, todos pueden escuchar
a mi marido, al cerdo de mi marido, al hombre de mi vida, decirme, mientras me
mira con esos ojos de loco, con esa mirada de odio quiero que sueñes conmigo, escuchar cómo lo repite, lo repite, quiero que sueñes conmigo, quiero que sueñes conmigo, hasta que por
fin se calla y se muere, y yo sé que estoy perdida sin remedio, que no hay
salida para mí de esta habitación de hospital, que nunca habrá una cama vacía,
sin él, ni una alcoba recién pintada, ni unos días en la playa, ni un sueño
tranquilo, porque él siempre estará allí, porque estaremos siempre juntos,
infinitamente unidos, y así se habrá cumplido mi deseo de jovencita, se habrá cumplido
la promesa, la promesa del Amor Eterno que yo le arrancaba, a regañadientes,
cuando éramos novios y le repetía tantas veces júrame que siempre estarás conmigo
[Vídeo de la canción de Los Enemigos: Entonces, duerme]