sábado, 25 de marzo de 2023

La vida perdurable

[Muchos días sin entradas en el blog, por diferentes circunstancias. Para la de hoy rescato un poema ya antiguo, que parte de una imagen que usé en Morgana en Duino y sobre la que vuelvo a menudo: el reloj de arena, de arena de playa... No lo he modificado, salvo pequeñas correcciones. El título sí es nuevo, y lo he tomado de un poema de Gabriel Ferrater, que me ha aparecido revisando material también.]



Bahía de Trieste, desde el Sendero Rilke, diciembre 2019


Es en el estrangulamiento del reloj de arena donde palpitan los espejismos. Contemplarlos se llama enajenación. Ahí, en los territorios intermedios, habitan, habitamos, los seres inacabados. Nuestro inacabamiento es doloroso.

En el vértice ocurre todo. En el quicio.

(Nombre, en Morgana en Duino)

      

                        

                               No hi ha

passat. Sí, també faig col·lecció

de dies, però els tinc tots repetits

GABRIEL FERRATER, La vida perdurable

 

Caemos por el reloj de arena. Me gustaría creer que abrazados,

derribados por la lógica gravitacional del tiempo, que nos une en el descenso,

pues la playa del estrangulamiento del reloj de arena es efímera.


Siempre lo supimos, pero nos dejamos llevar por la calma

del atardecer, por el olvido del hambre,

seres inacabados, pues vivos: la muerte es quien acaba,

y el inacabamiento es doloroso, pues la vida lo es.

 

A la larga nos absorberá la boca de los ínferos,

nos arrastrará el futuro en su derrumbe, hacia el vaso del fondo,

pero en el fondo no hay playa, sino sepulcro,

largos años de arena que nos caerán sobre la cabeza, cada vez más hundidos,

y en ese desierto, que otros llaman porvenir, nos perderemos de vista,

y recordaremos apenas la extraña quietud de la playa instantánea

y el horizonte cónico del vidrio.


Pues hubo un encuentro, entre la ida y la vuelta de las olas,

y hubo un lugar posible, que se llamó recogimiento,

pero ahora ya es tarde para eso, es tarde para todo, y queda sólo

el miedo a la inversión, al recomenzar de la interminable caída.

 

Noria así, el vivir, sí, cruel como una noria, agotador como un zoótropo,

desolador como el eco, el eco de la Playa del Eco

que se disuelve una y otra vez en la sepultura del fondo,

donde nos buscamos, con los ojos llenos de arena, y no nos encontramos,

donde nos perdemos de vista, porque eso es vivir: perdernos de vista

y recordarnos y vislumbrarnos un momento

y perdernos de vista de nuevo,

y así hasta que el vidrio salte por los aires y nos desgarre con sus filos,

y nos desmenuce su explosión,

y seamos al fin también arena, seamos también,

polvo enamorado.


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