[El Certamen María Zambrano, de vida excesivamente efímera, fue una iniciativa de la Facultad de Filosofía de la Complutense, que premiaba ensayos literario-filosóficos breves (el límite eran 1000 palabras). Para la primera convocatoria, de 2011, presenté un texto llamado "La insoportable gracilidad del androide" y gané, lo cual me produjo una gran satisfacción, precisamente porque lo concedía la Facultad de Filosofía bajo el nombre de la excelsa María Zambrano, y porque en aquella época estaba volviendo a salir un poco de mi "clandestinidad" y no había ganado premios en bastante tiempo. Fue algo realmente estimulante, y el comité organizador fue excepcionalmente amable conmigo.
Al año siguiente, 2012, un año decisivo para mí, pues, como ya he dicho en alguna otra entrada por aquí, fui finalista del Premio Vargas Llosa de Relatos, más o menos por las mismas fechas, volví a concurrir, porque el tema (no lo he dicho, pero había un tema) era "la realidad y la apariencia", si no recuerdo mal. No podía dejar de presentarme, pues ese tema es fundamental para mí desde siempre, sobre todo desde que empecé a dedicarme con ahínco al tema de la Óptica en la historia y la cultura. Me pareció, además, una ocasión propicia para escribir sobre una cuestión que me fascinaba (desde el horror infinito que suponía) y era la existencia, en el campo de exterminio de Treblinka, de toda una instalación que figuraba una estación de tren, con jardines, taquillas, almacenes, etc., cuando, como es sabido, esa estación no conducía a otro lugar que a la cámara de gas. Estudié mucho ese tema, y me sigue pareciendo el epítome de la crueldad y del desprecio hacia los semejantes. Me puse a escribir, entonces, y peleé con las palabras hasta conseguir que fueran sólo 999. Así nació este "Reloj de Treblinka". Todo lo que se cuenta en él es rigurosamente cierto, y espeluznante.
Volví a ganar el premio. Lo recibí con aún mayor alborozo. Me lo entregaron en el bello Paraninfo de Filosofía.
Para el tercer certamen, me invitaron a ser parte del jurado. 😀
Tristemente ya no hubo cuarto certamen.
Y mientras, el reloj de Treblinka, que, como todo símbolo, es resistente e inagotable, sigue ahí marcando la hora de la vergüenza. Conviene mirarlo, porque sus relojeros siempre están al acecho. Y lo terrible siempre acaba por acaecer, sobre todo si no hacemos nada para evitarlo.]
Lo
atroz de las figuras de la pesadilla, ¿no está en su falsedad? Su horror
incomparable, ¿no es el horror de sabernos bajo el poder de un proceso
alucinatorio?
J.L. BORGES
1.
No
hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el reloj de Treblinka.
2.
El reloj de Treblinka es un reloj
pintado, un círculo dividido en doce secciones. Tiene dos manecillas inmóviles.
No hay maquinaria en su interior. Es un reloj falso, un simulacro.
¿Qué hora marca interminablemente el
reloj de Treblinka? Richard Glazar, uno de los escasos supervivientes, afirma
que las seis, verticales. Otros testimonios, igualmente inverificables, apuntan
a las tres, con su ángulo recto: la hora que dibujaría un niño en su alto
campanario.
3.
Casi
las tres marca el reloj de El enigma de
la hora, que inaugura la llamada pintura metafísica. En muchos cuadros de
De Chirico hay, sí, torres con relojes. Y también plazas, estatuas, maniquíes y
cartabones.
Confirmando esa prefiguración, en la Sortierungsplatz de Treblinka se
construyó el trampantojo definitivo: una estación falsa, coronada por su gran
reloj pintado y el compás imposible de sus manecillas estáticas.
4.
La barbarie nazi suele ilustrarse con
paletadas de cuerpos exangües, trajes de rayas y rostros macilentos emergiendo
de literas. Siendo atroces estos testimonios, no nos dicen nada de la aún más
cruel realidad anicónica de los campos de exterminio de la Einsatz Reinhard.
La rutina del Totenlager es sencilla: arriba el transporte, se desaloja violentamente
a los prisioneros hacinados en sus vagones, para introducirlos a golpes y
gritos en un barracón, donde se les despoja de sus pertenencias, se les desnuda
y se les corta el pelo. A la carrera son conducidos entonces por el tubo a las cámaras de gas, donde se les
encierra durante el tiempo necesario, que es de algunos minutos. Resta
desalojar los cadáveres y arrojarlos a los hornos crematorios. Todo tiene lugar
rápidamente.
5.
No disponemos de imágenes de los campos
de exterminio. La ekphrasis de la
falsa estación puede apenas, en su condición de vórtice icónico, sugerirnos lo
que no puede ser formulado visualmente, el horror en decantación extrema. Por eso
es tan valiosa.
En verdad el Lager es una estación a
la que llegan incesantemente los trenes, pero es una estación término. Dotar a
ese punto de imposible retorno o tránsito de falsas taquillas, y falsos
horarios, y letreros que indican “a Bialystock”, rodearla con bancales de
flores, y hasta con un zoo (Resultaba increíble,
nos dice Glazar, parecía un spa) no
puede considerarse sólo como un
crudelísimo sarcasmo o un esencialmente inútil camouflage.
El diorama
de Treblinka es un emblema. Es preciso saber qué texto acompaña a esa imago. Es necesario reflexionar sobre la
mera existencia de ese decorado hasta que el cerebro salte por los aires.
6.
El constructor de la estación se llama Franz Stangl, comandante del campo. En
tanto que edificador se sitúa en una
jerarquía que dominan el charmant y
letal Albert Speer y, por supuesto, el Führer,
que siempre se tomó como Supremo Arquitecto.
No despreciemos la arquitectura efímera
de la estación de Treblinka, no es de menor significado que el Zeppelinfeld o las desmesuradas maquetas
de Germania que Hitler contemplaba
extasiado junto a Speer.
Ataviado con su chaquetilla de
equitación, de un blanco irritante, y blandiendo una pequeña fusta, Franz
Stangl, que en su juventud dio clases de cítara, fue maestro tejedor, policía y
staff de la T4, donde se
desarrolló el programa de eutanasia, se paseaba cada día desde muy temprano por
el campo de Treblinka y contemplaba, complacido, la belleza de sus parterres.
Stangl se tenía por un hombre pulcro y un
probo funcionario. Durante su año de gobierno se aniquiló en Treblinka a un
millón de personas.
7.
El poder tiene la prerrogativa de
gestionar los simulacros de su visualidad. Es en sus trampantojos donde podemos
leer los significados profundos de sus acciones, forzosamente ocultas.
Los regímenes totalitarios pervierten
el lenguaje, generando su propia panoplia de eufemismos. Si somos conscientes
de ello (como Klemperer), sentimos malestar y nos gustaría exclamar: hablemos claro de una vez. De igual
modo, existen eufemismos visuales. Quisiéramos gritar hasta quedarnos sin voz veamos claro de una vez, pero tal cosa
no es factible, pues en esa escenografía todo es tramoya, y lo son especialmente
los bastidores. Detrás, arriba, abajo, sólo la negrura de la muerte.
Cabe, como mucho, arrancarse los ojos,
como Edipo.
Eso es el malestar óptico.
8.
Wstawać
es,
probablemente, el texto del emblema. La palabra maldita que sacaba a Primo Levi
del sueño en Buna-Monowitz. Levantaos.
Despertad a la muerte, contemplad la Gorgona.
El reloj de Treblinka es la mirada que
nos devuelve el abismo, que nos petrifica y nos convierte en Figuren, en maniquíes.
9.
Gitta Sereny preguntó a Stangl si Dios
estaba en Treblinka. “Claro”, contestó él, “¿cómo, si no, pudo haber ocurrido
todo eso?”.
Si Dios es, en efecto, el Gran Relojero
del Cosmos, lo es de todos los relojes que en él hay, y, muy en particular, del
de Treblinka.
En una comunicación temprana, se indica
a los campos de la Aktion Reinhard que
no es aconsejable una obscuridad total en las cámaras de gas, pues el pánico
arroja a la multitud contra la puerta y eso dificulta el posterior desalojo de
los cadáveres.
En eso coinciden aparentemente con
Santo Tomás, que en la Summa Theologica
se pronuncia también sobre la conveniencia de la medialuz en el Infierno, para que los réprobos puedan contemplar
los tormentos.
Lasciate
ogni speranza se lee en el pórtico del Tártaro, que
es una estación de pega.
10.
Acaso quepa concluir que
estación-de-Treblinka es otro nombre para lo que solemos llamar cultura o
civilización. Acaso el trampantojo es finalmente la realidad en su plenitud
blasfema.
En todo caso, conviene dilucidar cuanto
antes cuál es el mensaje de las flores de Treblinka.
Pues ya se oye, una vez más y siempre, el martilleo de los carpinteros,
construyendo nuevos barracones en los que colocar carteles que digan, mentirosamente,
“a Bialystock”.
Wstawać.
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