domingo, 26 de marzo de 2023

As time goes by

[Es una obviedad decir que la principal materia prima de la escritura es el tiempo, porque el tiempo es la materia prima de toda construcción, y el ingrediente primordial de todo desmoronamiento. En estos días, en los que repaso material de 2020 escrito en el periodo del Confinamiento (un periodo decisivo por tantas cosas), me topo con esta declaración de amor a la escritura, que los melancólicos entenderán bien. Me sirve para recordar que en ciertos momentos, la muy recomendable lectura de Juan Gil-Albert, un autor de enorme talla, resulta balsámica.

Precisamente porque todo es irreparable es preciso escribir, aunque sólo sea como ofrenda. Va por ustedes.]



Juan Gil-Albert


Al comienzo de su Memorabilia, que trata de sus experiencias de los años 30 del s. XX, Juan Gil-Albert nos indica:

Este texto debe ser leído como si hubiéramos muerto todos aquellos de los que habla.

La primera edición de esa obra fue en 1975. Para entonces ya había algunos, bastantes, muertos. Ahora parece obvio que nadie quedará ya vivo, incluyendo, por supuesto, al autor, que, muy longevo, falleció en 1994.

Y, sin embargo, más allá de la trivial constatación de que basta esperar el suficiente número de años para que todo el mundo —todos los personajes o protagonistas de cualquier evocación— hayan muerto, lo cierto es que cabría argüir que es una advertencia innecesaria, pues todo texto es inevitablemente póstumo, y en cualquier historia todos los intervinientes están muertos ya en el momento del relato, independientemente del intervalo que haya transcurrido desde que los hechos —si tales hay— acontecieron, y su recuento.

Sí, indefectiblemente, cuando nos narramos, hablamos de quienes-ya-no, de criaturas evanescentes que deben su supuesta existencia sólo a la inveterada, pero sin duda espuria, creencia en la continuidad, en la permanencia. En la identidad, en definitiva. Ni siquiera —ay— puede afirmarse, sin caer en ese pecado de presunción, que quien comienza una frase con su mayúscula y quien coloca el punto final sean el mismo. La sucesión de las palabras implica el avance de lo irreversible, la imposibilidad de todo retroceso, la pendiente que conduce al reino final de la entropía, en el que todo será desbaratado, y nada importará ya de veras.

Ahora bien, narrar esas historias de fantasmas sirve para —acaso— endulzar ese tránsito, concedernos algunos escalofríos, provocar algunas sonrisas de comprensión o solidaridad, algunos gestos de ternura; en suma, para tratar de llenar el doloroso vacío que la inclemente succión del futuro produce incesantemente con leves objetos verbales, breves mariposas del decir que baten alas, que brillan tornasoladas en ese permanente crepúsculo, y se orientan en fugaces constelaciones de íntima belleza.

Sí, sin duda, toda memoria es póstuma, todo acontecer es fugaz, efímero: construcción de las gaseosas islas del recuerdo en el espacio heraclíteo. Ofrenda del Océano de Solaris: milagros crueles. Todos estamos muertos, y habremos de estarlo muchas veces más, mientras sigamos vivos. Pero aquí está lo escrito, que es, como la rosa, contemporáneo de nosotros. Somos afortunados.

Here’s looking at you. Nos leemos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario