martes, 28 de marzo de 2023

Baraja

[Un fragmento de un proyecto que estaba desarrollando en 2020. Tiene entidad como relato independiente. Me gusta la idea de un juego que se jugaría con las imágenes de cada uno, registradas en fotos físicas, repartidas entre desconocidos. Yo mismo desconozco la naturaleza de ese juego, que resulta así algo abierto. La lógica de la narración se hace, de ese modo, onírica.]

Fotograma de Dr. Mabuse, der Spieler, de Fritz Lang

El Viajero entra en el bar y comienza a repartir entre los parroquianos allí congregados fotografías suyas, un gran montón. Hay imágenes muy alejadas en el tiempo, de un niño con rasgos dulces pero mirada durísima, o instantáneas de apenas ayer, en las que el rostro que aparece no se diferencia del suyo más que, si acaso, en un sombra menos obscura de la barba en las mejillas. En cualquier caso, en todas esas fotos el único protagonista es él, el Viajero. Cuida de repartir a todos los presentes, a cada uno le corresponde la foto que ha sido designada para él. Algunos las miran con detenimiento, otros ni siquiera las vuelven y se conforman con la contemplación del neutro reverso. El proceso es laborioso, pues hay mucha gente esa noche en el bar y el reparto no se hace de una manera sencilla, cada carta se lleva en mano a su destinatario en un orden aparentemente arbitrario, lo que obliga al Viajero a desplazarse una y otra vez de una punta a otra del bar, teniendo que abrirse paso a través de la multitud que, ya inquieta, le rodea, pero lo cierto es que el ritmo de la distribución se mantiene y las docenas de cartones rectangulares van pasando a las manos designadas con seguridad, en virtud de un plan no completamente explícito. Finalmente, la última foto coincide con el último receptor que aún tenía las manos vacías y, para satisfacción de todos, el reparto concluye. Entonces, el Viajero se coloca en el centro del local, ruega un momento de silencio y, con voz suave pero tono imperioso dice: bueno, señores, juguemos.

domingo, 26 de marzo de 2023

As time goes by

[Es una obviedad decir que la principal materia prima de la escritura es el tiempo, porque el tiempo es la materia prima de toda construcción, y el ingrediente primordial de todo desmoronamiento. En estos días, en los que repaso material de 2020 escrito en el periodo del Confinamiento (un periodo decisivo por tantas cosas), me topo con esta declaración de amor a la escritura, que los melancólicos entenderán bien. Me sirve para recordar que en ciertos momentos, la muy recomendable lectura de Juan Gil-Albert, un autor de enorme talla, resulta balsámica.

Precisamente porque todo es irreparable es preciso escribir, aunque sólo sea como ofrenda. Va por ustedes.]



Juan Gil-Albert


Al comienzo de su Memorabilia, que trata de sus experiencias de los años 30 del s. XX, Juan Gil-Albert nos indica:

Este texto debe ser leído como si hubiéramos muerto todos aquellos de los que habla.

La primera edición de esa obra fue en 1975. Para entonces ya había algunos, bastantes, muertos. Ahora parece obvio que nadie quedará ya vivo, incluyendo, por supuesto, al autor, que, muy longevo, falleció en 1994.

Y, sin embargo, más allá de la trivial constatación de que basta esperar el suficiente número de años para que todo el mundo —todos los personajes o protagonistas de cualquier evocación— hayan muerto, lo cierto es que cabría argüir que es una advertencia innecesaria, pues todo texto es inevitablemente póstumo, y en cualquier historia todos los intervinientes están muertos ya en el momento del relato, independientemente del intervalo que haya transcurrido desde que los hechos —si tales hay— acontecieron, y su recuento.

Sí, indefectiblemente, cuando nos narramos, hablamos de quienes-ya-no, de criaturas evanescentes que deben su supuesta existencia sólo a la inveterada, pero sin duda espuria, creencia en la continuidad, en la permanencia. En la identidad, en definitiva. Ni siquiera —ay— puede afirmarse, sin caer en ese pecado de presunción, que quien comienza una frase con su mayúscula y quien coloca el punto final sean el mismo. La sucesión de las palabras implica el avance de lo irreversible, la imposibilidad de todo retroceso, la pendiente que conduce al reino final de la entropía, en el que todo será desbaratado, y nada importará ya de veras.

Ahora bien, narrar esas historias de fantasmas sirve para —acaso— endulzar ese tránsito, concedernos algunos escalofríos, provocar algunas sonrisas de comprensión o solidaridad, algunos gestos de ternura; en suma, para tratar de llenar el doloroso vacío que la inclemente succión del futuro produce incesantemente con leves objetos verbales, breves mariposas del decir que baten alas, que brillan tornasoladas en ese permanente crepúsculo, y se orientan en fugaces constelaciones de íntima belleza.

Sí, sin duda, toda memoria es póstuma, todo acontecer es fugaz, efímero: construcción de las gaseosas islas del recuerdo en el espacio heraclíteo. Ofrenda del Océano de Solaris: milagros crueles. Todos estamos muertos, y habremos de estarlo muchas veces más, mientras sigamos vivos. Pero aquí está lo escrito, que es, como la rosa, contemporáneo de nosotros. Somos afortunados.

Here’s looking at you. Nos leemos.

sábado, 25 de marzo de 2023

La vida perdurable

[Muchos días sin entradas en el blog, por diferentes circunstancias. Para la de hoy rescato un poema ya antiguo, que parte de una imagen que usé en Morgana en Duino y sobre la que vuelvo a menudo: el reloj de arena, de arena de playa... No lo he modificado, salvo pequeñas correcciones. El título sí es nuevo, y lo he tomado de un poema de Gabriel Ferrater, que me ha aparecido revisando material también.]



Bahía de Trieste, desde el Sendero Rilke, diciembre 2019


Es en el estrangulamiento del reloj de arena donde palpitan los espejismos. Contemplarlos se llama enajenación. Ahí, en los territorios intermedios, habitan, habitamos, los seres inacabados. Nuestro inacabamiento es doloroso.

En el vértice ocurre todo. En el quicio.

(Nombre, en Morgana en Duino)

      

                        

                               No hi ha

passat. Sí, també faig col·lecció

de dies, però els tinc tots repetits

GABRIEL FERRATER, La vida perdurable

 

Caemos por el reloj de arena. Me gustaría creer que abrazados,

derribados por la lógica gravitacional del tiempo, que nos une en el descenso,

pues la playa del estrangulamiento del reloj de arena es efímera.


Siempre lo supimos, pero nos dejamos llevar por la calma

del atardecer, por el olvido del hambre,

seres inacabados, pues vivos: la muerte es quien acaba,

y el inacabamiento es doloroso, pues la vida lo es.

 

A la larga nos absorberá la boca de los ínferos,

nos arrastrará el futuro en su derrumbe, hacia el vaso del fondo,

pero en el fondo no hay playa, sino sepulcro,

largos años de arena que nos caerán sobre la cabeza, cada vez más hundidos,

y en ese desierto, que otros llaman porvenir, nos perderemos de vista,

y recordaremos apenas la extraña quietud de la playa instantánea

y el horizonte cónico del vidrio.


Pues hubo un encuentro, entre la ida y la vuelta de las olas,

y hubo un lugar posible, que se llamó recogimiento,

pero ahora ya es tarde para eso, es tarde para todo, y queda sólo

el miedo a la inversión, al recomenzar de la interminable caída.

 

Noria así, el vivir, sí, cruel como una noria, agotador como un zoótropo,

desolador como el eco, el eco de la Playa del Eco

que se disuelve una y otra vez en la sepultura del fondo,

donde nos buscamos, con los ojos llenos de arena, y no nos encontramos,

donde nos perdemos de vista, porque eso es vivir: perdernos de vista

y recordarnos y vislumbrarnos un momento

y perdernos de vista de nuevo,

y así hasta que el vidrio salte por los aires y nos desgarre con sus filos,

y nos desmenuce su explosión,

y seamos al fin también arena, seamos también,

polvo enamorado.


miércoles, 15 de marzo de 2023

El reloj de Treblinka, o Del malestar óptico

[El Certamen María Zambrano, de vida excesivamente efímera, fue una iniciativa de la Facultad de Filosofía de la Complutense, que premiaba ensayos literario-filosóficos breves (el límite eran 1000 palabras). Para la primera convocatoria, de 2011, presenté un texto llamado "La insoportable gracilidad del androide" y gané, lo cual me produjo una gran satisfacción, precisamente porque lo concedía la Facultad de Filosofía bajo el nombre de la excelsa María Zambrano, y porque en aquella época estaba volviendo a salir un poco de mi "clandestinidad" y no había ganado premios en bastante tiempo. Fue algo realmente estimulante, y el comité organizador fue excepcionalmente amable conmigo.

Al año siguiente, 2012, un año decisivo para mí, pues, como ya he dicho en alguna otra entrada por aquí, fui finalista del Premio Vargas Llosa de Relatos, más o menos por las mismas fechas, volví a concurrir, porque el tema (no lo he dicho, pero había un tema) era "la realidad y la apariencia", si no recuerdo mal. No podía dejar de presentarme, pues ese tema es fundamental para mí desde siempre, sobre todo desde que empecé a dedicarme con ahínco al tema de la Óptica en la historia y la cultura. Me pareció, además, una ocasión propicia para escribir sobre una cuestión que me fascinaba (desde el horror infinito que suponía) y era la existencia, en el campo de exterminio de Treblinka, de toda una instalación que figuraba una estación de tren, con jardines, taquillas, almacenes, etc., cuando, como es sabido, esa estación no conducía a otro lugar que a la cámara de gas. Estudié mucho ese tema, y me sigue pareciendo el epítome de la crueldad y del desprecio hacia los semejantes. Me puse a escribir, entonces, y peleé con las palabras hasta conseguir que fueran sólo 999. Así nació este "Reloj de Treblinka". Todo lo que se cuenta en él es rigurosamente cierto, y espeluznante.

Volví a ganar el premio. Lo recibí con aún mayor alborozo. Me lo entregaron en el bello Paraninfo de Filosofía. 

Para el tercer certamen, me invitaron a ser parte del jurado. 😀 

Tristemente ya no hubo cuarto certamen.

Y mientras, el reloj de Treblinka, que, como todo símbolo, es resistente e inagotable, sigue ahí marcando la hora de la vergüenza. Conviene mirarlo, porque sus relojeros siempre están al acecho. Y lo terrible siempre acaba por acaecer, sobre todo si no hacemos nada para evitarlo.]



Lo atroz de las figuras de la pesadilla, ¿no está en su falsedad? Su horror incomparable, ¿no es el horror de sabernos bajo el poder de un proceso alucinatorio?

J.L. BORGES

1.

No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el reloj de Treblinka.

2.

El reloj de Treblinka es un reloj pintado, un círculo dividido en doce secciones. Tiene dos manecillas inmóviles. No hay maquinaria en su interior. Es un reloj falso, un simulacro.

¿Qué hora marca interminablemente el reloj de Treblinka? Richard Glazar, uno de los escasos supervivientes, afirma que las seis, verticales. Otros testimonios, igualmente inverificables, apuntan a las tres, con su ángulo recto: la hora que dibujaría un niño en su alto campanario.

3.

Casi las tres marca el reloj de El enigma de la hora, que inaugura la llamada pintura metafísica. En muchos cuadros de De Chirico hay, sí, torres con relojes. Y también plazas, estatuas, maniquíes y cartabones.

Confirmando esa prefiguración, en la Sortierungsplatz de Treblinka se construyó el trampantojo definitivo: una estación falsa, coronada por su gran reloj pintado y el compás imposible de sus manecillas estáticas.

4.

La barbarie nazi suele ilustrarse con paletadas de cuerpos exangües, trajes de rayas y rostros macilentos emergiendo de literas. Siendo atroces estos testimonios, no nos dicen nada de la aún más cruel realidad anicónica de los campos de exterminio de la Einsatz Reinhard.

La rutina del Totenlager es sencilla: arriba el transporte, se desaloja violentamente a los prisioneros hacinados en sus vagones, para introducirlos a golpes y gritos en un barracón, donde se les despoja de sus pertenencias, se les desnuda y se les corta el pelo. A la carrera son conducidos entonces por el tubo a las cámaras de gas, donde se les encierra durante el tiempo necesario, que es de algunos minutos. Resta desalojar los cadáveres y arrojarlos a los hornos crematorios. Todo tiene lugar rápidamente.

5.

No disponemos de imágenes de los campos de exterminio. La ekphrasis de la falsa estación puede apenas, en su condición de vórtice icónico, sugerirnos lo que no puede ser formulado visualmente, el horror en decantación extrema. Por eso es tan valiosa.

En verdad el Lager es una estación a la que llegan incesantemente los trenes, pero es una estación término. Dotar a ese punto de imposible retorno o tránsito de falsas taquillas, y falsos horarios, y letreros que indican “a Bialystock”, rodearla con bancales de flores, y hasta con un zoo (Resultaba increíble, nos dice Glazar, parecía un spa) no puede considerarse sólo como un crudelísimo sarcasmo o un esencialmente inútil camouflage.

El diorama de Treblinka es un emblema. Es preciso saber qué texto acompaña a esa imago. Es necesario reflexionar sobre la mera existencia de ese decorado hasta que el cerebro salte por los aires.

6.

El constructor de la estación se llama Franz Stangl, comandante del campo. En tanto que edificador se sitúa en una jerarquía que dominan el charmant y letal Albert Speer y, por supuesto, el Führer, que siempre se tomó como Supremo Arquitecto.

No despreciemos la arquitectura efímera de la estación de Treblinka, no es de menor significado que el Zeppelinfeld o las desmesuradas maquetas de Germania que Hitler contemplaba extasiado junto a Speer.

Ataviado con su chaquetilla de equitación, de un blanco irritante, y blandiendo una pequeña fusta, Franz Stangl, que en su juventud dio clases de cítara, fue maestro tejedor, policía y staff de la T4, donde se desarrolló el programa de eutanasia, se paseaba cada día desde muy temprano por el campo de Treblinka y contemplaba, complacido, la belleza de sus parterres.

Stangl se tenía por un hombre pulcro y un probo funcionario. Durante su año de gobierno se aniquiló en Treblinka a un millón de personas.

7.

El poder tiene la prerrogativa de gestionar los simulacros de su visualidad. Es en sus trampantojos donde podemos leer los significados profundos de sus acciones, forzosamente ocultas.

Los regímenes totalitarios pervierten el lenguaje, generando su propia panoplia de eufemismos. Si somos conscientes de ello (como Klemperer), sentimos malestar y nos gustaría exclamar: hablemos claro de una vez. De igual modo, existen eufemismos visuales. Quisiéramos gritar hasta quedarnos sin voz veamos claro de una vez, pero tal cosa no es factible, pues en esa escenografía todo es tramoya, y lo son especialmente los bastidores. Detrás, arriba, abajo, sólo la negrura de la muerte.

Cabe, como mucho, arrancarse los ojos, como Edipo.

Eso es el malestar óptico.

8.

Wstawać es, probablemente, el texto del emblema. La palabra maldita que sacaba a Primo Levi del sueño en Buna-Monowitz. Levantaos. Despertad a la muerte, contemplad la Gorgona.

El reloj de Treblinka es la mirada que nos devuelve el abismo, que nos petrifica y nos convierte en Figuren, en maniquíes.

9.

Gitta Sereny preguntó a Stangl si Dios estaba en Treblinka. “Claro”, contestó él, “¿cómo, si no, pudo haber ocurrido todo eso?”.

Si Dios es, en efecto, el Gran Relojero del Cosmos, lo es de todos los relojes que en él hay, y, muy en particular, del de Treblinka.

En una comunicación temprana, se indica a los campos de la Aktion Reinhard que no es aconsejable una obscuridad total en las cámaras de gas, pues el pánico arroja a la multitud contra la puerta y eso dificulta el posterior desalojo de los cadáveres.

En eso coinciden aparentemente con Santo Tomás, que en la Summa Theologica se pronuncia también sobre la conveniencia de la medialuz en el Infierno, para que los réprobos puedan contemplar los tormentos.

Lasciate ogni speranza se lee en el pórtico del Tártaro, que es una estación de pega.

10.

Acaso quepa concluir que estación-de-Treblinka es otro nombre para lo que solemos llamar cultura o civilización. Acaso el trampantojo es finalmente la realidad en su plenitud blasfema.

En todo caso, conviene dilucidar cuanto antes cuál es el mensaje de las flores de Treblinka.

Pues ya se oye, una vez más y siempre, el martilleo de los carpinteros, construyendo nuevos barracones en los que colocar carteles que digan, mentirosamente, “a Bialystock”.

Wstawać.


viernes, 10 de marzo de 2023

Vuelo

[El destino me concedió muchas horas de ser el Sentado, junto a un Tendido que de ninguna manera podía escapar volando de allí, salvo (y eso era aún peor) con las alas de la demencia. Escribí por entonces fragmentos infinitos, que pretendían articularse en una novela, que tuve que abandonar, porque me abrumaba, cuando empezó el confinamiento, y a la que no he vuelto más que esporádicamente. Rescato aquí uno de esos fragmentos, extrañamente luminoso dentro de esa negrura.] 




I spoke about wings - you just flew.

THE WATERBOYS, The whole of the moon

Escribo alas  y comienzo a volar, dice el tendido, y me muestra su cuaderno de ordenada caligrafía, donde en efecto, hay páginas enteras llenas con la palabra alas y con pequeños dibujos de alas circunflejas, trazos mínimos que aprendí a interpretar como alas cuando mi madre me decía ¿quieres que te pinte un pájaro? y apenas bastaban esas dunas en modesta cordillera para identificar el vuelo, pues esos pájaros rodeaban a una casa hecha de triángulos y rectángulos que siempre parecía tener un campanario, y allí los pájaros, en torno a ese campanario que no era de ninguna iglesia, y le voy a decir esto, le voy a hablar de mi madre, y levanto la vista del cuaderno, y compruebo, en realidad sin sorpresa alguna, que está levitando, que se ha alzado sobre el lecho y está suspendido a un palmo de él, estático, tranquilo, sin sentir, acaso por primera vez en muchos meses, las escaras. No digo nada, vuelvo a bajar la vista, y sigo pasando hojas llenas de alas, un pueblo de pájaros infinitos. Tengo miedo de cerrar el cuaderno y que se desplome de nuevo sobre la cama. Así pasamos mucho tiempo, hasta que llaman a la puerta de la habitación, y sabemos que es la enfermera, que es la enfermera que abre el cortejo irreversible.

viernes, 3 de marzo de 2023

Ya sólo así

[He utilizado algunas notas de hace unos meses, pero el texto lo he compuesto ahora sobre la marcha, de manera bastante automática.]



Óscar Domínguez, Paysage cosmique

DÍA 34

Lo único cierto es la tristeza y lo lleva siendo ya mucho tiempo. Nos aferramos a ella, como a un dato indiscutible para hacer rodar la máquina tragaperras de las ecuaciones. El universo que creamos está enfermo, pero en él se alzan, en los ratos muertos del horizonte, algunas torres con forma de animales.

Reconocemos los espinazos de esos dominós en turbio equilibrio. Agotamos cerraduras. Sólo cuando estamos más fuera nos sabemos dentro de repente. Dentro de unas vísceras en las que se escucha sólo nuestra voz. El cosmos dimite, pero no tenemos modo de salir del juego. 

Hay un paisaje de estantes que recorre el palacio de la memoria. Un día empezaron a deshilacharse los libros. Ahora hay un siseo de palabras que se van disolviendo en un magma de viejas tildes, de tinta y plumas de animales extintos. 

Nunca entendimos las instrucciones de Ariadna. A cada giro nos saluda el mismo muro. Y a lo lejos los mugidos parecen un morse extrañamente suspendido en un tiempo lleno de gotas de saliva. Llevamos mucho rato ya extraviados en los pasillos de los catorce años. Cuando nos parece que se abre no se sabe qué ventanal hacia la obsidiana de la noche mineral de las entrañas, nos resbalamos en la gravilla de vidrio de la vejez.

Las paredes del laberinto están hechas de un material especial, refractario a los recuerdos. Estamos ensordecidos por su reverberación, por su largo pugilato. Los versos, jadeantes, se rompen uno a otro la mandíbula. El poema se desparrama por el suelo, duro como un cuerpo congelado.

Nos tropezamos con el ajuar transitorio de las habitaciones desordenadas del seguir vivos. Pura nostalgia coagulada, sin otra capacidad de fluencia que la del olvido.

Una y otra vez pulsamos el botón de inicio y el sueño recomienza. Somos nuevos otra vez, pero seguimos perdidos, nos siguen faltando los infinitos objetos de la partida. Nos gastamos en seguida. 

Y la voz de la tormenta no llega, y deseamos tanto destrozar el barco contra las rocas...

Al final de la jornada, en la Avenida de las Ruinas, nos espera la ballena blanca, y su canto dulcísimo. Ya no podremos volver más a la Plaza Metafísica. Ya no podremos dibujar esas estatuas. Preguntamos por nuestro rumbo, y los gestos sugieren gigantes tendidos, o flores blancas. En la radio los mensajes son equívocos, pero lo cierto es que la estación ha terminado.

Nos miramos. "Nos hemos visto en sueños", te digo, "pero no nos hemos hablado." Tú sonríes, desde tu silencio glacial y contestas: "Tampoco ahora nos estamos hablando, ni siquiera hemos empezado a elegir el idioma que usaremos". Y nuestra voz es cada vez más tenue, y parece que no nos va a servir de nada el haber compuesto juntos la canción de las sirenas.

DÍA 35