jueves, 27 de junio de 2024

El libro

 


Que celui qui pourrait écrire un tel livre serait heureux, pensais-je, quel labeur devant lui!

MARCEL PROUST

Camerado, this is no book,

Who touches this touches a man,

(Is it night? are we here together alone?)

It is I you hold and who holds you,

I spring from the pages into your arms

WALT WHITMAN

 

1.

Famosamente, Borges se refiere a una de las noches de las Mil y una, concretamente a la 602, como una noche central, o noche de noches, en la que el relato que plantea Sherezade (o Shahrazad, como escribe él, influido por las versiones inglesas de las Arabian nights, sin duda) describe, siempre según el argentino, una peripecia que se superpone como un calco con la que inicia la larga sucesión de noches en las que ella lucha por su vida. Pues no hay que olvidar que el rey Shahriar es un serial killer, dispuesto a acabar con la población de vírgenes de su pueblo ya que, como venganza por lo que juzga la inconstancia femenina, ha tomado la decisión de no cultivar amor ni fidelidad, de no tener una esposa que le acompañe durante los años de su vida, sino que más bien desposa cada día a una, la desflora por la noche y a la mañana siguiente la hace decapitar, para empezar ese sangriento bucle una y otra vez.

 

2.

Las noches árabes parten de esa premisa. Shahrazad, astuta, se hace acompañar por su hermana, quien le pide que le cuente una de las muchas historias que conoce, para amenizar la velada. La narradora dosifica, escancia el relato con sabiduría, de modo que el alba sorprende al auditorio, que incluye, claro, al embelesado rey, absorto en el cuento que sale de los labios de su esposa, llegando justo a un cliffhanger en el que la narración ha de interrumpirse hasta la noche siguiente. Así, la amenazada Sherezade se las arregla para durar las mil y una noches del título, al término de las cuales el rey ya le ha concedido su clemencia.

 

3.

Que semejante crueldad haya sido ofrecida generación tras generación a los niños de todo el mundo debería, cuando menos, hacernos reflexionar. No es ya el absoluto desprecio por la vida femenina (ay, todo esto es tan tristemente vigente), el servilismo ante el poder omnímodo del monarca, o la torturante incertidumbre de cada anochecer que conduce al ahogado suspiro de alivio del alba que despunta, es, sobre todo, el hecho de que en ningún momento nadie parece haber reflexionado sobre ello, darle importancia, leerlo sin dejarse embaucar por el exotismo o por las tramas engarzadas de los sucesivos relatos. Así se escribe la historia.

 

4.

La narradora, haciendo uso de su ingenio, y del poder de la narración, salva su vida. La literatura es esa forma de aplazamiento de una ejecución siempre inminente. ¿De qué lagar de historias se surtía Sherezade? ¿Qué angustias no pasaba cuando se trabucaba en una cláusula, se despistaba en un giro del episodio, se quedaba en blanco y no era capaz de seguir hilando, mientras las Parcas, a su lado, no dejaban su labor? De la literatura como ejercicio a vida o muerte, se podría titular esta recopilación occidentalizada del rico acervo de apólogos orientales que fueron circulando por Europa en el siglo XIX y que Borges atesoró con tanto cariño, y compulsó en sus variadas traducciones, al estudio de las cuales consagró una pieza que fue incluida en la edición de Historia de la Eternidad, el segundo libro que leí de él, hace ya muchas décadas.

 

5.

Afirma Borges: La necesidad de completar mil y una secciones obligó a los copistas de la obra a interpolaciones de todas clases. Ninguna tan perturbadora como la de la noche DCII, mágica entre las noches. En esa noche, el rey oye de boca de la reina su propia historia. Oye el principio de la historia, que abarca a todas las demás, y también —del mismo modo— a sí misma. Así, en esa noche repentinamente devenida circular, se abre un vórtice que amenaza con tragarse el libro entero, y con él el universo. Pues si la historia relata la historia en la que están viviendo la narradora y el narrado, todo se retuerce en su Möbius, todo deviene bucle y hace que se rompa esa dura lex que llamamos tiempo, que llamamos identidad, que llamamos nosotros, pues nosotros somos, nuestra identidad es, el tiempo y el tiempo se escurre.

 

6.

En la modesta biblioteca paterna y materna a la que me referí hace poco destacaban algunos libros de ediciones más lujosas. Así, unas Obras inmortales de pasta roja de la editorial EDAF, que incluían generosas selecciones de novelas de Flaubert, Stendhal, Balzac, Zola, Eça de Queiros... y algunos Clásicos Nauta, amarillos, con papel biblia de cantos dorados: El Quijote, El Decamerón y los dos tomos de las Mil y una noches. Recorrí esos libros, por supuesto, y me detuve muchas tardes, más bien ruborizado como el púber que era, en los jugosos detalles eróticos de la compilación oriental. Conservo esa edición. Si la fatigo, por decirlo al borgiano modo, en busca de la noche 602 no encuentro lo prometido. Por supuesto, Borges miente, inventa, es apócrifo. Otros muchos lectores hicieron la misma operación, incluyendo por ejemplo a Italo Calvino: no es cierto que la noche 602 sea la noche circular. Lo que se narra en ella no es la historia de Shahriar. El universo está a salvo. Borges nos la ha jugado otra vez.

 

7.

O tal vez no. Intrigado por esa prestidigitación, que, por otro lado, Borges repite numerosas veces en otros textos en los que se refiere a esa mise-en-abyme, indago. Así encuentro que Evelyn Fishburn, en el número 18 de la revista Variaciones Borges (2004) localiza, tras arduas pesquisas, una posible referencia que estaría en el origen de la borgiana interpretación. Hay que irse a una edición de la traducción de Burton de las Arabian nights, predilecta de nuestro porteño, en 17 tomos (frente a los 16 de la canónica), que incorpora Noches suplementarias, relatos que no fueron incluidos en la compilación habitual, y allí, en una de esos complementos, aparecería, sí, el relato en el que Shahriar reconoce su retrato. Al parecer, en una traducción al alemán que también estudia Borges en su paper de Historias de la Eternidad, ese cuento sí está incluido, pero justamente en la noche 1001, al final, para así empalmar con el principio y convertir la obra entera, ciertamente, en circular. Ni siquiera está claro que eso fuera del conocimiento de Borges, pero lo cierto es que la mise-en-abyme prescrita, transcrita o imaginada por Georgie existe, y esa existencia es suficiente para que el gran agujero que abre en el transcurso nos succione a todos.

 

8.

Magias parciales del Quijote está, de hecho, consagrado a ese tipo de juegos literarios con potencialidad de infinito. Empezando, claro está, por el propio de la obra de Cervantes, en donde, al comienzo de la Segunda Parte, el Ingenioso ya Cavallero se enfrenta, entregado a él por el bachiller Carrasco, con el libro que glosa sus hazañas. Alonso Quijano, que devino Don Quijote, ve a Don Quijote cabalgar por las páginas impresas del libro que sostiene, y ahí, justamente ahí, Cervantes dinamita de manera irreversible el arte de narrar e inventa, al mismo tiempo que la destruye para los restos, la así llamada novela moderna. Y es bello naufragar en esos mares, sin duda.

 

9.

En otra gloriosa vuelta de tuerca, nuestro asendereado hidalgo, llegado a Barcelona, visita una imprenta, en donde de repente comprueba que lo que se está imprimiendo es justamente el Quijote apócrifo de Avellaneda, la obra cuya aparición obligó a Cervantes a pergeñar su propia continuación, en la que se aseguró de matar a su protagonista. Un personaje que se ha entendido personaje y que ve como se está dando nacimiento a un personaje que dice ser él pero no es más que un impostor, lo cual le enfurece y despierta en él esa pulsión destructiva que tan malos resultados le da siempre. Y nosotros, con la boca abierta. Y Cervantes, quien lo duda, regocijado por su invención. Por no hablar, por supuesto, de Cide Hamete Benengeli.

 

10.

Marcel Proust siempre supo cómo terminaba su Recherche. Lo que no supo, y no podía saberlo porque no dependía de él, sino de lo que aguantara su salud tan precaria (por no hablar de incidentes colaterales como la Gran Guerra, o súbitas y dolorosas entradas del amor y su hermana la muerte en forma de accidente aéreo), es si podría terminarla él, si podría escribir el final. Cuando aún todo era larva, y se quería llamar Contre Sainte Beuve, ya estaba en juego la dualidad tiempo perdido - tiempo recobrado, y el término de la quête debía ser esa recuperación del Temps, devenido deidad y con la mayúscula que tal condición exige. Lo cierto es que la obra quedó realmente inconclusa, por más que se pudiera enarbolar una versión más o menos definitiva, que resultó inevitablemente póstuma en los últimos volúmenes, y singularmente en Le Temps retrouvé.

 

11.

Cansado por el devenir de los años, los desengaños, las derrotas amorosas, las pérdidas familiares, el final de una época de la que él se había querido protagonista y cronista, Je, nuestro narrador, con el que llevamos conviviendo ya tantos meses, declara, tras la cascada de iluminaciones de la última matinée. su intención de verter en un Libro (todo el universo aboca a un Libro, nos recuerda Mallarmé) las esencias de su vida, todo ese caudal de acontecimientos, banales o decisivos, pues ha entendido, en la iluminación suprema, que eso es todo lo que cabe hacer contra el tiempo. Por ello, en las últimas páginas de la magna obra le vemos encaminarse a su retiro, armado apenas de los elementos de escritura, como un San Jerónimo en la celda de un cuadro renacentista, para ejecutar esa misión, que acaba convirtiéndose, sí, en una ejecución, pues lo único que rodea a esa tarea, ya, es el morir.

 

12.

Así, la Recherche acaba con el anuncio de la Recherche, con la promesa de un desdoblamiento potencialmente infinito en el que justo ahí nuestro Marcel nos mira y nos dice: ¿no te diste cuenta de que el final siempre es un principio porque, ay, el principio siempre es un final? Y nosotros, que hemos ido expresamente a París hace año y medio a ver una exposición en la Bibliothèque Nationale, con motivo del centenario proustiano, y hemos visto las caligrafías, las notas interminables en las pruebas de imprenta, las galeradas obliteradas por pentimentos y correcciones, ese plano de la batalla imposible de vencer del escritor consagrado a su tarea interminable que ya se acaba, para la que ya no hay tiempo (ah, le Temps), ese escritor luchando por su vida, como Sherezade, comprendemos, y asentimos, y callamos.

 

13.

Pues no hay, me parece, labor más alta que ésa, ahí estamos justamente tocando los bordes sedosos de la experiencia mística. Ahí, acaso sin merecerlo, nos es concedida la visión espiral y en esa puesta en abismo podemos ver (ah, visión de Dante en el último círculo, qué pequeña) cómo todo es mentira y por lo tanto, gracias sean dadas a Apolo, todo es juego. Hay, sin duda, suplicios circulares, ya lo sabemos, hijos de Sísifo que somos, pero también existen, extraños, preciosos, los gozos circulares, ésos en los que de repente, el personaje que escribimos nos toma la pluma y empieza a escribirnos él a nosotros, liberándonos así del peso extenuante del estar vivos.

 

14.

En la vastedad del desierto acecha siempre la posibilidad del bucle. En un momento dado, y sin que pueda saberse cuándo o por qué, el primero de los camellos, el que abre la caravana, empieza a escorarse, no aún a virar, no, ni mucho menos, apenas unos grados, unos minutos de arco. Ni los mejores astrolabios sirven para determinar la variación de la derrota, pero el territorio es vasto y, noche a noche, relato a relato, mientras el alfanje duerme y nuestro cuello reposa, apenas con una cierta tensión, una cierta rigidez, los segmentos se acumulan y un día descubrimos un paisaje familiar, un paisaje paralelo al de nuestros recuerdos, y no mucho después estamos donde empezamos. Y ahí es dónde nos preguntamos cómo ha podido suceder esto, pero no desesperados porque las mercancías se echen a perder, temerosos de la ira de los clientes que nos esperan, agotados por un camino que ha resultado improductivo, sino, al contrario, henchidos de gozo porque nos ha sido dado entender que nunca fue verdad que hubiera que ir, que nunca fue necesaria la recta, que la caravana era apenas un pretexto para que brotara el milagro de la fuga, del arrebato. Y queremos saber cuál es la palabra mágica, para guardarla al fondo de la lengua y repetirla en los besos.

 

15.

Estamos aquí porque un día, que resultó ser el 15 de enero (los números se las arreglan para cuadrar las cuentas, siempre) de 2023, siguiendo un impulso cuya motivación no era clara siquiera para mí (aunque recuerdo que había entendido que los lectores estaban esperándome, que, si yo gritara, sí que me oirían en los órdenes angélicos, fue una noche de exaltación, una noche 602) comencé esta aventura que di en llamar Pálido juego, acepté violar mi propia prohibición de nunca más escribir un blog, acepté así el bucle que se me ofrecía como una culebrilla en la larga travesía del desierto. Cuando despertó, el blog seguía ahí, dijimos Monterroso y yo, porque era cierto que bastaba con teclear y la plantilla acogía lo tecleado y lo transformaba en un nuevo Blue Parrot. Y Rick e Ilsa nos saludaban, te saludaban a ti, especialmente, diciendo here’s looking.

 

16.

Así, la geometría que presidía este trayecto era ya, de saque, no euclidiana, por lo que estaba abierto a todo tipo de desvíos, pasadizos secretos, barrancos con ecos inesperados, grietas en la dudosa fábrica de palacios de la memoria venidos a menos como casas solariegas de familias extintas, baldíos y descampados. Desde el comienzo no hubo mapa, la consigna era a tientas, y se ejecutó con toda la honestidad del que, ya, a estas alturas, no tiene nada que perder. Por eso todo eran titubeos, contradicciones, yenkas que oscilaban entre el adelante y el atrás, y que se aventuraban a lados que limitaban con cunetas propicias al descarrilamiento. Por eso hubo que dejar que las proles se ordenaran y los árboles genealógicos fueran podándose hasta alcanzar una nitidez de destino. Pero seguía, sigue, siendo a tientas, porque no sé escribir de otro modo, porque no quiero escribir de otro modo.

 

17.

Por ello, todo el proceso se desarrolla en tiempo presente, por ello no hay más registro que alguna relectura furtiva en la que distingo tan bien esos fragmentos que yo no escribí, que me fueron dados por unas musas enternecedoramente generosas conmigo en estos últimos tiempos. Así, desbocado, pero también disciplinado, constante como lo he sido pocas veces, fui acumulando escalofríos. El resultado es éste, año y medio después, más de cien entradas después. Pero yo no lo sabía.

 

18.

El 21 de junio (me repito, pero me disculparán, porque es decisivo) viví mi noche de las noches, mi noche 602 en la que todo empezó una y otra vez en un bucle glorioso de sonrisas, abrazos, en una danza circular que no termina, que ya nunca termina. Allí, en ese océano de amor, me fueron entregados presentes, como si yo fuera un rey oriental que recibe una caravana lejanísima, una caravana infinita y eterna, que rima con mi vida, dilatada y extensa ya. Entre esos presentes me fue entregada una extraña joya, me fue entregada una espiral. Un objeto interminable que está constituido por un abismo de espejos: me fue entregado esto, esta obra, este blog, convertido en libro, en Libro.

 

19.

Parecería trivial, pero es mágico. No ya por el amoroso cuidado con el que mis amigas ejecutaron la labor de transcribir, maquetar, componer, editar, imprimir estas líneas, las líneas de las primeras 100 entradas de este Pálido juego, sino porque ahí, de repente, comprendí, comprendí táctilmente (que es, ya lo sabemos, el único modo de alcanzar una certeza que las ilusiones ópticas nos escamotean) la magnitud de este work in progress que se va ejecutando en su sucesión de nacimientos, sin que yo sea apenas consciente de ello. Más de seiscientas páginas, profusamente ilustradas, al sebaldiano modo, llenas de palabras que fueron acaeciéndome, a mí, el grafómano, el físico que nunca se avino a ser un escritor comme il faut, que siempre consideró que el negocio de la publicación era un asunto algo sórdido (o que simplemente siempre tuvo miedo a mostrarse, un miedo cerval al rechazo), que tiene tantos cuadernos, pero tan pocos libros suyos, un montón de palabras que ahora son un libro, un ejemplar único, lleno de las firmas de todos mis amigos, un volumen sólido, bello, que me acompañará siempre, que podré leer como si fuera de otro, del que podré hablar aquí, en el blog, poniendo el espejo frente al blog, abriendo una puerta a un infinito propicio, pues es el infinito en el que siempre quise estar, el de Proust, el de la literatura.

 

20.

A Alonso Quijano se le secó el cerebro de leer tantos libros y el donoso escrutinio le privó de lo más granado de su biblioteca. Pero esos mismos censores impíos acompañaban a Sansón Carrasco cuando éste le entregó al hidalgo un nuevo libro para sus estantes, un libro que era él, y nadie pensó en arrojarlo al corral ni en hacer una pira con él. Este libro soy yo, y si soy yo, lo somos todos, y si lo somos todos, es un libro interminable, y se sigue escribiendo, se está escribiendo justo ahora, justo aquí y si yo tecleo una l esa l es el libro ya, es la l del libro, la l de luz. En la portada del libro hay unos ojos que me miran y son los míos, por lo tanto, en ese juego de miradas, entre el yo que soy y el yo que fui, y desde la inexistencia de esos yoes y desde la gratuidad de todos estos afanes y desde la licitud incontrovertible de todos estos juegos, podemos declarar (ay, por fin) abolido el tiempo, y sentarnos tranquilamente en la butaca a leer el libro para que nos cuente lo que va a pasar, que seguramente será lo que ya ha pasado. Y cuando esté mañana en Barcelona no necesitaré visitar imprenta alguna, porque ningún Avellaneda puede escribir un libro sobre mí como puedo hacerlo yo mismo, es decir, como podemos hacerlo entre todos, y por eso, de todas las cosas maravillosas que me pasaron el día de mi sesenta cumpleaños, de todos los presentes que me fueron otorgados, éste es, sin duda, el regalo más bonito que me han hecho nunca.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Un abrazo

AGCano dijo...

Otro. :-)

Anónimo dijo...

Besos infinitos en el embarcadero

AGCano dijo...

Otros tantos besos para ti.

Publicar un comentario