Que celui qui pourrait écrire un tel
livre serait heureux, pensais-je, quel labeur devant lui!
MARCEL
PROUST
Camerado, this is no book,
Who touches this touches a man,
(Is it night? are we here together
alone?)
It is I you hold and who holds you,
I spring from the pages into your
arms
WALT
WHITMAN
1.
Famosamente,
Borges se refiere a una de las noches de
las Mil y una, concretamente a la
602, como una noche central, o noche de noches, en la que el relato que plantea Sherezade (o Shahrazad, como escribe él, influido por las versiones inglesas de
las Arabian nights, sin duda) describe, siempre según el argentino, una peripecia que se superpone como un
calco con la que inicia la larga sucesión de noches en las que ella lucha por su vida. Pues no hay que
olvidar que el rey Shahriar es un serial
killer, dispuesto a acabar con la población de vírgenes de su pueblo ya que, como venganza por lo que juzga la inconstancia femenina, ha tomado la decisión
de no cultivar amor ni fidelidad, de no tener una esposa que le acompañe
durante los años de su vida, sino que más bien desposa cada día a una, la desflora
por la noche y a la mañana siguiente la hace decapitar, para empezar ese
sangriento bucle una y otra vez.
2.
Las noches árabes
parten de esa premisa. Shahrazad,
astuta, se hace acompañar por su hermana, quien le pide que le cuente una de
las muchas historias que conoce, para amenizar la velada. La narradora
dosifica, escancia el relato con sabiduría, de modo que el alba sorprende al
auditorio, que incluye, claro, al embelesado rey, absorto en el cuento que sale
de los labios de su esposa, llegando justo a un cliffhanger en el que la narración ha de interrumpirse hasta la
noche siguiente. Así, la amenazada Sherezade se las arregla para durar las mil y una noches del título,
al término de las cuales el rey ya le ha concedido su clemencia.
3.
Que
semejante crueldad haya sido ofrecida generación tras generación a los niños de
todo el mundo debería, cuando menos, hacernos reflexionar. No es ya el absoluto
desprecio por la vida femenina (ay, todo esto es tan tristemente vigente), el
servilismo ante el poder omnímodo del monarca, o la torturante incertidumbre de
cada anochecer que conduce al ahogado suspiro de alivio del alba que despunta,
es, sobre todo, el hecho de que en ningún momento nadie parece haber
reflexionado sobre ello, darle importancia, leerlo sin dejarse embaucar por el
exotismo o por las tramas engarzadas de los sucesivos relatos. Así se escribe
la historia.
4.
La narradora,
haciendo uso de su ingenio, y del poder
de la narración, salva su vida. La literatura es esa forma de aplazamiento
de una ejecución siempre inminente. ¿De qué lagar de historias se surtía
Sherezade? ¿Qué angustias no pasaba cuando se trabucaba en una cláusula, se
despistaba en un giro del episodio, se quedaba en blanco y no era capaz de
seguir hilando, mientras las Parcas,
a su lado, no dejaban su labor? De la literatura como ejercicio a vida o
muerte, se podría titular esta recopilación occidentalizada del rico acervo de
apólogos orientales que fueron circulando por Europa en el siglo XIX y que
Borges atesoró con tanto cariño, y compulsó en sus variadas traducciones, al
estudio de las cuales consagró una pieza que fue incluida en la edición de Historia de la Eternidad, el segundo
libro que leí de él, hace ya muchas décadas.
5.
Afirma
Borges: La necesidad de completar mil y
una secciones obligó a los copistas de la obra a interpolaciones de todas
clases. Ninguna tan perturbadora como la de la noche DCII, mágica entre las
noches. En esa noche, el rey oye de boca de la reina su propia historia. Oye el
principio de la historia, que abarca a todas las demás, y también —del mismo
modo— a sí misma. Así, en esa noche repentinamente devenida circular, se abre un vórtice que amenaza
con tragarse el libro entero, y con él el universo. Pues si la historia relata
la historia en la que están viviendo la narradora y el narrado, todo se
retuerce en su Möbius, todo deviene bucle y hace que se rompa esa dura lex que llamamos tiempo, que
llamamos identidad, que llamamos nosotros, pues nosotros somos, nuestra identidad es, el tiempo y el tiempo se escurre.
6.
En la modesta biblioteca paterna y materna a la que me referí hace poco destacaban
algunos libros de ediciones más lujosas.
Así, unas Obras inmortales de pasta
roja de la editorial EDAF, que incluían generosas selecciones de novelas de
Flaubert, Stendhal, Balzac, Zola, Eça de Queiros... y algunos Clásicos Nauta, amarillos, con papel
biblia de cantos dorados: El Quijote,
El Decamerón y los dos tomos de las Mil y una noches. Recorrí esos libros,
por supuesto, y me detuve muchas tardes, más bien ruborizado como el púber que
era, en los jugosos detalles eróticos de la compilación oriental. Conservo esa
edición. Si la fatigo, por decirlo al
borgiano modo, en busca de la noche 602 no encuentro lo prometido. Por
supuesto, Borges miente, inventa, es apócrifo.
Otros muchos lectores hicieron la misma operación, incluyendo por ejemplo a
Italo Calvino: no es cierto que la noche 602 sea la noche circular. Lo que se
narra en ella no es la historia de Shahriar. El universo está a salvo. Borges
nos la ha jugado otra vez.
7.
O
tal vez no. Intrigado por esa prestidigitación, que, por otro lado, Borges repite
numerosas veces en otros textos en los que se refiere a esa mise-en-abyme, indago. Así encuentro que
Evelyn Fishburn, en el número 18 de la revista Variaciones Borges (2004) localiza, tras arduas pesquisas, una
posible referencia que estaría en el origen de la borgiana interpretación. Hay
que irse a una edición de la traducción de Burton de las Arabian nights, predilecta de nuestro porteño, en 17 tomos (frente
a los 16 de la canónica), que incorpora Noches
suplementarias, relatos que no fueron incluidos en la compilación habitual,
y allí, en una de esos complementos, aparecería, sí, el relato en el que
Shahriar reconoce su retrato. Al parecer, en una traducción al alemán que
también estudia Borges en su paper de
Historias de la Eternidad, ese cuento
sí está incluido, pero justamente en la
noche 1001, al final, para así empalmar
con el principio y convertir la obra entera, ciertamente, en circular. Ni
siquiera está claro que eso fuera del conocimiento de Borges, pero lo cierto es
que la mise-en-abyme prescrita,
transcrita o imaginada por Georgie
existe, y esa existencia es suficiente para que el gran agujero que abre en el
transcurso nos succione a todos.
8.
Magias parciales del
Quijote está, de hecho, consagrado a ese tipo de juegos
literarios con potencialidad de infinito. Empezando, claro está, por el propio
de la obra de Cervantes, en donde, al comienzo de la Segunda Parte, el
Ingenioso ya Cavallero se enfrenta,
entregado a él por el bachiller Carrasco, con el libro que glosa sus hazañas.
Alonso Quijano, que devino Don Quijote, ve a Don Quijote cabalgar por las
páginas impresas del libro que sostiene, y ahí, justamente ahí, Cervantes
dinamita de manera irreversible el arte de narrar e inventa, al mismo tiempo
que la destruye para los restos, la así llamada novela moderna. Y es bello naufragar en esos mares, sin duda.
9.
En
otra gloriosa vuelta de tuerca, nuestro asendereado hidalgo, llegado a
Barcelona, visita una imprenta, en donde de repente comprueba que lo que se
está imprimiendo es justamente el Quijote
apócrifo de Avellaneda, la obra cuya aparición obligó a Cervantes a pergeñar
su propia continuación, en la que se aseguró de matar a su protagonista. Un personaje que se ha entendido personaje
y que ve como se está dando nacimiento a un personaje que dice ser él pero no
es más que un impostor, lo cual le enfurece y despierta en él esa pulsión
destructiva que tan malos resultados le da siempre. Y nosotros, con la boca
abierta. Y Cervantes, quien lo duda, regocijado por su invención. Por no
hablar, por supuesto, de Cide Hamete Benengeli.
10.
Marcel
Proust siempre supo cómo terminaba su Recherche.
Lo que no supo, y no podía saberlo porque no dependía de él, sino de lo que
aguantara su salud tan precaria (por no hablar de incidentes colaterales como la Gran Guerra, o
súbitas y dolorosas entradas del amor y su hermana la muerte en forma de
accidente aéreo), es si podría terminarla él, si podría escribir el final.
Cuando aún todo era larva, y se quería llamar Contre Sainte Beuve, ya estaba en juego la dualidad tiempo perdido
- tiempo recobrado, y el término de la quête
debía ser esa recuperación del Temps, devenido deidad y con la
mayúscula que tal condición exige. Lo cierto es que la obra quedó realmente
inconclusa, por más que se pudiera enarbolar una versión más o menos
definitiva, que resultó inevitablemente póstuma en los últimos volúmenes, y
singularmente en Le Temps retrouvé.
11.
Cansado
por el devenir de los años, los desengaños, las derrotas amorosas, las pérdidas
familiares, el final de una época de la que él se había querido protagonista y
cronista, Je, nuestro narrador, con
el que llevamos conviviendo ya tantos meses, declara, tras la cascada de
iluminaciones de la última matinée.
su intención de verter en un Libro (todo el universo aboca a un
Libro, nos recuerda Mallarmé) las esencias de su vida, todo ese caudal de
acontecimientos, banales o decisivos, pues ha entendido, en la iluminación
suprema, que eso es todo lo que cabe
hacer contra el tiempo. Por ello, en
las últimas páginas de la magna obra le vemos encaminarse a su retiro, armado
apenas de los elementos de escritura, como un San Jerónimo en la celda de un cuadro
renacentista, para ejecutar esa
misión, que acaba convirtiéndose, sí, en una ejecución, pues lo único que rodea
a esa tarea, ya, es el morir.
12.
Así,
la Recherche acaba con el anuncio de
la Recherche, con la promesa de un
desdoblamiento potencialmente infinito
en el que justo ahí nuestro Marcel nos mira y nos dice: ¿no te diste cuenta de
que el final siempre es un principio porque, ay, el principio siempre es un
final? Y nosotros, que hemos ido expresamente a París hace año y medio a ver
una exposición en la Bibliothèque Nationale, con motivo del centenario
proustiano, y hemos visto las caligrafías, las notas interminables en las
pruebas de imprenta, las galeradas obliteradas por pentimentos y correcciones, ese plano de la batalla imposible de
vencer del escritor consagrado a su tarea
interminable que ya se acaba, para la que ya no hay tiempo (ah, le Temps), ese escritor luchando por su vida, como Sherezade,
comprendemos, y asentimos, y callamos.
13.
Pues
no hay, me parece, labor más alta que ésa, ahí estamos justamente tocando los
bordes sedosos de la experiencia mística. Ahí, acaso sin merecerlo, nos es
concedida la visión espiral y en esa puesta
en abismo podemos ver (ah, visión de Dante en el último círculo, qué
pequeña) cómo todo es mentira y por
lo tanto, gracias sean dadas a Apolo, todo
es juego. Hay, sin duda, suplicios circulares, ya lo sabemos, hijos de
Sísifo que somos, pero también existen, extraños, preciosos, los gozos circulares, ésos en los que de
repente, el personaje que escribimos nos toma la pluma y empieza a escribirnos
él a nosotros, liberándonos así del peso extenuante del estar vivos.
14.
En
la vastedad del desierto acecha siempre la posibilidad del bucle. En un momento
dado, y sin que pueda saberse cuándo o por qué, el primero de los camellos, el
que abre la caravana, empieza a escorarse, no aún a virar, no, ni mucho menos,
apenas unos grados, unos minutos de arco. Ni los mejores astrolabios sirven
para determinar la variación de la derrota, pero el territorio es vasto y,
noche a noche, relato a relato, mientras el alfanje duerme y nuestro cuello
reposa, apenas con una cierta tensión, una cierta rigidez, los segmentos se
acumulan y un día descubrimos un paisaje familiar, un paisaje paralelo al de nuestros recuerdos, y no
mucho después estamos donde empezamos. Y ahí es dónde nos preguntamos cómo ha podido suceder esto, pero no
desesperados porque las mercancías se echen a perder, temerosos de la ira de
los clientes que nos esperan, agotados por un camino que ha resultado
improductivo, sino, al contrario, henchidos de gozo porque nos ha sido dado
entender que nunca fue verdad que hubiera
que ir, que nunca fue necesaria la recta, que la caravana era apenas un
pretexto para que brotara el milagro de la
fuga, del arrebato. Y queremos
saber cuál es la palabra mágica, para guardarla al fondo de la lengua y
repetirla en los besos.
15.
Estamos
aquí porque un día, que resultó ser el 15 de enero (los números se las arreglan
para cuadrar las cuentas, siempre) de 2023, siguiendo un impulso cuya
motivación no era clara siquiera para mí (aunque recuerdo que había entendido
que los lectores estaban esperándome,
que, si yo gritara, sí que me oirían en los órdenes angélicos, fue una noche de
exaltación, una noche 602) comencé esta aventura que di en llamar Pálido juego, acepté violar mi propia
prohibición de nunca más escribir un blog,
acepté así el bucle que se me ofrecía como una culebrilla en la larga travesía
del desierto. Cuando despertó, el blog
seguía ahí, dijimos Monterroso y yo, porque era cierto que bastaba con
teclear y la plantilla acogía lo tecleado y lo transformaba en un nuevo Blue Parrot. Y Rick e Ilsa nos
saludaban, te saludaban a ti, especialmente, diciendo here’s looking.
16.
Así,
la geometría que presidía este trayecto era ya, de saque, no euclidiana, por lo
que estaba abierto a todo tipo de desvíos, pasadizos secretos, barrancos con
ecos inesperados, grietas en la dudosa fábrica de palacios de la memoria
venidos a menos como casas solariegas de familias extintas, baldíos y
descampados. Desde el comienzo no hubo mapa, la consigna era a tientas, y se ejecutó con toda la
honestidad del que, ya, a estas alturas, no tiene nada que perder. Por eso todo
eran titubeos, contradicciones, yenkas
que oscilaban entre el adelante y el atrás, y que se aventuraban a lados que
limitaban con cunetas propicias al descarrilamiento. Por eso hubo que dejar que
las proles se ordenaran y los árboles genealógicos fueran podándose hasta
alcanzar una nitidez de destino. Pero seguía, sigue, siendo a tientas, porque no sé escribir de otro
modo, porque no quiero escribir de
otro modo.
17.
Por
ello, todo el proceso se desarrolla en
tiempo presente, por ello no hay más registro que alguna relectura furtiva
en la que distingo tan bien esos fragmentos que
yo no escribí, que me fueron dados por unas musas enternecedoramente
generosas conmigo en estos últimos tiempos. Así, desbocado, pero también
disciplinado, constante como lo he sido pocas veces, fui acumulando
escalofríos. El resultado es éste, año y medio después, más de cien entradas
después. Pero yo no lo sabía.
18.
El
21 de junio (me repito, pero me disculparán, porque es decisivo) viví mi noche
de las noches, mi noche 602 en la que todo empezó una y otra vez en un bucle
glorioso de sonrisas, abrazos, en una danza circular que no termina, que ya
nunca termina. Allí, en ese océano de amor, me fueron entregados presentes,
como si yo fuera un rey oriental que recibe una caravana lejanísima, una
caravana infinita y eterna, que rima con mi vida, dilatada y extensa ya. Entre
esos presentes me fue entregada una extraña joya, me fue entregada una espiral.
Un objeto interminable que está constituido por un abismo de espejos: me fue
entregado esto, esta obra, este blog,
convertido en libro, en Libro.
19.
Parecería
trivial, pero es mágico. No ya por el amoroso cuidado con el que mis amigas
ejecutaron la labor de transcribir, maquetar, componer, editar, imprimir estas
líneas, las líneas de las primeras 100
entradas de este Pálido juego, sino
porque ahí, de repente, comprendí, comprendí táctilmente (que es, ya lo sabemos, el único modo de alcanzar una
certeza que las ilusiones ópticas nos escamotean) la magnitud de este work in progress que se va ejecutando en
su sucesión de nacimientos, sin que yo sea apenas consciente de ello. Más de
seiscientas páginas, profusamente ilustradas, al sebaldiano modo, llenas de
palabras que fueron acaeciéndome, a
mí, el grafómano, el físico que nunca se avino a ser un escritor comme il faut, que siempre consideró que
el negocio de la publicación era un asunto algo sórdido (o que simplemente
siempre tuvo miedo a mostrarse, un miedo cerval al rechazo), que tiene tantos
cuadernos, pero tan pocos libros suyos, un montón de palabras que ahora son un
libro, un ejemplar único, lleno de las firmas de todos mis amigos, un volumen
sólido, bello, que me acompañará siempre, que podré leer como si fuera de otro, del que podré hablar aquí, en el blog,
poniendo el espejo frente al blog, abriendo una puerta a un infinito propicio, pues
es el infinito en el que siempre quise estar, el de Proust, el de la
literatura.
20.
A
Alonso Quijano se le secó el cerebro de leer tantos libros y el donoso escrutinio le
privó de lo más granado de su biblioteca. Pero esos mismos censores impíos
acompañaban a Sansón Carrasco cuando éste le entregó al hidalgo un nuevo libro para sus estantes, un
libro que era él, y nadie pensó en
arrojarlo al corral ni en hacer una pira con él. Este libro soy yo, y si soy
yo, lo somos todos, y si lo somos todos, es un libro interminable, y se sigue
escribiendo, se está escribiendo justo ahora, justo aquí y si yo tecleo una l esa l es el libro ya, es la l del
libro, la l de luz. En la portada del
libro hay unos ojos que me miran y son los míos, por lo tanto, en ese juego de
miradas, entre el yo que soy y el yo que fui, y desde la inexistencia de esos yoes y desde la gratuidad de todos estos
afanes y desde la licitud incontrovertible de todos estos juegos, podemos
declarar (ay, por fin) abolido el tiempo, y sentarnos tranquilamente en la butaca a leer el libro para que nos cuente lo
que va a pasar, que seguramente será lo que ya ha pasado. Y cuando esté mañana
en Barcelona no necesitaré visitar imprenta alguna, porque ningún Avellaneda
puede escribir un libro sobre mí como puedo hacerlo yo mismo, es decir, como
podemos hacerlo entre todos, y por eso, de todas las cosas maravillosas que me
pasaron el día de mi sesenta cumpleaños, de todos los presentes que me fueron
otorgados, éste es, sin duda, el regalo más bonito que me han hecho nunca.