Una felicitación
Due mondi — e io vengo dall’altro.
CRISTINA CAMPO
I.
La
siempre finísima y certera Cristina Campo nos regaló un día (el primer día que se puso a escribir poesía
en serio) este poema, uno de mis favoritos desde que lo leí, hace ya casi diez
años.
Moriremo
lontani. Sarà molto
se
poserò la guancia nel tuo palmo
a
Capodanno; se nel mio la traccia
contemplerai
di un’altra migrazione.
Dell’anima
ben poco
sapiamo.
Berrà forse dai bacini
delle
concave notti senza passi,
posera
sotto aeree piantagioni
germinate
dai sassi...
O
signore e fratello! ma di noi
sopra
una sola teca di cristallo
popoli
studiosi scriveranno
forse,
tra mille inverni:
“nessun
vincolo univa questi morti
nella
necropoli deserta”.
II.
No
sé hasta qué punto puede traducirse un poema: seguramente no se pueda. Menos yo
aún, que ni sé realmente italiano ni soy traductor (y habría que ver si soy
poeta). Sin embargo, hace un tiempo, para una amiga, me animé a hacer esta
traducción, bastante libre, que ahora comparto:
Moriremos
lejos. Ya será mucho
apoyar mi
mejilla en tu mano
en Fin de
Año, o que en la mía contemples
la línea de otra migración.
Del alma bien
poco
sabemos.
Beberá acaso de las cuencas
de las
cóncavas noches sin pasos,
se asentará
en plantaciones aéreas
germinadas de piedras...
¡Oh, señor y
hermano! Pero de nosotros
sobre una
urna de vidrio
pueblos
estudiosos escribirán,
tal vez, tras mil inviernos
“ningún
vínculo unía a estos muertos
en la desierta necrópolis”.
III.
Lontani bien
podría traducirse como alejados o lejanos, pero me parece más natural el lejos, los lejos en que moriremos los habitantes del poema. Lontani el uno del otro, alejados también de nosotros mismos.
Palmo
es la palma de la mano, y en ella se pueden leer las líneas que nos hablan de
la otra migración, y podemos
vislumbrar las caravanas armándose para el paso del desierto. Mi mejilla,
mientras, reposa en la palma de tu mano, y cierro los ojos y mi gesto es de
puro abandono, de pura quietud, como el del San Bernardo de Ribalta.
Quizá
un alma se encuentre con la otra en no se sabe qué jardines aéreos. Ahora,
aquí, basta con que estemos juntos un momento, en Fin de Año, y nos bebamos,
como los amantes de Rilke.
Cristina
Campo siempre declaró que, habiendo escrito poco, hubiera querido escribir
menos aún. Esa extrema exigencia convierte los textos que finalmente nos dejó
en piedras preciosas. Desconocida de
facto en el mundo castellanoparlante hasta hace bien poco, ahora pueden
empezar a encontrarse algunas ediciones, como la del fundamental Los imperdonables, en la colección Árbol
del Paraíso, que dirige mi admirada Victoria Cirlot, o la biografía de Cristina
De Stefano publicada en Trotta, que muestra bien a las claras las complejidades
de la personalidad de Vittoria. Que yo sepa, no hay una traducción de su poesía
en forma de libro, aunque pueden encontrarse traducciones sueltas de algún
poema por la Red o en ciertas revistas.
La
colección completa de sus poemas, acompañada de sus numerosas traducciones
poéticas de otros autores (John Donne, William Carlos Williams, Emily
Dickinson, Simone Weil, San Juan de la Cruz...) puede encontrarse en uno de
esos bellos libros de la Biblioteca Adelphi bajo el título La tigre assenza, que corresponde a uno de los poemas más
desgarradores escritos por Cristina, tras la muerte de sus padres (Ahi che la Tigre Assenza ha tutto divorato...).
En
italiano hay algunos otros libros de Cristina Campo (ella en vida publicó muy
poca cosa, ya se ha dicho), casi siempre en Adelphi, entre los que destacan sus
epistolarios. Su figura, que puede ser controvertida en algunos aspectos, ha
ido agrandándose con los años, y ahora se ha convertido, me parece, en una
especie de secreto a voces entre los iniciados que nos hemos acercado a su obra
y nos hemos convertido en feligreses
de su culto.
V.
Moriremo lontani
formó parte de la plaquette Passo d’addio
junto con otra decena de composiciones y fue editada por All’insegna del pesce d’oro el 8 de diciembre de 1956. Antes, el
poema ya había sido publicado en la revista Paragone
de febrero de 1955. En el quadernetto
con poemas que Cristina entregó a Margherita Pieracci, su entrañable Mita, con la que se estuvo escribiendo
durante años (ese epistolario es una joya en sí mismo) el poema aparece fechado
Navidades ’53-’54. Es obvio que se
escribió en torno al Capodanno de
1953 y que se concibe como un envoi a
un destinatario que no se desvela, pero con el cual parece existir un vínculo
íntimo y al mismo tiempo imposible.
La
traductora Margherita Dalmati, otra gran amiga de Vittoria, cuenta en un
artículo titulado Il viso riflesso della
luna, incluido en la colección Per
Cristina Campo, de 1998, que el nombre del dedicatario oculto podría ser un
gran poeta, casado por entonces. Cristina De Stefano, su biógrafa, desvela la
identidad: Mario Luzi. Luego, Vittoria tuvo una relación muy larga, que nunca
desembocó en el matrimonio, pues él era también casado, con Elemire Zolla,
importantísimo estudioso del simbolismo. Como fuere, el poema es una
felicitación agridulce de un fin de año al que sucederán otros, hasta un último
que sorprenderá a los protagonistas lejos el uno del otro. Sin una mano en la
que apoyar la mejilla.
VI.
En
Belinda e il mostro, la biografía de
Vittoria/Cristina que Cristina De Stefano escribe, se cita una carta de Campo a
Margherita Dalmati del verano de 1955 que se refiere a Moriremo lontano (le dice que escribe versos apenas hace un año y
que ése es su primer poema) en estos términos: Lo escribí en una noche en la que estaba tan cansada... Si estás por
los Museos Vaticanos verás en la sala egipcia una custodia de vidrio con los
cuerpos de dos bellísimos jóvenes dentro. Y sobre esa pareja milenaria, que es
la imagen misma del amor, hay un cartel: “no estaban unidos por ningún vínculo
familiar”.
La
arqueología había sido para Vittoria su pasión infantil. En esa sala del Museo
Vaticano había encontrado una paradoja irresoluble, y gozosa, como son todas
las paradojas irresolubles: recogidos acaso en la misma necrópolis, unidos por
no se sabe qué azares de transporte o museología, los dos cuerpos que acabaron
compartiendo urna no habían tenido en realidad ninguna relación en vida. Fueron
apenas sus momias las que fueron emparejadas para una eternidad que trascendía
todo gesto humano. Y, sin embargo, eran cuerpo, seguían siendo cuerpo: juntos.
Ah, ya será mucho si mi mejilla en tu palma...
Mil
inviernos después seguiremos juntos y alguien mirará nuestras manos unidas. Qué
importa el presente.
VII.
Muy
poco después Cristina Campo vuelve a escribir a Margherita Dalmati: Me ha llamado mi padre y hemos ido a los
Museos Vaticanos. Tú ya sabes a quién quería
visitar. Pero, ¿podrás creerlo? ¡Los han separado! En la sala tranquila que
rodea el pasillo, ¡ahora las urnas son dos! Al verlo, mi corazón se ha dividido
con ellos... En el Moriremo, al
menos, están unidos para siempre.
Ay,
señor y hermano, señora y hermana, qué impío está siendo el tiempo con
nosotros. Menos mal que nos quedan las palabras. Menos mal que compusimos unos
versos en los que reconocernos. No hay por qué escandalizarse: entre nosotros todo fue siempre un asunto de
palabras.
A
lo largo de los años 90 y del siglo XXI se han ido realizando estudios más
detallados y técnicamente avanzados de los diversos restos arqueológicos que
contienen los Museos Vaticanos. Así es cómo se ha ido descubriendo que una
buena parte de las momias que en principio se atribuían a la antigüedad egipcia
eran falsificaciones, frecuentemente del siglo XIX. De este modo, quizá, acabaría
esta historia.
Pero
no, porque nunca fuimos ésos, nunca fuimos carroña en una caja de vidrio.
Siempre fuimos poema.
VIII.
La
breve pero decisiva correspondencia entre Cristina Campo y María Zambrano
revela hasta qué punto mantenían una comunión de intereses y hasta qué punto se
acompañaban en esas travesías de la razón poética.
A
comienzos de 1965 Cristina envió a María el recordatorio de la misa funeral por
su madre, fallecida poco antes (ahimè, la
Tigre Assenza...), que tuvo lugar el 28 de diciembre de 1964, festa dei Santi Innocenti. El 28 de
diciembre era el cumpleaños de mi padre. 1964 es el año de mi nacimiento.
La
misa tuvo lugar en la iglesia de San Anselmo, a la que Cristina acabó por
acudir cada día en sus últimos años, de extremo fervor religioso. La iglesia
está en el bello Aventino, y en homenaje a Cristina Campo un día, en mi último
viaje a Roma, me levanté muy pronto para acudir allí a una misa con canto
gregoriano. Era mi primera misa en décadas y casi me sentí mal por ocupar un
lugar entre los fieles, contemplador, desde mi ateísmo irredento, de lo que yo
tomaba como una manifestación artística. No sé cómo lo habría entendido
Vittoria.
El
recordatorio por Emilia Guerrini (Emilia era el nombre de mi abuela paterna)
acaba con las palabras del Cantar de los
Cantares: Surge, amica mea, et veni.
María Zambrano (a la que Cristina llama en esa carta vicina sempre) hizo grabar esas mismas palabras en la tumba que hoy
ocupa, junto a su hermana Araceli (dos cuerpos juntos) en el cementerio de
Vélez-Málaga. Junto a la tumba siempre hay gatos. María y Cristina adoraban a los gatos.
Sí,
los muertos, y los lejanos, siempre tan cerca.
Hay
muchos testimonios que recuerdan la voz cristalina de Cristina, su elegancia,
su finura. Siempre estuvo enferma de los pulmones, del corazón. Murió, tan
joven, a los 53 años, el 10 de enero de 1977. Entre ese año y el que terminamos
justamente se sitúa el quicio del cambio de milenio.
A
Vittoria-Cristina, in memoriam le
dedicó María un capítulo de ese libro bellísimo, De la aurora. El capítulo que versa, justamente, sobre la llama:
Pura y encendida llama, émula de
la rosa de la que nace el día, único aunque se reitere. Pues que sólo el día
cuando es el único día lo es de verdad.
IX.
En
un pasaje de Gli imperdonabili,
Cristina Campo escribe: mani congiunte
per lungo tempo divennero alla fine archi gotici. Esa ojiva que acaban
siendo las manos unidas, el interminable juego de los dedos, la sonrisa cuando
los ojos se encuentran... El beso. Cosas que llevarnos a la otra migración.
El
8 de agosto de 2010 estoy visitando el Neues Museum de Berlín. Anoto
abundantemente en la libreta de entonces. Por ejemplo, un breve texto entre
corchetes que comienza: porque a veces,
inopinadamente, el trayecto del metro acaba en Isla Decepción. A
continuación doy cuenta de una pieza perteneciente a la abundante colección de
antigüedades egipcias, uno de los objetos de museo que más me ha impactado en
la vida: De una estatua de Akhenaton y
Nefertiti sólo restan dos manos unidas. Llevan así más de tres mil años.
La
pieza ostenta la signatura ÄM 20494 y si se la busca en la Red aparece como Hände von einer Statuengruppe, Sandstein. Es una parte de una estatua
de arenisca encontrada entre otros restos de estatuas dedicadas a la pareja real
de Akhenaton y Nefertiti (es en Berlín donde se halla ese inolvidable busto del
ojo perdido) halladas en Amarna y datadas en torno al 1350 antes de nuestra
era.
Inmediatamente
bauticé a esa pareja de manos como el objeto
eterno, lo concebí indestructible, capaz de sobrevivir a toda ekpyrosis, rotundo en la sencillez de su
enunciación: permanecemos juntas. Mi
mano en tu mano, y los años pasan por detrás, a los lados. No nos tocan. The shame was on the other side.
X.
En
el primer capítulo de Los anillos de
Saturno, W.G. Sebald habla del Urn
Burial de Thomas Browne, ese texto tan peculiar de un autor tan peculiar.
Dice Sebald que dice Browne: es
sorprendente el tiempo tan largo durante el que, medio metro bajo tierra, las
vasijas de barro, de paredes tan finas, se han conservado intactas, mientras
por encima de ellas pasaban rejas de arado y guerras, y grandes edificios y
palacios y torres tan altas como nubes se derrumbaban y desmoronaban a su
alrededor.
Hay
entonces un catálogo de objetos incluidos en los ajuares funerarios, que
incluyen cosas como el anillo de la amada
de Propercio o un birimbao de latón
que por última vez resonaría en el viaje a través de las aguas negras.
Pero, nos dice Sebald, la pieza que le parece más extraordinaria a Browne de
las muchas encontradas en sepulcros, túmulos y urnas funerarias, es una copa completamente intacta, tan clara
como si se hubiese acabado de soplar.
La
frágil copa, que persevera en su existencia, dada a luz por unas manos tan profundamente ajenas, amorosas en su
manejo, y escrutada por estudiosos de
muchos inviernos después. Dice Sebald que Browne considera que este tipo de cosas respetadas por el flujo
del tiempo se convierten en símbolos de la indestructibilidad del alma humana.
Y
así, concluye Sebald, como la más pesada
losa de la melancolía es el miedo al fin sin perspectivas de nuestra
naturaleza, Browne busca bajo aquello que se escapaba de la destrucción, busca las
huellas de la misteriosa capacidad de transmigración que tan a menudo estudió
en las orugas y las mariposas. El pequeño jirón de seda de la urna de Patroclo,
sobre la que hace una exposición, ¿qué otra cosa significa?
Y
el capítulo termina.
XI.
Hay
cosas, pues, que duran, que resisten, hay objetos eternos. Hay cuerpos en una
urna, hay palabras en un poema, hay manos unidas, hay copas intactas. Estamos
nosotros.
Está
el amor que nos tenemos, la boca que besa o dice los versos, los dedos que se
posan suaves sobre un hombro. Está la memoria, que se las arregla para navegar
entre las aguas obscuras del dejar de ser. Estás tú, que me lees, desde tantos
lugares, a tantas horas, a desgana, con entusiasmo, viendo mi cara entre las
líneas del texto. Yo también veo la tuya.
No
hay otra permanencia que la accidental, no hay otra eternidad que la
momentánea, por eso somos eternos, porque somos ahora, por eso permanecemos,
porque fuimos gloriosamente casuales, porque pudimos no habernos encontrado.
A
ciertas horas, cuando ya obscurece, en un interior que querríamos iluminado por
velas, suenan los susurros de quienes fuimos, de quienes éramos, de quienes
seremos. Y ese lenguaje está fuera del tiempo.
XII.
Toda
transición es peligrosa y exige ritos de paso. Yo tengo los míos.
Leo
el Poema del año nuevo de Marina
Tsvietáieva, ése que concluye el fascinante epistolario a tres del que ya he
hablado, las Cartas del verano de 1926,
y que está dedicado a un Rilke recién muerto, apenas en las primeras etapas de
la altra migrazione: Primera carta para ti en el nuevo lugar.
Concluye
el poema:
Para
que nada se desborde tiendo mi palma
sobre
el Ródano y Rarogne,
sobre
la clara y neta separación.
A
Rainer —Maria—
Rilke. En propia mano.
La
mano de Marina pasándole un poema a Rainer, del
otro lado del río. Los poemas salvan esas fronteras.
Y
luego tengo una cita, a la que no falto ningún año. Me espera Miss Kubelik, la
ascensorista. Jugaremos a las cartas. Y yo me quedaré embelesado mirándola y le
diré I ab-so-lu-te-ly adore you, Miss
Kubelik. Y ella sonreirá, me dará la baraja y me dirá Shut up and deal!
Y
la bolita de la ruleta (con la edad, la ruleta cada vez es más rusa) se parará
en el 24. Negro, par y pasa.
En
quince días el blog cumple un año. Me gusta que estéis ahí, me gusta que
vivamos cerca aunque estemos lejos, me gusta pasaros estos textos de un lado a otro del mundo, de una pantalla
a la otra. En propia mano.
Disfrutad
del día. Es el único día, y por eso es de verdad. Y mañana volverá a ser único. Nos
vemos mañana.
I absoutely adore you.
Feliz año nuevo.
2 comentarios:
Bonito. Sugerente. Fetiches. Y lo no-eterno.
Muy feliz Año Nuevo.
Un beso.
Alicia
Feliz año nuevo! Besos
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