(Un texto, entre el relato y el poema, que compuse hace un par de años y recupero aquí. En las recurrencias del flâneur, el espacio, y no siempre, puede jugar a nuestro favor, pero el tiempo, y su madre la entropía, nos impiden el verdadero regreso. Lápiz aquel de niño que repasaba, calcando, las líneas del dibujo subyacente: ahora ya sabemos que no, que el grafito se dispersa, la lámina se arruga, se pierde en las mudanzas, se olvida en algún altillo. Así, acaso, lo que cabe es nadar, nadar el río que somos, donde las estaciones del trayecto se señalan con boyas, y así, al final, naufragar nos será dulce.)
Antes nadadores, ahora paseantes, y estamos perdidos.
FRANZ KAFKA
Se escribieron con tiza en el pavimento los números
que identificaban ese viacrucis que se extendía por toda la ciudad, y que él
recorría con trancos desiguales, topándose con los lugares en los que la
liturgia prescribía los movimientos discontinuos y algo espasmódicos de ese
ballet de la rememoración.
No ya besos, o manos que se entrelazan, acaso tan sólo un ángulo particular de visión, el callejón en que les asaltó, fugaz y simultáneamente, un pensamiento desalentado, o el fotomatón aquel que se tragó las monedas, condenándoles así a una aniconia ya irreparable.
El tiempo, las lluvias que algunos se huelgan en llamar pertinaces, el paso de tantos tacones por ese pavimento desgastado, han ido borrando los números, que ahora ya no hilan trayecto alguno, sino que de improviso se ofrecen, demediados e incongruentes, en esquinas inconexas.
Él, no obstante, sigue recogiendo las miguitas restantes, que le conducen a un extravío que juzga más cálido, por más que tan ineficiente como la pura deriva. De ese extravío se sabe ya habitante, no transeúnte, y se figura a salvo en él, mucho más a salvo, ay, que en el encuentro.
En las horas de más tristeza, una tristeza que siente físicamente posada sobre sus hombros, como una bandada de pájaros negros ominosamente silenciosos, él imagina que esos números se han grabado en placas que no se sabe qué servicios municipales de la memoria han distribuido diligentemente en las estaciones de su tránsito, sin que él lo advirtiera, entusiasmado como está en sus evocaciones.
Pero, aunque ese hecho imposible tuviera lugar, el itinerario ya no podría volver a realizarse nunca más del modo apropiado, y el ritual no volvería a ser operativo. No porque se haya producido la muerte de los protagonistas —en tal caso, el sendero conduciría certeramente a sus sepulcros—, sino porque, habiendo muerto ya una vez, resucitaron, y se calzaron un cuerpo que ya no guardaba ningún recuerdo de abrazos, y con sus nuevas bocas se limitaron desde entonces a declamar largas tiradas de versos que lo único que hacen es quitarle sitio a los besos.
Por eso, un día, él se detiene de pronto, mira a su alrededor, pensativo, comienza a desnudarse con parsimonia, y se arroja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario