(Este blog nació, o ése era el pretexto, con una doble misión: la de recuperar viejos textos breves que duermen en mis muchos cuadernos, y la de propiciar una creación en tiempo real de cara al público, actividad ésta que produjo buenos resultados en el pasado, con esa mezcla entre privacidad y exhibicionismo que obligatoriamente tiene todo lo que se produce sin más preparación y sin otro objetivo que el mantener el pulso al paso del tiempo.
Lo cierto, no obstante, es que no siempre tengo la posibilidad de trabajar en el blog como debería, o como me gustaría. Esta noche, tras un día tranquilo que corona un fin de semana largo, me he obligado a enfrentarme a la página en blanco, la página electrónica en blanco del blog. Cuando hacía eso en el pasado me gustaba generar esa especie de falsos poemas, híbridos entre narrativa y lírica, que no tienen grandes pretensiones literarias, y mucho menos estilísticas, pero que acaecen con más facilidad cuando la herramienta de escritura es el teclado y no la pluma.
Hoy todo ha partido de una frase que me ha servido para un tweet: "¡Ah, el placer de volver a ser ficticios!". Un día fuimos héroes, y la vergüenza estaba del otro lado del Muro. Aquello, lo sabemos, no fue verdad, o fue verdad de otro modo distinto al que recordamos. Enfundémonos nuestra gabardina de viejos detectives de film noir y desplacémonos por la noche lotófaga con nuestros patines de hielo. Cuando el crimen se produzca que nos encuentre dormidos en la playa. En la Playa del Eco.)
Supe entonces que había vuelto a convertirme en ficticio,
y traté de que el tiempo del relato se hiciera más lento,
para avanzar majestuosamente hacia una despedida que acaso
no fuera esa vez la última.
(Estábamos tan cansados del fin del mundo
y de su funesta manía de repetirse.)
Tú, me parece, también lo sabías, y te holgabas
en tu recuperada transparencia, y entre los dos
componíamos una uncial en la que nos abrazábamos
al comienzo de un capítulo lleno de minúsculas.
(En qué calle se produciría el crimen
no era algo aún decidido, y lo sabíamos.)
Éramos ficticios de nuevo, y yo sabía
que después de esa noche
volvería a escribir con la velocidad
de un delantero centro.
(Eso dijo de Joseph Roth su amigo Hermann Kesten
en el prefacio a la selección de sus cartas.)
Luego lo olvidamos, y la noche volvió a ser
noche de lotófagos, como lo son todas,
y al amanecer nos creció otra vez el cuerpo
y fuimos pesadamente reales, y constantes.
(Y sin embargo, quien se cruza con nosotros
advierte que nuestros pies se deslizan.)
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