martes, 7 de mayo de 2024

La Hermana



[Estoy enredado con una entrada sobre el tiempo y la memoria (como todas, vaya) que me devuelve a Trieste y a Claudio Magris. No he podido terminarla aún, quiero darle un par de vueltas más. Mientras, dejo aquí este texto ya antiguo, que un día soñé convertir en un monólogo teatral y que gira en torno a algunas de mis obsesiones recurrentes, desde ese trabajo sobre el mito del que nos habló Victoria Cirlot en un inolvidable curso en Vidrá, Girona.]

 

Todo está muchas veces, catorce veces.

JLB

  

1.

Escúchame bien, extranjero, porque con estas palabras comienza la construcción de un cadáver, del cadáver enorme de mi Hermano.

 

2.

Yo nunca he visto a mi Hermano, pero me lo imagino, me lo imagino constantemente, y sueño con él por las noches, sueño que me abraza por la espalda, y me vuelvo a mirarle el rostro, siempre velado.

Cuando yo era niña nadie me habló del Hermano, pero yo supe siempre de su existencia, siempre contemplé la Casa con curiosidad, acaso precisamente porque era un territorio vedado para mí. Desde muy pequeña decidí consagrar mi vida a la investigación sobre el Hermano y, aunque todas mis preguntas eran contestadas con el silencio, cuando no con una violenta reprimenda, aprendí muchas cosas del Hermano, muchas cosas contradictorias.

Dicen de él, por ejemplo, que es cruel y que la Casa en la que habita es un castillo o una cárcel en la que está encerrado porque es una abominación su presencia. Pero acaso es justamente el carácter ominoso de la Casa el que le volvió cruel.

Dicen otros que el Hermano es un ser mixto, y que en cada milímetro de su piel luchan dos naturalezas y que por eso es un monstruo.

Algunos afirman que su rostro es perfectamente normal, pero que está sempiternamente cubierto por una máscara, porque es idéntico al de su Hermana y que es, así, bello como un dios.

No lo sé, yo nunca he visto al Deforme. Es posible, sí, que sea como yo, es posible que sea el desorden que hay en mí.

 

3.

Me lo imagino a veces siendo amamantado bestialmente por mi madre, que no tiene, bien quisiera ella, ubres de vaca. Le veo mordiendo ávidamente esos pezones de los que yo también he bebido. Y le veo corriendo por los pasillos del Palacio, a veces erguido y bípedo, a veces a cuatro patas, como un animal, como el animal que es, y perdiéndose, perdiéndose ya por estas salas que se repiten como en un espejo. ¡Cuánto más no se perderá por los obscuros corredores de la Casa, que recorre sin éxito!

Yo sé de la brutal máquina de la Posesión en la que se encerraba, abyecta, mi madre. Parece ser que en algún rincón de la Casa se conservan las enormes piezas que, ensambladas, constituían la falsa figura de la que se valió para engañar a la Bestia. Nadie se animó a tirarlas y a estas alturas probablemente se habrán hecho imprescindibles para el Hermano que, a no dudar, les profesará una veneración extraña.

¡Ah, cuán bello hubo de ser aquel ser para que mi padre se lo hurtara al dios y mi madre yaciese con él! También tendrás que matar algún día a esa Bestia, extranjero, pues temo que su belleza sea insoportable para todos y arrastre al mundo al caos, del que tan fatigosamente surge. Temo que incluso yo me arrojaré a su cuello y le susurraré al oído las palabras de amor que mi madre no pudo decirle, encerrada en la infernal obscuridad de la máquina con ruedas que le procuró el Artífice. ¡Ah, mi familia es, sin duda, pródiga en ayuntamientos prodigiosos!

Dicen que mi madre parió al Hermano después de haber sido poseída por la Bestia, pero a lo mejor no es verdad, a lo mejor soy yo su madre (siento aún tan claramente su presencia aquí en el costado izquierdo, siento sus movimientos en mi interior), a lo mejor somos gemelos y compartimos esa matriz y ya no lo recordamos y salimos de ese cuerpo profanado uno detrás del otro por el laberinto de la vagina.

No lo sé, no sé en realidad nada a ciencia cierta del Hermano. Sólo sé que amo desesperadamente al Hermano, y por eso mismo le odio.

 

4.

¿Quién decreta las leyes de la crueldad, extranjero? ¿Tú? ¿Yo? ¿Los dioses? No, no hay que dictar ley alguna sobre la crueldad: ella nos constituye y sólo a duras penas construimos paréntesis de ternura con los que encerrar el cuchillo recurrente de la crueldad. De la mía, de la tuya, de la de todos.

No, no de la de todos. El Hermano no es cruel: simplemente está hambriento. Es el hijo de una reina. Justo es, y apropiado, por tanto, su sustento de hombres.

 

5.

Escúchame con atención, extranjero, pues ahora voy a hablarte de tus intestinos. ¿Sabes tú de tus intestinos? ¿Sabes de su retorcerse, de su continuo agitarse, de sus jugos, de su sordo triturar? Ahí tienes una imagen adecuada de la Casa, extranjero: los intestinos del Hermano, el lugar de la Digestión, de su digestión de hombres.

Sí, la Casa es inextricable, y lo es por la suave curvatura de sus pasillos. Habrás de recorrerlos como en una continua caricia, combándote tú con ellos, en silencio, con absoluta precisión. Nada te impediría, es cierto, taladrar los muros de sus incontables galerías, en busca de la línea recta, pero tu camino se convertiría entonces en un infierno de escombros y agujeros.

No faltan mapas de la Casa, pero todos son parciales e incongruentes. Tendrás que confiar en mí, seguir al pie de la letra mis instrucciones, ser firme en la construcción del cadáver. Si te sientes perdido, cierra los ojos y déjate guiar por los otros sentidos: por el oído captarás la respiración del Hermano, podrás oler su hedor de animal con tu olfato y, tocando las paredes, tus dedos se humedecerán con sus babas.

 

6.

Dándote este hilo te hago parte de mí, extranjero, te entrego un cordón umbilical que no ha de romperse por lejos que vayas, pues ésa es su magia. Salir de la Casa será, así, como un parto, y te recibirán mis brazos, y serán mis manos las que te laven de la sangre del tránsito.

 

7.

No temas. Al cabo, es la Casa de la Muerte. Cuando accedas a su inconcebible centro, orientándote sabiamente por sus enrevesados pasillos serás digno de esa muerte y el que seas el matador o el matado será algo puramente circunstancial.

Así, mi Hermano bien podría usar este hilo para acceder al exterior tras acabar contigo, y sembrar de ese modo el caos de lo deforme por toda la isla, pues ni siquiera él, que habita en la Casa hace tantos años, conoce todas sus esquinas.

Tú, extranjero, podrías vagar sin término por esos obscuros corredores, llevando tras de ti todo el hilo del ovillo, y no toparte nunca con él, con la herramienta de tu destino, aunque le oyeras continuamente mugir, o llorar, o cantar, o lo que quiera que haga.

Pero no, lo hallarás, lo hallarás sin duda. Me lo imagino dormido, plácidamente, acurrucado en uno cualquiera de los innumerables rincones de su Casa, de su Casa de las mil columnas, a salvo, tranquilo, satisfecho, lejos de mí, ajeno a mí, ignorante de mi mera existencia, el Hermano, el Deforme.

No, no debes tener miedo de mi hermano, extranjero, su cabeza de toro le impide pensar con claridad. Le engañarás fácilmente.

 

8.

Hay muchas ventanas en la Casa, pero todas dan hacia dentro de la Casa. Hay muchas puertas en la Casa, pero todas conducen a otras casas dentro de la Casa. Sólo hay una puerta que se abre hacia el abismo. Por ahí has de conducir al Hermano, hacia allí has de llevarle en tu danza. Recuerda el dibujo de tu danza, recuerda el esquema pintado en el atrio del Palacio.

No hace falta que lleves la espada. Al Hermano se le mata con un espejo. Un espejo y un susurro. Ven, te diré lo que has de decirle. Te lo diré al oído, pues nadie más puede escucharlo. Son palabras demasiado poderosas, han de perderse para siempre en el laberinto de tu oído.

La Casa está atestada de objetos, dicen, todo tipo de objetos. Sólo una cosa falta en la Casa, sólo una cosa está prohibida en ella: los espejos. El Hermano nunca ha visto un espejo. El Hermano nunca ha visto su rostro, su bellísimo rostro.

No, no te alarmes, no precisas del espejo para que no te aniquile una mirada medusea, pues la mirada del Hermano es dulce como la de una res, sino más bien para atraerlo, como a Zagreo, y poder iniciar así la danza con él, la danza de la Grulla. También te servirá para explorar los pasillos ocultos, muchos de ellos cortados, o con fuertes desniveles, muchos de ellos cegados de bultos.

Danzarás, sí, con el Hermano, largo rato, unas veces le perseguirás, otras te perseguirá él, tu ágil cuerpo sorteará sus acometidas, siempre demasiado previsibles, siempre demasiado directas. Sólo una vez le dejarás llegar hasta el borde del abrazo, mostrándole el espejo. Entonces le susurrarás la fórmula que te he dicho. Y apartarás el espejo, sobre el que, desesperado, embestirá con toda su furia, y se despeñará entonces por la Puerta del Abismo, que el espejo velaba, y caerá, caerá interminablemente por el acantilado y se partirá su cuello de toro en la Playa del Eco.

 

9.

O tal vez no, tal vez lo encontrarás, tras muchos días de estéril vagar, ya muerto, bien muerto, de hambre o de hastío o por cualquier enfermedad o por la voluntad de los dioses, lo hallarás despanzurrado en un corredor lateral, a medio pudrir, y le abandonarás allí con su cohorte de moscas y volverás recogiendo tranquilamente el hilo y yo tendré que creer que no hubo lucha y que el Hermano estaba muerto mientras yo le soñaba.

 

10.

O no, le acorralarás criminalmente, con tu antorcha (pues no hay cosa que él tema más que el fuego) y conseguirás maniatarlo con el hilo de mi ovillo, y le torturarás largamente, sometiéndole a un interrogatorio absurdo, pateándole con tus botas en las costillas. “Dime quiénes son tus cómplices”, le gritarás al oído, y él no te entenderá, pues hablas una lengua extranjera, y gozarás cruelmente con su dolor y te extasiarás con sus mugidos de bestia y lo rematarás descerrajándole un tiro en la nuca. Y vendrás sonriente y me dirás: “¿Qué querías, Ariadna? A fin de cuentas, soy un soldado.” y yo veré tus manos llenas de la sangre del Hermano, y el hilo también sanguinolento hecho una maraña y me enseñarás las fotografías del cuerpo macilento de mi Hermano, que no es, al fin, otra cosa que el Prisionero (pues la Casa es una cárcel) y yo te abrazaré llena de miedo y de ira y de angustia y de alivio y huiremos, huiremos a toda prisa, escapando de la venganza de mi padre.

Sí, así harás seguramente, extranjero, pues eres conocido por tu brutalidad. Pero si lo haces, no olvides incendiar la Casa con tu antorcha, prende colchones viejos de los que habrá por ahí amontonados, haz que arda largas noches, que quede reducida a cenizas y con ella el cuerpo de mi Hermano, porque no soporto la idea de una Casa enorme de corredores inextricables en las que el Hermano ya no se pasea, ya no se recuesta, ya no canta.

 

11.

O tal vez no, tal vez te dejarás llevar por la embriaguez de la danza, tal vez dejarás que él te toque, que te estreche en su abrazo, en su abrazo monstruoso y cálido y dulce y lo besarás, besarás sus labios de hombre, sus belfos de bestia, lo besarás como lo besaría yo, su Hermana, y el morirá, morirá de amor en tus brazos (ay, en los tuyos, pues yo tan sólo sujeto un ovillo en la puerta más alejada de la Casa) y tú le besarás en la muerte que le llevas, que le llevamos, que él espera, y entonces volverás y me dirás “si vieras, Ariadna, cuán armoniosamente cantaba Asterión” y yo te diré “¿qué cantaba el Hermano, Teseo?” y tú, extranjero, me responderás: “ay, Ariadna, el Minotauro se lamentaba. Cantaba con voz tenue ¡Ah, el Laberinto es silencioso! ¡Ah, el laberinto es solitario! ¡Ah, el laberinto es vasto e inútil!”, y yo lloraré escuchando el cantar del Hermano y tú me estrecharás en tus brazos y me dirás: “la caricia del Deforme es brusca, sin duda, pero si supieras, Ariadna, cuán hondo viajan sus besos”, y yo te pediré esos besos otra vez y tú me los darás, me los darás largamente, mientras mi Hermano agoniza en el centro de su Casa, agoniza como un dios, y, abandonados a nuestra pasión, estaremos a punto de ser descubiertos y habremos de correr hacia la nave y zarpar lejos de Creta para siempre.

 

12.

No sé, no sé cómo ocurrirá, extranjero, pero es lo mismo. Ya hemos hecho esto infinitas veces en el pasado y habremos de hacerlo otras tantas más en el futuro.

Sí, es lo mismo. Finalmente, el Hermano estará muerto y a nosotros el viento nos conducirá a esta isla, a esta isla del sempiterno estar sola.

Ah, sí, Teseo, estamos en esta isla, igual que estamos en Cnosos y en tantos otros lugares. Somos inmortales, para nosotros es normal estar en muchos sitios a la vez. Mira, yo, por ejemplo, estoy ahora mismo también en el cielo, aunque no puedas verme, porque es mediodía. Soy una constelación, la constelación de la Corona.

 

13.

Pero no, no estamos todos en todas partes, no estamos juntos en la isla, no estamos juntos tendidos en el lecho, me he despertado y no estabas y he visto como tu barco se alejaba con sus velas negras. Estoy sola, Teseo, me has dejado sola, frente a esta playa, bajo este sol inmóvil del mediodía.

¿Tan monstruosa soy ahora, tras la muerte de mi Hermano, que merezco este castigo? ¿Soy, pues, un objeto nefando que ha de apartarse de la humanidad? ¿Soy impura porque llevo en la piel la mirada de un dios ingobernable?

Ay, extranjero, me has dejado aquí con todas mis muñecas, las muñecas articuladas que Dédalo, el Artífice, me construyó cuando era niña. Con ellas juego interminablemente. Con ellas repito las cosas que han pasado, las cosas que van a pasar.

 

14.

Sí, extranjero, hay muchos modos de estar encerrado en una tumba. Uno de ellos es éste, este respirar del mar incansable. Los laberintos no tienen por qué ser intrincados, basta con que sean áridos. Y esta isla lo es. Mucho.

Las cosas que ocurren en esta playa lo hacen una y otra vez, como las olas. La luz que viene empapada del agua, la luz que suena, me habla de ti, me habla del Ausente, extranjero.

Día se llama esta isla. En ella la noche no es posible. La luz es siempre cegadora, el mediodía es eterno. No se apagan nunca las luces de esta habitación, no se apaga nunca esta pantalla enorme en la que se ve el mar.

 

15.

Ay, tenía razón Ovidio, tenía toda la razón. El espesor de la arena retarda mis pies de muchacha. Grito por toda la costa ¡Teseo! y me devuelven las cóncavas rocas tu nombre. Cuantas veces te llamo yo, tantas veces te llama el lugar mismo. Es la Playa del Eco.

Éste es el laberinto de la Playa del Eco, aquí matamos interminablemente al Minotauro, Teseo.

En este nolugar del notiempo la crueldad se regenera a sí misma. El mar es una metáfora apropiada de la crueldad. Es inmenso y recurrente. La crueldad siempre acaba por mojarnos los pies.

 

16.

Juego con mis muñecas, Teseo, contemplo las fotografías del Torturado. Te atreviste finalmente, sacrílego, a emplear el hilo de mi ovillo mágico para maniatar al monstruo, para poder así torturarle lentamente hasta la muerte. Manchaste el hilo de Dédalo con la sangre del Hermano.

Ah, mézclese entonces esa sangre con la mía, apretaré el hilo en mi cuerpo desnudo, dibujaré con él nuevos continentes de carne torturada, seré Deforme yo también, combinaré esos triángulos esféricos como letras de un anagrama, seré una vez más Unica Zürn, seré la última letra del alfabeto. Mírame, extranjero, mira en qué extraño monstruo me transformo.

 

17.

¡Pero llega! ¡Llega el dios!

Bien he hecho entonces en convertirme en esta llaga viva. Al dios le gustan los desmembramientos.

Llega, es un caballo enorme, un caballo blanco, galopa a toda prisa por la playa, el sonido de sus cascos se sobrepone al ruido de las olas, viene hacia mí excitado, dispuesto a aniquilarme, estoy inmóvil, cierro los ojos, tendida en la arena ardiente que retumba a su paso. Pero no, no me alcanza, no se lanza sobre mí a destrozarme con sus patas, alza el vuelo, abre unas alas enormes, blanquísimas y alza el vuelo, se aleja, se aleja de la playa, se adentra en el mar, en dirección a tu nave, extranjero, a tu nave de velas negras.

¡Oh, el horror! Los cazas surgen vertiginosos del horizonte, disparan al bello Pegaso, lo abaten, cae despedazado al mar que le engulle, los aviones desaparecen. Son el cortejo del dios, el cortejo de Dionisos. Ha pasado de largo.

Ha pasado de largo. Una vez más.

 

18.

Ay de mí, extranjero. De este tránsito circular sólo puede arrancarme el dios y el dios no comparece.

Quizás, al final, el dios sea esto, esta playa vacía, esta desolación de arena. Quizás sea esto amar al dios, sentir el dolor de estas cuerdas que se clavan en la piel y hacen surcos en ella.

Ah, no supimos entender aquello, extranjero. No supimos resolver el enigma de la Casa y el Hermano, esa charada. Por eso todo acaba del modo en que acaba. Es decir, de este modo, de este modo que no acaba nunca. Esta es la playa donde las cosas se repiten. Esta es la playa de las Ruinas, está llena de restos de civilizaciones imposibles.

 

19.

Un día, acaso (quiéranlo así las Benévolas), buscando codiciosos esos restos llegarán a la isla los Cazadores de Estatuas.

Me tenderé en la arena a esperarles, con mis muñecas. Seré una muñeca articulada, como ellas. Nos quedaremos quietas, adormiladas, vueltas piedra.

Seremos estatuas para que se nos lleven con ellos, para que nos saquen por fin de esta habitación del mar, para que nos alejen del cadáver del Hermano, de la ausencia, de la espera.

Nos tenderemos en esta plaza de hormigón, frente a esta torre cilíndrica, nos tenderemos tantas veces como veces existimos, en tantos lugares como estamos, nos tenderemos otra vez y nos incorporaremos y nos volveremos a tender, hasta que lleguen los Cazadores de Estatuas.

Y nos contaremos incesantemente las mismas historias hasta que no sepamos distinguir las palabras y nos parezcan olas, olas del mar de la Playa del Eco, de la Playa de la Esquizofrenia.

 

20.

Escúchame bien, extranjero, porque con estas palabras comienza la construcción de un cadáver, del cadáver enorme de mi hermano.


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