[Estoy enredado con una entrada sobre el tiempo y la memoria (como todas, vaya) que me devuelve a Trieste y a Claudio Magris. No he podido terminarla aún, quiero darle un par de vueltas más. Mientras, dejo aquí este texto ya antiguo, que un día soñé convertir en un monólogo teatral y que gira en torno a algunas de mis obsesiones recurrentes, desde ese trabajo sobre el mito del que nos habló Victoria Cirlot en un inolvidable curso en Vidrá, Girona.]
Todo
está muchas veces, catorce veces.
JLB
1.
Escúchame
bien, extranjero, porque con estas palabras comienza la construcción de un
cadáver, del cadáver enorme de mi Hermano.
2.
Yo
nunca he visto a mi Hermano, pero me lo imagino, me lo imagino constantemente,
y sueño con él por las noches, sueño que me abraza por la espalda, y me vuelvo
a mirarle el rostro, siempre velado.
Cuando
yo era niña nadie me habló del Hermano, pero yo supe siempre de su existencia,
siempre contemplé la Casa con curiosidad, acaso precisamente porque era un
territorio vedado para mí. Desde muy pequeña decidí consagrar mi vida a la
investigación sobre el Hermano y, aunque todas mis preguntas eran contestadas
con el silencio, cuando no con una violenta reprimenda, aprendí muchas cosas
del Hermano, muchas cosas contradictorias.
Dicen
de él, por ejemplo, que es cruel y que la Casa en la que habita es un castillo
o una cárcel en la que está encerrado porque es una abominación su presencia.
Pero acaso es justamente el carácter ominoso de la Casa el que le volvió cruel.
Dicen
otros que el Hermano es un ser mixto, y que en cada milímetro de su piel luchan
dos naturalezas y que por eso es un monstruo.
Algunos
afirman que su rostro es perfectamente normal, pero que está sempiternamente
cubierto por una máscara, porque es idéntico al de su Hermana y que es, así, bello
como un dios.
No
lo sé, yo nunca he visto al Deforme. Es posible, sí, que sea como yo, es
posible que sea el desorden que hay en mí.
3.
Me
lo imagino a veces siendo amamantado bestialmente por mi madre, que no tiene,
bien quisiera ella, ubres de vaca. Le veo mordiendo ávidamente esos pezones de
los que yo también he bebido. Y le veo corriendo por los pasillos del Palacio,
a veces erguido y bípedo, a veces a cuatro patas, como un animal, como el
animal que es, y perdiéndose, perdiéndose ya por estas salas que se repiten
como en un espejo. ¡Cuánto más no se perderá por los obscuros corredores de la Casa,
que recorre sin éxito!
Yo
sé de la brutal máquina de la Posesión en la que se encerraba, abyecta, mi
madre. Parece ser que en algún rincón de la Casa se conservan las enormes
piezas que, ensambladas, constituían la falsa figura de la que se valió para
engañar a la Bestia. Nadie se animó a tirarlas y a estas alturas probablemente
se habrán hecho imprescindibles para el Hermano que, a no dudar, les profesará
una veneración extraña.
¡Ah,
cuán bello hubo de ser aquel ser para que mi padre se lo hurtara al dios y mi
madre yaciese con él! También tendrás que matar algún día a esa Bestia,
extranjero, pues temo que su belleza sea insoportable para todos y arrastre al
mundo al caos, del que tan fatigosamente surge. Temo que incluso yo me arrojaré
a su cuello y le susurraré al oído las palabras de amor que mi madre no pudo
decirle, encerrada en la infernal obscuridad de la máquina con ruedas que le
procuró el Artífice. ¡Ah, mi familia es, sin duda, pródiga en ayuntamientos
prodigiosos!
Dicen
que mi madre parió al Hermano después de haber sido poseída por la Bestia, pero
a lo mejor no es verdad, a lo mejor soy yo su madre (siento aún tan claramente
su presencia aquí en el costado izquierdo, siento sus movimientos en mi
interior), a lo mejor somos gemelos y compartimos esa matriz y ya no lo
recordamos y salimos de ese cuerpo profanado uno detrás del otro por el
laberinto de la vagina.
No
lo sé, no sé en realidad nada a ciencia cierta del Hermano. Sólo sé que amo
desesperadamente al Hermano, y por eso mismo le odio.
4.
¿Quién
decreta las leyes de la crueldad, extranjero? ¿Tú? ¿Yo? ¿Los dioses? No, no hay
que dictar ley alguna sobre la crueldad: ella nos constituye y sólo a duras
penas construimos paréntesis de ternura con los que encerrar el cuchillo
recurrente de la crueldad. De la mía, de la tuya, de la de todos.
No,
no de la de todos. El Hermano no es cruel: simplemente está hambriento. Es el
hijo de una reina. Justo es, y apropiado, por tanto, su sustento de hombres.
5.
Escúchame
con atención, extranjero, pues ahora voy a hablarte de tus intestinos. ¿Sabes
tú de tus intestinos? ¿Sabes de su retorcerse, de su continuo agitarse, de sus
jugos, de su sordo triturar? Ahí tienes una imagen adecuada de la Casa,
extranjero: los intestinos del Hermano, el lugar de la Digestión, de su digestión
de hombres.
Sí,
la Casa es inextricable, y lo es por la suave curvatura de sus pasillos. Habrás
de recorrerlos como en una continua caricia, combándote tú con ellos, en
silencio, con absoluta precisión. Nada te impediría, es cierto, taladrar los muros
de sus incontables galerías, en busca de la línea recta, pero tu camino se
convertiría entonces en un infierno de escombros y agujeros.
No
faltan mapas de la Casa, pero todos son parciales e incongruentes. Tendrás que
confiar en mí, seguir al pie de la letra mis instrucciones, ser firme en la
construcción del cadáver. Si te sientes perdido, cierra los ojos y déjate guiar
por los otros sentidos: por el oído captarás la respiración del Hermano, podrás
oler su hedor de animal con tu olfato y, tocando las paredes, tus dedos se
humedecerán con sus babas.
6.
Dándote
este hilo te hago parte de mí, extranjero, te entrego un cordón umbilical que
no ha de romperse por lejos que vayas, pues ésa es su magia. Salir de la Casa
será, así, como un parto, y te recibirán mis brazos, y serán mis manos las que
te laven de la sangre del tránsito.
7.
No
temas. Al cabo, es la Casa de la Muerte. Cuando accedas a su inconcebible
centro, orientándote sabiamente por sus enrevesados pasillos serás digno de esa
muerte y el que seas el matador o el matado será algo puramente circunstancial.
Así,
mi Hermano bien podría usar este hilo para acceder al exterior tras acabar
contigo, y sembrar de ese modo el caos de lo deforme por toda la isla, pues ni
siquiera él, que habita en la Casa hace tantos años, conoce todas sus esquinas.
Tú,
extranjero, podrías vagar sin término por esos obscuros corredores, llevando
tras de ti todo el hilo del ovillo, y no toparte nunca con él, con la
herramienta de tu destino, aunque le oyeras continuamente mugir, o llorar, o cantar,
o lo que quiera que haga.
Pero
no, lo hallarás, lo hallarás sin duda. Me lo imagino dormido, plácidamente,
acurrucado en uno cualquiera de los innumerables rincones de su Casa, de su Casa
de las mil columnas, a salvo, tranquilo, satisfecho, lejos de mí, ajeno a mí,
ignorante de mi mera existencia, el Hermano, el Deforme.
No,
no debes tener miedo de mi hermano, extranjero, su cabeza de toro le impide
pensar con claridad. Le engañarás fácilmente.
8.
Hay
muchas ventanas en la Casa, pero todas dan hacia dentro de la Casa. Hay muchas
puertas en la Casa, pero todas conducen a otras casas dentro de la Casa. Sólo
hay una puerta que se abre hacia el abismo. Por ahí has de conducir al Hermano,
hacia allí has de llevarle en tu danza. Recuerda el dibujo de tu danza,
recuerda el esquema pintado en el atrio del Palacio.
No
hace falta que lleves la espada. Al Hermano se le mata con un espejo. Un espejo
y un susurro. Ven, te diré lo que has de decirle. Te lo diré al oído, pues
nadie más puede escucharlo. Son palabras demasiado poderosas, han de perderse
para siempre en el laberinto de tu oído.
La
Casa está atestada de objetos, dicen, todo tipo de objetos. Sólo una cosa falta
en la Casa, sólo una cosa está prohibida en ella: los espejos. El Hermano nunca
ha visto un espejo. El Hermano nunca ha visto su rostro, su bellísimo rostro.
No,
no te alarmes, no precisas del espejo para que no te aniquile una mirada
medusea, pues la mirada del Hermano es dulce como la de una res, sino más bien
para atraerlo, como a Zagreo, y poder iniciar así la danza con él, la danza de
la Grulla. También te servirá para explorar los pasillos ocultos, muchos de
ellos cortados, o con fuertes desniveles, muchos de ellos cegados de bultos.
Danzarás,
sí, con el Hermano, largo rato, unas veces le perseguirás, otras te perseguirá
él, tu ágil cuerpo sorteará sus acometidas, siempre demasiado previsibles, siempre
demasiado directas. Sólo una vez le dejarás llegar hasta el borde del abrazo,
mostrándole el espejo. Entonces le susurrarás la fórmula que te he dicho. Y
apartarás el espejo, sobre el que, desesperado, embestirá con toda su furia, y
se despeñará entonces por la Puerta del Abismo, que el espejo velaba, y caerá,
caerá interminablemente por el acantilado y se partirá su cuello de toro en la
Playa del Eco.
9.
O
tal vez no, tal vez lo encontrarás, tras muchos días de estéril vagar, ya
muerto, bien muerto, de hambre o de hastío o por cualquier enfermedad o por la
voluntad de los dioses, lo hallarás despanzurrado en un corredor lateral, a
medio pudrir, y le abandonarás allí con su cohorte de moscas y volverás recogiendo
tranquilamente el hilo y yo tendré que creer que no hubo lucha y que el Hermano
estaba muerto mientras yo le soñaba.
10.
O
no, le acorralarás criminalmente, con tu antorcha (pues no hay cosa que él tema
más que el fuego) y conseguirás maniatarlo con el hilo de mi ovillo, y le
torturarás largamente, sometiéndole a un interrogatorio absurdo, pateándole con
tus botas en las costillas. “Dime quiénes son tus cómplices”, le gritarás al
oído, y él no te entenderá, pues hablas una lengua extranjera, y gozarás
cruelmente con su dolor y te extasiarás con sus mugidos de bestia y lo
rematarás descerrajándole un tiro en la nuca. Y vendrás sonriente y me dirás:
“¿Qué querías, Ariadna? A fin de cuentas, soy un soldado.” y yo veré tus manos
llenas de la sangre del Hermano, y el hilo también sanguinolento hecho una
maraña y me enseñarás las fotografías del cuerpo macilento de mi Hermano, que
no es, al fin, otra cosa que el Prisionero (pues la Casa es una cárcel) y yo te
abrazaré llena de miedo y de ira y de angustia y de alivio y huiremos, huiremos
a toda prisa, escapando de la venganza de mi padre.
Sí,
así harás seguramente, extranjero, pues eres conocido por tu brutalidad. Pero
si lo haces, no olvides incendiar la Casa con tu antorcha, prende colchones
viejos de los que habrá por ahí amontonados, haz que arda largas noches, que
quede reducida a cenizas y con ella el cuerpo de mi Hermano, porque no soporto
la idea de una Casa enorme de corredores inextricables en las que el Hermano ya
no se pasea, ya no se recuesta, ya no canta.
11.
O
tal vez no, tal vez te dejarás llevar por la embriaguez de la danza, tal vez
dejarás que él te toque, que te estreche en su abrazo, en su abrazo monstruoso
y cálido y dulce y lo besarás, besarás sus labios de hombre, sus belfos de
bestia, lo besarás como lo besaría yo, su Hermana, y el morirá, morirá de amor
en tus brazos (ay, en los tuyos, pues yo tan sólo sujeto un ovillo en la puerta
más alejada de la Casa) y tú le besarás en la muerte que le llevas, que le
llevamos, que él espera, y entonces volverás y me dirás “si vieras, Ariadna,
cuán armoniosamente cantaba Asterión” y yo te diré “¿qué cantaba el Hermano,
Teseo?” y tú, extranjero, me responderás: “ay, Ariadna, el Minotauro se
lamentaba. Cantaba con voz tenue ¡Ah, el
Laberinto es silencioso! ¡Ah, el laberinto es solitario! ¡Ah, el laberinto es
vasto e inútil!”, y yo lloraré escuchando el cantar del Hermano y tú me
estrecharás en tus brazos y me dirás: “la caricia del Deforme es brusca, sin duda,
pero si supieras, Ariadna, cuán hondo viajan sus besos”, y yo te pediré esos
besos otra vez y tú me los darás, me los darás largamente, mientras mi Hermano
agoniza en el centro de su Casa, agoniza como un dios, y, abandonados a nuestra
pasión, estaremos a punto de ser descubiertos y habremos de correr hacia la
nave y zarpar lejos de Creta para siempre.
12.
No
sé, no sé cómo ocurrirá, extranjero, pero es lo mismo. Ya hemos hecho esto
infinitas veces en el pasado y habremos de hacerlo otras tantas más en el
futuro.
Sí,
es lo mismo. Finalmente, el Hermano estará muerto y a nosotros el viento nos conducirá
a esta isla, a esta isla del sempiterno estar sola.
Ah,
sí, Teseo, estamos en esta isla, igual que estamos en Cnosos y en tantos otros
lugares. Somos inmortales, para nosotros es normal estar en muchos sitios a la
vez. Mira, yo, por ejemplo, estoy ahora mismo también en el cielo, aunque no
puedas verme, porque es mediodía. Soy una constelación, la constelación de la
Corona.
13.
Pero
no, no estamos todos en todas partes, no estamos juntos en la isla, no estamos
juntos tendidos en el lecho, me he despertado y no estabas y he visto como tu
barco se alejaba con sus velas negras. Estoy sola, Teseo, me has dejado sola,
frente a esta playa, bajo este sol inmóvil del mediodía.
¿Tan
monstruosa soy ahora, tras la muerte de mi Hermano, que merezco este castigo?
¿Soy, pues, un objeto nefando que ha de apartarse de la humanidad? ¿Soy impura
porque llevo en la piel la mirada de un dios ingobernable?
Ay,
extranjero, me has dejado aquí con todas mis muñecas, las muñecas articuladas
que Dédalo, el Artífice, me construyó cuando era niña. Con ellas juego
interminablemente. Con ellas repito las cosas que han pasado, las cosas que van
a pasar.
14.
Sí,
extranjero, hay muchos modos de estar encerrado en una tumba. Uno de ellos es
éste, este respirar del mar incansable. Los laberintos no tienen por qué ser
intrincados, basta con que sean áridos. Y esta isla lo es. Mucho.
Las
cosas que ocurren en esta playa lo hacen una y otra vez, como las olas. La luz
que viene empapada del agua, la luz que suena, me habla de ti, me habla del
Ausente, extranjero.
Día
se llama esta isla. En ella la noche no es posible. La luz es siempre cegadora,
el mediodía es eterno. No se apagan nunca las luces de esta habitación, no se
apaga nunca esta pantalla enorme en la que se ve el mar.
15.
Ay,
tenía razón Ovidio, tenía toda la razón. El espesor de la arena retarda mis
pies de muchacha. Grito por toda la costa ¡Teseo!
y me devuelven las cóncavas rocas tu nombre. Cuantas veces te llamo yo, tantas
veces te llama el lugar mismo. Es la Playa del Eco.
Éste
es el laberinto de la Playa del Eco, aquí matamos interminablemente al
Minotauro, Teseo.
En
este nolugar del notiempo la crueldad se regenera a sí misma. El mar es una
metáfora apropiada de la crueldad. Es inmenso y recurrente. La crueldad siempre
acaba por mojarnos los pies.
16.
Juego
con mis muñecas, Teseo, contemplo las fotografías del Torturado. Te atreviste
finalmente, sacrílego, a emplear el hilo de mi ovillo mágico para maniatar al
monstruo, para poder así torturarle lentamente hasta la muerte. Manchaste el
hilo de Dédalo con la sangre del Hermano.
Ah,
mézclese entonces esa sangre con la mía, apretaré el hilo en mi cuerpo desnudo,
dibujaré con él nuevos continentes de carne torturada, seré Deforme yo también,
combinaré esos triángulos esféricos como letras de un anagrama, seré una vez
más Unica Zürn, seré la última letra del alfabeto. Mírame, extranjero, mira en
qué extraño monstruo me transformo.
17.
¡Pero
llega! ¡Llega el dios!
Bien
he hecho entonces en convertirme en esta llaga viva. Al dios le gustan los
desmembramientos.
Llega,
es un caballo enorme, un caballo blanco, galopa a toda prisa por la playa, el
sonido de sus cascos se sobrepone al ruido de las olas, viene hacia mí
excitado, dispuesto a aniquilarme, estoy inmóvil, cierro los ojos, tendida en
la arena ardiente que retumba a su paso. Pero no, no me alcanza, no se lanza
sobre mí a destrozarme con sus patas, alza el vuelo, abre unas alas enormes,
blanquísimas y alza el vuelo, se aleja, se aleja de la playa, se adentra en el
mar, en dirección a tu nave, extranjero, a tu nave de velas negras.
¡Oh,
el horror! Los cazas surgen vertiginosos del horizonte, disparan al bello
Pegaso, lo abaten, cae despedazado al mar que le engulle, los aviones
desaparecen. Son el cortejo del dios, el cortejo de Dionisos. Ha pasado de
largo.
Ha
pasado de largo. Una vez más.
18.
Ay
de mí, extranjero. De este tránsito circular sólo puede arrancarme el dios y el
dios no comparece.
Quizás,
al final, el dios sea esto, esta playa vacía, esta desolación de arena. Quizás
sea esto amar al dios, sentir el dolor de estas cuerdas que se clavan en la
piel y hacen surcos en ella.
Ah,
no supimos entender aquello, extranjero. No supimos resolver el enigma de la
Casa y el Hermano, esa charada. Por eso todo acaba del modo en que acaba. Es
decir, de este modo, de este modo que no acaba nunca. Esta es la playa donde
las cosas se repiten. Esta es la playa de las Ruinas, está llena de restos de
civilizaciones imposibles.
19.
Un
día, acaso (quiéranlo así las Benévolas), buscando codiciosos esos restos llegarán
a la isla los Cazadores de Estatuas.
Me
tenderé en la arena a esperarles, con mis muñecas. Seré una muñeca articulada,
como ellas. Nos quedaremos quietas, adormiladas, vueltas piedra.
Seremos
estatuas para que se nos lleven con ellos, para que nos saquen por fin de esta
habitación del mar, para que nos alejen del cadáver del Hermano, de la
ausencia, de la espera.
Nos
tenderemos en esta plaza de hormigón, frente a esta torre cilíndrica, nos
tenderemos tantas veces como veces existimos, en tantos lugares como estamos,
nos tenderemos otra vez y nos incorporaremos y nos volveremos a tender, hasta
que lleguen los Cazadores de Estatuas.
Y
nos contaremos incesantemente las mismas historias hasta que no sepamos
distinguir las palabras y nos parezcan olas, olas del mar de la Playa del Eco,
de la Playa de la Esquizofrenia.
20.
Escúchame
bien, extranjero, porque con estas palabras comienza la construcción de un
cadáver, del cadáver enorme de mi hermano.
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