sábado, 20 de abril de 2024

Fechas


 

In that sense, both memory and imagination are a negation of time.

VLADIMIR NABOKOV

 

1.

Sin duda algo opacados por la magnitud de su obra novelística, los abundantes relatos de Vladimir Nabokov son, frecuentemente, pequeñas obras maestras, tanto los escritos en ruso como los últimos, escritos ya en inglés. Se reúnen en un grueso volumen titulado Collected Stories publicado por la Penguin. He comprado tres veces ese volumen. La primera vez, hace bastantes años. Entonces el color que identificaba los Modern Classics era gris. Recorrí el libro y lo paseé, lo anoté, fue deteriorándose. El tono de sus páginas era más bien obscuro, no era ya un libro cómodo de leer. Cuando entré definitivamente en mi furia nabokoviana, de la que aún no he salido, y me enteré de que había una nueva edición que incluía tres piezas inéditas hasta entonces, la compré, relegando al vetusto libro gris a ese doloroso exilio de la segunda fila de la estantería. El nuevo tenía una elegante portada blanca, con la reproducción del fragmento de una pintura en ella y el tono de sus páginas era mucho más claro. Me gustaba mucho. Me llevé el libro a mi segundo viaje a Turín, de 2022. Lo acarreaba por la ciudad, lo leía en las terrazas. Una noche, volviendo ya al hotel tras una larga jornada, lo coloqué en una bolsa de plástico junto a una botella de agua que me acababa de comprar en un supermercado. La botella se abrió y el libro quedó empapado. Me recuerdo en el pequeño andén del metro turinés asumiendo el desastre, la nula posibilidad de recuperar el destrozo y tomando la terrible decisión de abandonarlo en una papelera de la estación de Porta Nuova. Nunca he podido aceptar la muerte de un libro, y ése se me murió en las manos, y por mi imprudencia. Allí mismo, mientras viajaba en el vagón, encargué un nuevo ejemplar que me llegó en unos días a casa. Es el que ahora manejo, el que ahora paseo, anoto, recorro. La death by water de su compañero de camada añade otra capa más a la historia de mi relación con esos relatos, demasiado prolija para narrarla aquí. Les contaré apenas un par de cosas, de un par de cuentos. Cuentos que tienen que ver con el tiempo, con el futuro, con la muerte. Con las fechas.

 

2.

En agosto de 1944 los Nabokov llevan ya cuatro años en Estados Unidos, a donde arribaron en 1940 huyendo de Francia, a la que habían llegado poco antes huyendo de Berlín, a donde se habían trasladado unos años antes huyendo de Rusia. Sí, ésta es de nuevo una historia de desplazados. Nabokov aún no es el autor de Lolita y aunque su obra en ruso es muy relevante, lo cierto es que su trabajo como escritor no le es suficiente como para mantener a la familia, la fascinante Véra y el pequeño Dmitri, que había nacido en 1934 y al que VN retrata con gran ternura en el último capítulo de su Speak, memory, a punto de tomar el barco en el que cruzarían el Atlántico. Además de ejercer como profesor, las publicaciones de relatos en revistas de prestigio como The New Yorker suponen una inyección económica importante. Es precisamente The New Yorker quien rechaza en primera instancia el cuento Time and Ebb, en cuyo título hay uno de esos juegos de palabras intraducibles, con el baile de una letra en Tide, que nos llevaría así a Time, un tiempo sometido a mareas, a flujos y a ebbs, reflujos. No he leído la traducción al castellano pero me consta que hay al menos una cuyo título ha pasado a ser De horas y mareas, tan poco nabokoviano. De tiempo y reflujo, pues, habla este relato, escrito en unos días en los que aún la Segunda Guerra Mundial seguía sembrando de destrucción el mundo, en los que Hitler aún estaba en el poder y las bombas atómicas eran todavía un lejano desideratum de las potencias beligerantes. Un tiempo extraño que nos cuesta imaginar, pero que en realidad nunca se marcha.

 

3.

Time and Ebb es un relato breve, sencillo. La premisa es que es un escrito del futuro en el que el presente de su escritura, que es ya tan pasado para nosotros (1944) lo es aún más para un habitante del final del primer cuarto del siglo XXI, tan remoto cuando el cuento fue escrito. Es, así, en cierto modo, sólo en cierto modo, una de las incursiones no tan infrecuentes de Nabokov en una science fiction, siempre muy sui generis, como lo será el otro relato del que hablaremos, Lance, en el que hay todo un preámbulo crítico con el propio género y en el que Nabokov, mirando, como tantas veces a cámara, nos dice lo que va a escribir, en cierto modo por qué va a hacerlo y cómo eso no es, no puede ser de ningún modo ciencia ficción, al menos comme il faut. En cuanto a Time and Ebb, la extrañeza se consigue no tanto a partir del relato de los detalles de las things to come, sino más bien a través de la mirada vuelta hacia atrás de alguien muy anciano, que cuenta cómo eran las cosas de su infancia, en ese tiempo que es ya como otro planeta, un planeta en el que habitaba la familia Nabokov entonces, un planeta que orbita ya, también para nosotros, inalcanzable, en su pretérito anterior.

 

4.

Time and Ebb es el testimonio de un científico nonagenario que, en su convalecencia, evoca, pues para él son realmente más presentes que su presente, los días de su infancia, cuando tuvo que huir de las torturas indescriptibles que una nación degenerada infligía a la raza a la que pertenezco. Esa nación ha desaparecido aparentemente en el futuro presente del narrador, pues nos habla de una frontera común entre Francia y Rusia que se lleva por delante todo resto de una Alemania que en el presente pasado del autor estaba en el otro lado del combate. Hay que recordar que Véra era judía y también lo era, pues, parcialmente al menos, Dmitri. El narrador dice haber nacido en París y nos habla tangencialmente de otros acontecimientos que habrían tenido lugar entre el 1944 de la redacción del cuento y el momento en que transcurre la acción. Así, tenemos una gran guerra en Sudamérica, un dictador sangriento que responde al nombre de Alamillo y al que se pone al mismo nivel de Hitler u otros sucesos chocantes, como el hecho de que la aviación haya sido prohibida, acaso justamente por su funesto papel militar, o que se haya descubierto la verdadera naturaleza de la electricidad en los setenta, para shock y pesar de los científicos. Todo esto apunta, claramente, al mundo paralelo de Ada y sus hidrófonos.

 

5.

Pero no es, ya he dicho, tan relevante, esa especie de juego prospectivo, como el relato de lo ya pasado, que resuena como si se estuviera hablando de otro mundo, por más que se trate de cosas triviales, como los coches cama de las largas líneas de ferrocarril europeas, o el ruido de tráfico en la metrópoli norteamericana desde donde el narrador supuestamente nos escribe. El niño que era en ese 1944 se mueve mucho por el territorio, como lo hicieron los Nabokov, de un college a otro, y, entre medias, en expediciones entomológicas en busca de las mariposas, de las que Nabokov era un experto de gran talla. Pero en todos lugares I was sure to find a place where bicycle tires where repaired and a place where ice cream was sold, and a place where cinematographic pictures were shown. Y ahí comprendemos cómo, en efecto, para Nabokov, los Estados Unidos fueron otro mundo, donde su nave, quizás no interplanetaria, pero sí lanzada a una larga travesía por el océano, aterrizó y le trajo una sensación de libertad que no había tenido desde su propia infancia. Y, sí, cómo un ice cream parlor, incluso en esos tiempos de guerra, era un lugar paradisiaco para él y para un niño de diez años.

 

6.

La imagen de Nabokov y su propio estilo parecen descartar la idea de la ternura, pero lo cierto es que, a menudo, y sobre todo en las obras que se pueden relacionar de algún modo con Dmitri, VN puede llegar a emocionarnos hasta las lágrimas. ¿Es Time and Ebb una de esas ocasiones en las que el autor habla de su hijo? Sin duda. Para ello hay que hacer algunos números, hay que reparar en algunas fechas. El narrador dice tener noventa años y estar en my seventh year, esto es, haber cumplido seis años, cuando abandonó Europa. Justamente la edad de Dmitri entonces, y, si añadimos los 84 años que faltarían para convertirlo en nonagenario desde ese 1940, estaríamos en... ¡2024! Sí, el narrador escribe desde un futuro remotísimo para el autor del relato, una fecha que no se hace explícita, pero es fácilmente calculable a partir de los datos ofrecidos y que no soy yo, claro, el primero en determinar, habiendo ofrecido ese cómputo ya el autor de la magna biografía de VN, Brian Boyd. Cuado Boyd escribe aún falta mucho para 2024. El año pasado, cuando compartí con Boyd un inolvidable congreso sobre Nabokov en Lausanne, ya no faltaba casi nada. Ahora ya estamos ahí. Es increíble cómo pasa el tiempo.

 

7.

Sí, el juego de Nabokov en Time and Ebb es escribir el testimonio futuro que su hijo Dmitri escribiría, al final de una vida fructífera de naturalista galardonado, que ha podido llegar a observar los hesperozoa de Venus, y que reflexiona sobre su pasado y el de su familia. Ésa es la mise-en-abyme. El jovencito de diez años que acompañaba a sus padres en sus expediciones en busca de mariposas, que era pura potencialidad en ese momento, que estaba inmerso, como toda la humanidad en una gigantesca incertidumbre, en un mundo en guerra, con un futuro impredecible por delante, llegaría a cumplir noventa años, realizado, satisfecho, convaleciente de una dolencia que bien podría haber acabado con él, pero no lo hizo y le dio así la oportunidad de embarcarse en el gran Océano del tiempo y participar de su flujo y su reflujo, de su ondulación en la que algunos momentos son tan anchos, como los de la infancia, y otros son apenas ya perceptibles, y bien pueden confundirse unos con otros. Es enternecedora esa apuesta por un futuro en el que ya haya pasado todo, aunque eso se haya llevado por delante la majestuosa figura de los grandes pájaros mecánicos que el longevo e innominado redactor recuerda con fascinación, a pesar de su desaparición y de su casi inexistente iconografía, admirable monsters, great flying machines, que han emigrado como una bandada de cisnes a un lugar desconocido, dejando apenas de sí un rastro como un asterisco que remite a una nota al pie inencontrable.

 

8.

Time and Ebb fue aceptado por The Athlantic Review y publicado en el número de enero de 1945. Algunos años después, en octubre de 1951, con Lolita ya cerca de asomar, Nabokov publica, ahora sí, en The New Yorker, tras no pocas reticencias de su equipo editor, Lance, que acabaría siendo su último relato y su más abierta, aunque con todos los matices que se han mencionado ya, incursión en la ciencia ficción. Aquí estamos en un futuro aún más remoto, que no se identifica: bien puede ser, se nos dice, 2145 A.D. o 200 A.A., sea lo que sea ese A.A. que substituye al anno domini, no sin antes dejar claro que su punto de partida era justamente 1945, el año en el que nos hicimos atómicos. Dimitri ya es en 1951 un joven de diecisiete años que trae por la calle de la amargura a sus padres con su ausencia de miedo, que le lleva a escalar paredes verticales y que poco tiempo después le convertiría en piloto de coches de carrera o lanchas fuera-borda, además de a una trayectoria no especialmente lucida como cantante de ópera y, sobre todo, a un inmenso trabajo de edición y de traducción de la obra de su padre. Se habla en Lance de un lejano descendiente, se presenta a los protagonistas como la familia Boke, que bien puede considerarse como una evolución de Nabokov y se nos cuenta como el joven Lancelot, que ha recibido su nombre del paladín caballeresco al cual, junto con el resto de los personajes del ciclo artúrico (¿sera A.A. annus arthurii, como alguien ha sugerido?), su padre, Mr. Boke, ha consagrado su vida como medievalista, ha aplicado una especie de deducción lógica y ha cambiado las paredes que escalaba en su juventud, en la juventud de Dmitri, por el viaje espacial, hacia un planeta innominado, en la primera expedición tripulada a él, un viaje que no acaba bien, entre otras cosas porque vuelve a empezar de alguna manera. Pero no es de Lance en realidad de lo que quería hablar, es simplemente el principal ejemplo de escritura de Nabokov sobre el miedo de que le pase algo a su hijo, un miedo retratado en el continuo escrutar de los señores Boke, cada noche, a un universo negro en el que the planet apenas se insinúa como un punto en el campo de un potente telescopio.

 

9.

Desde aquí, desde el hoy, señalado con digitos, como si fueran coordenadas de una espacialidad que, espuriamente (Van Veen se extiende sobre ello en la famosa cuarta parte de Ada or Ardor, donde se discute The texture of time), hacemos pasar por tiempo, por transcurso, desde estos números que identifican nuestro estar, nuestro estar siendo, 2024, podemos imaginarnos situados en un balcón que se abre a dos vertientes. Una, definitivamente inalcanzable, la del pasado, en la que nuestros recuerdos creen poder realizar catas, e incluso donde nuestra soberbia nos lleva a ejercer de falsarios cartógrafos que arman mapas de acontecimientos y postulan linealidades y bifurcaciones. La otra, vaga, vana, inexistente, la de un futuro que no es más que, como dice el narrador de Time and Ebb, la obsolescencia dada la vuelta, la proyección de nuestro miedo y nuestras preocupaciones. En ese estrecho quicio, sometidos a los vientos que sacudían al angelus novus, apenas podemos hacer una cosa: escribir. Escribirnos. Escribir al hijo. Hacernos trampas en el solitario, jugar a cambiar algunos nombres, algunos números, algunas fechas. Permitirnos inventar la fauna de Venus.

 

10.

En agosto de 1944, cuando Nabokov escribía Time and Ebb, Bioy Casares y Silvina Ocampo presentaron a Estela Canto a Borges. El noviazgo de ambos, dentro de los extraños parámetros que definen las abundantes y en general frustradas aventura amorosas del argentino, está detrás, según se ha contado ya tanto, de El Aleph, ese otro juego con la espacialidad y la temporalidad, ejecutado desde la imposibilidad de un amor duradero más allá de la muerte. En 1940, cuando los Nabokov huían hacia América, Borges escribe Tlön, Uqbar, Orbius Tertius, que habla de un mundo nuevo, o de un mundo otro, constituido sólo por palabras. En Tlön, el autor se embarca en un juego peligroso: añade una postdata que se nos dice escrita en 1947, es decir, en el futuro. Un futuro cercano, casi de aquí al lado, pero lo cierto es que en 1940 la Guerra estaba empezando y no se sabía cuál sería su recorrido. 1947 era un año tan remoto como si estuviera del otro lado del fin del mundo. Por supuesto, 1947 llegó, porque todo llega, y cuando hemos ido leyendo Ficciones década tras década y nos hemos encontrado con la postdata de 1947, ese año ya era nuestro pasado, un año en el que lo que fuera a pasar ya había pasado, un año que se podía recordar, como se podía recordar que en el 1940 se había escrito eso porque eso era después. Borges no cambió la fecha en las sucesivas reediciones del cuento y, así, el momento en el que se postulaba, no sin alborozo, que el mundo sería Tlön, pasó a estar arrumbado en el lugar del time past, o, como mucho, en esos extraños armarios de los futuros alternativos, de los ex-futuros, de las cosas que podrían haber pasado, que hubiéramos acaso querido que hubieran pasado pero que no, que de ningún modo pasaron y por lo tanto ya no pasarán nunca.

 

11.

Time and Ebb es un cuento que habla de mellonta tauta, esa expresión griega que Edgar Allan Poe utiliza en su alucinatorio ensayo Eureka, que el desea sea recordado como A prose poem, y es también el título de un relato del virginiano, en el que un par de voces evocan justamente el pasado remoto para ellos que es nuestro presente. Esa vista de pájaro que no es desde la altura o desde el horizonte, sino de ese espacio de tiempo (ah, Nabokov se estará revolviendo en su tumba) que es el futuro, nos muestra lo que conocemos, lo que vivimos, desde una extrañeza que no percibimos cuando conjugamos de manera aparentemente inocua nuestros tiempos verbales. Mellonta tauta, cosas del futuro próximo. Cosas de los próximos meses, de los próximos años, planes, proyectos, aspiraciones, temores. Ah, quién no se aventurará en esa terra incognita sin temor y temblor.

 

12.

Es peligroso jugar con las fechas. Es peligroso escribirlas. Cuando uno escribe una fecha está poniéndole una etiqueta al devenir, está rejoneando con saña a la criatura escurridiza sobre la que viaja. En Pale fire, John Shade inicia su poema un 2 de julio. Es el 2 de julio de 1977 cuando muere Nabokov. El paréntesis entre dos nadas, entre dos inmensidades que es para el narrador de Speak, memory, la existencia, tiene en su lado derecho esa fecha, en la lápida del cementerio de Clarens, junto a Montreux, donde reposan Nabokov y Véra, una tumba que he visitado en dos ocasiones. ¿Cuál es nuestro otro paréntesis, qué otra cifra nos espera? Mientras la simple inercia del estar siendo acaba por desvelarlo, cuelga el guion sin nada en que apoyarse: Agustín González-Cano (1964-   ). Escritor y físico español, n. en Madrid. No serán mis manos las que rellenen el hueco.

 

13.

Es posible que alguien afirme que april is the cruellest month, pero lo cierto es que la luz, el calor, los largos días, Sant Jordi lleno de libros y rosas, los paseos, hacen que me sienta bien, que, a ratos al menos, las cifras incansables del cuentavueltas del velódromo de la edad (Juan Larrea dixit) me parezcan menos nocivas, me concedan pequeños respiros. El 23 de abril nació Nabokov. O no, puesto que nació en otro calendario. La misma confusión que hace coincidentes en cifra, pero no en día, las muertes de Cervantes o Shakespeare que se conmemoran entonces. Uno no puede, no debe fiarse de las fechas, y sin embargo, qué otra cosa podremos hacer que ir encargando la pintura o el cincel para el registro aritmético de un devenir que se adentra en el pantano del quién sabe. Hoy es 20 de abril, el cumpleaños del Führer, vivo en 1940, vivo en 1944, vivo siempre, pues siempre vuelven el odio y la destrucción. Joan Manuel Serrat escribió una vez una canción, A quien corresponda, que es una instancia fechada hoy, lunes 20 de abril de 1981. Han pasado 43 años. El jueves será 25 de abril y hará cincuenta años (¡cincuenta!) de la Revolución de los Claveles. El tiempo me desgasta, incesante. Fechas.

 

14.

Sí, son juegos peligrosos. Nabokov plantea siempre, de muchos modos diferentes, la negación del tiempo. En un momento dado, en 1964 (en ese número de mi paréntesis izquierdo) se puso a registrar con detalle sus Insomniac dreams, para ver si podía encontrar en ellos, siguiendo las indicaciones de J.W. Dunne, premoniciones. El experimento no fue, por supuesto, concluyente. No se trataba, probablemente, de acceder a un estado visionario o comenzar a ejercer como profeta, sino de mostrar, de mostrarse, que ese escándalo que es la muerte, que se lleva por delante justamente la memoria, lo acumulado en la vida, lo compartido, cosas que sólo tú y yo sabemos, no puede ser verdad, que todo ha de ser finalmente un gran juego, en el que hay un autor que hace lo mismo que hacemos nosotros, los autores: inventarnos, escribirnos, hacernos padecer para salvarnos en el último minuto, deus ex machina, como Nabokov al Krug de Bend sinister o al Cincinnatus de Invitation to a beheading. Es posible que sea así, es seguro que es un buen modo de afrontar la literatura. Pero inevitablemente, ineluctablemente, es un juego peligroso. En Time and Ebb, nuestro nonagenario narrador nos confiesa que para él, desde el pináculo de su ancianidad, contemplando el mar de su larga vida, es más fácil discernir los detalles de cada mes de 1944 ó 1945 (esos años no están elegidos al azar, ya lo sabemos) que los de otros años más cercanos a su momento presente. Así, seasons are utterly blurred when I pick out 1997 or 2012, años increíblemente lejanos para el Nabokov que los escribe, pertenecientes a esa región del futuro que linda con la fábula. ¿Por qué elegir 1997, por qué elegir 2012, años que para nosotros ya empiezan a ser triviales, a quedar atrás, cada vez más atrás? Quizá 2012 simplemente fue seleccionado por su equidistancia entre el año no dicho de la acción, 2024, o sea ahora, o sea hoy, y el comienzo del siglo. Quizá. Hubiera dado lo mismo 2011 ó 2013. Pero lo cierto es que fue 2012 el elegido. 2012, el año de la muerte de Dmitri.

 

15.

Nabokov, pues, sueña en su complicado presente de 1944 un sueño de su hijo en 2024 y su hijo ha muerto en 2012, es decir, morirá, pues aún no ha muerto cuando Nabokov escribe, pero ya ha muerto para nosotros, aunque aún no había muerto la primera vez que me compré Collected Stories of Vladimir Nabokov, con su cubierta gris. Fechas. Todos tenemos unas cuantas. 2012 iba a ser la del fin del mundo, uno de tantos, lo decía no sé qué profecía maya. 2012 fue un cierto fin del mundo para mí, y por lo tanto un cierto comienzo. Un comienzo que es justamente el que me lleva a aquí, el que me lleva a esto. En 1977, ya lo he dicho, pasé en el tren por el lugar donde Nabokov estaba recién enterrado, en mi primer viaje al extranjero. En 2011 me compré la edición en castellano de Habla, memoria. Leí con delectación los primeros capítulos. Entonces pasaron cosas difíciles. Cerré ese libro y no lo reabrí en años. El año en que se desarrolla Time and Ebb, 2024, será ya, a partir del año que viene, inconcebible, absurdamente pasado. O tempo não para, cantaba, ya casi póstumo, Cazuza. Su avidez es inapagable. Fechas. Toda una cronología, abundante en efemérides. Números en un display. Tiempos medidos en centímetros, en yardas, en años-luz. Todo es falso. I confess I do not believe in time, dice Nabokov, justamente al comienzo de Speak, memory. Confieso que no creo en el tiempo. Mientras, nos escribimos. Te escribo. Me lees. O no, no ahora, quizá nunca, quizá ya. En qué abril, en qué lado del Océano, en qué planeta, bajo qué nombre, desde qué futuro imposible, en medio de qué guerra, en qué exilio, en qué aniversario anticipado, desde qué pasado que ya no es de nadie. Bon Sant Jordi.


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