viernes, 5 de abril de 2024

La liberación de la esperanza

 


La liberación de la esperanza es la liberación total.

UNICA ZÜRN

Han pasado veinte días desde mi última entrada en el blog.

Ha habido intentos. Primero, antes de irme a París, a completar mi particular semana de Morel de este año. Luego, en el mismo París. Historias de flâneurs. Nerval y Baudelaire. Modiano. Un film noir: otro.

En Madrid, de vuelta: con ánimo más ensayístico. The Man in the Crowd, de Poe, Walter Benjamin. Un relato, incluso, que empezaba en un cine del Quartier Latin en el que había una puerta que llevaba a un pasillo que conducía al Bulevar del Crimen Perfecto. No, no funcionaba. Pasaba los días disperso. Sin entradas. A pesar de todo, a pesar de su asimetría, esto es sobre todo una conversación. Quería volver a escuchar el silencio de los lectores.

Sobre la melancolía, entonces. Al hilo de. Recuperar bibliografía, abundante: le soleil noir, de nuevo Nerval. Ayer, ansiado, aterriza el tercer tomo, que es el primero, pero el último que compro, de sus Oeuvres en la Bibliothèque de la Pléiade. No hay nada comparable a los libros de La Pléiade. En mi estancia de París de la Navidad de 2022 me compré mi primer Pléiade: los Ensayos de Proust. Ahora ya tengo ocho: cuatro de Proust, los tres de Nerval, el de Rimbaud. Me gustaría tenerlos todo: codicia de lector. Tocarlos. Olerlos. Sumergirme en la masa ingente de letras que contienen, saberlos inagotables, saber que me sobrevivirán, vírgenes y desdeñosos ante mis tímidas incursiones.

Nerval. Locura. En 2016, en 2017 en París era todo Artaud para mí. Dejé a Artaud atrás, no podía soportar la angustia de su figura acechante. Dejé aquellos proyectos. En mi casa testimonian mi dedicación de entonces más de cincuenta volúmenes de o sobre Artaud que fui comprando apresuradamente. Volverá. Siempre vuelve.

Ha vuelto, de hecho. De la mano de Colette Thomas, esa extraña hija de su corazón que fue robándole todo el protagonismo en mis pesquisas. Entonces conseguí casi milagrosamente el único libro que publicó, Le testament de la fille morte. Ahora se ha reeditado. Y se ha editado un nuevo conjunto de fragmentos, póstumos, de un legado que se presume abundante. Tantos años después. Tantos años de silencio, con la razón perdida. Mis cuadernos contienen páginas y páginas sobre Colette Thomas. Nunca las he transcrito al ordenador, quedaron allí, a la espera. ¿A la espera de qué señal? ¿De ésta? Probablemente.

He viajado en el métro. He asaltado las librerías. He paseado junto al Sena. He visitado una exposición de Rothko, espectacular. Demasiada gente: imposible encontrar la quietud para penetrar en los cuadros. Apenas alguna vez, en una jornada agotadora. A ratos, Artaud acechaba en mi hombro. Otros parisinos, también algunos transeúntes. Joseph Roth, santo bebedor.

Nerval, Artaud, Colette Thomas. Locura. Una poderosa atracción por el abismo. La sé peligrosa, juego con ella yendo y viniendo, cobijándome en mi espíritu investigador, en mi carácter de científico. Trampas en el solitario. Al final, todos somos el mismo.

Sigo sin entrada. Otra vuelta, hoy. El Desdichado de Nerval. No. En otro momento. Las nuits fauves, una película que vi en los primeros noventa y que me marcó entonces y he recuperado en estas vacaciones. Bendito Filmin. Cyril Collard, enfermo de sida, filma una película donde él interpreta al protagonista enfermo de sida. Noches salvajes. Mis noches salvajes siempre fueron teóricas: conquistas literarias de las tres de la mañana. Fue una película póstuma. No. En otro momento.

Locura. Durante años, con más fervor, con más dedicación que a Artaud o a Colette Thomas o a cualquier otro, estudié a Unica Zürn. La conocí primero tangencialmente, luego me sumergí (¿me hundí?) en ella. Escribí muchas cosas. Preparé presentaciones que expuse en algunos cursos. Arranqué un proyecto teatral que acabó llevándose a cabo. Me la fui encontrando cada vez más: ahora ya no es raro que salgan nuevas publicaciones de ella, sobre ella. Ahí, a la espera, también. Como tantas, como tantos proyectos.

En 2016, en 2017 no era todo Artaud. También era, había sido Unica, que se arrojó desde el apartamento que compartía con Hans Bellmer en la rue de la Plaine. Visité la rue de la Plaine. Visité el Père Lachaise. No Jim Morrison u Oscar Wilde. Quería ver la tumba de Unica que es, ay, sobre todo la tumba de Bellmer.

No tengo sitio aquí para contar todo lo que se debería contar sobre Unica. Sí puedo decirles que el encuentro con ella es inolvidable, y letal: procedan at your own risk. Artista, escritora, productora de anagramas. Loca. Sometida a la tortura de las terapias psiquiátricas de su tiempo. Como Artaud. Como Colette Thomas. Intermitente: yendo y viniendo de un sanatorio a otro. Lúcida, como Nerval. Suicida, como él.

Sí, era cuestión de tiempo que llegase a Unica de nuevo, a esas carpetas con papeles sobre ella que no abro desde hace años. No las abriré. No ahora. Pero bien puedo dejar aquí un par de textos. Unica tardaba ya tanto, se la echaba tanto de menos en este blog. Al menos, sí, esto.

Un par de textos viejos. No hay entrada nueva. No me sale. No por el momento.

Ya seguiremos.

 

I. La tumba de Unica Zürn

(17.VI.2017)


La inercia es un problema que ella comparte con Hans.

UNICA ZÜRN


Cementerio de Père Lachaise, París. Novena división.

La lápida, pesada, de mármol muy obscuro no permite escapatoria alguna.

Las letras son doradas. De frente, a los pies de los acostados: BELLMER – ZÜRN. Él, primero.

Tiestos y jardineras rosa chillón. Flores.

En el flanco, ella primero. Murió antes. Sin apellido, en minúsculas: Unica, 1916-1970.

Hay dos nombres más. Los dos tienen apellidos. Apellidos en mayúsculas. Bellmer, que la sobrevivió cinco años. Y el nieto de Bellmer, que nació cuando apenas le quedaba a Unica un año de vida. Y que ya ha muerto.

No estaba antes. Está desde 2015, comparte la alcoba final de la pareja.


 El mármol refleja esos nombres como un espejo obscuro.

El día es muy soleado, la luz choca en la piedra y, al volver, nos hace daño en los ojos.

Si la miramos al sesgo, la condición especular de la lápida nos la presenta casi blanca.

Sobre ella caen las sombras de las flores, perdidos sus colores en la reflexión.

Nos perdemos un rato en esos juegos de la luz y el  calor.

Al tirar las fotos, sobre la superficie dura cae también nuestra sombra, que ofrece el gesto de la mano que sostiene la cámara.

Somos, así, nosotros también, invitados al eterno lecho nupcial, perturbado tan sólo desde hace apenas un par de años por la llegada del importuno nieto.

Nuestra sombra es la que permite, a duras penas, que emerja el mensaje que Bellmer hizo grabar como epitafio cuando Unica fue enterrada.

Mon amour

te suivra

dans l’Eternité

Hans à Unica


¿Es ésta, pues, la eternidad de Unica? ¿Es éste el cumplimiento de esa cita infinita?

 


Bellmer, ya muy quebrantado por la hemiplejia del año anterior y derrumbado anímicamente por el suicidio de su compañera durante diecisiete años, no pudo encargarse de los detalles del sepelio, que corrieron a cargo de Ruth Henry y otros amigos.

Pero sí hizo colocar sobre la tumba ese terrible emplazamiento inacabable.

¿No hay, pues, descanso para Unica, que vuela desde la ventana del apartamento de Bellmer sólo para aterrizar en esta cama de piedra que habrá de compartir para siempre con él? 

Bellmer repitió durante muchos años que quería ser enterrado con la Puppe, la Poupée, la Muñeca.

¿Pretendería, acaso, que le acompañasen en su tránsito a la putrefacción los miembros reduplicados de perfecta incorruptibilidad, los dos pares de piernas?

¿Le servirá entonces, más precaria, más frágil, más evanescente, la presencia de Unica, que, cinco años muerta, le recibió inerte, le acogió sobre ella para ese ayuntamiento blasfemo, sin poder hacer nada, inmóvil, como inmóvil, aturdida por una década de medicamentos, pasaba las horas en la rue de Plaine contemplando el televisor sin sonido mientras Bellmer leía novelas policiacas o dormitaba en la cama, inválido?


Al final de Primavera sombría, un perro se acerca al cuerpo desmadejado de Ella, al pie de la ventana de la defenestración y empieza a lamerla entre las piernas, como comenzando así la descomposición, en un acto final de complejidad insondable: la muerte, el sexo, la soledad, el descanso, la inercia, la obscuridad.

 


¿Qué perro subterráneo, que perro semihundido de Goya con su mirada tristísima, qué perro aullador de Lorca en una tumba asiria podrá buscar a Unica, atrapada bajo el peso de esa lápida negra, bajo el peso de Bellmer, bajo el peso de unas flores que quién sabe qué manos reponen una y otra vez?

Unas flores que rodean, enmarcándolo, haciéndolo así incluso más evidente, el texto de la sentencia:

MI AMOR

TE PERSEGUIRÁ

POR LA ETERNIDAD.

Así es como funcionan los suplicios circulares.

 

 


II. Unica, pájaro

(15.IX.2017)

 

Las condiciones del pájaro solitario son cinco. La primera, que se va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañía aunque sea de su naturaleza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente.

SAN JUAN DE LA CRUZ.

 

1. Hay un horror de los seres que vuelan, contemplados desde este suelo nuestro de ser animales-de-fondo, como diría Juan Ramón.

2. La metamorfosis es un acto de violencia. La crisálida está presa en la cárcel que ella misma segrega. El vuelo que emprende con las recién nacidas alas membranosas es una huida, una pura desesperación.

3. Es conocida la metáfora de Borges según la cual el dibujo de nuestros pasos en la vida es el de nuestro rostro. La última trayectoria vertical supone un punto final, un último gesto del pincel, una leve mancha encarnada.

4. ¿Cómo suena el apagarse del corazón? ¿Hay un instante, brevísimo, en el que nos sorprende ese silencio, esa quietud del pecho, justo antes de no ser nada más?

5. Cuando la muerte ya no es nuestra, ese silencio suena. Para otros oídos. Es un pitido agudo, que acompaña al progreso luminoso de una línea recta en un monitor.

6. ¿Y qué decir del ruido sordo de justo antes de ese silencio? Ése en el que se revela la verdadera condición del cuerpo: fardo.

7. La verticalidad es una decisión en el pájaro, pues hay un arriba que no le es negado. En ese otro lado del espejo hace su nido. Un nido que sí pesa y que caería si no lo sostuviera la rama que se agarra con igual desesperación al tronco del que brota.

8. Pues hay en todo la necesidad de un reposo. Hay un lugar natural, como el la física aristotélica. Ese lugar se llama centro, y también, por supuesto, muerte.

9. En el Triunfo de la muerte de Brueghel, la resolución del combate es trivial: muertos, somos incorporados al otro ejército, al de los esqueletos, que acabará, así, por ser el único. La muerte es un cambio de bando.

10. Que la altura nos es hostil lo muestra bien a las claras la necesidad de suelo. Que la añoramos de todos modos lo muestran las ventanas.

11. Hay un solo motor en el Cosmos: la inercia. Y un solo argumento: la entropía. Todo lo demás es un borbotón, un farfullar, un agitarse.

12. Alive and kicking: el pataleo nos identifica como vivos. El agitar.

13. Llegará, no obstante, un momento, en el que el único viaje será horizontal, el único modo de viajar será tendidos, el único barco será una camilla. Conviene recordarlo cuando nos asomamos a las ventanas.

14. Las escaleras son apenas un subterfugio, una cesión a nuestra cobardía.

15. Cuanto más descendemos, más arriba estamos. Sólo abajo del todo estamos suficientemente altos.

16. Es vano pensar que Unica se arroja contra el pavimento de la rue de la Plaine. Unica se arroja sobre todos nosotros. Nos cae encima. Nos cae todo el tiempo.


17. Al cabo, caer es una cabalgada en una pradera vertical. Deseo de ser piel roja.

18. Buscamos salidas. Las buscamos en los textos, en los dibujos, en las calles. Pero la salida es hacia dentro. Hacia abajo.

19. La invención de la geometría es una operación de limpieza, un pasar la escoba por el polvo de lo que no puede relatarse, un cepillar del tronco que se prodiga en protuberancias. La necesitamos para que cuadren los tablones de la caja.

20. En los dibujos de Unica todo son criaturas. Lo son incluso las criaturas.


21. Esos dibujos son textos, textos escritos en caligrafías alienígenas, levemente levógiras.

22. Del cadáver aplastado surge una mano que busca el ojo. El ojo que empieza el dibujo. Algo así sería la resurrección.

23. En cuanto al nacimiento, es una operación, a todas luces, sombría.

24. Lo terrible de los dibujos de Unica es que hemos conocido esas vidas pululantes. Soma sema: la angustia de la visión infinita.

25. Cuando la geometría se hace blanda dejamos de ser segmentos para ser arborescencias. Brazos que se agarran al tronco con la misma desesperación de la rama: vegetales. Y entonces, un pájaro se posa.

26. El poema se adelgaza hasta llegar al grito. Las últimas palabras son, por definición, excesivas.

27. En el duermevela no hay una vigilia, pero tampoco un dormir. Hay un reposo imposible y un alzarse imposible. Ésa es la condición del vivir.

28. Cuando penetramos en la verdadera negrura, toda visión se hace estroboscópica. La solidez de los miembros se cuartea: nos deshilachamos. Los poemas que cantan esa iluminación de sombra se parecen a balbuceos. Y, entonces, nos callamos.

29. Pues hay un deseo de poda, una necesidad de orden. Se ejerce desde lugares que se llaman psiquiatría. O educación. Son variantes de la jardinería.

30. Al otro lado del vidrio del acuario, sin embargo, la selva crece lujuriosa. Y se amontonan nuestras extremidades amputadas, como los bracitos vacunados de los niños que vio Kurtz en Apocalypse now!

31. Eso es lo insoportable de la Hidra: la pujanza de sus cabezas.


32. Es con cariño como el suicida dispone los Detalles: un colocar suavemente la ropa para mañana. Un ordenar los lápices de colores en la mesa aquella en la que dejamos de ser lo que éramos.

33. Hay una piel que está dentro. Hay un teatro de operaciones en las vísceras. En ellas se desencadenan combates terribles. Nos ignoramos.

34. Ésa es otra de las trampa del vivir: se llama homeostasis.

35. En los viajes de los barbitúricos somos el furgón de cola. En los de la gravitación somos el ariete.

36. Rilke supo que todo ángel es terrible. Reconoció en ellos las alas, que hablan de metamorfosis y de reptiles.

37. Sí, pues, ¿cómo pensar en un brotar en los omóplatos? ¿Cómo no sentir que ésa es una excrecencia cancerosa, que esas plumas que de repente nos cosquillean no son simplemente invasoras?

38. En algún momento, hay una burbuja que estalla. Es algo leve, un ascender del fondo de la copa helada hasta un ya-no-más de aire.

39. También puede ser una gota de lluvia que se desliza hacia abajo en el vidrio de la ventana. Como una lágrima.

40. También puede ser un ceder, una cizalla, un descuadre de la estantería del alma, un no caber.

41. Así, y de otros modos, se termina la cordura. Así, y de otros modos, nos interrumpimos.

42. Por eso el relato es trunco, por eso vamos y venimos, intermitentes. Porque hay un día en el que el calendario ya no tiene un Cristo para saber si estamos antes o después. Y la nueva era lleva nuestro nombre, como una lápida.

43. También puede ser un abrazar el cuello de un caballo, en Turín. Pero a veces es el caballo el que se nos lanza al cuello a nosotros. Pues no hay sosiego en ningún sitio.


44. Bellmer se dibuja emergiendo de Unica: cefalópodo. La organicidad del sexo parece hacer imposible todo quicio: el ángulo recto se convierte entonces en un anhelo. Pero nuestra muñeca ya sólo dibuja espirales.

45. ¿Qué caricias y qué besos brotaron de ese monstruo doble? ¿Se pudo definir alguna vez qué era un brazo o qué era un torso? Pues cefalópodo significa pies en la cabeza.

46. Ese ansia de recombinación, ese deseo de reestructurar permanentemente algo que se nos da como cerrado, demuestra claramente que hay una imposibilidad que no atañe a la mente, sino al cuerpo. Que la mente apenas sobrenada en una desesperación que se llama carne.

47. Carne, ergo putrefacción.

48. Ay, ese dulce acariciarnos por dentro del monstruo que nos sabemos.

49. Cabe elegir, no obstante, la mortaja: bien puede ser el aire. Pues en realidad, arrojarse es emerger. El abismo es esto.

50. Hay un fondo del fondo, un suelo donde se apoya el suelo, un dentro dentro del dentro. Se llama Negro. Conocer eso se llama melancolía.

51. Una extranjería-de-nosotros, un exilio anterior al ser, un no saber lo que se sabe.

52. Es con los hilitos de los anhelos con lo que construimos la camisa de fuerza.


53. Nos sospechamos siempre muñeca. Lo supimos cuando vimos que no podíamos volar.

54. Dice Hugo Ball, el padre del dadaísmo, en la entrada del 24 de octubre de 1915 de su diario: ¿De qué sirve que me deje caer? No llegaré a perder la cabeza hasta el punto de que no siga estudiando las leyes de la gravitación mientras caigo. Exactamente.

55. El alma es el electroshock que los dioses aplican al cuerpo. Es el recuerdo de esa crueldad.

56. ¿De qué podría escribir un enfermo de vértigo si no es de la Caída?

57. En el nacimiento, la trapecista que somos se suelta del columpio que la sujetaba. El vuelo es breve, y se llama vida. Luego, ya no hay más columpios.

58. Dice Simone Weil en De la pesanteur: Siempre hay que esperar que las cosas sucedan conforme a la gravedad, salvo que intervenga lo sobrenatural. Y también: Descender con un movimiento en el que no intervenga la gravedad… La gravedad propicia el descenso, el ala propicia la subida: ¿qué ala a la segunda potencia puede propiciar un descenso sin gravedad?

59. Sí, eso es: el ala del ala. El ala para ascender al fondo.

60. Ah, el abismo sólo es el comienzo. Al fondo del abismo hay otro abismo y así indefinidamente. Y ese indefinidamente contiene otro abismo. Al final, emergemos.

61. A pesar de todo, es preciso ser libélula. La otra alternativa es ser fardo.

62. No hay que despreciar a los insectos: muchos de ellos pueden volar.

63. El pájaro Unica se cuela un día en un andén del metro y revolotea desorientado, golpeándose contra algo que no conoce y se llama techo. Entonces todos los que esperamos en el andén sacamos nuestras pistolas y lo abatimos.

64. El pájaro Unica tiene las plumas rojas.

65. El pájaro Unica conoce el arte del vuelo estático, pero lo olvida continuamente. Por eso se golpea contra el techo.

66. Del mismo modo, interminablemente, el moscardón se golpea contra el vidrio de la ventana. Así ha sido desde la invención del vidrio. Pues la transparencia es cruel.

67. Es la transparencia la que nos condena.

68. Pero es la transparencia es lo que nos hace querer ser libélulas.

69. Sólo el pájaro puede renunciar al vuelo. Así hacemos: nos rendimos a la inercia, nos abraza la caída. Las alas recogidas. Morimos como pájaros. Eso es todo.


70. Pavese lo dejó claro en su Il mestiere di vivere: la recompensa por haber sufrido tanto es que después nos morimos como perros. No hay más preguntas.


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