jueves, 30 de noviembre de 2023

Julia, entre dos trenes

Una historia de cine



A mysterious train leaves for 2046 every once in a while. Every passenger going to 2046 has the same intention. They want to recapture lost memories. Because nothing ever changes in 2046. Nobody really knows if that’s true. Because nobody’s ever come back. Except me.

WONG KAR-WAI, "2046"

 Un poco a la desesperada ya, decido abandonar el Expreso en la siguiente estación. Me abro paso entre los cuerpos de los pasajeros, que duermen por los pasillos junto a los bultos. Por la ventanilla entra el enrarecido aire subterráneo del túnel infinito. Ella no está, o, si está, no he sido capaz de encontrarla. Mi única opción es otra tirada de dados. Saco del macuto el voluminoso tomo de la Guía Ferroviaria. Es una edición antigua y escasamente fiable, pero mi desorientación es tal que cualquier información puede ser decisiva. Chequeo el número del Expreso, paso rápidamente las páginas, calculo (no es fácil después de tantos días en la obscuridad) la hora. No había necesidad de tanto celo, la respuesta no podía ser otra. El destino se cumple inexorablemente y si algo nos proporcionan los trenes es la seguridad en la linealidad de su transcurso. Próxima estación: Los Cines.

Mierda.

Desde mucho antes de llegar a ella, de que el tren dé su última curva, ya se adivina el resplandor de los andenes, los violentos colores de sus neones. Salgo atropellado por la multitud, que corre hacia los ascensores. Empujo desganado y un poco asustado (recuerdo las otras veces) la puerta giratoria del edificio principal. Cada una de las hojas de la puerta es una pantalla en la que se proyectan secuencias desordenadas de películas en blanco y negro. Las imágenes y su orden cambian continuamente, pero el giro las hace extrañamente coherentes. Tengo que hacer un esfuerzo para no quedarme atrapado en su contemplación, y entro con un decidido golpe de pie en el lobby.

Me recibe la misma escena sobrecogedora de tantos años atrás. El pasillo helicoidal que asciende, torre de Babel, hasta confundirse con las brumas, y el gran Hueco en el centro, donde se suceden los sótanos y su laberinto de tortuosas salas diminutas. Sé además, porque he estado perdido muchas veces allí, que existen galerías laterales, pozos hediondos, inesperados palacios blancos a los que conducen los colectores de las alcantarillas. No es posible que Julia esté aquí, me digo, pero qué otra opción me queda.

Aparto con desdén a los vendedores de entradas, exhibo mi carnet (al abrir la chaqueta, brilla también la pistola). Exploro las opciones de la planta noble: demasiado fácil. Pequeños habitáculos para familias, vergonzantes cubículos para uso personal, funcionales salas oblongas decoradas con el proverbial mal gusto de la ciudad. La oferta de películas: previsible. Años dorados. Musicales. En una esquina, bebiendo de sus petacas, Tony Curtis y Jack Lemmon conversan entre risotadas. Intento avanzar, me choco con el hombro de Buster Keaton. No hace un gesto. Me voy poniendo progresivamente enfermo de inquietud.

No, no: es preciso profundizar. Los ascensores, atestados y caóticos, no son una opción. Recuerdo bien el pasaje que lleva a las Escaleras de Caracol. Junto a una de ellas fuma Donatas Banionis. Es un buen signo. Desciendo.

La orientación en las Salas Inferiores no es sencilla y mi memoria se ha ido empobreciendo en la larga noche del Expreso. Los números, esencialmente aleatorios, no sirven de nada. Me dejo llevar por el instinto. Entro en una pequeña sala, a la izquierda. Tystnaden. Podría ser. Me acomodo a tientas en una de las butacas y comienzo a viajar en ese tren, con las Hermanas. Soy el Niño. Empiezo a entender la lengua. Julia parecería esconderse en una esquina, pero ya estoy acostumbrado a esos espejismos. Me viene bien estar allí, no obstante, aquieta mi ritmo, deja paso a la Otra Angustia, y en ella me muevo con más destreza.

Las películas nunca duran mucho en Los Cines, y menos en las Salas Inferiores. Es raro poder ver una entera. Me distraigo un momento y en la pantalla está Guy Haines jugando al tenis. La escena del tren ya ha pasado. Me levanto.

Pruebo en otras muchas salas, progresivamente más sórdidas. En una, un pueblo de clochards se ha instalado, al parecer definitivamente. Echo una ojeada: Le feu follet. En otras, estoy solo. Apenas Dave Bowman me contempla, igualmente perplejo, desde su inmaculado foyer. Mi cansancio es de tal calibre que dudo de que pueda aguantar despierto otra sesión. Me levanto de nuevo, empiezo a deambular sin rumbo. Quizás era mejor haber ascendido, haber agotado el corredor helicoidal, haber visitado cada uno de los espacios, los dioramas. En cualquiera de ellos podría estar Julia, concentrada, tensa, a la espera de la Llegada.

Doblo la enésima esquina. Hay mucha gente intentando entrar en las pequeñas salas llenas. En ese barrio de Los Cines pueden verse sobre todo películas mudas. Sigo. Ya es imposible que pueda coger el siguiente Expreso, mi estancia aquí será larga. Me acomodo en una butaca y decido esperar lo que ocurra. Nastassja Kinski habla, de espaldas a la cámara, a un intercomunicador. Harry Dean Stanton y yo la escuchamos, detrás del espejo parcial. Se me saltan las lágrimas.

Me quedo dormido finalmente, y sueño con películas. Siento una caricia en el rostro, pero cómo saber. Un susurro. Me despierto, asustado. La pantalla está en blanco. No es la pantalla vacía, es una película completamente en blanco que lleva pasando quién sabe desde cuándo. Abro bien los ojos, en busca de un detalle al que asirme. Hace un frío inmenso en esa sala, parecen colarse en ella corrientes de aire procedentes de abismos aún más hondos. Entonces comienzan los créditos. No entiendo los ideogramas.

Una joven oriental desde la pantalla mira a cámara sonriente. Me dice: el tren va a salir, ¿va usted a montar en él? Me incorporo. Contesto: no lo sé, ¿a dónde va el tren? Y ella responde: a 2046. Yo sonrío y le digo: por supuesto. Me levanto de la butaca, subo los escalones que conducen a la pantalla y tomo su mano, que me ayuda a acceder al vagón. Me da una venda para los ojos: es necesario, me dice, la luz aquí es cegadora. Me conduce a mi asiento. Todo está en silencio.

Y entonces siento, entonces , que en el asiento de al lado está Julia. Y el tren arranca.




4 comentarios:

Anónimo dijo...

Un abrazote!!!

AGCano dijo...

Otro!

Anónimo dijo...

Hello!!! Cortaziano amigo!! Nos vemos en Weil. No pierdas el tren!! Aunque si te pilla la huelga…¿dónde despertarás? 🫣

AGCano dijo...

Sí, nos vemos en Weil! Esperemos que los trenes nos sean propicios!

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