Una historia de cine
A
mysterious train leaves for 2046 every once in a while. Every passenger going
to 2046 has the same intention. They want to recapture lost memories. Because
nothing ever changes in 2046. Nobody really knows if that’s true. Because
nobody’s ever come back. Except me.
WONG KAR-WAI, "2046"
Un poco a la desesperada ya, decido abandonar el Expreso en la siguiente estación. Me abro paso entre los cuerpos de los pasajeros, que duermen por los pasillos junto a los bultos. Por la ventanilla entra el enrarecido aire subterráneo del túnel infinito. Ella no está, o, si está, no he sido capaz de encontrarla. Mi única opción es otra tirada de dados. Saco del macuto el voluminoso tomo de la Guía Ferroviaria. Es una edición antigua y escasamente fiable, pero mi desorientación es tal que cualquier información puede ser decisiva. Chequeo el número del Expreso, paso rápidamente las páginas, calculo (no es fácil después de tantos días en la obscuridad) la hora. No había necesidad de tanto celo, la respuesta no podía ser otra. El destino se cumple inexorablemente y si algo nos proporcionan los trenes es la seguridad en la linealidad de su transcurso. Próxima estación: Los Cines.
Mierda.
Desde mucho antes de llegar a ella, de que
el tren dé su última curva, ya se adivina el resplandor de los andenes, los
violentos colores de sus neones. Salgo atropellado por la multitud, que corre
hacia los ascensores. Empujo desganado y un poco asustado (recuerdo las otras
veces) la puerta giratoria del edificio principal. Cada una de las hojas de la puerta
es una pantalla en la que se proyectan secuencias desordenadas de películas en
blanco y negro. Las imágenes y su orden cambian continuamente, pero el giro las
hace extrañamente coherentes. Tengo que hacer un esfuerzo para no quedarme
atrapado en su contemplación, y entro con un decidido golpe de pie en el lobby.
Me recibe la misma escena sobrecogedora de
tantos años atrás. El pasillo helicoidal que asciende, torre de Babel, hasta
confundirse con las brumas, y el gran Hueco en el centro, donde se suceden los
sótanos y su laberinto de tortuosas salas diminutas. Sé además, porque he
estado perdido muchas veces allí, que existen galerías laterales, pozos
hediondos, inesperados palacios blancos a los que conducen los colectores de
las alcantarillas. No es posible que Julia esté aquí, me digo, pero qué otra
opción me queda.
Aparto con desdén a los vendedores de
entradas, exhibo mi carnet (al abrir la chaqueta, brilla también la pistola).
Exploro las opciones de la planta noble: demasiado fácil. Pequeños habitáculos
para familias, vergonzantes cubículos para uso personal, funcionales salas
oblongas decoradas con el proverbial mal gusto de la ciudad. La oferta de
películas: previsible. Años dorados. Musicales. En una esquina, bebiendo de sus
petacas, Tony Curtis y Jack Lemmon conversan entre risotadas. Intento avanzar,
me choco con el hombro de Buster Keaton. No hace un gesto. Me voy poniendo
progresivamente enfermo de inquietud.
No, no: es preciso profundizar. Los
ascensores, atestados y caóticos, no son una opción. Recuerdo bien el pasaje
que lleva a las Escaleras de Caracol. Junto a una de ellas fuma Donatas
Banionis. Es un buen signo. Desciendo.
La orientación en las Salas Inferiores no
es sencilla y mi memoria se ha ido empobreciendo en la larga noche del Expreso.
Los números, esencialmente aleatorios, no sirven de nada. Me dejo llevar por el
instinto. Entro en una pequeña sala, a la izquierda. Tystnaden. Podría ser. Me acomodo a tientas en una de las butacas y
comienzo a viajar en ese tren, con las Hermanas. Soy el Niño. Empiezo a
entender la lengua. Julia parecería esconderse en una esquina, pero ya estoy
acostumbrado a esos espejismos. Me viene bien estar allí, no obstante, aquieta
mi ritmo, deja paso a la Otra Angustia, y en ella me muevo con más destreza.
Las películas nunca duran mucho en Los
Cines, y menos en las Salas Inferiores. Es raro poder ver una entera. Me
distraigo un momento y en la pantalla está Guy Haines jugando al tenis. La
escena del tren ya ha pasado. Me levanto.
Pruebo en otras muchas salas,
progresivamente más sórdidas. En una, un pueblo de clochards se ha instalado, al parecer definitivamente. Echo una
ojeada: Le feu follet. En otras,
estoy solo. Apenas Dave Bowman me contempla, igualmente perplejo, desde su
inmaculado foyer. Mi cansancio es de
tal calibre que dudo de que pueda aguantar despierto otra sesión. Me levanto de
nuevo, empiezo a deambular sin rumbo. Quizás era mejor haber ascendido, haber
agotado el corredor helicoidal, haber visitado cada uno de los espacios, los
dioramas. En cualquiera de ellos podría estar Julia, concentrada, tensa, a la
espera de la Llegada.
Doblo la enésima esquina. Hay mucha gente
intentando entrar en las pequeñas salas llenas. En ese barrio de Los Cines
pueden verse sobre todo películas mudas. Sigo. Ya es imposible que pueda coger
el siguiente Expreso, mi estancia aquí será larga. Me acomodo en una
butaca y decido esperar lo que ocurra. Nastassja Kinski habla, de espaldas a la
cámara, a un intercomunicador. Harry Dean Stanton y yo la escuchamos, detrás
del espejo parcial. Se me saltan las lágrimas.
Me quedo dormido finalmente, y sueño con
películas. Siento una caricia en el rostro, pero cómo saber. Un susurro. Me
despierto, asustado. La pantalla está en blanco. No es la pantalla vacía, es
una película completamente en blanco que lleva pasando quién sabe desde cuándo.
Abro bien los ojos, en busca de un detalle al que asirme. Hace un frío inmenso
en esa sala, parecen colarse en ella corrientes de aire procedentes de abismos
aún más hondos. Entonces comienzan los créditos. No entiendo los ideogramas.
Una joven oriental desde la pantalla mira
a cámara sonriente. Me dice: el tren va a salir, ¿va usted a montar en él? Me
incorporo. Contesto: no lo sé, ¿a dónde va el tren? Y ella responde: a 2046. Yo
sonrío y le digo: por supuesto. Me levanto de la butaca, subo los escalones que
conducen a la pantalla y tomo su mano, que me ayuda a acceder al vagón. Me da
una venda para los ojos: es necesario, me dice, la luz aquí es cegadora. Me
conduce a mi asiento. Todo está en silencio.
Y entonces siento, entonces sé, que en el asiento de al lado está
Julia. Y el tren arranca.
4 comentarios:
Un abrazote!!!
Otro!
Hello!!! Cortaziano amigo!! Nos vemos en Weil. No pierdas el tren!! Aunque si te pilla la huelga…¿dónde despertarás? 🫣
Sí, nos vemos en Weil! Esperemos que los trenes nos sean propicios!
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