domingo, 26 de noviembre de 2023

Casablanca


Deux forces règnent sur l’univers : lumière et pesanteur.

SIMONE WEIL

 

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13 de junio de 1940. Los alemanes visten de gris, Ilsa viste de azul, o así lo recordará con gesto torcido un par de años más adelante Rick Blaine, que en ese intervalo ha conseguido hacerse con el café más popular, concurrido y estratégicamente trascendente —sin desmerecer, claro está, a mi adorado Blue Parrot— de toda Casablanca. Everybody comes to Rick’s, es sabido. El alemán de Rick está, dice él, a little rusty y la noruega Ilsa le traduce: es la Gestapo. Es dudoso que fuera la Gestapo, sería más bien alguna unidad de la Wehrmacht, pero Hollywood nunca fue muy puntilloso en lo que se refiere a la distribución administrativa del Drittes Reich. Los alemanes avisan de su llegada inminente a Paris, ville ouverte, a la que entrarán triunfalmente y sin resistencia el día siguiente, un catorce. Ilsa no encontrará una nueva ocasión de ponerse ese vestido azul, que para nosotros es gris, porque la película es en blanco y negro y porque todo es gris en una época así, y todas las épocas, ay, son así.

Rick no lo sabe entonces, pero yo también estoy en París, donde he llegado tras algunas peripecias instantáneamente legendarias. Soy el héroe de la historia, aunque algunas audiencias tiendan a confundirse en algo tan obvio. Soy el marido de Ilsa, pero Ilsa no le hablará a Rick de nuestro matrimonio hasta Casablanca. Ilsa promete a Rick que huirán juntos. Esa misma tarde. Hacia Marsella, y de ahí a Orán, y de ahí a Casablanca. Pero Ilsa no acudirá a la Gare de Lyon, apenas una nota cuya tinta se deslíe en la lluvia le hará saber a Rick su no me esperes. Empapado, acompañado de su fiel Sam, que no goza, hasta nuestro conocimiento, de apellido alguno, se monta en el último tren (son las cinco en punto de la tarde) y se marcha, con el corazón destrozado. Ilsa y yo partiremos después. No revelaré los detalles de nuestra ruta, podrían comprometer a nuestros camaradas. Nos llevará dos años encontrarnos los tres en Casablanca. Everybody comes to Rick’s.

-2-

13 de junio de 1940. La familia Weil, de origen judío pero de nula práctica religiosa, sale de París por tren. En un principio se dirigen a Nevers y Vichy, siguiendo al gobierno en huida. Poco después, no obstante, arriban a Marsella, donde permanecerán un par de años. André, el hijo mayor, matemático de alto nivel, que ha estado preso por insumisión en Rouen, les espera en Estados Unidos. Simone, la hija menor, ha estado dudando hasta el último minuto, pues considera que su puesto está en Francia y arde en deseos de colaborar con la Résistance, a ser posible en un puesto que entrañe el máximo riesgo para ella. Finalmente, tras no pocos avatares, se embarca con sus padres hacia Orán y de ahí a Casablanca, donde permancerá dieciocho días antes de embarcar en el Serpa Pinto hacia Nueva York, el lugar de nacimiento de Rick Blaine.

París, Marsella, Orán, Casablanca, América. Es una historia de refugiados. Todos lo somos, falta apenas que nos demos cuenta.

 

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En el andén de la Gare de Lyon la tarde del 13 de junio de 1940 llovía copiosamente, aunque también pudiera tratarse de un truco para aumentar el dramatismo. Es una película americana, no cabe olvidarse. Personalmente, no recuerdo la climatología de aquellas fechas, mi salud estaba muy quebrantada y tenía otras preocupaciones. Los trenes salen al Sur, hacia la Francia no ocupada, atestados. En algún lugar del andén, Simone, con sus grandes gafas redondas, ve avanzar a toda prisa a un hombre de color, que porta una pequeña maleta de cartón. El apuesto extranjero le recibe ansioso, intercambian unas palabras, le entrega una carta. No puede oírlos, no les distingue muy bien. Pero está atenta. Sus padres la reclaman. Ella ha entregado también sus papeles unos días antes a Gustave Thibon. Once cuadernos, de los que Thibon extraerá años después los fragmentos o aforismos que constituyen La pesanteur et la grâce, el libro que hará su fama.

La cabeza le duele espantosamente. Sus migrañas la llevan a desear el dolor a otros, a gritar improperios. Pero es momentáneo. A estas alturas ella ya ha entendido qué significa el dolor. Apenas come, lleva meses sin acostarse en una cama (en la habitación llena de humo, de cuadros y de libros de Joë Bousquet, el poeta paralítico, en Carcassonne, no consintió en otra cosa que echarse en el suelo, si es que la leyenda es veraz), ha entendido la dinámica de lo vertical, ha entendido que todos los movimientos naturales del alma se rigen por leyes análogas a la de la gravedad. La grâce seule fait exception. En Marsella, en Londres, cuando retorne a Europa empeñada en una misión suicida que acabará trocándose en un dejarse morir, escribe incesantemente. Todos esos escritos serán póstumos. Mejor así, piensa, sin duda. El tren se pone en marcha.

 

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Hay que descreer del heroísmo, toda ilusión sólo contribuye a la pesantez. La fuerza degrada por igual al vencedor y al vencido. Hay que descrear, descrearse. Sólo al vacío puede descender la gracia, con su ala al cuadrado. Éstas y otras cosas escribe, piensa, Simone por esos días, en Marsella, cuando llega a concebir que los suplicios infernales consisten en un vendimiar infinito, agotada por el trabajo manual al que no quiere renunciar, ella, la que fue fresadora en la Renault. Yo no la leí por entonces, nadie la leyó por entonces: algunos artículos en revistas de la izquierda, un par de textos en los Cahiers du Sud sobre la Occitania... Ah, y el magistral L’Iliade ou le poème de la force.

No pudimos encontrarnos en Casablanca. Ella permaneció todo el tiempo —del 20 de mayo al 7 de junio— en las afueras de la ciudad, en el campo de refugiados de Aïn Seba. Allí dormía en el suelo y se pasaba el día sentada en una de las pocas sillas del campo, que sus padres le guardaban en sus raras ausencias, y escribía sin término. Una vez sólo, al parecer, se acercó a la ciudad para una visita. Es posible que fuera uno de los días en los que yo estuve por allí —nuestro paso fue tan rápido como nos fue posible: lo que tardamos en conseguir los salvoconductos que nos permitieron abordar el aeroplano hacia Lisboa—, pero no recuerdo a ninguna joven desaliñada de grandes gafas redondas. Es bien cierto que yo no prestaba atención, ella acaso sí me vio.

 


-5-

Un poeta que tal vez fui un día —llevo tanto tiempo siendo Viktor Laszlo que ya no lo recuerdo bien— escribió un breve poema que me parece apropiado transcribir aquí:

La ley de la gravitación postula:

las lágrimas caen,

los suspiros ascienden.

Otro día, en otro texto, que narraba la ascensión y caída de un funambulista, concluyó, muerto él mismo de vértigo, que el vértigo no es amor al suelo ni miedo a la caída. El vértigo es sometimiento a Jehová.

En sus papeles póstumos hay una continua mención al miedo de Unica Zürn a las escaleras, que le impedía bajar del apartamento que compartía con Hans Bellmer en la rue de la Plaine. Acabaría saltando por la ventana.

Tanta obsesión por la vertical no puede sino emparentarlo con Simone Weil. El reconocimiento que sintió al leer las primeras líneas de La pesanteur et la grâce le conmovió profundamente.

 


-6-

Casablanca, dirigida por Michael Curtiz, e interpretada por Humphrey Bogart, Ingrid Bergman, Paul Henreid, Claude Rains y Dooley Wilson, entre otros, fue rodada del 25 de mayo al 3 de agosto de 1942. No en Casablanca, obviamente: si hubiera sido en Casablanca, Simone podía haber sido una figurante. Estábamos en Los Angeles. Allí mismo, en el Hollywood Theatre, tuvo lugar la première mundial, el 26 de noviembre de 1942. Casablanca aparecía entonces en los noticiarios, pues estaba en pleno auge la Operation Torch, encaminada a la liberación del Norte de África. La exhibición general del film comenzó el 23 de enero de 1943, coincidiendo con la realización de la llamada conferencia de Casablanca.

El 6 de julio de 1942 el Serpa Pinto arribó a New York. Unos días después los Weil se instalaron en el 549 de Riverside Street, con vistas al Hudson. Desde ya antes de llegar, Simone estaba volviéndose. No tardó mucho en regresar, pero no a Francia, sino a Londres. Propuso planes progresivamente más atrevidos a los mandos de la France libre, planes que incluían indefectiblemente su inmolación. De Gaulle llegó a escribir en uno de los informes cette folle! Seguía sin comer, se limitaba a ingerir las magras cantidades que les eran permitidas en Francia a sus compatriotas sometidos al racionamiento. Una enfermedad pulmonar la condujo al hospital. Falleció en Ashford el 24 de agosto de 1943. En el informe médico se sugiere que ese dejarse ir constituía un suicidio.

Simone había dejado América el 10 de noviembre de 1942. No pudo ver la película. Es dudoso que tuviera ocasión de ello en el bombardeado Londres. Es una lástima, me hubiera gustado que pudiera verme en la escena que me hizo famoso, dirigiendo la orquestina del Rick’s Café en su interpretación improvisada de La marseillaise. Soy el héroe de la película, ya se lo he dicho.

¿Y ustedes? ¿Están formando ya vos bataillons? No se descuiden.

 


-7-

Hay pocos textos milagrosos, pocos textos en los que uno se encuentra de verdad una escritura extrema. El llamado Prologue, de Simone Weil, es uno de ellos. Está incluido en el último de los once cuadernos que Simone le entregó a Gustave Thibon al dejar Marsella, entre abundantes notas sobre la espiritualidad cátara y el Grial (ha reconocido en Bousquet, en ese encuentro del que habría que hablar más por extenso, al roi blessé Amfortas). Simone lo copió de nuevo, en otro cuaderno, el primero de los que acabarían conteniendo las notas de América, y que llevó consigo, sin duda, durante las travesías mediterráneas. Se publicaron bajo el nombre de El conocimiento sobrenatural. Apropiado.

En la silla sagrada del campo de Aïn Seba, en las cubiertas de los barcos en las que se obstinaba en dormir, venciendo al mareo y a la migraña, Simone escribía, ya lo hemos dicho, incesantemente, como si no hubiera un mañana. No lo había.

El Prologue es un relato, con ese sabor inconfudible de los textos revelados. En él la narradora se encuentra en su habitación. Y un él innominado entra y le dice: Miserable. Y la conduce a enseñarle cosas.

Il me fit sortir et monter jusqu’à une mansarde d’où l’on voyait par la fenêtre ouverte toute la ville, quelques échafaudages de bois, le fleuve où l’on déchargeait des bateaux.

Los estudiosos han querido identificar esa buhardilla, y otros detalles del texto, como si se tratara de una crónica y no de un balbuceo místico. En ese espacio, que no puede ser otra cosa que interior, él conversa con ella, con otras personas que vienen y van, reparte el pan y el vino y ambos se tienden en el suelo a gozar de la dulzura del sueño.

Un día le dice: ahora, márchate. Ella se aferra a sus piernas, le suplica, pero él la arroja a las escaleras. En una esquina, Unica Zürn mira asustada. A mí se me escapa una lágrima. Las lágrimas caen.

Y entonces, ella dice: y yo descendí esa escalera sin saber nada, el corazón hecho jirones. Anduve por las calles. Entonces me di cuenta de que no sabía en absoluto dónde se encontraba esa casa.

 

-8-

Yo también estuve en esa buhardilla. Vencía mi vértigo para contemplar por el ventanuco circular —la lucarne— el trabajo del puerto fluvial. Conversábamos. Ella me había traído de la mano, me había conducido por la larga escalera helicoidal. Yo no recuerdo nada de aquello, me acababan de sacar de la penumbra, apenas podía seguir a Eurídice.

En la buhardilla fuimos ficticios.

Algo ocurrió, irreparable, como todo lo que ocurre. Entonces, caminando por las calles, como un funámbulo depuesto y vacilante, me di cuenta de que no sabía en absoluto dónde se encontraba esa casa. Desde entonces la busco. Todos mis sueños tienen lugar en la misma ciudad, todos mis pasos se repiten, en las ocasiones más faustas me veo subiendo una escalera. Ella me precede. Entonces se llama Madeleine, o Judy Barton. El vértigo me atenaza.

Acaba mal. Los sueños acaban mal. Sólo la vida acaba bien. Los suspiros ascienden.

Simone sabía.

 

-9-

Cuando Ilsa y yo conseguimos llegar a Lisboa, mientras esperábamos el barco hacia América, nos sentamos en un café. En la mesa de al lado, un hombrecito silencioso escribía con una letra morosa en una libreta muy pequeña. A ratos levantaba la vista y la luz crepuscular le cambiaba el rostro. Nunca supe cuántos era, pero era muchos, sin duda. Uno de ellos se decidió a dirigirse a nosotros, en un inglés muy correcto: me disculparán, pero no he podido evitar reparar en la cicatriz, confío en que a partir de ahora empiecen los buenos tiempos.

Se levantó, me alargó una tarjeta y me dijo: hasta siempre, y buena suerte. Le vi doblar la esquina calándose el sombrero. El sol se agarraba a duras penas al horizonte. Ilsa dio un sorbo al champagne cocktail. Los buenos tiempos esperaban en algún lugar, detrás de alguna esquina.

Leí el nombre de la tarjeta. Bernardo Soares, ajudante de guarda-livros. Pensé que deberíamos marcharnos también, aún había que acabar de hacer el equipaje y concluir algunos trámites.

No sé cuándo morí. La película no lo cuenta.

-10-

El Prólogo —tras el que inevitablemente comienza el conocimiento sobrenatural— concluye: Sé bien que no me ama. ¿Cómo podría hacerlo? y uno murmura entonces: ay, acaba ya de vero, y cierra los ojos. Las lágrimas caen, los suspiros ascienden.

Entonces, en la siguiente línea, Simone nos mira desde sus grandes gafas redondas y dice: y sin embargo, en el fondo de mí algo, un punto de mí, no puede evitar pensar temblando de miedo que quizás sí, a pesar de todo, él me ama.

Fuego.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Maravillosa mirada interior!

AGCano dijo...

Gracias!

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