miércoles, 12 de julio de 2023

Teoría de muelles. Una playlist.


En aquellos atardeceres nos paseábamos por el Molo Audace, hasta agotar la puesta de sol. 

Avanzábamos decididos, por la orgullosa construcción, rodeados de un agua que había aceptado esa breve península artificial. Al fondo, a los lados, la gloriosa bahía de Trieste. 


Sí, avanzábamos decididos. Éramos muchos, habíamos estado paseando por la ciudad, éramos parejas con niños en carritos, turistas tranquilos, éramos un hombre de edad mediana que lleva un libro de Magris en la mano. Saludábamos al mar, saludábamos al sol. Hacíamos fotos.

El muelle no daba, entonces, para más. El borde nos esperaba y después ya no había otra opción que la contemplación, otro itinerario que el regreso. Cabía la oscilación, y en ella nos holgábamos a menudo, pues los pasos en los callejones sin salida están tasados, y toda posibilidad de eternidad se basa (ay, bien lo sabemos) en la repetición. 

Somos apenas paseantes, ya no sabemos ser nadadores. Necesitamos un dedo de piedra que penetre en el planeta del mar. Necesitamos estar secos, y erguidos. Necesitamos poder volver a casa.

Molo, muelle, moll (del catalán hace derivar la Academia el nombre castellano, y en origen tendríamos una mole latina): un atrevimiento de la arquitectura. Ya no hay barcos en ese muelle, ni siquiera el buque Audace que le dio su nombre. Ya no es, pues, un embarcadero, de aquí ya no parte ningún viaje. Nos queda esto sólo: estructura, un orden sobreimpuesto. Un nombre. Y al fondo, el horizonte, y en él, sí, algunas naves.

Para decir muelle en portugués diríamos cais y entonces empezaría a cantar Milton Nascimento [1]. Aquí la etimología parece remitirnos a la cal. En portugués puede usarse cais para designar los embarcaderos del ferrocarril. Nosotros hablaríamos de andenes (en inglés tendríamos plataformas, formas planas, y personajes solitarios en ellas que se desvanecen, que se funden a gris [2]). Los andenes nos recuerdan los pasos perdidos de las estaciones, el vaivén impaciente del viajero en la espera del tren retrasado. Tengan cuidado de no introducir el pie entre coche y andén decían los carteles del Metro de Madrid de mi infancia, y yo leía anden, porque entonces las mayúsculas no llevaban tildes y mi madre me corregía: andén, y él andén era donde no estábamos ya, porque estábamos en el coche, que no era un coche, sino un vagón, pero eso ya lo sabíamos. 

Y habíamos tenido cuidado, un cuidado infinito, de no introducir el pie en ese abismo del gap. Ay, siempre nos tentaron los intersticios.


Para decir muelle en inglés diríamos pier, aunque también diríamos dock y nos sentaríamos con Ottis Redding a la luz del sol matinal hasta que llegase la tarde.[3] Estaríamos acaso en Bodega Bay y llevaríamos una pequeña lancha motora justo antes de que llegasen los pájaros. [4] Estaríamos en la bahía de San Francisco y nos zambulliríamos justo debajo del Golden Gate. En las puertas del pasado. [5]

Para decir muelle en francés, sin embargo, tendríamos que decir jetée (aunque existe también jetty en inglés). Jetée remite, claro, a jeter y lleva dentro, por tanto, un arrojar, un tenderse. Elle a été jetée par son cheval contre un arbre pendant une promenade, decía el fatídico telegrama de Mme Bontemps anunciando la muerte de Albertine, la definitiva desaparición de la desaparecida. Yo era rígido y frío, yo estaba tendido sobre un precipicio, yo era un puente, escribe Kafka en uno de esos fragmentos que valen lo que todo un pueblo de novelas. 


Nos tenderemos, pues,  como un puente sobre aguas agitadas. [6] Renunciaremos a la postura erguida del monje que mide la distancia infinita del mar. Nos lanzaremos, como el tuffatore


De igual modo que el cais portugués acepta a su lado navíos y ferrocarriles, la jetée francesa, la arrojada, la tendida, acepta aeronaves igual que barcos. Lo sé porque en 1962 estuve en la Grand Jetée d'Orly. Faltaban pocos años para el comienzo de la Tercera Guerra Mundial. Siempre faltan pocos años para el comienzo de la Tercera Guerra Mundial. 

Era domingo, los domingos, entonces, era habitual que los padres llevasen a sus hijos a ver los aviones a la terraza del aeropuerto. Mis padres nos han llevado a mi hermano y a mí. No es Orly, es Barajas. No puede ser 1962, no habíamos nacido. Será, seguramente, 1969 ó 1970. No hay un Gran Muelle en Barajas, en castellano los muelles no tienen aviones aparcados. Pero el gesto es el mismo: cruzar la ciudad en el 600, aparcar, subir a la terraza, contemplar los movimientos de los grandes pájaros, extasiarse con los despegues, tomar una Coca Cola (una para los dos). Nos gustaban los grandes paneles con los destinos de las próximas salidas, esas letras que cambiaban a toda prisa. Nos gustaba aprendernos los nombres de las líneas aéreas. KLM era acaso mi favorita, con ese riguroso respeto al orden alfabético.

Chris Marker está (es una película milagrosa) en la Grand Jetée d'Orly en 1962, grabando la muerte de un hombre. [7] Ése es el recuerdo recalcitrante de un niño, que la observa al contraluz del rostro de una joven, el rostro que va a acompañarle durante la guerra, con el que va a soñar a contratiempo. Décadas después, Terry Gilliam lo contó de otro modo. [8] El aeropuerto era americano, y allí no hay jetées (aunque sí salas de embarque o de abordaje) y la trama introduce algunos elementos que apenas podían estar sugeridos en el film original: los animales, por ejemplo, que aparecen disecados, en la triste exhibición de la taxidermia en la fotonovela de Marker. De entre esos animales, ya se sabe (amén de alguna jirafa despistada), doce monos. La chica dice llamarse Kathryn, pero quien le da el cuerpo y la voz se llama, claro, Madeleine. En el cine, ella y Bruce Willis ven Vértigo. Hay una sequoia en La Jetée y en Sans Soleil Marker vuelve sobre el film de Hitchcock. [9] Ya se imaginan por qué les cuento todo esto.


Sí, paseábamos a menudo por el muelle. Un paso, ya estábamos en él, habíamos abandonado el frente de batalla de lo seco. Algunos pasos más, llegaba el final, ya sólo estaban el mar y el sol. Nos parábamos, hacíamos otra foto, contemplábamos. Nunca hemos sido muy buenos contemplando, nos falta paciencia. Volvíamos sobre nuestros pasos. Volvíamos sobre los pasos de vuelta. Éramos muelles en el muelle, osciladores, estábamos así un rato de la tarde. 

La eternidad sólo se consigue con la repetición.


Hablo de ti y de mí. Tú eras un fantasma, ya lo sabes. Eso no es nada raro, por supuesto, toda historia es una historia de fantasmas. Madeleine lo sabe, y, cuando pasa una y otra vez la película para intentar anular el tiempo, no desconoce que, por debajo, en esa corriente subterránea que otros llaman entropía, se derrama de verdad la clepsidra. La diégesis hace sus equilibrios sobre un tren que galopa.

Hasta que en alguno de esos virajes, cuando el muelle se acaba, seguimos adelante, seguimos andando milagrosamente por el aire, subvirtiendo la legislación tirana de la pesantez, afines al despegue, inciertos, pero decididos. Valientes: arrojados. Ascendiendo desde la jetée.

Dos fantasmas, al fin. Dos fantasmas. 


[1] Milton Nascimento, Caishttps://www.youtube.com/watch?v=frHaMD7eVfA

[2] Visage, Fade to greyhttps://www.youtube.com/watch?v=UMPC8QJF6sI

[3] Ottis Redding, Sitting on the dock of the bay. https://www.youtube.com/watch?v=rTVjnBo96Ug

[4] Alfred Hitchcock, The birds. https://www.filmin.es/pelicula/los-pajaros

[5] Alfred Hitchcock, Vertigo. https://www.filmin.es/pelicula/vertigo-de-entre-los-muertos?origin=searcher&origin-query=primary

[6] Simon & Garfunkel, Bridge over troubled water. https://www.youtube.com/watch?v=WrcwRt6J32o

[7] Chris Marker, La Jetée. https://www.youtube.com/watch?v=bmmcSnUSySg

[8] Terry Gilliam, 12 monkeys https://www.filmin.es/pelicula/doce-monos?origin=searcher&origin-query=primary

[9] Chris Marker, Sans soleilhttps://www.youtube.com/watch?v=fdusEgrbhgA

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