Tus rosas vivirán cuando todas sus
contemporáneas hayan muerto.
ZENOBIA CAMPRUBÍ a JRJ, desde el Hospital
de Boston, 6 de enero de 1952
I.
En septiembre de
1926, Rainer Maria Rilke retorna a Muzot tras haber pasado unos días en Lausanne,
invitado en el lujoso Hotel Savoy, que aún existe, junto al Léman. Su salud ha
ido quebrantándose, pero aún ignora cuán cerca está su final, sobre todo porque
su enfermedad, la leucemia, no será diagnosticada más que tardíamente. En el
Savoy ha conocido a la joven egipcia Nimet Eloui
Bey, hija de un alto funcionario del Sultán, quien había leído Apuntes
de Malte Laurids Brigge y admiraba mucho al poeta. Nimet es descrita como
de una gran belleza. Es una mujer casada, pero vive alejada de su marido. Como
en tantas ocasiones, la amistad con el poeta es instantánea e intensa.
Pocos días después
de su regreso, Rilke recibe a Nimet, junto con una amiga, en Muzot. Han llegado
allí conduciendo su potente automóvil. Muzot suele presentarse como un “castillo”,
pero es más bien una casa con un torreón, en los alrededores de Sierre. Allí
lleva Rilke recluido ya varios años, que no han dejado, en todo caso, de ser
bastante movidos, pues el destino viajero del poeta es inevitable. Pero es en
ese recogimiento donde pudo terminar el monumento de las Duineser
Elegien. Es su último refugio.
Para complacer a las
visitantes, Rilke corta unas rosas de su pequeño jardín. Al hacerlo, una larga
espina se clava en la palma de su mano izquierda. La herida se infecta
rápidamente, la mano se hincha. Al día siguiente, un dedo de la otra mano
también aparece inflamado y es preciso vendarlo. Durante días no pudo usar sus
manos, que le dolían mucho. Entonces vino una gripe intestinal con fiebres
altas.
Todo eso revelaba su
déficit de defensas, provocado por la leucemia subyacente. Las idas y venidas a
la clínica de Val-Mont no sirvieron demasiado, una vez más. El 29 de diciembre
de 1926 murió allí, en esa clínica, en Glion, sobre Montreux. El próximo año se
cumplirá el centenario de esa fecha. Hace unos días, el 4 de diciembre, se
celebró el 150 aniversario (hay una palabra para designar la efemérides: sesquicentenario)
de su nacimiento.
Los apuntes
biográficos más superficiales afirman que Rilke murió por el pinchazo de una
rosa. No es médicamente preciso, por supuesto, pero es poéticamente cierto, y justo.
En el ramo que Rainer entregó a Nimet ese día, una de las rosas era una
asesina. Ninguno de los dos lo sabía entonces, pero la sangre del poeta ya era
toda ella una espina.
II.
Rilke fue enterrado
en Raron o Rarogne, según se elija el idioma de esa franja bilingüe del Valais.
Su tumba se ubica junto a la tapia de una pequeña iglesia que se
encarama a un risco, a la entrada del pueblo, perfectamente visible desde la estación.
Desde allí se abre una perspectiva sobre el valle que sin duda los ojos del
alma del poeta disfrutarán cada mañana.
La tumba es de una
gran simplicidad. Está rodeada por un murete de piedra con una cancela metálica.
En el brazo horizontal de la cruz de madera se muestran apenas las iniciales
del poeta: R.M.R. Al fondo, una lápida. En ella, un escudo de armas más bien
fantasioso de la familia Rilke, el nombre ahora sí completo del yacente, y unos
versos.
ROSE, OH REINER
WIDERSPRUCH,
LUST,
NIEMANDES SCHALF ZU
SEIN
UNTER SOVIEL
LIDERN.
La traducción podría
ser algo así: Rosa, oh pura contradicción, deseo de ser el sueño de nadie
bajo tantos párpados.
Lust… zu indica un apetito o una
disposición, unas ganas, pero lust también supone el gusto
producido por la consecución del deseo. Antonio Pau lo traduce, abusivamente a
mi juicio, como alegría. Wiesenthal opta por deleite. El lust inglés
no equivale aquí al alemán, especialmente en su connotación lujuriosa. Por otro
lado, Lidern, plural de lider, párpado, evoca lieder,
canciones.
Se puede localizar el
origen del epitafio, que fue el elegido por el poeta, en un texto en francés (en
su última época, Rilke escribió una abundante colección de poemas franceses)
titulado justamente Cimetière. Allí se interpela a las flores que nacen
de las tumbas, que nacen de los cuerpos y llevan su sangre como savia: Comment
n’être pas nos fleurs?
¿Es por eso que los
pétalos de la rosa parecen alejarse de nosotros, que emergen de un centro y se
amontonan unos sobre otros como en un impulso centrífugo? Veut-elle être
rose-seule, rien que rose? Ser ella sólo rosa, nada más que rosa. No
nuestra, de nadie. Y ahí: Sommeil de personne sous tant de paupières?
Sueño de nadie, pero nadie es personne, personna, pessoa, bajo
tantos párpados, pétalos-párpado que cierran el ojo central de la rosa, que
ocultan su corazón, por el que late el nuestro, el ya detenido para siempre.
III.
La rosa, todos lo
sabemos, es sin porqué. Así lo afirmó Johann Scheffler, más conocido como
Angelus Silesius, en uno de los breves poemas o aforismos contenidos en El
peregrino querúbico:
Die
Rose ist ohne Warum.
Sie
blühet, weil sie blühet.
Sie
achtet nicht ihrer selbst,
fragt
nicht, ob man sie siehet.
Ésta es la versión
en alemán moderno, el texto original usa ohn warumb, sin porqué, que,
según se nos apunta en nota en la edición de Lluis Duch publicada por Siruela
(donde figura en el nº 289 del primer libro), es un término técnico de la
mística especulativa dominica de la Edad Media, especialmente de Eckhart y fue
utilizado por primera vez por Beatriz de Nazaret y posteriormente Marguerite Porete,
en su Miroir des simples âmes, lo trasladó al francés, como sans
pourquoy.
Duch propone como
traducción al castellano la siguiente:
La
rosa es sin porqué. Florece porque florece.
A
ella misma, no presta atención. No pregunta si se la mira.
Borges admiraba
mucho estos versos y colocó el primero como colofón de su conferencia sobre la
poesía de 1977 recogida en Siete noches, como el resumen de todo
cuanto he dicho esta noche. Allí propone su propia traducción, en la que
elimina el es y transforma la estructura original bipartita en una frase
en alejandrino: La rosa sin porqué florece porque florece.
El es de la versión
original es, sin embargo, decisivo, o al menos así me lo parece. Establece, como
sólo lo puede hacer el verbo copulativo, una identidad o una necesidad entre los
dos términos, confiere un carácter ontológico a esa gratuidad del ser rosa.
Toda rosa es sin porqué, su florecer es un puro acontecer que no cabe reducir a
proyecto o propósito o finalidad.
La rosa que no se percibe
a sí misma ni al exterior, a ese exterior de contempladores de su belleza, es
rosa porque es rosa, aún menos, pues rosa es apenas el puro nombre, del
que habla el adagio medieval. Rose is a rose is a rose, dirá famosamente
Gertrude Stein. No es de extrañar que esas breves líneas del místico silesiano
hayan sido repetidas tantas veces: son un puro concentrado de la más alta
poesía, que, como sólo ocurre justamente con la más alta poesía, es el grado
máximo de la filosofía.
No hay porqué en la
rosa. Ni en la rosa ni en ninguna otra cosa. La rosa florece porque florece. No
hay explicación, apenas una descripción, y una descripción que sólo nos es
necesaria por nuestra patológica insatisfacción, por nuestro desacomodo en el
mundo, del que tanto sabía Rilke. Sucesos sobre sucesos, aconteceres que brotan
y se deslíen, pura emergencia y puro derrumbamiento, oleaje del gran océano
efímero de la nada.
IV.
La rosa es sin
porqué y la rosa es de nadie. En 1963 Paul Celan publicó un libro con ese
título, Die Niemandsrose. El poema Tübingen, Jänner, del que nos
ocupamos aquí
hace unas semanas, está incluido en él, además de otros poemas memorables como Mandorla.
Niemandsrose es una construcción que compone
el nombre de la flor en alemán, Rose, con la palabra Niemand, nadie,
en genitivo. Aparece en uno de los poemas principales del libro, titulado Psalm,
salmo. En la tercera estrofa de ese poema leemos
Ein
Nichts
waren
wir, sind wir, werden
wir
bleiben, blühend:
die
Nichts-,
die
Niemandsrose.
La traducción de
Celan es siempre un empeño esencialmente imposible. Miremos antes un momento a
la estructura: en el verso anterior al que nombra la rosa de nadie tenemos un
extraño guion: Nichts-. Apunta a la elisión del segundo término de la
palabra compuesta que era, claro, rose. Es decir, la rosa es de nadie y
también es de nada o, casi peor, de no, puesto que nicht también
sirve como partícula negativa. Esa Nada/No que somos los que enunciamos el
poema, que somos (sind), pero que también fuimos (waren) y que
seguiremos siendo (werden…bleiben), mientras somos florecientes.
Una flor de Nada, de Nadie.
Ese nadie, Niemand
(en alemán todos los substantivos llevan mayúscula, pero en este caso esa
mayúscula es también la que se utiliza cuando se nombra a las personas sagradas)
aparece desde el comienzo del poema. Es el Nadie que (no) nos amasa de barro ni
nos infunde el espíritu, el Nadie que debe ser loado y hacia/contra (entgegen)
el que florecemos, en ese impulso hacia un encontronazo con la Nada que nos
constituye, de la que emergemos como se alza un tallo.
La traducción de la
última estrofa es aún más compleja, pues se juega con la anfibología de Griffel,
que designa tanto al estilo o punzón con el que escribimos sobre una tablilla
como al pistilo, o, por mejor decir, a esa parte de él que también se
llama estilo, y nos introduce Staubfaden, que literalmente serían
algo así como hilos de polvo, de ese polvo primordial del que Nadie nos
hizo flores de Nada, pero que es también el término que nombra a los estambres
de la flor. Y algunos otros abismos más que Celan abre, con la endemoniada
facilidad que le caracteriza, a cada palabra.
Un ejercicio
imposible, sí, pero inevitable, al cabo. Transcribo aquí la traducción de José
Luis Reina Palazón, en la edición de las Obras completas de Celan que
Trotta publicó en 1999 y que ha sido y sigue siendo la referencia para todos
los celanianos (o aspirantes a-) patrios:
SALMO
Nadie
nos plasma de nuevo de tierra y arcilla,
nadie
encanta nuestro polvo.
Nadie.
Alabado
seas tú, Nadie.
Por
amor a ti queremos
florecer.
Hacia
ti.
Una
nada
fuimos,
somos, seremos
siempre,
floreciendo:
rosa
de nada,
de
Nadie rosa.
Claro
de alma el estilo,
yermo
tal cielo el estambre,
roja
la corola
por
la púrpura palabra que cantamos
sobre
oh sobre
la
espina.
El poema se escribió
el 5 de enero de 1961, muy poco después de pronunciada la conferencia El
Meridiano. Existe una versión de José Ángel Valente, en la que se opta por
un atrevido florecer contra ti, que resuena con el ardor centrífugo de
los párpados de la rosa rilkiana. En francés, toda traducción posible enunciará
de nuevo el Nadie como Personne, y será a esa Persona/No a la que alabemos
desde nuestra condición de rosas de polvo.
V.
En un célebre
aforismo que data de la década de los treinta del siglo pasado, y que fue
recogido en la recopilación que preparó Antonio Sánchez Romeralo con el título
de Ideolojía (sic, ya sabemos del particular uso de la g/j
del moguereño) con el número 2351, Juan Ramón Jiménez afirma con bella
rotundidad que El hombre debe considerarse dichoso de haber sido contemporáneo
de la rosa.
Cuando nacimos, las
rosas ya estaban allí. Quién sabe de sus ancestros no fanerógamos, quién desea
la inmensidad de helechos de otras eras geológicas, quién piensa en extraños
futuros en los que los géneros y las especies habrán sido transformados y no
habrá ya nadie que los registre. La rosa ya estaba aquí cuando apareció eso que
hemos dado en llamar el ser humano, pues el hombre juanramoniano
incluye, claro está, a la mujer y a todas las otras formas de ser humano, en
ese genérico masculino que nos arrastra a un pasado de invisibilidades y menosprecios.
Cuando el ser humano
empezó a caminar por la tierra las rosas ya le estaban esperando. Es bien
cierto que entonces procedimos a hacer lo único de lo que parecemos capaces:
modificar, es decir, destruir. Las rosas de las rosaledas y de los jardines de
los palacios son producto de manipulaciones y cultivos. Pero, de todos modos, ahí
están, y podrían no haber estado, o no haber estado nosotros.
Ser contemporáneos
es el mayor de los misterios, pues es el reflejo de un puro azar. Entre el
poeta y sus lectores hay una extraña convivencia distante, una congruencia en fechas
que se acabarán depositando en lápidas. Ser es, tan sólo, estar, y estar
exige un aquí, un ahora. Ahora estamos aquí. Ahora las rosas están aquí.
Podrían no haber
estado. Podríamos no haber estado. Dejarán de estar. Dejaremos de estar.
El texto acaso más
conocido de la inmensa y excelsa obra juanramoniana suele ser mal citado. Proviene
del libro Piedra y Cielo, el que concluye ese periodo fundamental que
incluye el Diario de un poeta recién casado y Eternidades, y se
titula, de modo transparente El poema. Ese poema contiene apenas
dos versos:
¡No
le toques ya más,
que
así es la rosa!
Los que lo
transcriben substituyen frecuentemente el le por un la, asumiendo
que se refiere a la rosa (laísmos y leísmos aparte) y no al poema
del título. No toques más el poema, no hace falta: la rosa está en él.
La rosa es así. Es el momento en que Juan Ramón busca una simplicidad, una
desnudez, que le aleje de algunos excesos modernistas de su juventud, le pide a
su intelijencia que le dé el nombre exacto de las cosas, para,
entonces, enunciarlo. El poema debe ser así: la rosa. Una rosa poema, un
poema rosa, puesto que somos afortunados de ser contemporáneos de ella.
Por esos años, Vicente
Huidobro convertirá en lema de su Creacionismo este verso: No cantéis a la
rosa, oh poetas, hacedla florecer en el poema. El poema del que procede ese
verso se titula Arte Poética, y, desde luego, parece un título justo.
VI.
En 1973, el grupo
brasileño Secos
e Molhados incluyó en su primer álbum, cuyo título coincidía con el nombre
del grupo, una canción del gran Vinicius de Moraes titulada Rosa de
Hiroshima. Posteriormente, el cantante de la banda, ya en solitario, el
fantástico Ney Matogrosso, la ha grabado y la ha interpretado abundamente en
vivo. Una actuación de Ney es algo espectacular,
o al menos así puede colegirse de los vídeos que lo muestran, en festivales
como el de Montreux, allí, al lado de donde murió Rilke.
Cuando se representa el horror nuclear, y se representa demasiado poco, y demasiado como sin importancia, suelen utilizarse un par de imágenes que en realidad no corresponden a la realidad anicónica y casi apofática de la mañana del 6 de agosto de 1945 en Hiroshima (y que decir de Nagasaki, que es apenas el término subsiguiente de la conjunción copulativa, como una especie de consecuencia necesaria del primer bombardeo, como un ítem más en una lista que no acabará de cerrarse nunca).
Suelen ser del ensayo americano en Bikini, poco después del final de la guerra,
cuando de lo que se trataba era de avisar a los soviéticos, que no tardarían en
dotarse ellos mismos de armamento atómico, y desencadenar así la llamada Guerra
Fría, de la que todos somos asustados hijos. Bikini es un atolón del Pacífico y
el nombre que un avispado diseñador francés eligió para su traje de baño de dos
piezas, en uno de los juegos de manos más atrevidos y eficaces de la historia
del comercio mundial: de la destrucción y los daños irreversibles a la población
civil del archipiélago, que no fue convenientemente protegida ni evacuada, al
tono festivo de una postguerra que no quería mirar hacia atrás ni reconocer
culpa alguna.
Ahí, en Bikini, se
hizo la foto que suele emplearse como ilustración, la del hongo.
Hongo es una palabra extraña, pues tiene connotaciones alucinógenas y venenosas.
No es la seta de los cuentos de la niñez, donde podrían encontrarse gnomos y
otros seres del bosque, es algo tóxico y extrañamente arcaico, un habitante de
la Tierra muy anterior a la rosa. Así, elevándose, la nube de polvo y ruina,
con una perfección casi geométrica, se impone en su valor de signo: ésta es la
manifestación del poder, aquí empieza el non plus ultra, lo que viene
después es el puro destrozo. Y el pánico.
Por eso, que Vinicius
de Moraes, un personaje bigger than life, compusiera ese poema íntimo,
doloroso, en el que la nube no tiene forma de hongo, sino de rosa, de
una rosa de pétalos en fuga, elevándose contra, como nosotros que
nacemos tallos de Nada en vuelo hacia Nadie, rosa con un porqué cruel y
despiadado, que Vinicius de Moraes eligiera ese símbolo, esa figura es
algo sorprendente, y brutalmente eficaz, especialmente cuando quien dice esos
versos es Ney Matogrosso.
Éste es el poema. Lo
dejo en el portugués original, fácilmente comprensible.
Pensem
nas crianças mudas, telepáticas
Pensem
nas meninas cegas, inexatas
Pensem
nas mulheres, rotas alteradas
Pensem
nas feridas como rosas cálidas
Mas,
ó, não se esqueçam da rosa, da rosa
Da
rosa de Hiroshima, a rosa hereditária
A
rosa radioativa, estúpida e inválida
A
rosa com cirrose, a anti-rosa atômica
Sem
cor, sem perfume, sem rosa, sem nada
Los niños, las
niñas, las mujeres, la población civil. Las quemaduras, como rosas cálidas en
la piel, rosas que se abren a las infecciones. La rosa impalpable que se cuela
en los huesos y florece allí, letal. La rosa hereditaria que propaga la
enfermedad, la antirrosa. Sí, pensemos en ella, no nos olvidemos de ella. Esa
rosa no rosa que de repente se alza desde la ciudad en ruinas, una rosa de Nada
creada por las rosas de Nada que somos, en la redundancia de un ciclo de
padecimientos y sinsentidos.
La rebelión
consiste en mirar fijamente una rosa hasta pulverizarse los ojos, nos contaba Alejandra Pizarnik.
Si uno mira fijamente esta rosa sin rosa acaba viendo sólo su rojo, su rojo de
sangre, su rojo-Rothko en el que nos sumergimos hasta la visión periférica. Ese
rojo de la herida abierta en plena carne, de la rosa asesina de poetas, de la
rosa que, contemporánea, nos ve morir y alimentar sus raíces, que asciende
desde nuestros sepulcros y cubre con sus flores los textos de las lápidas.
Rojo. Profundo rojo.
Rojo es el color del pintalabios
que ocupa el cielo. El cielo que es la espina.
Envoi
Escucho, una vez
más, a Cristina
Lliso, que siempre cantaba con guantes:
Para
qué decir lo contrario si soy la mala rosa,
la
que incendia con fuego el calor de los besos
que
luego apaga con lluvia de dolor.
La mala rosa hunde
sus espinas en la hierba del amor sin ningún pesar. Somos contemporáneos de
la flor más bella de la historia, pero la paradoja ha querido que el tallo de
esa flor esté poblado de espinas. No tendría por qué ser así, hay muchas flores
que no tienen espinas. Me parece que aquí hay algo muy profundo sobre lo que
habrá que volver una y otra vez.
¿Es por eso que
apenas contemplamos, que apenas nos acercamos, tiramos una foto, volvemos la
espalda, sabedores de que ese día es ya el último que veremos a esa rosa, que
esa rosa perecerá antes que nosotros, hasta que un día no, hasta que un día ya
no, y acaso venga a encontrarse entonces con la madera de la caja que nos
contenga? ¿Es por eso que no tocamos, que mantenemos las distancias, que tememos
el rojo de la sangre, que tememos el veneno de la rosa, que tememos que la rosa
nos asesine? ¿Es por eso que ya no, que nunca no, que nunca más, que de ningún
modo, que, ay, todo eso ya pasó? Probablemente.
Cavafis, en el poema
titulado La batalla de Magnesia nos dice: Poned muchas rosas en la
mesa. Qué importa la derrota de Antíoco en Magnesia. Sí, qué importa. Qué
importa la derrota, en Magnesia o en Hiroshima o en todos los lugares del mundo
en los que hemos sido derrotados una y otra vez, siempre los mismos, todos
nosotros, los contemporáneos. Pongamos muchas rosas en la mesa del banquete,
bebamos y cantemos, cantemos bellos poemas.
En la Edad Media se
colocaba una rosa sobre la mesa, o suspendida encima de ella, en las reuniones en
las que el secreto de lo tratado allí era imperativo. Sub rosa significa
eso: silencio. Esto es algo entre nosotros, entre tú y yo, algo
que se deposita bajo una rosa. Una rosa que nunca te regalé, que nunca acompañó
a un libro. Para remediar eso de algún modo he escrito esto, he escrito una
rosa de papel, una rosa que no puede marchitarse. Aquí te la entrego.
P.S. A lo largo del
texto he incluido una serie de hipervínculos que remiten a vídeos o imágenes
que, creo, aportan contenido bastante relevante a esta entrada.
3 comentarios:
me has tocado muy cerca: el 3 de marzo de este año (he puesto el enlace arriba, en mi usuario para comentar) incluía el Psalm de Celan en un post de IG y tengo pululando por mis borradores una img de la lápida de Rilke y la historia del pinchazo mortal 🩸
Sincronicidades...qué maravilla. Ya sabes que yo he sido peregrino a la tumba de Rilke. Dos veces. Y volveré, acaso el año que viene para el centenario. Un placer poder compartir estas cosas. Un abrazo, Gema
Es cierto 😘
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