lunes, 4 de noviembre de 2024

Sonrisas lentas

Diario para un cuento

 



Según Alain Resnais

hacia el final de su vida

Lovecraft fue vigilante nocturno

de un cine en Providence.

Pálido, sosteniendo un cigarrillo

entre los labios, con un metro

setenta y cinco de estatura

leo esto en la noche del camping

Estrella de Mar.

ROBERTO BOLAÑO

 

1.

De entre todos los concursos literarios locales de poca monta de España, el más famoso probablemente es el II Premio Alfambra de Relatos, convocado en Valencia en 1983. El ganador de esa edición fue, al parecer, Juan Gómez Saavedra, un autor que no debe de haber tenido una carrera literaria posterior muy destacada. La obra ganadora se tituló Encuentro en Praga, y de ella, junto con los diversos accesits otorgados, se hizo una edición a cargo de la entidad convocante, esto es, el Ayuntamiento de Valencia a través de la Editorial Prometeo. En la portada del libro, una imagen de Kafka. No cualquier imagen, puesto que en ese camafeo lo que se muestra es una porción de la foto célebre que se hicieron Franz y Felice Bauer, su prometida, adecuadamente recortada para que no quede en ella ni resto de la berlinesa, relegada una vez más a su desairado estatus de destinataria muda. Pero de Felice habrá que hablar otro día más largo y más tendido, pues acaso no hay obra literaria más desgarradora en el siglo XX que la correspondencia entre esos dos enamorados.

 

2.

Casualmente (o tal vez no tan casualmente, seguramente no) ese año, 1983, correspondía al centenario del nacimiento de Kafka, de igual modo que este, el 2024, corresponde al centenario de su muerte. Nos separa, pues, de esa publicación en principio de tan poco recorrido, y que aún hoy puede encontrarse en alguna librería de viejo u ofertada por Internet a precios más bien desorbitados, una vida-de-Kafka. Casualmente (o tal vez no tan casualmente, seguramente no) el escritor olvidado Gómez Saavedra decide situar en Praga un encuentro, sin que nos sea posible saber (bien, tal vez nos es posible, pues siempre podríamos conseguir ese libro tan poco accesible, pero en todo caso nos es complicado) quién se encuentra con quién en esa Praga de 1983 o de 1883 o de 1924, o incluso de 2024 si nos hallásemos ante un relato de ciencia-ficción, que todo podría ser, ya verán cómo sí podría ser. ¿Acaso es un encuentro del autor con Kafka? ¿Lo será con Gregor Samsa, antes o después de devenir bicho? ¿Andarán por ahí Fräulein Burstner o Frieda u Ottla Kafka o Milena Jesenská o incluso la propia Felice? Esto, como dice la cita inicial de The murders in the Rue Morgue, de Poe, que es nada menos que del Urn burial de Thomas Browne, es algo que no está más allá de toda conjetura, pero no deja de ser una cuestión tan ardua como el nombre que tomó Aquiles para esconderse entre las mujeres o la canción que las sirenas cantaban. Es una cuestión ardua porque muy poca gente ha leído ese relato y es previsible que muy poca gente en el futuro lo haga.

 

3.

Y, sin embargo, de todos los ganadores de los últimos cuarenta años de concursos literarios españoles de poca monta, no cabe pensar que Gómez Saavedra, a pesar del olvido que acaso injustamente le haya cubierto, sea el más desafortunado, pues es precisamente a través de los derrotados en ese concurso como siempre será recordado, al menos por un grupo notablemente nutrido (tanto que llamarnos secta parecería insuficiente) de connoisseurs. Al II premio Alfambra de relatos convocado por el Ayuntamiento de Valencia concurrieron un número indeterminado (de nuevo, no más allá de toda conjetura y hasta verificable por algún documentalista, pero en todo caso irrelevante aquí) de manuscritos, pero dos, que obtuvieron sendos accesits han pasado, ellos sí, a la historia de la literatura, y aún más que ellos el hijo que de ellos nació, con el correr de los años. Y ésa es la verdadera historia. Aunque no es, todavía no (pero quién sabe) la materia de mi cuento.

 

4.

El segundo premio, que puede ser el primer accésit, lo ganó un veterano escritor argentino que, como tantos otros compatriotas, había tenido que escapar del país y venir a Europa, concretamente en este caso a Madrid, Antonio di Benedetto. Periodista, a la par que finísimo y muy personal narrador, autor de una obra que le había consagrado ya hacía décadas, Zama, y de un puñado de cuentos irrepetibles, se ganaba la vida de editor de una revista médica y haciendo traducciones y correcciones. Apuntarse a todo tipo de concursos, por más de medio pelo que fueran, era una forma de suplementar sus ingresos. A Di Benedetto (a la fuerza ahorcan) no se le caían los anillos, y es curioso pensar (es curioso pensarlo yo, que durante años me apunté a todo tipo de concursos, para ganar tan pocos) que en la masa de postulantes, en la que a no dudar abundarían escritores aficionados de bajo vuelo, grafómanos insistentes pero sin recorrido, algún desubicado y muchos jóvenes con ansia y aspiraciones probablemente legítimas, se encontrara alguien de su nivel. Aunque no, no es tan raro, me temo. Esto de la literatura no es sencillo, que se lo digan a… bueno, a todo el mundo.

 

5.

El relato de Di Benedetto para el concurso se tituló Intensa mirada filial, aunque luego acabó publicándose como En busca de la mirada perdida. Es un cuento de ciencia-ficción, distópico incluso. No entraré en el detalle, pero les recomiendo su lectura. Fue incluido en un volumen llamado Cuentos del exilio y forma ahora parte de la magnífica edición de los Cuentos completos de Di Benedetto, a cargo de Adriana Hidalgo. En todo caso, apunto algunas cosas: hay unos padres que pierden a un hijo. Hay una huida de la privilegiada Ciudad del Aire, suspendida en la atmósfera, a las Comarcas, de vida tradicional, en la ardiente, inhabitable superficie terrestre. Hay una mirada final a un pozo, donde el agua completa la tétrada: el aire de la Ciudad abandonada, la tierra de la superficie, el fuego que asola inesperadamente esa superficie, debido al calentamiento producido por no se sabe qué catástrofes nucleares, el agua del fondo del pozo donde nos mira el ojo del hijo, donde nos llama. El narrador es, según nos dice, un exescritor, incapaz de abordar la tarea solicitada por el editor de imaginar la humanidad del año 2900, ni siquiera desde ese punto indeterminado del tercer milenio en el que nos cuenta la historia (téngase en cuenta que el cuento es de 1983 a lo más tardar, todo nuestro presente es futuro lejano para su autor). Es un cuento tristísimo, como su autor, un hombre triste, que, interpelado por el inefable Soler Serrano en la inolvidable entrevista de A fondo, de Televisión Española (localícenla, está disponible en YouTube) sobre su tristeza, tan evidente (tan justificada), esboza una sonrisa para decir que no, que pese a todas las apariencias, ese día, el de su entrevista, era uno de los mejores.

 

6.

El tercer accésit, que si no nos descontamos es el cuarto premio, correspondió a un joven chileno de apenas treinta años, que envió al concurso su primer cuento (era poeta, y como tal se tuvo siempre), un cuento que siguió inédito, salvo en esa publicación del Encuentro en Praga, durante muchos años, hasta la edición de sus Cuentos completos, ya en el 2019, ya, ay, póstuma. El cuento se llamaba, de forma bastante tremebunda, El contorno del ojo (Diario del oficial chino Chen Huo Deng, 1980), y el joven chileno, que se ganaba malamente la vida en diversos oficios por la Catalunya del comienzo de la década, tras haber llegado desde México, donde estuvo los años suficientes como para convertirse en una particular leyenda infrarrealista, se llamaba, claro, Roberto Bolaño.

 

7.

El contorno del ojo, y ya tenemos otro ojo que añadir al del hijo perdido que brilla en el pozo en el cuento de Di Benedetto, tiene la forma de un diario. Un diario peculiar, en el que, a la enunciación escueta (y no, desde luego, correlativa) del día de la semana, no acompaña numeral alguno, ni mes, ni año, como si esos detalles del calendario fueran irrelevantes, en la estasis de la sociedad inmutable y extrañamente indescifrable de la China roja en la que se sitúa. Pasamos de un jueves a un martes y luego a otro jueves, y se pueden contar (lo he hecho por encima, puede haber error) hasta catorce o quince semanas, en las que la acción parece, no ya estancada, sino en un continuo rotar hasta un desagüe que mágicamente no acaba nunca por tragársela, como si la Coriolis de un hemisferio luchase con la de otro (chileno afincado en Catalunya) y el eterno retorno se nutriera de noticias de periódico crecientemente inverosímiles, pero recurrentes y por ello cada vez más sólidas, y lejanas fogatas que los carboneros (pero quiénes) encienden allí enfrente, pero dónde, cómo, diría Cortázar. Es un cuento notable, a pesar de todo. Nada le asemeja al de Di Benedetto. Salvo dos cosas. La primera, es un cuento tristísimo. La segunda, acaba también con un suicidio.

 

4.

Un día, a Bolaño, que debía de vivir entonces en su famoso piso de la calle Tallers de Barcelona, le llegó el libro de la Editorial Prometeo (Prometeo…) y alucinó al comprobar que otro de los premiados, o, más bien, otro de los derrotados en el concurso era el gran Antonio Di Benedetto, al que Bolaño conocía y admiraba, un autor que había nacido más de treinta años antes que él. En aquellos días Bolaño, como Di Benedetto, pero del lado opuesto de la vida, aunque no menos acuciado económica y vitalmente, también se apuntaba a todo tipo de concursos literarios. En la era en la que Internet no cabía aún ni como temática de un cuento distópico, conocía de la existencia de esos certámenes, repartidos por toda la geografía española, como se diría en el No-Do (no desdeñando pueblos de pocos habitantes, que frecuentemente solicitaban para el premio de Ensayo una glosa de la ciudad convocante, su historia, sus recursos naturales, la belleza de sus parajes y la gloria de sus monumentos), se enteraba de la existencia, digo en algún lugar de la parataxis, a partir de publicaciones periódicas de papel en notas insertadas entre las necrológicas y la información meteorológica o entre los deportes y los sucesos. Bolaño, como Di Benedetto, tiraba a todo lo que se movía. En algún momento, alguno de ellos, probablemente, inventó aquello de cazadores de cabelleras. Yo también lo fui, bien modestamente, mucho tiempo. Kafka escribió una breve y enigmática pieza titulada Deseo de ser piel roja. Exactamente.

 

5.

Lo que he dicho en el epígrafe anterior puede o no ser exacto. Me he basado, no en una crónica o en una obra biográfica, sino en otro relato. Un relato que ya no gira en torno a un desagüe, sino que se eleva en una hélice prodigiosa. Es el que abre el primer libro de relatos publicado por Bolaño, titulado Llamadas telefónicas. El cuento se titula Sensini, y en él Bolaño (o, por mejor decir, el narrador, que no se nombra, ni siquiera como Arturo Belano) cuenta que se presentó una vez a un concurso convocado por el Ayuntamiento de… Alcoy, y que no ganó, pero quedó lo suficientemente bien como para que publicaran su historia, y entonces se dio cuenta de que otro de los premiados era justamente el gran Luis Antonio Sensini, autor de una obra inmortal, Ugarte, y trasunto más que evidente de Di Benedetto.

 

6.

Sensini es un gran cuento. Es más, es un cuento brutal, magnífico. Narra la relación, solamente epistolar, entre el narrador y el tristísimo Sensini, que vive exiliado en Madrid, y se apunta a concursos. En las cartas Sensini y el narrador intercambian información sobre concursos en Plasencia o Écija o Don Benito. También hablan de otras cosas. Por ejemplo, del hijo ausente de Sensini, fruto de su primer matrimonio, un periodista perdido por Latinoamérica, que es el eufemismo que Sensini utiliza para no formular lo que siguió negando hasta el final: que era un desaparecido en la atroz dictadura argentina. Sensini tiene también una hija de su segunda pareja, que vive con ellos en Madrid y es una joven estudiante de Medicina, Miranda. Bolaño, o nuestro narrador, fantasea con Miranda, y acabará conociéndola, una vez se haya producido el fallecimiento de Sensini. Y eso es todo lo que les diré del cuento. Es preciso que, sin tardanza, lo lean. Me lo agradecerán.

 

7.

Bolaño escribió Sensini en “1995-96”, según figura al final del mismo cuento, y Llamadas telefónicas se publicó en 1997. Muchos años después del II premio Alfambra, y una década después de la muerte de Di Benedetto. Bolaño no es ya tan joven, y está a punto de consagrarse como una bestia sagrada de la literatura universal, cosa que ocurrió sobre todo a raíz de su triunfo en otro premio, de mucho más nivel y trascendencia que el de cualquier ayuntamiento de Alcoy o Écija o Don Benito, el Premio Herralde de 1998 con Los detectives salvajes. Cinco años después murió, con apenas cincuenta años, como resultado de las complicaciones de salud que había venido padeciendo hacía años, enfermo hepático a la espera de un trasplante que nunca llegó. Es real, al parecer, que Bolaño escribió a Di Benedetto y mantuvieron durante un tiempo una correspondencia que se vio demorada por el retorno del mendocino a Argentina, concluido el Proceso, y truncada finalmente por su muerte, también temprana, pues Di Benedetto estaba apenas por cumplir los 64 años cuando falleció. Es enternecedor cómo en Sensini Bolaño recuerda esa historia de su juventud y rinde homenaje a un maestro distante e inesperado.

 

8.

Pero Bolaño es Bolaño, y siempre lo fue, pues nació ya armado, como Atenea de la cabeza de Zeus. En Sensini hay también mucho juego. Para empezar, Di Benedetto no tuvo nunca un hijo varón. Fue él quien fue torturado y tuvo que huir. Para incluir de algún modo eso en el cuento, Bolaño le inventa un hijo, y le coloca el nombre de… Gregorio. Al saber por una de las primeras cartas de Sensini que ése es el nombre, el narrador conjetura que acaso fue bautizado así como homenaje a Kafka, cosa que luego acabará siendo corroborada por Miranda. Eso es, además de muchas otras cosas, un chiste, pues el relato ganador (que nuestro narrador juzga mucho peor que el suyo, pero así son siempre las cosas) en el mundo real en el que el premio era de Valencia y no de Alcoy era Encuentro en Praga. Es más, cabe incluso suponer que la elección de Sensini como apellido, además de corresponder al de un futbolista argentino célebre en la época, que jugó muchos años en el Calcio, es otro chiste, para que el malogrado periodista tuviera el nombre de Gregorio Sensini, que es lo más parecido a Gregor Samsa que se puede encontrar por estos lares, o los lares de allende los mares.

 

9.

¿Dónde está mi cuento? ¿Es éste mi cuento? Probablemente no, pero quién sabe. Ahora mismo lo único que cabe es seguir cavando, a ver si aparece en algún momento el asa del cofre. ¿Cuándo supe de Sensini? Tarde, ay. Imbuido de una devoción casi religiosa por los autores del boom hispanoamericano, que eran los que me correspondían por mi edad en mi educación literaria (y sentimental), no supe detectar a Bolaño a tiempo, cuando aún andaba entre nosotros, no supe descubrirlo, y me apunté a la veneración bolañiana que cubrió en tiempo récord el planeta cuando ese tsunami era ya imparable y demasiado evidente como para negarlo. Y empecé por el final, y por lo más gordo, la monumental 2666, para ir retrocediendo, hasta llegar a los cuentos casi por último. Fui conociendo la historia real (si hay tal, si no hay que escribir “real” siempre con comillas, como recomienda Nabokov) detrás del cuento e indagando por mi parte. Busqué en Iberlibro Encuentro en Praga, estuve tentado de comprarlo. Empecé a leer a Di Benedetto, que era otra de esas presencias conocidas, pero nunca atendidas. Lo hice gracias a haber sabido de Sensini. Recuerdo una tarde en el Parador de Gredos (hablaré un día de ese lugar y de los sucesos literarios que en él me han acontecido) leyendo del tirón Los suicidas, de Di Benedetto, una obra deslumbrante. Todo ha sido así con ambos, con el chileno y con el mendocino, à rebours, de adelante hacia atrás. Hasta colonizar esos territorios, yo, el cazador de cabelleras más tardío e incapaz que imaginarse pueda.

 

10.

El 20 de mayo de 2023 estoy en Barcelona, en un seminario sobre Bolaño. Lo imparte Valerie Miles, una personalidad muy importante del mundo editorial y cultural en general. Es fascinante. Nos cuenta del Archivo Bolaño (ella comisarió una exposición que yo llegué a ver en la Casa del Lector del Matadero de Madrid, aquí, al ladito de casa), de la edición de sus obras póstumas. Leemos Sensini, hablamos de ojos, hablamos de Nabokov. Apunta que, rizando el rizo, en una coda irónica, al final de Sensini (en la edición original; en la que yo manejé de los Cuentos completos la información está torpemente colocada al principio, como una nota al pie) se anota que el cuento ganó el premio de narración Ciudad de San Sebastián en 1997 “patrocinado por la Fundación Kutxa”. Se cierra el círculo póstumo: el cazador de cabelleras ha cobrado su último trofeo y se lo ofrenda al guerrero muerto en la lejana Argentina. Es una mañana maravillosa.

 

11.

Llevo un cuaderno al seminario. Anoto algunas cosas, más bien pocas, deslavazadas, en realidad estoy embelesado escuchando, y también participando en el diálogo, no levanto acta alguna. En un momento dado, Valerie habla de Amberes, la que sería en realidad la primera novela de Bolaño, aunque publicada muchos años después, y concebida originalmente como una sucesión de poemas en prosa titulada Gente que se aleja (así recogida en La Universidad desconocida y ahora también en la Poesía completa). Yo entonces no he leído completa Amberes, aunque la tengo en casa. Valerie nos cuenta de esa obra, no recuerdo los detalles exactos de lo que nos dice. Yo anoto en mi cuaderno Amberes – Robbe-Grillet – Marienbad – Purple Rose of Cairo. En Amberes estamos en un camping. Hay un cine improvisado al aire libre, una sábana que se coloca extendida, atándola con unos cordeles a los árboles. Las escenas que se suceden, sin ilación evidente, pueden ser parte de las películas allí proyectadas. Puede incluso no haber separación entre el mundo de dentro del film y el mundo del camping. Por eso la mención a la película de Woody Allen, seguramente. Entonces, anoto (y lo encierro entre estos paréntesis picudos <…> para avisarme de que eso no es una nota de lo que se está contando, sino un fragmento o una idea o un verso o un juego literario que se me ha ocurrido al hilo de lo que estamos hablando, cosa que me sucede a menudo): Una película proyectada sobre un sudario. Y ahí sí, ahí ya está empezando el cuento.

 

12.

Pero no corramos. Hagamos caso a las autoridades: leamos a Felisberto Hernández. Felisberto, otra de mis bestias sagradas, tiene un texto titulado Explicación falsa de mis cuentos, en el que dice: En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta. Pero no se puede hacer más que acecharla por el momento, con el deseo de que eso, esa idea, no fracase: sin embargo, nos dice Felisberto, debo esperar un tiempo ignorado: no sé cómo hacer germinar la planta, ni cómo favorecer, ni cuidar su crecimiento: sólo presiento o deseo que tenga hojas de poesía; o algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos. En Barcelona, el 20 de mayo de 2023, pensé que en un rincón de mí nacería una planta, y coloqué ese germen en un cuaderno instantáneamente olvidado, pues es diferente al cuaderno en que escribo las cosas que escribo. Era el cuaderno en el que anotaba las cosas que oía en los seminarios como el de Valerie. ¿Está creciendo la planta? Yo creo que sí, pero no puedo hacer mucho más que contemplarla. Y ustedes, si quieren, conmigo.

 

13.

Es mejor no ir muy de frente, ni acercarse mucho. Es una vegetación delicada. Les cuento algo, mientras. La primera vez que oí el nombre de Felisberto, creo que ya lo he dicho por aquí, fue de labios de Julio Cortázar, vivo entonces (hablo quizá de los setenta aún), en un programa de la Televisión Española, en una entrevista. Me quedó siempre ahí (el otro nombre que conocí esa noche fue el de Roberto Arlt, que inventó a un jorobadito que se pasea muchos años después por el camping de Amberes). Un día empecé a ver en las librerías un bello tomo de la colección Libros del tiempo de la entonces exquisita (hoy algo menos) editorial Siruela. Se llamaba Narraciones incompletas y era de Felisberto Hernández. Lo codicié. No me lo compré. Desapareció pronto. Se convirtió en poco menos que inencontrable. Me fui comprando todo lo de Felisberto, y hasta repetido. Las obras completas en tres volúmenes de Siglo XXI, las sucesivas y fragmentarias ediciones de sus cuentos, Las Hortensias, la Narrativa completa que acabó apareciendo en El Cuenco de Plata, su Correspondencia, numerosos estudios sobre su obra. El libro de Siruela ya resultaba profundamente redundante. Y, sin embargo, esa codicia juvenil nunca apagada me impulsó a acometer finalmente su adquisición, en Todocolección, a un particular de Córdoba (de la Córdoba española, no de la argentina). Encargué el libro el 1 de febrero de este año, lo recibí poco después. Era un ejemplar impecable, apenas leído. Sólo había en él una anotación, una dedicatoria. Rezaba De Miguel a Candelaria 21-12-91.

 

14.

No es infrecuente que en los libros usados aparezcan ese tipo de anotaciones. En mi abundante comercio con las librerías de viejo me he encontrado cosas muy dignas de mención al respecto, algunas ya se las he ido contando por aquí. Al final, hay un vértigo particular en ese testimonio indeleble que eterniza el presente que un Miguel (pero quién, cómo) entregó a una Candelaria pocos días antes de la Navidad (pero no en Navidad, a saber por qué) de 1991. Candelaria es un nombre poco común. Remite a ritos antiguos en los que las velas procesionan en la festividad de la Presentación de Nuestro Señor en el Templo. El día de la Virgen de la Candelaria es el 2 de febrero. El 2 de febrero de este año mis Narraciones incompletas estaban viajando de Córdoba a Madrid. ¿Es esto el cuento? Podría ser. Julio Cortázar, que me presentó a Felisberto, que escribió un bellísimo texto sobre él, tiene un relato titulado Diario para un cuento en Deshoras, que es una colección que también ha aparecido por aquí al hilo de Botella al mar, esa carta a Glenda. El Diario para un cuento tiene la forma, realmente, de un diario, como El contorno del ojo de Bolaño, y narra, tramposamente, cómo se va escribiendo un cuento que acaba siendo el propio diario. Ese diario comienza un 2 de febrero, el día de la Candelaria.

 

15.

Al comienzo del Diario para un cuento, Cortázar invoca, como si de encomendarse a un santo (o a una virgen, acaso la de la Candelaria) se tratara, a Adolfo Bioy Casares. Es en el relato de El otro laberinto (¿el otro?) donde, muy de pasada, Bioy menciona algo tan fascinante como una fábrica de norias en Budapest. A mi relojera de hace una semana la hice descender de una familia de fabricantes de norias, en ese delirio circular en el que la marcha dextrógira del reloj acababa siendo apenas opcional. Como aquí, sin duda. Bioy Casares tiene un libro que aún no he leído (cosa rara, pues llevo leyéndole muchos años con gran placer, pero su obra es, quién lo duda, vasta) que se llama Dormir al sol. Una vez dormí al sol, o por mejor decir a la intemperie. Acaso lo hice algunas veces más, pero ésa la recuerdo especialmente. Era una playa. La playa de un camping. El relato empieza a armarse sólo.

 

16.

¿Les he explicado ya que quiero escribir un relato para presentarlo a un concurso y ganarlo, o, mejor aún, obtener el segundo puesto, un relato que fuera el tercero, el hijo de Sensini, que es el hijo de El contorno del ojo y de En busca de la mirada perdida? Esa fue la idea desde el principio. No es algo extraño: todo el rato anoto ideas para cuentos o novelas. No las desarrollo casi nunca. Se me dan mejor esos chispazos, esos fogonazos, he tenido siempre poco tiempo, me digo, tengo en realidad poca disciplina, admito, lo cierto es que mis decenas de cuadernos están llenas de frases sueltas, pequeñas imágenes, títulos sólo a veces. Cuando fui releyendo Sensini en el tren de camino a Barcelona en mayo de 2023 ya se me iba ocurriendo algo así. Pero juro que no sé por qué anoté lo que anoté en el cuaderno, no sé de dónde me vino lo del sudario, más allá de que, claro, había una sábana en la que se proyectaba cine en el camping que cuidaba Bolaño, porque Bolaño fue vigilante nocturno del camping Estrella de Mar en Castelldefels durante los primeros años ochenta, eso lo sabe todo el mundo, él lo ha contado, ha escrito poemas, ha escrito Amberes. Si había un sudario había un crimen. Por supuesto, siempre hay un crimen. También, aunque quién sabe, en Amberes. También en La pista de hielo. Y qué decir de 2666. Es un relato policial, entonces. Ni tan mal.

 

17.

Sí, algo así: la sábana permanecía en su lugar, atada por sus cuatro esquinas a los pinos, cerca de la entrada del camping. A veces el viento era fuerte y la batía, haciéndola resonar como un tambor. Bolaño seguramente le dijo al inglés, si fue el inglés quien la colocó allí: sería mejor que desatáramos la sábana, esta noche podemos volver a colocarla, pero nadie lo hacía y la sábana seguía esperando la llegada de las imágenes, blanca como la pantalla vacía del comienzo de Persona. Hasta que hubo finalmente que desatarla para cubrir el cuerpo ensangrentado. Nadie tenía nada mejor a mano. El vigilante, siempre con el cigarrillo entre los labios, cortó los cordeles con su navajita y lanzó el lienzo sobre la chica desnuda. Entonces, y sólo entonces, la sábana comenzó a ser sudario. Las imágenes de la película, mientras, sin nada que las contuviera, sin nada sobre lo que apoyarse, se fugaban hacia la noche interminable, se rompían la cabeza en la tapia del otro lado del camping. El año pasado en Marienbad, sin duda. La película de Robbe-Grillet y Alain Resnais que se basa (pero ellos no lo dijeron, nunca lo dijeron, por evidente que fuera) en La invención de Morel, de Bioy Casares. Bolaño sí lo dijo, aunque cambió los nombres. En otro cuento, El viaje de Álvaro Rousselot, que está incluido en El gaucho insufrible, el último libro que entregó en vida a su editor, pocas semanas antes de morir en la Vall d’Hebron.

 

18.

¿Es esto el cuento? Claro, todo es el cuento, porque este cuento se alimenta de todos los otros cuentos, es un cuento póstumo entre los cuentos, es el tercero, el nieto, el irreparable. ¿Quién lo escribe? Lo escribe un joven madrileño, muy delgado (se le marcan todas las costillas en ese torso desnudo que exhibe porque estamos en la playa), con el pelo rizado. Está en un camping de Catalunya, apenas ha cumplido veinte años. Hay una mesita plegable, un camping gas, junto a la tienda en la que duerme su amigo, que se llama Miguel. Escribe ese cuento antes de saber quién es Bolaño, antes de que nadie supiera quién es Bolaño, quién es Di Benedetto, antes de que Sensini fuera otra cosa que un jugador de fútbol. Miguel le dice: apaga el puto camping gas de una puta vez, se nos va a llenar esto de mosquitos. Pasa el vigilante. Mide un metro setenta y cinco y es pálido. También es delgado, también tiene el pelo rizado, también tiene gafas redondas. Saluda apenas, el cigarrillo en los labios. El madrileño le contesta con un movimiento de la cabeza, una sonrisa. Han estado de copas con él la noche anterior. Es un tío interesante, cuenta muchas historias, ha vivido en México, es poeta, es chileno. Le gusta la ciencia-ficción, las novelas policiales. Al madrileño también. El madrileño, a veces, se tumba debajo de una tumbona. No encima: el sol es demasiado fuerte: debajo. En contacto con la tierra húmeda. Entonces lee un libro, que ya no resplandece tanto bajo el sol cegador. Un libro de Kafka probablemente. Quiere ser escritor. ¿Lo será? Sin duda, para ser escritor basta con escribir. Escribir así, escribir esto, escribir mentiras como ésta, escribir sueños como éste.

 

19.

¿Es esto el cuento, entonces? ¿Un relato barroco, enroscado sobre sí mismo, en el que un escritor en ciernes (es decir, a punto de desplomarse sobre el duro suelo) anota a la luz de un camping gas en el camping Estrella de Mar sobre un crimen que tendrá lugar en un libro que está escribiendo el vigilante nocturno, pero que todavía son poemas que se llaman gente que se aleja, y sí, todo se aleja, especialmente el mar, especialmente la gente que está enferma del hígado y fuma tanto, tanto? ¿Este relato va a ganar un concurso? Es posible, porque ahora, de repente, al escritor, que es una persona ya en la sesentena, en una casa de Madrid muy cerquita del Matadero, se le ha presentado una imagen en la que en el pinar que rodea al camping algo siniestro ocurre, algo como si fuera una película de Lynch, del Lynch que tanto le gustaba a Bolaño, algo así como si el Special Agent Cooper le tomara de la mano a Laura Palmer en un lugar fuera del tiempo que está en la Costa Brava de los años ochenta. La sábana nunca fue descolgada, la película sigue, nadie ha muerto todavía. Ah, cómo abrazaría al joven escritor que está empezando a tener frío, ahí, sin camiseta, de noche, en el Estrella de Mar, en su mesita plegada. Apaga de una puta vez, joder. Sí, ya apago. Total, no se me ocurre nada.

 

20.

En alguno de esos cuadernos de 2023 anoté otra idea para un cuento. Se titulaba Segundo puesto. Cuentan que Bolaño llevaba años apuntado en la lista de trasplantes de hígado, que un trasplante era la única opción que le quedaba para poder sobrevivir. Había ido, quizás, postergando el afrontar ese destino, que le era, de todos modos, conocido, y que le llevó a escribir como un poseso, como si no hubiera un mañana (no lo había) 2666 para poder legar a su familia un bienestar económico. Cuentan, no sé si es verdad, pero no importa, que en el momento de su muerte, que fue más repentina de lo esperado, estaba en el segundo puesto de la lista. No sé si es verdad, ya digo, no sé si esas listas son públicas, si hay un ranking, todo depende de otras cosas, de compatibilidades, de donantes, de distancias. No importa, repito. El cuento se titularía Segundo puesto, y hablaría de quedar segundo. Segundo en un concurso literario. Segundo en el amor de una mujer. Segundo, casi, ahí, ahí, pero, apenas, qué pena, qué lástima, qué bien hubiera estado, qué bien, sí, qué bien hubiera estado ser el primero. De fondo sonaría el Segundo premio de Los Planetas. Bien podría ser el día de la Candelaria, el 2 del 2. Entonces acabaría la canción de Los Planetas y se oiría a Bolaño recitando ese dodecálogo que legó a la posteridad. Ese precioso documento donde se nos insta a proyectar sonrisas lentas en las memorias de algunos amigos con un margen de diez años para que exploten. Y el cuento acabaría con fuegos artificiales de sonrisas, porque los campings están en pueblos que celebran sus fiestas en verano y en las fiestas siempre hay fuegos artificiales.

 

y 21.

Siempre fui timorato, pudoroso, cobarde. Siempre tendí a mirar la vida de lejos. Mis memorias de juventud lo son más de lecturas que de besos. Y, sin embargo, hubo algunas noches. A la mañana de una de ellas me desperté desorientado en la playa. Hacía un calor insoportable en la tienda, habíamos empezado a dormir en la playa del camping. Miguel fue el primero que lo hizo, una noche. Al día siguiente nos contó que había visto algo increíble, surrealista: al alba, una señora muy mayor, obesa, con un gran flotador, hacía unos extraños ejercicios gimnásticos en la arena. Era una bella alucinación, un bello sueño, una buena broma. Un par de noches después yo me fui a dormir a la intemperie, y algo, alguien, me despertó justamente a tiempo de ver ese espectáculo mágico e inverosímil, esa danza que no sabría describir. Como si fuera una película de David Lynch. Volví a cerrar los ojos. Entonces, horas después, me despertó una guitarra. Me di cuenta de que mucha otra gente que no conocía había estado durmiendo junto a mí, en la misma zona de la playa. Un italiano tocaba la guitarra. A mi lado había una chica muy joven. Mi rostro estaba enfrentado al suyo, abrimos los ojos al mismo tiempo, nos sonreímos vagamente. Estábamos casi desnudos. Me recompuse. Estaba resacoso. Localicé a mis amigos. Nos fuimos a desayunar. El italiano seguía tocando la guitarra. Nunca supe más de la chica. Así son mis historias de juventud: Bolaño se hubiera reído de mí. Y, sin embargo, me parece, creo que aquí hay un cuento, un cuento en el que nadie muere. Un cuento que un día será una película que se proyectará sobre una sábana que el viento bate y hace sonar como un tambor. Este cuento. Este cuento que aquí está hecho, que aquí termina. Como el soneto de repente que le mandó hacer Violante a Lope de Vega: contad si son catorce, y está hecho.  

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