miércoles, 27 de noviembre de 2024

Replicantes

 


 

No es ya nunca hora de dormir. Siento un terrible despertar físico.

CARLOS EDMUNDO DE ORY, Diario, 25.V.1952

 

1.

Nunca he dejado de escribir, pero los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI mi peripecia vital me absorbió sobremanera y mi producción, si puede hablarse en esos términos, fue escasa, y con una menor propensión a embarcarme en proyectos excitantes pero quiméricos. Los cuadernos que restan de esa época son pocos y aún no había adquirido la costumbre de portar siempre conmigo libretas o al menos hojitas sueltas para ir anotando continuamente lo que me va sobreviniendo en mis paseos por la ciudad.

 

2.

En un momento dado empecé a comprar bellos libros, pues eran cuadernos de muchas hojas, bien encuadernados, con pasta dura, en papelerías pijas como Ordning & Reda. Uno de ellos, azul, cubre el periodo de 2001 a 2004. En él, anotadas con tinta de estilográfica también azul, hay numerosas citas de los autores que iba leyendo por entonces, y textos míos de creación encerrados entre corchetes, porque la idea era más bien componer una especie de libro de jardines ajenos, como diría Bioy Casares, cosa que había venido haciendo en un par de cuadernos de espiral, mucho más modestos. Hasta ese punto había dejado de escribir, hasta convertir mi escritura en más bien una pequeña acotación entre los fragmentos de otros.

 

3.

En ese libro azul, no obstante, fueron aumentando los textos entre corchetes, y los poemas, hasta que fueron desapareciendo, prácticamente, las citas, y para el final de sus páginas, de algún modo, el escritor se había recompuesto, entre otras cosas porque su vida se había ido complicando notablemente, y cuando eso ocurre, el único refugio al que nos es dado ir es al puro centro que nos constituye, y el mío es, siempre ha sido, la literatura.

 

4.

Las citas del comienzo del libro azul provienen a menudo del Diario de Carlos Edmundo de Ory, enorme poeta gaditano en el que me estaba sumergiendo por entonces, hace ya casi su buen cuarto de siglo. Entonces manejaba un volumen llamado Diario I, publicado en la colección Ocnos por Barral en los años setenta, que había comprado seguramente en una Feria del Libro de Ocasión. Barral nunca publicó más tomos del diario de Ory, así que ese “I” de la portada se asemeja mucho al “I” de la Melencolia de Dürer, que no tuvo tampoco una continuación. Fue mucho más adelante, justamente en 2004 (el colofón señala el invierno como fecha de conclusión, posterior, por tanto, al final de mi libro azul) cuando la Diputación de Cádiz publicó en una elegante edición en tres tomos el Diario completo. El primer tomo corresponde básicamente al de Barral, y ahí se encuentran también, claro está, las citas que yo apunté en 2001.

 

5.

Releo ahora mis elecciones. Son, ciertamente, frases inolvidables. Ory tenía una facilidad extrema para los hallazgos verbales, y, no en vano, su producción aforística (reunida ahora también, póstumamente, en una colección de Aerolitos, que es como a él le gustaba nombrar a esos apotegmas) es abundante y a menudo sorprendente. Anoto el 21 de septiembre de 2001, el día en que abro el cuaderno:

¿Qué es la poesía sino una exclamación sobre el abismo, una interrogación respondida por la voz de la angustia en medio de las sombras? (19 de agosto de 1951)

y aún puedo fácilmente evocar el estremecimiento que ese respondida que el propio Ory subrayó provocaría sin duda al yo que entonces era, si es que alguno, alguna vez, fuimos o somos. Dos líneas después anoto:

¿Usted ha visto alguna vez el dolor? ¿Sabe de qué color es? ¿Conoce su forma? Sólo que tiene ojos terribles. (13 de octubre de 1951)

y me siento, claro, interpelado por esa interrogación del poeta, que establece un extraño monodiálogo en el que de nuevo las itálicas van a señalar con rotundidad una certeza: ese que nos habla de los ojos con los que nos mira el dolor.

 

6.

Ese mismo día, por mi parte, entre sus corchetes, yo he colocado un fragmento mío que luego usaré como lema para el blog que es de algún modo el antecedente remoto de éste y que mantuve durante bastante tiempo en el final de esa primera década de los dos mil, The Blue Parrot:

Jugaremos con las palabras hasta que empiecen los bombardeos. Cuando el ruido sea insoportable nos limitaremos a hacer muecas, y si se espesa el humo nos abrazaremos como dos ciegos.

 

7.

Me angustia la triste vigencia de esas líneas. Siempre hay una guerra a mano, siempre estamos en un estado de sitio, sobre nosotros siempre pesa una amenaza. Esa vigencia, no obstante, me reafirma: ante la violencia que se enseñorea, cabe sólo la rebelión de los versos, la comunicación entre los sitiados, aunque sea sólo por señas, la caricia de dos cuerpos que tiemblan juntos.

 

8.

Sigo hojeando el libro azul hasta que encuentro, unas páginas después, lo que estaba buscando. Corresponde a un apunte que realicé el 12 de octubre de 2001, fue lo único que escribí ese día. Es una cita de la página 275 del Diario de Carlos Edmundo de Ory (en la edición de Barral, en la de la Diputación de Cádiz figura en la página 363 del primer tomo). Estamos (en el tiempo de Ory) en el 29 de octubre de 1954, ha hecho hace pocos días setenta años de eso. Carlos acaba de abrir esa noche el Cuaderno XIII, que cubrirá los últimos días de 1954 y se extenderá hasta marzo de 1955, a caballo entre Madrid y París. La vida del poeta es complicada, desde todos los puntos de vista: económico (sobre todo), amoroso, literario, político… La primera anotación del cuaderno ese viernes ya es nocturna, habla de la visita de José Luis Prado Nogueira y la larga y agradable conversación mantenida con él esa noche.

 

9.

Ory, entonces, data las siguientes entradas: 11,45 de la noche. Estamos ya casi entrando en el día después, en la madrugada. Habla de su lectura de los Demonios de Dostoievski, menciona, sin más desarrollo La existencia bruta de los poetas, copia una cita sobre Heidegger y su relación con el pensamiento chino (la magia de Google permite localizarla: proviene de un trabajo de Vicente Marrero) y entonces, Ory, ya en la medianoche sin duda, escribe

Oigo sirenas en la noche, luego existo.

 

10.

¿Son las sirenas-pájaro de Odiseo las que visitan a Ory durante la fría y obscura noche madrileña de los cincuenta? ¿Le llevan a chocar su nave contra las rocas? ¿Son las sirenas de cola de pez que entonan con dulce voz los cantos de la añoranza de la tierra natal las que perturban el sueño del gaditano, que en la entrada inmediatamente posterior de su diario nos dice que Solamente hay claridad en mis sueños? Cabe pensar que no, que en esa noche de dictadura y soledad los sonidos que taladran el silencio son sirenas de coches de policía, en busca del próximo preso, sirenas de ambulancia que trasladan a un moribundo. No son sirenas de barco, pues el mar está a una distancia inconcebible, tanto más dolorosa para un poeta nacido en la Bahía. Pero son justamente esas sirenas las que le hacen a Ory establecer esa profesión de fe existencialista: oigo sirenas en la noche. Es decir, existo.

 

11.

La resolución del cogito cartesiano se hace, por lo tanto, cristalina. No es a través de la razón, no es a partir de argumentos más o menos alambicados o artificiosos, como hemos de adquirir una certeza que en realidad estaba ahí desde el principio. No somos en tanto que pensantes, no existimos en tanto que racionales: es el miedo, siempre fue el miedo, y con el miedo el dolor, el dolor de un cuerpo incontestable, quienes nos transmiten una certidumbre inquebrantable en nuestro propio estar aquí (no ahí, en un Dasein glacial por más que se quiera calentar con versos de Rilke: en un aquí sudorosamente íntimo, en un contacto pegajoso y familiar, como el olor de la vieja cama de los abuelos). Las sirenas de la noche con su ulular, con su aullido de perros desesperados por la falta de la luz que expresan su temor a una luna impertérrita, nos confirman lo que de ninguna forma podemos ignorar: estamos vivos.

 

12.

Cuando, muchos años después, el escritor, finalmente decidido a asumir su destino de siempre, su anhelo de juventud, escribió un relato titulado La noche de los lotófagos y puso en marcha una máquina que sigue funcionando, con buen rendimiento, hasta aquí, hasta esta página electrónica, colocó (coloqué, puesto que hablamos de lo inmediato, de lo íntimo, de lo indiscutible, y no cabe escudarse en artificios de las Personas del Verbo) como cita inicial la de C.E. de Ory. El tránsito por la noche de los lotófagos venía acompañado, quién lo duda, por un fondo de ruidos entre los que destaca, agobiante, abusivo, ese lamento que se percibe desde tan antes, que crece en su Doppler imparable, para alejarse dejándonos la certeza de que, donde vaya, habrá dolor. Las sirenas cantan blues toda la noche, escribí entonces, más adelante, en Morgana en Duino, y sí, lo que cantan las sirenas es triste, y azul, como el gato, azul como las luces de una ambulancia.

 

13.

No hacían falta, pues, tantos rodeos. No hacía falta hacerse trampas en el solitario y descartar, por puro miedo, al genio maligno que nos pone ante los ojos la fantasmagoría de los palacios orientales. Descartes quería negar el cuerpo, quería hacerlo máquina, para discernirnos del animal, elevarnos hacia unos ángeles que, por supuesto, no escuchan nuestros gritos entre sus coros de monótona alabanza a un dios ausente, al hueco en donde debería estar la corola de la rosa de tantos pétalos. Pero negando el cuerpo negamos todo lo demás, porque no hay nada más. El alma cartesiana, que se regocija en su brillante orfebrería de palabras, que se convence de que es pensando como existe, es del todo semejante al cristiano de poca fe que ha de aferrarse al argumento ontológico de San Anselmo. Todo eso lo desbarata el dolor, basta una muela cariada, las cervicales machacadas por tantas horas de escritura, la pérdida, el luto, para que se desbarate todo ese castillo de naipes. Me duele, luego existo. Tengo miedo, luego existo. Oigo sirenas en la noche, luego existo.

 

14.

La replicante Pris se ha introducido mediante una estratagema en el apartamento poblado de juguetes mecánicos del envejecido J.F. Sebastian. Poco después, el colosal Roy Batty se reúne con ellos. Sebastian ha colaborado en su creación, los reconoce: sois Nexus, ¿verdad? Hay algo mío en vosotros. Ellos le tratan bien al principio, pero sólo lo están utilizando para su verdadero objetivo, llegar a Tyrell, el presidente de la Corporación que los ha construido, que los ha manufacturado como esclavos, como trabajadores sexuales, como operarios en labores de riesgo en las colonias del Mundo Exterior. (Cuando Batty sostiene al blade runner Deckard a punto de caer desde la azotea del The Bradbury le dice: Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser un esclavo.) En la conversación que tiene lugar en la cocina de Sebastian, hay alguna demostración de las proezas físicas que son capaces de realizar los androides de tan avanzada generación. Una mano en el agua hirviendo no sufre quemaduras. Pris puede hacer sus volatines. Pero entonces, seria, sonriendo, formula una frase que convierte en criminal todo intento de retirement, que define con claridad el sórdido trabajo de negreros de la Tyrell Corporation: I think, therefore I am. No hay más preguntas, señoría.

 

15.

Curiosamente, en el primer doblaje de la primera versión de Blade Runner, cuando todavía estaba incluida la voz en off de Deckard, que pretendía hacer más noir a un film que ya lo era de pleno derecho, al traductor se le pasó una referencia tan obvia y compuso una frase sin sentido: eso es lo que pienso que soy. Sólo cuando escuché la película en la versión original me di cuenta del desatino. Durante un tiempo se lo contaba a mis alumnos en la clase de Historia de la Óptica, al referirme a Descartes, una figura clave en el avance de la Dioptrique. Les decía que, en realidad, el Discurso del Método era el prólogo para el tratado sobre Óptica, que ejemplificaba justamente el método, resolviendo la ardua cuestión de la refracción. Les decía que Descartes no escribió entonces la primera vez cogito, ergo sum, sino je pense, donc je suis, y que I think, therefore I am es la traducción literal inglesa. Aunque no hay nada literal, y el ergo y el luego y el donc y el therefore no son lo mismo, no suenan igual. Por no hablar de Ich denke, also bin ich, en donde la norma gramatical del alemán obliga a invertir las posiciones del verbo y el pronombre, y convierte así a la frase en extrañamente simétrica, un paréntesis entre dos yoes. O el penso dunque sono de alguien que en Italia es Cartesio.

 

16.

Pris lanza así el reto: ¿te vale Descartes para ti, te deja tranquilo? Entonces, cuando yo lo formulo, ¿no habrá de valer para mí? ¿No gana mi silogismo a cualquier racionalización tuya que me intente arrojar al limbo de las nopersonas, que justifique tu racismo, tu superioridad instituida por ti mismo en el pleno ejercicio de tu arbitrariedad? Pero daba igual, en el fondo daba igual. Porque a Pris le duele, y cuando Deckard la dispara en el estómago se agita convulsionando en una imagen horrible, tan horrible como la que nos muestra los padecimientos de la peculiar replicante de neutrinos de Solaris, cuando, consciente de su extraño ser intenta suicidarse bebiendo oxígeno líquido. A Pris le duele, tiene miedo, oye sirenas en la noche, sirenas de coches de policía que la cercan, ya viene la perrera a deshacerse de las bestias descarriadas, ya están aquí los depredadores. Me están matando, luego existo, aún existo, todavía existo, y cuando muera, habré existido.

 

17.

En Blade Runner hay continuas referencias a los autómatas clásicos, de esa Edad de Oro de la relojería que corresponde a los siglos XVIII y XIX. Hay la clavecinista de Jaquet-Droz, que con sus finos deditos pulsa realmente las teclas de su pequeño clavecín y le extrae notas. Puede verse aún, y es un espectáculo increíble, en Neuchatel. La replicante Rachel, que no sabía que era replicante, y se tenía por humana, porque podía formular sin titubear cogito, ergo sum, como si fuera Descartes, toca el piano de Deckard, un extraño instrumento para encontrarse en un minúsculo apartamento de un policía más bien mísero, lleno de fotografías que parecen datar de principios del siglo XX. Deckard se despierta al oírlo y ella le dice, muy confusa (está en juego toda su identidad, toda su vida, se abre a un abismo profundamente inesperado para ella) que recuerda las lecciones, pero que ya no puede asegurar que haya sido ella quien las recibió, sino, quizás, la sobrina de Tyrell. Implants. Deckard, que es tal vez otro replicante, pero lo ha olvidado, zanja la cuestión: you play beautifully. Nos queda la música.

 

18.

Hay también un juego de ajedrez, por supuesto, y al fondo nos parece contemplar al famoso autómata de Maelzel que desenmascaró Edgar Allan Poe. Roy Batty derrota con una jugada maestra a Tyrell. Eso le flanquea las puertas de su santuario, donde podrá al fin realizarse el sacrificio. Tenemos también a Zhora, que danza con serpientes, como la famosa Zulma, una muñeca mecánica de Decamps, allá por 1890. Esos androides tienen (como nosotros tenemos) fecha de caducidad, y buscan (como nosotros buscamos, ay) vivir más. Cuando caen abatidos no podemos evitar sentir que hemos hecho algo terrible, que nada de esto tiene sentido, que no podemos seguir matándonos entre nosotros.

 

19.

De entre los pequeños y maravilosos autómatas de Jaquet-Droz destaca uno denominado el escribiente. Con una pluma que moja en un tinterito traza sobre un papel breves frases en una caligrafía exquisita. Los rodillos y engranajes que lo forman (y que se exhiben en un momento del espectáculo del Museo de Neuchatel) pueden ajustarse para que las frases que el replicante dieciochesco escribe vayan variando. Una de las frases posibles es, por supuesto,

Je pense, donc je suis.

Y ahí está de nuevo el callejón sin salida, ahí el pequeño muñeco nos mira interrogante, ahí vemos a Pris sonreír pícaramente, ahí vemos a Cartesio mesándose los cabellos. Si de lo que se trataba era de las palabras, helas aquí, si de lo que se trataba era de escribir, voilà! Pero no, claro, no se trataba de eso.

 

20.

Todas las criaturas oyen sirenas en la noche, los perros se asustan cuando oyen petardos, ladran desesperados, intentan esconderse debajo de la cama. Todas las criaturas existen, porque a todas las criaturas les duele. No hace falta más, lo único que hay que hacer es recordarlo. Una vez escribí un largo poema que titulé Optograma y en el que me refería a esa extraña técnica que tuvo su auge al final del siglo XIX, época dorada también para la fotografía de fantasmas, según la cual se podía acceder por medios técnicos a la imagen retiniana, literalmente. Eso, que ni desde el punto de vista óptico ni desde el fisiológico es sostenible, dio lugar a no pocas pretendidas fotografías peri mortem, extraídas por extraños manejos químicos de las retinas de ojos enucleados de reos ejecutados o animales sacrificados. Hay una, en particular, que se difundió. Correspondería a la última mirada de una res en un matadero. Digo en el final del poema:

Y recuerda siempre lo que, según se narra en un suelto de 1863,

bajo el título de Ce qu’il ya a dans les yeux d’un mort,

un fotógrafo inglés de nombre Warner

dijo haber contemplado con un microscopio

en la retina de un ternero

minutos después de su sacrificio:

un patrón de líneas perpendiculares,

un paisaje de cruces,

que el avezado Mr Warner identificó sin pudor

como el pavimento del matadero,

lo último que la res pudo contemplar

en aquel su holocausto perfecto

(que plugo, con toda seguridad, a los dioses)

cuando se produjo el golpe definitivo.

Es imposible imaginar nada más triste que eso,

y, por ello, ahora, yo, tras haber cometido

la impiedad de revelarte esa plenitud de tristeza,

agoto los corolarios de mi tratado,

dejo caer los instrumentos de escritura,

cubro mi rostro avergonzado y contrito,

rompo mi violín y me callo.

Y, siendo consecuente con ese último verso, que robé a León Felipe, y mientras, justamente (no les miento, acaba de ocurrir) suena una sirena al fondo, una ambulancia o un coche de policía que avanzan raudos por la calle de Embajadores, aquí, ahora, me callo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario