No es ya nunca hora
de dormir. Siento un terrible despertar físico.
CARLOS EDMUNDO DE ORY, Diario,
25.V.1952
1.
Nunca he dejado de
escribir, pero los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI mi
peripecia vital me absorbió sobremanera y mi producción, si puede
hablarse en esos términos, fue escasa, y con una menor propensión a embarcarme
en proyectos excitantes pero quiméricos. Los cuadernos que restan de esa época
son pocos y aún no había adquirido la costumbre de portar siempre conmigo
libretas o al menos hojitas sueltas para ir anotando continuamente lo que me va
sobreviniendo en mis paseos por la ciudad.
2.
En un momento dado
empecé a comprar bellos libros, pues eran cuadernos de muchas hojas,
bien encuadernados, con pasta dura, en papelerías pijas como Ordning &
Reda. Uno de ellos, azul, cubre el periodo de 2001 a 2004. En él, anotadas con tinta de estilográfica también azul, hay numerosas citas de los autores que
iba leyendo por entonces, y textos míos de creación encerrados entre
corchetes, porque la idea era más bien componer una especie de libro de jardines
ajenos, como diría Bioy Casares, cosa que había venido haciendo en un par
de cuadernos de espiral, mucho más modestos. Hasta ese punto había dejado de
escribir, hasta convertir mi escritura en más bien una pequeña acotación entre
los fragmentos de otros.
3.
En ese libro azul,
no obstante, fueron aumentando los textos entre corchetes, y los poemas, hasta
que fueron desapareciendo, prácticamente, las citas, y para el final de sus
páginas, de algún modo, el escritor se había recompuesto, entre otras cosas
porque su vida se había ido complicando notablemente, y cuando eso ocurre, el
único refugio al que nos es dado ir es al puro centro que nos constituye, y el mío
es, siempre ha sido, la literatura.
4.
Las citas del comienzo
del libro azul provienen a menudo del Diario de Carlos Edmundo de
Ory, enorme poeta gaditano en el que me estaba sumergiendo por entonces, hace
ya casi su buen cuarto de siglo. Entonces manejaba un volumen llamado Diario
I, publicado en la colección Ocnos por Barral en los años setenta, que
había comprado seguramente en una Feria del Libro de Ocasión. Barral nunca publicó
más tomos del diario de Ory, así que ese “I” de la portada se asemeja mucho al “I”
de la Melencolia de Dürer, que no tuvo tampoco una continuación. Fue mucho
más adelante, justamente en 2004 (el colofón señala el invierno como
fecha de conclusión, posterior, por tanto, al final de mi libro azul) cuando
la Diputación de Cádiz publicó en una elegante edición en tres tomos el Diario
completo. El primer tomo corresponde básicamente al de Barral, y ahí se
encuentran también, claro está, las citas que yo apunté en 2001.
5.
Releo ahora mis
elecciones. Son, ciertamente, frases inolvidables. Ory tenía una facilidad
extrema para los hallazgos verbales, y, no en vano, su producción aforística
(reunida ahora también, póstumamente, en una colección de Aerolitos, que
es como a él le gustaba nombrar a esos apotegmas) es abundante y a menudo
sorprendente. Anoto el 21 de septiembre de 2001, el día en que abro el
cuaderno:
¿Qué
es la poesía sino una exclamación sobre el abismo, una interrogación respondida
por la voz de la angustia en medio de las sombras? (19 de agosto de 1951)
y aún puedo
fácilmente evocar el estremecimiento que ese respondida que el propio
Ory subrayó provocaría sin duda al yo que entonces era, si es que alguno,
alguna vez, fuimos o somos. Dos líneas después anoto:
¿Usted
ha visto alguna vez el dolor? ¿Sabe de qué color es? ¿Conoce su forma? Sólo sé
que tiene ojos terribles. (13 de octubre de 1951)
y me siento, claro,
interpelado por esa interrogación del poeta, que establece un extraño
monodiálogo en el que de nuevo las itálicas van a señalar con rotundidad una
certeza: ese sé que nos habla de los ojos con los que nos mira el dolor.
6.
Ese mismo día, por mi parte,
entre sus corchetes, yo he colocado un fragmento mío que luego usaré como lema
para el blog que es de algún modo el antecedente remoto de éste y que
mantuve durante bastante tiempo en el final de esa primera década de los dos
mil, The Blue Parrot:
Jugaremos
con las palabras hasta que empiecen los bombardeos. Cuando el ruido sea
insoportable nos limitaremos a hacer muecas, y si se espesa el humo nos
abrazaremos como dos ciegos.
7.
Me angustia la
triste vigencia de esas líneas. Siempre hay una guerra a mano, siempre estamos
en un estado de sitio, sobre nosotros siempre pesa una amenaza. Esa vigencia,
no obstante, me reafirma: ante la violencia que se enseñorea, cabe sólo la
rebelión de los versos, la comunicación entre los sitiados, aunque sea sólo por
señas, la caricia de dos cuerpos que tiemblan juntos.
8.
Sigo hojeando el
libro azul hasta que encuentro, unas páginas después, lo que estaba buscando. Corresponde
a un apunte que realicé el 12 de octubre de 2001, fue lo único que escribí ese
día. Es una cita de la página 275 del Diario de Carlos Edmundo de Ory
(en la edición de Barral, en la de la Diputación de Cádiz figura en la
página 363 del primer tomo). Estamos (en el tiempo de Ory) en el 29 de octubre
de 1954, ha hecho hace pocos días setenta años de eso. Carlos acaba de abrir esa noche
el Cuaderno XIII, que cubrirá los últimos días de 1954 y se extenderá
hasta marzo de 1955, a caballo entre Madrid y París. La vida del poeta es
complicada, desde todos los puntos de vista: económico (sobre todo), amoroso, literario,
político… La primera anotación del cuaderno ese viernes ya es nocturna, habla
de la visita de José Luis Prado Nogueira y la larga y agradable conversación
mantenida con él esa noche.
9.
Ory, entonces, data
las siguientes entradas: 11,45 de la noche. Estamos ya casi entrando en
el día después, en la madrugada. Habla de su lectura de los Demonios de
Dostoievski, menciona, sin más desarrollo La existencia bruta de los poetas,
copia una cita sobre Heidegger y su relación con el pensamiento chino (la magia
de Google permite localizarla: proviene de un trabajo de Vicente Marrero) y
entonces, Ory, ya en la medianoche sin duda, escribe
Oigo
sirenas en la noche, luego existo.
10.
¿Son las sirenas-pájaro
de Odiseo las que visitan a Ory durante la fría y obscura noche madrileña de
los cincuenta? ¿Le llevan a chocar su nave contra las rocas? ¿Son las sirenas
de cola de pez que entonan con dulce voz los cantos de la añoranza de la tierra
natal las que perturban el sueño del gaditano, que en la entrada inmediatamente
posterior de su diario nos dice que Solamente hay claridad en mis sueños?
Cabe pensar que no, que en esa noche de dictadura y soledad los sonidos que
taladran el silencio son sirenas de coches de policía, en busca del próximo
preso, sirenas de ambulancia que trasladan a un moribundo. No son sirenas de
barco, pues el mar está a una distancia inconcebible, tanto más dolorosa para
un poeta nacido en la Bahía. Pero son justamente esas sirenas las que le hacen
a Ory establecer esa profesión de fe existencialista: oigo sirenas en la
noche. Es decir, existo.
11.
La resolución del cogito
cartesiano se hace, por lo tanto, cristalina. No es a través de la razón,
no es a partir de argumentos más o menos alambicados o artificiosos, como hemos
de adquirir una certeza que en realidad estaba ahí desde el principio.
No somos en tanto que pensantes, no existimos en tanto que racionales: es el miedo,
siempre fue el miedo, y con el miedo el dolor, el dolor de un cuerpo
incontestable, quienes nos transmiten una certidumbre inquebrantable en nuestro
propio estar aquí (no ahí, en un Dasein glacial por más
que se quiera calentar con versos de Rilke: en un aquí sudorosamente
íntimo, en un contacto pegajoso y familiar, como el olor de la vieja cama de
los abuelos). Las sirenas de la noche con su ulular, con su aullido de perros desesperados
por la falta de la luz que expresan su temor a una luna impertérrita, nos
confirman lo que de ninguna forma podemos ignorar: estamos vivos.
12.
Cuando, muchos años
después, el escritor, finalmente decidido a asumir su destino de siempre, su
anhelo de juventud, escribió un relato titulado La noche de los lotófagos
y puso en marcha una máquina que sigue funcionando, con buen rendimiento, hasta
aquí, hasta esta página electrónica, colocó (coloqué, puesto que hablamos de lo
inmediato, de lo íntimo, de lo indiscutible, y no cabe escudarse en artificios
de las Personas del Verbo) como cita inicial la de C.E. de Ory. El tránsito por
la noche de los lotófagos venía acompañado, quién lo duda, por un fondo de ruidos
entre los que destaca, agobiante, abusivo, ese lamento que se percibe desde tan
antes, que crece en su Doppler imparable, para alejarse dejándonos la certeza
de que, donde vaya, habrá dolor. Las sirenas cantan blues toda la noche,
escribí entonces, más adelante, en Morgana en Duino, y sí, lo que cantan
las sirenas es triste, y azul, como el gato, azul como las luces de una ambulancia.
13.
No hacían falta, pues,
tantos rodeos. No hacía falta hacerse trampas en el solitario y descartar, por
puro miedo, al genio maligno que nos pone ante los ojos la fantasmagoría
de los palacios orientales. Descartes quería negar el cuerpo, quería
hacerlo máquina, para discernirnos del animal, elevarnos hacia unos ángeles que, por supuesto, no escuchan nuestros gritos entre sus coros de
monótona alabanza a un dios ausente, al hueco en donde debería estar la corola
de la rosa de tantos pétalos. Pero negando el cuerpo negamos todo lo demás, porque
no hay nada más. El alma cartesiana, que se regocija en su brillante orfebrería
de palabras, que se convence de que es pensando como existe, es del todo
semejante al cristiano de poca fe que ha de aferrarse al argumento ontológico
de San Anselmo. Todo eso lo desbarata el dolor, basta una muela cariada, las
cervicales machacadas por tantas horas de escritura, la pérdida, el luto, para
que se desbarate todo ese castillo de naipes. Me duele, luego existo. Tengo
miedo, luego existo. Oigo sirenas en la noche, luego existo.
14.
La replicante Pris
se ha introducido mediante una estratagema en el apartamento poblado de juguetes
mecánicos del envejecido J.F. Sebastian. Poco después, el colosal Roy Batty se
reúne con ellos. Sebastian ha colaborado en su creación, los reconoce: sois
Nexus, ¿verdad? Hay algo mío en vosotros. Ellos le tratan bien al
principio, pero sólo lo están utilizando para su verdadero objetivo, llegar a
Tyrell, el presidente de la Corporación que los ha construido, que los ha
manufacturado como esclavos, como trabajadores sexuales, como operarios en
labores de riesgo en las colonias del Mundo Exterior. (Cuando Batty sostiene al blade runner Deckard a punto de caer desde la azotea del The Bradbury le dice: Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser un esclavo.) En la conversación que
tiene lugar en la cocina de Sebastian, hay alguna demostración de las proezas físicas
que son capaces de realizar los androides de tan avanzada generación. Una mano
en el agua hirviendo no sufre quemaduras. Pris puede hacer sus volatines. Pero
entonces, seria, sonriendo, formula una frase que convierte en criminal todo
intento de retirement, que define con claridad el sórdido trabajo de
negreros de la Tyrell Corporation: I think, therefore I am. No hay más
preguntas, señoría.
15.
Curiosamente, en el
primer doblaje de la primera versión de Blade Runner, cuando todavía
estaba incluida la voz en off de Deckard, que pretendía hacer más noir a un film que ya lo era de pleno derecho, al traductor se le pasó
una referencia tan obvia y compuso una frase sin sentido: eso es lo que
pienso que soy. Sólo cuando escuché la película en la versión original me
di cuenta del desatino. Durante un tiempo se lo contaba a mis alumnos en la
clase de Historia de la Óptica, al referirme a Descartes, una figura clave en
el avance de la Dioptrique. Les decía que, en realidad, el Discurso
del Método era el prólogo para el tratado sobre Óptica, que
ejemplificaba justamente el método, resolviendo la ardua cuestión de la
refracción. Les decía que Descartes no escribió entonces la primera vez cogito,
ergo sum, sino je pense, donc je suis, y que I think, therefore I
am es la traducción literal inglesa. Aunque no hay nada literal, y el ergo
y el luego y el donc y el therefore no son lo mismo, no suenan
igual. Por no hablar de Ich denke, also bin ich, en donde la norma
gramatical del alemán obliga a invertir las posiciones del verbo y el
pronombre, y convierte así a la frase en extrañamente simétrica, un paréntesis
entre dos yoes. O el penso dunque sono de alguien que en Italia
es Cartesio.
16.
Pris lanza así el
reto: ¿te vale Descartes para ti, te deja tranquilo? Entonces, cuando yo lo
formulo, ¿no habrá de valer para mí? ¿No gana mi silogismo a cualquier
racionalización tuya que me intente arrojar al limbo de las nopersonas,
que justifique tu racismo, tu superioridad instituida por ti mismo en el pleno
ejercicio de tu arbitrariedad? Pero daba igual, en el fondo daba igual. Porque
a Pris le duele, y cuando Deckard la dispara en el estómago se agita convulsionando
en una imagen horrible, tan horrible como la que nos muestra los padecimientos
de la peculiar replicante de neutrinos de Solaris, cuando, consciente de
su extraño ser intenta suicidarse bebiendo oxígeno líquido. A Pris le
duele, tiene miedo, oye sirenas en la noche, sirenas de
coches de policía que la cercan, ya viene la perrera a deshacerse de las
bestias descarriadas, ya están aquí los depredadores. Me están matando,
luego existo, aún existo, todavía existo, y cuando muera, habré existido.
17.
En Blade Runner hay
continuas referencias a los autómatas clásicos, de esa Edad de Oro de la
relojería que corresponde a los siglos XVIII y XIX. Hay la clavecinista de
Jaquet-Droz, que con sus finos deditos pulsa realmente las teclas de su pequeño
clavecín y le extrae notas. Puede verse aún, y es un espectáculo increíble,
en Neuchatel. La replicante Rachel, que no sabía que era replicante, y se tenía
por humana, porque podía formular sin titubear cogito, ergo sum, como si
fuera Descartes, toca el piano de Deckard, un extraño instrumento para encontrarse
en un minúsculo apartamento de un policía más bien mísero, lleno de fotografías
que parecen datar de principios del siglo XX. Deckard se despierta al oírlo y ella
le dice, muy confusa (está en juego toda su identidad, toda su vida, se abre a
un abismo profundamente inesperado para ella) que recuerda las lecciones,
pero que ya no puede asegurar que haya sido ella quien las recibió, sino, quizás,
la sobrina de Tyrell. Implants. Deckard, que es tal vez otro replicante, pero lo ha
olvidado, zanja la cuestión: you play beautifully. Nos queda la
música.
18.
Hay también un juego
de ajedrez, por supuesto, y al fondo nos parece contemplar al famoso autómata
de Maelzel que desenmascaró Edgar Allan Poe. Roy Batty derrota con
una jugada maestra a Tyrell. Eso le flanquea las puertas de su santuario, donde
podrá al fin realizarse el sacrificio. Tenemos también a Zhora, que danza con serpientes,
como la famosa Zulma, una muñeca mecánica de Decamps, allá por 1890. Esos
androides tienen (como nosotros tenemos) fecha de caducidad, y buscan
(como nosotros buscamos, ay) vivir más. Cuando caen abatidos no podemos evitar
sentir que hemos hecho algo terrible, que nada de esto tiene sentido, que no
podemos seguir matándonos entre nosotros.
19.
De entre los
pequeños y maravilosos autómatas de Jaquet-Droz destaca uno denominado el
escribiente. Con una pluma que moja en un tinterito traza sobre un papel breves
frases en una caligrafía exquisita. Los rodillos y engranajes que lo forman (y que
se exhiben en un momento del espectáculo del Museo de Neuchatel) pueden ajustarse
para que las frases que el replicante dieciochesco escribe vayan
variando. Una de las frases posibles es, por supuesto,
Je
pense, donc je suis.
Y ahí está de nuevo
el callejón sin salida, ahí el pequeño muñeco nos mira interrogante, ahí
vemos a Pris sonreír pícaramente, ahí vemos a Cartesio mesándose los cabellos. Si
de lo que se trataba era de las palabras, helas aquí, si de lo que se trataba
era de escribir, voilà! Pero no, claro, no se trataba de eso.
20.
Todas las criaturas
oyen sirenas en la noche, los perros se asustan cuando oyen petardos, ladran
desesperados, intentan esconderse debajo de la cama. Todas las criaturas existen,
porque a todas las criaturas les duele. No hace falta más, lo único que
hay que hacer es recordarlo. Una vez escribí un largo poema que titulé Optograma
y en el que me refería a esa extraña técnica que tuvo su auge al final del
siglo XIX, época dorada también para la fotografía de fantasmas, según
la cual se podía acceder por medios técnicos a la imagen retiniana,
literalmente. Eso, que ni desde el punto de vista óptico ni desde el
fisiológico es sostenible, dio lugar a no pocas pretendidas fotografías peri
mortem, extraídas por extraños manejos químicos de las retinas de ojos
enucleados de reos ejecutados o animales sacrificados. Hay una, en particular,
que se difundió. Correspondería a la última mirada de una res en un
matadero. Digo en el final del poema:
Y recuerda
siempre lo que, según se narra en un suelto de 1863,
bajo el título
de Ce qu’il ya a dans les yeux d’un mort,
un fotógrafo
inglés de nombre Warner
dijo haber
contemplado con un microscopio
en la retina de
un ternero
minutos después
de su sacrificio:
un patrón de
líneas perpendiculares,
un paisaje de
cruces,
que el avezado
Mr Warner identificó sin pudor
como el
pavimento del matadero,
lo último que
la res pudo contemplar
en aquel su
holocausto perfecto
(que plugo, con
toda seguridad, a los dioses)
cuando
se produjo el golpe definitivo.
Es imposible
imaginar nada más triste que eso,
y, por ello,
ahora, yo, tras haber cometido
la impiedad de
revelarte esa plenitud de tristeza,
agoto los
corolarios de mi tratado,
dejo caer los
instrumentos de escritura,
cubro mi rostro
avergonzado y contrito,
rompo
mi violín y me callo.
Y, siendo consecuente con ese último verso, que robé a León Felipe, y mientras, justamente (no les miento, acaba de ocurrir) suena una sirena al fondo, una ambulancia o un coche de policía que avanzan raudos por la calle de Embajadores, aquí, ahora, me callo.