(Un homenaje a la literatura, y un recuento del paso del tiempo. Acabo de escribirlo, sin mayores pretensiones, sólo para comunicaros cosas que son importantes para mí.)
Laura entró en mi habitación la primera vez cuando yo tenía trece años.
Había ocurrido un milagro: en mi libro de lectura
del colegio (Senda, de Santillana,
octavo de EGB, curso 1977-78: ésas son las coordenadas, y son importantes) hay
un poema de Petrarca. Allí el poema empieza: Cuando sus ojos Laura a tierra inclina.
(El milagro es aún mayor: en esa edad, en ese
curso, la lista de autores de los que se podían encontrar fragmentos en Senda es apabullante y marcó mi educación
literaria, me conformó como lector, como escritor, como persona. He recuperado
el índice buscando por Internet. Es como lo recordaba: poemas de Borges,
Breton, Vallejo, Celso Emilio Ferreiro, ¡Pessoa! Textos narrativos de
Dostoievski, de Borges, Cortázar, ¡Kafka!, ¡Proust!. También Brecht, Beckett...
Y me dejo bastantes por citar.
Sí, ese milagro ocurrió, no creo que ocurra ya más en ningún libro de ningún colegio. No
sé si fue bueno o no exponer a un niño de trece años, ya (¡ay!) letraherido, a
semejante plétora. Pero yo no puedo estar más agradecido a los que eligieron a
esos autores. Sobre ellos edifiqué mi gusto literario. La mayoría siguen ahí,
como mis totems, o mis lares.)
Pero quería hablaros de Laura. He buscado luego,
claro, ese poema. El traductor de Senda
hizo uso de una licencia, quizá teniendo en cuenta el que la figura de
Laura era algo suficientemente potente como para recalcar que el Cancionero estaba lleno de poemas
dedicados a ella. Unas páginas más atrás se había hablado de Beatriz (aún no
Beatrice) al referirse a Dante que, claro, también estaba en mi libro de
lectura de los trece años. Lo cierto es que el verso original de Petrarca dice: Quando Amor i belli occhi a terra inchina.
No Laura, sino Amor, aunque bien podemos tomarlos como sinónimos.
Yo escribía ya a esa edad, y mucho antes. Yo ya me
tenía como poeta. Escribía poemas terribles en largos versículos imitando el Poeta en Nueva York, o pequeñas
composiciones aún rimadas que sonaban mucho a Bécquer. César Vallejo me trajo Trilce y me voló la cabeza. León Felipe me enseñó a escribir Luz con mayúscula. Con Blas de
Otero me convertía en un poeta social y político y melancólico. Ésos eran mis
poetas de los trece años.
Con catorce empecé a escribir de otro modo. Aún
conservo todo aquello. Hubo un día, creo que fue el 16 de abril de 1979, en el
que me senté a mi máquina de escribir (yo tenía una máquina de escribir que era
mía, se la había pedido a mis padres y me la habían comprado con esos trece o catorce
años, una Olivetti Lettera 35) y me salieron del tirón veintitantos poemas que sonaban de otro manera, que se parecían a
las letras de las canciones de Bob Dylan o Patti Smith, que por entonces
llegaron con fuerza a mi vida (sí, también me atrevía con el inglés).
Uno de esos poemas empezaba Cuando mi baby inclina sus ojos a tierra... y era un desaforado
poema de amor, como los que escribía entonces (¿sólo entonces?). Yo ya tenía mis Lauras, ya
había comprendido que para mí el amor sería eso ante todo: literatura. Leo con
ternura esos versos, me recuerdo bien en esa adolescencia torturada pero
esplendente. No se puede ser duro con alguien al que los dioses habían
destinado para un oficio tan complicado como el de poeta.
Laura, pues, se pasea por mi vida, por mis
habitaciones (ya convertidas tan a menudo en la de Proust) desde los trece
años. Ha aparecido en diferentes advocaciones, con diferentes nombres, con
letras de más o de menos.
Hay una Laura que es primero un retrato y luego una
révenante. De fondo, Charlie Parker.
Es una película de Otto Preminger. El título del film en Italia no es Laura, sino Vertigine, vértigo. Qué os voy a decir ya a estar alturas sobre mi
pasión (mi obsesión) con el Vertigo
de Hitchcock. En Italia la película de Hitchcock se tituló La donna che visse due volte. Spoiler alert!
Hay una Laura che
non c'è più y suena en una canción extremadamente pegajosa. Hay otra
canción llamada Laura, de Lluis
Llach, que escuché también muy joven. Y una, anterior, en el que el cantante pedía que le dijeran a Laura que la quería. Hubo un tiempo en que,
en el garito, pinchaba Friday I'm love,
porque era viernes (después de un largo jueves que había durado una eternidad)
y yo estaba enamorado de Laura. L'aura.
Tardé bastante en comprender que la Laura de Petrarca era francesa, no italiana. La busqué por Avignon. Supe que puede corresponder a una persona real (pero qué importaría eso), uno de cuyos descendientes fue el Divin Marquis. Esa Laura murió durante la Gran Peste.
No sé si fue por eso por lo que, al iniciarse el Confinamiento (estoy repasando esas notas) volví a ocuparme de Laura. Volví a ver la película de Preminger y a escuchar a Charlie Parker interpretando esa canción (esto lo estoy tocando mañana). En ese tiempo entre paréntesis quise ver de nuevo Twin Peaks. Me compré la serie entera en DVD. Allí hay una Laura a la que encontraron, como a Ofelia, sobrenadando en el agua, en un pueblo de montaña. Yo estuve con esa Laura en la habitación roja.
Un día de esos del encierro escribí ha venido la muerte y tiene tus ojos, porque al final los versos vuelven y los belli occhi de Laura pueden ser también los de Constance Dowling, de la que ya sabemos también por aquí. Sí, los ojos de Amor, los ojos de Laura, que se inclinan desde mis trece años también estarán por ahí, en el torbellino de imágenes, cuando todo vaya a apagarse. No será malo que esos ojos, o los ojos verdes de Maria Casarès se encuentren con mi última mirada.
No son cosas sobre las que se pueda hacer mucho. Ahora la Peste nos ha dado una tregua y la vida sigue su río. Yo os traigo a pasear a mi jardín de Lauras, de laureles. Y en unos días celebraré mi cumpleaños (muchos más de trece) en Twin Peaks.
Brindaré por Petrarca.
[El sitio donde celebro mis cumpleaños es el muy
recomendable Estupenda Café Bar, de
Madrid, que está decorado completamente en homenaje a Twin Peaks.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario