jueves, 6 de abril de 2023

Teoría del istmo

[Un poema que acabo de escribir en este momento, a partir de imágenes con las que he trabajado desde hace tiempo.]



When Lucinda asked where he was going he said that he was going to swim home.

JOHN CHEEVER, The swimmer

 

Hay una piscina que es la primera, y un gesto

que nos emparenta con el tuffatore: un arrojarse a la gravitación,

un arco en el que el cuerpo es vuelo y luego espuma.

Nadar ese largo es poca cosa, y del otro lado ya hay otro relato,

y las piscinas se extienden en una serie infinita

que nos lleva de un lado a otro del Valle, y eventualmente

a casa.

 

Hablo de The swimmer, de John Cheever, o de la película

de Frank Perry. Hablo de Burt Lancaster, glorioso y luego decrépito,

y un largo atardecer que va metiéndonos el frío en los huesos

húmedos.

Hablo, claro, de un viaje a Ítaca, de piscina a piscina, que, por algún motivo,

acaba en Troya. Todo

acaba en Troya,

acaba en calcinación. Y este viaje es en el tiempo.

Todo viaje es una máquina del tiempo.

 

En cada piscina, en el largo buceo del sernos

somos levemente abisales, torpemente fusiformes,

y en el silencio amniótico proseguimos el largo diálogo circular

que nos resuena en el hueco del Dentro.

Estamos solos, sí, nadie nada junto a nosotros, ésta es nuestra piscina.

Acaso hay otras piscinas, y en ellas nadadoras paralelas.

Acaso hay otras Ítacas. En este atardecer, no sé hallarlas.

 

Así el vivir: este fatigoso arcade de zambullidas y tiritonas,

este sumergirse y emerger que otros llaman respiración,

el Lucinda river con sus barcos de vapor de grandes ruedas

dedicados al tráfico de esclavos, y un tahúr que, de vez en cuando,

nos hace trampas en el solitario.

 

Pero existen los istmos, dices, y al decirlo, tu garganta es un istmo,

tu voz lo es, como la de las sirenas que cantan de una playa a otra,

lo decisivo, dices, ocurre en los istmos, no en las navegaciones,

ocurre entre una piscina y otra, 

en los entremedias, en los tránsitos, en las salas de espera,

en las cafeterías donde la mesita es el istmo, y los vasos se vacían

del agua del mar, que tanta sed nos daba.

 

Es verdad, te digo, los besos nacen en los istmos.

Y de repente, sacando la cabeza del agua, me doy cuenta

de que todo son istmos, de que lo son estos dedos y las letras que emiten,

de que lo son la memoria, y también el olvido,

de que lo son los objetos, y también su vacío,

de que lo fuimos, aunque no lo supimos, y lo seremos, aunque

no lo sepamos.

 

Y en esta pasarela entre estanques, en este boardwalk bajo el cual

construyen los niños sus castillos,

en estos puentes que unen las orillas

nos juntamos, entre largo y largo, entre una soledad y otra,

para pasar la tarde,

y yo te cuento que César Vallejo inventó una vez el verbo

istmarse

en un poema que contiene el verso que dice:

Hay ganas de un gran beso que amortaje a la Vida,

y tú sonríes y me recuerdas que la playa no es el mar,

que es justo antes.


No hay comentarios:

Publicar un comentario