domingo, 16 de febrero de 2025

Obstinación

 


El concepto de revelación, en el sentido de que, de repente, con indecible seguridad y finura, se deja ver, se deja oír algo, algo que lo conmueve y lo trastorna a uno en lo más hondo, describe sencillamente la realidad de los hechos.

F.W. NIETZSCHE, Ecce Homo

 

1.

Trazar una circunferencia no es nunca una operación inocente. Supongámonos dotados del instrumental pertinente. Digamos, una caja de compases Kern, en un estuche con interior de terciopelo rojo, recibida en un paquete desde Suiza, como regalo de mis tíos, allá por los setenta, cuando era un escolar proverbialmente torpe con todo lo gráfico. Extraigamos el compás, que ostenta dos puntas. En una de ellas se aloja una mina de grafito que puede substituirse cuando se gasta. Si queremos hacer dibujo lineal (nuestro particular suplicio, la adecuada metáfora de una vida que se sabía ya llena de borrones) esa pata del compás puede incluir, en vez de la mina, un pequeño receptáculo en el que depositar una gotita de tinta. La otra punta es aguda, una aguja que bien puede pincharnos el dedo si somos descuidados, y hasta hacer brotar una gotita de sangre en la yema. Abramos el compás, forcemos la separación entre sus dos brazos. Entonces es cuando llega el momento decisivo, irreversible.

 

2.

Sobre la hoja en blanco previamente preparada, que puede ser una lámina que habría que entregar en clase para ser evaluada, o una simple página de uno de los muchos cuadernos de los que nos dotábamos en la infancia, sin tanta trascendencia entonces lo que acabara dibujado allí, pero igualmente fascinados por la infalibilidad de tan simple construcción mecánica, sobre esa superficie, pues, presta para ser inscrita, clavemos la aguja del compás en el lugar designado como centro, y dejemos que, impulsado con un grácil movimiento de nuestra mano, que sujeta el compás por arriba, la otra punta vaya manchando con su tinta o su grafito la inmaculada blancura. Cuando la línea quede cerrada la tarea habrá concluido, aunque nada nos impedirá seguir y seguir haciendo girar el grafito para repasar una y mil veces la circunferencia, ya definitiva en sí misma, ya inescapable para la trayectoria del compás.

 

3.

Así pues, en el mero comienzo del trazado de la circunferencia hay, había en aquel entonces de largos días y esperanzas aún no agotadas, una herida. La aguja marcaba el papel, lo perforaba en un pequeño orificio ya irreparable, redondo él mismo, capaz de abrir en esa geometría bidimensional del plano de la hoja una profundidad inesperada, definiendo un pequeño vórtice por el que se escapaba la blancura. El centro había devenido, pues, un abismo, o un punto de fuga. Uno podía borrar acaso la figura trazada (no si habíamos empleado la tinta, por más que ciertas gomas de borrar lo intentaran, a costa de rasgar el papel, de arrugarlo, de dejar un rastro aún peor), pero no había modo de deshacer el orificio, de desdecir ese comienzo de un cosmos nuevo. Habíamos, pues, cometido, una vez más, un acto irredimible, habíamos generado un sumidero. ¿Era por ahí por donde se iban escapando las esperanzas?

 

4.

Del otro lado, el grafito iba dejando su huella. Había un comienzo, esencialmente arbitrario. Ahí, la primera mancha, el primer punto. Después del viaje circular, nos encontrábamos con ese origen. Es decir, nos encontrábamos en donde habíamos estado con quienes habíamos sido. Si seguíamos dando vueltas, nos llevábamos en nuestra rotación, en nuestro tiovivo monocromo, a ese punto de nuestro pasado al encuentro de un nuevo punto de nuestro futuro. ¿Idénticos? Sólo aparentemente. Sólo si confiamos en la vista, sólo si nos dejamos llevar por el agradable vértigo de la geometría euclidiana, ciencia de lo eterno. Pero el compás recuerda. El compás sabe que primero no hubo nada, y luego hubo una circunferencia, y que todo al final es una cuestión de tiempo. Ah, pero esa geometría temporal restaba por escribirse, aunque se barruntaba, bien que se barruntaba.

 

5.

Toda verdad es curva, nos dijo un día Nietzsche, temblando aún de la visión del Eterno Retorno, la más pesada que pueda concebirse. Lou Andreas-Salomé dejó escrito que Nietzsche sólo hablaba de esa verdad revelada entre susurros. Pensada, la idea del tiempo circular parece natural, puesto que toda nuestra existencia se asienta sobre la imprescindible repetición de ciertos ciclos, diurnos o estacionales. Sentida, esa idea se convierte en algo insoportable. Si de verdad todo se repite incesantemente, en todos sus detalles, la importancia de cada uno de los instantes se hace nula, o infinita. Se puede leer eso como una invitación al amor fati, independientemente de lo dolorosa o miserable que sea la vida, pero también es algo que nos produce la náusea del mareo, la pavorosa sensación del vértigo, es decir, del derramarse. Bien sabe la punta del compás (que acaso sostiene entre sus manos el Ángel de la Melancolía de Durero, por buenas razones) que lo que está haciendo es encerrarnos, definir un corral, una prisión circular, de la que él no es otra cosa que el guardián, el cerco, la frontera. Pero, incluso si fuera así, podría pensarse que todavía cabe una extraña esperanza, una esperanza obscura. La esperanza de que las cosas vuelvan a ser, de que nada se pierda, de que regresemos infinitamente. Ilusos…

 

6.

Vuelvo a Nietzsche, a quien empecé a leer en la adolescencia, de forma igualmente irreparable, incesantemente, como la araña en el claro de luna. Una de las últimas veces fue, como es lógico, durante mi segundo viaje a Turín, en agosto de 2022. Indago sobre su peripecia vital, sobre el modo en que la idea nefanda y gloriosa de la eterna recurrencia se le apareció en Sils-Maria en aquel agosto de 1881 (ya he hablado de ello por aquí). Voy y vengo, doy vueltas, anoto, soy la punta del compás insistiendo en el dibujo ya terminado hace tanto, amenazando con su continuo pasar por los mismos lugares de la página así torturada con perforarla también del lado de la circunferencia, con acabar por recortar ese círculo, escribiendo así otro abismo, de mayores dimensiones, el hueco de lo recortado. Soy lo que se llama una persona obsesiva. Siempre lo he sido, siempre lo seré. No hay modo de dejar de serlo, apenas pueden modularse la intensidad, los objetos, las situaciones, los temores o las personas con los que nos enganchamos. La eterna recurrencia de los temas de mis anotaciones en los cuadernos lo deja bien a las claras.

 

7.

En uno de esos cuadernos, pocos días después de ese retorno de Turín, cuando me he comprado nueva bibliografía de Nietzsche y he apuntado citas diversas, abro una nueva entrada. Es el 24 de septiembre de 2022. La transcribo aquí tal cual, con la fuerza de una iluminación de magnitud comparable a la de Sils-Maria.

Un hallazgo, precisamente hoy, día de la Mercè, un hallazgo terrible: el eterno retorno existe y es la demencia (y un demente lo formula, y en esa revelación establece la cartografía de un territorio que luego recorrerá durante años), en esa incesante recurrencia de la pregunta circular, en esa abolición del tiempo. Así, ese anhelo queda cumplido demoniacamente en ese dejarse ir que implica un desasimiento aniquilador. Pero ¿no era ésa acaso la promesa de la mística más radical? Ese teatro del absurdo de la búsqueda personal concluye sórdidamente en ese semisótano de la pérdida de identidad. Ahí se retorna siempre, a ese no sabernos crepuscular del que ya no se puede salir, pues no hay a dónde.

Es preciso que añada un par de datos para contextualizar las alusiones. Mi madre fue enferma de Alzheimer, y como todos los enfermos de Alzheimer, tuvo una fase inicial en la que preguntaba una y otra vez la misma cosa, incapaz de retener las respuestas que se le ofrecían con toda la paciencia del mundo. Mi madre se llamaba Mercedes.

 

8.

En efecto, lo que me enseñó la iluminación es que, una vez más, hay que tener cuidado con lo que se desea. Cuando avanzamos por la carretera del estar vivos, sometidos a la inclemencia del sol o al fragor de la tormenta, sin saber muy bien por qué, ni hacia dónde, acaso anhelaríamos que esa dura linealidad se curvara, se venciera hacia un retorno de lo vivido, que esa recta inquebrantable nos ofreciera desvíos y atajos que nos condujeran, con milagrosa rapidez, al beso aquel, a aquella sonrisa, al momento en que del paquete de Suiza salió la caja de compases. Pero ese volver es, inevitablemente, quedar atrapado. La subversión de lo que avanza no es un avance hacia atrás, no es un retroceso, es un carrusel al que seremos aherrojados, es un nebuloso empezar a no ser, a ser alguien que no se acuerda de lo que le han respondido y vuelve a repetir la pregunta. Y vuelve a repetir la pregunta. Y vuelve a repetir la pregunta. Trazar una circunferencia no es, desde luego, una operación inocente.

 

9.

Hay que tener cuidado con lo que se desea o, de otro modo: a la memoria la carga el diablo. Especialmente si uno está dotado, a la vez, como es mi caso, de una memoria de elefante y una propensión agotadora a la obsesión. Aparentemente asentado en la herida del ser que marcó la aguja del compás al definir el centro de operaciones, contemplo alucinado cómo a mi alrededor el tiovivo se reitera en su viaje a ninguna parte, incansable. Puede que la verdad sea curva, y que el tiempo lo sea, como supo Nietzsche, pero ésa no es una buena noticia, porque, a pesar de todo, somos el que avanza por la carretera, cubierto del polvo de tantos años vividos, y el destino final ya se insinúa. Quizás en forma de zanja, pero eso no importa, por supuesto.

 

10.

¿Es esto desolador? ¿No hay alternativa entre la circularidad inhumana de los astros que ejecutan sus elipses, ajenos a la gratuidad de esa tarea y la recta del transcurso, que se afana en procurarnos lejanías, desamparos, agostamientos? ¿Cómo vivir en esas geometrías? No hay en realidad fórmula posible, pero al menos sí conviene darle una vuelta a todo eso, una vuelta más, nunca la última, pues nada puede parar hasta que se para y entonces no hay nadie para decir: hemos parado. Si lo miramos bien, el problema siempre estuvo mal planteado, porque no hay circunferencia posible, porque no hay movimiento circular, porque las órbitas también acaban por agotarse y los astros acaban por desplomarse unos sobre otros.

 

11.

La forma geométrica adecuada sería la hélice. Imaginen un muelle, o una escalera de caracol. Somos el punto que está queriendo ser circunferencia, pero según hemos ido avanzando, el plano de la hoja se ha convertido en cuña. Obedecemos (¿qué otra opción nos queda?) a la tirana ligadura del compás, a la rigidez de sus materiales, y rotamos en torno a ese centro sangrante. Pero, completada la vuelta, no nos encontramos con el lugar de entonces, no nos encontramos con quienes fuimos. Estamos más arriba, si somos optimistas y confiamos en que la trayectoria sea ascendente, como en una subida al Monte Carmelo, o por las gradas de la montaña del Purgatorio de Dante. O estamos más abajo, si es que pensamos en que todo decae, todo se desordena, es decir, si somos, como debemos, fieles observantes de la única religión posible, la de la Entropía. De una vuelta a otra el paisaje cambia un poco. Reconocemos, recordamos, evocamos, pero el ángulo es otro, el espacio anota que el tiempo ha transcurrido. No nos hacemos trampas en el solitario.

 

12.

Seamos algo más precisos. Una hélice es una curva que se escribe sobre la superficie de un cilindro. Su curvatura y su torsión son constantes. Si tenemos una montaña, o un pozo como el del Inferno dantesco, esa hélice se está trazando sobre la superficie de un cono, en busca de su ápice, aéreo o subterráneo. Cada vez estaremos más adentro, daremos las vueltas más de prisa. Ahí parecerá que hay sentido, que de algún modo hemos vuelto a vencer a la Carretera Perdida incorporándola a nuestro trazado. Sí, la entropía nos impone que nada vuelva a ser igual del todo, sí, la entropía, es decir, la vida, nos impone un avance imparable hacia el final que es la aniquilación. Pero hay una cima del Purgatorio en la que empieza el Paradiso. Simplemente no estamos dotados para la escalada, no disponemos del equipamiento adecuado, hemos de renunciar a la vertical, no podemos circular por una carretera tan empinada. Pero, al final, llegaremos, tanto rodeo tendrá un objeto. Sí, así son las hélices cónicas: están llenas de esperanza.

 

13.

La verdadera hélice, la del muelle, la de la escalera de caracol, es, empero, la cilíndrica. La pasarela helicoidal se desarrolla sin fin hacia arriba y hacia abajo. No sabemos muy bien cómo estamos ahí, in medias res, en algún piso de esa estructura, y seguimos nuestra marcha. ¿Hacia arriba? Concedámoslo, en el fondo da igual. Lo cierto es que en nuestra marcha vamos siempre sobre un plano inclinado. No hay horizontal en esa rampa. La gravedad amenaza siempre con derribarnos, tenemos que colocar el cuerpo en consecuencia. Si vamos hacia abajo (y vamos hacia abajo) conviene contrapesar un poco, para que la aceleración no sea demasiada, y nos vertamos irreparablemente. Así transcurre el tiempo de nuestra vida: día a día, con la rotación terrestre, mes a mes, con las fases de la luna, año a año, con la traslación en torno al Sol, hacia abajo porque nuestras células se van agotando. La Tierra, la Luna y el Sol también se van agotando, pero duran demasiado para que nos demos cuenta.

 

14.

Este conflicto entre tiempo circular y tiempo lineal reaparece una y otra vez en la historia del pensamiento humano. Es, de algún modo, el tema. La permanencia aparentemente inquebrantable de la escenografía y la linealidad imparable de la obra que en ella representamos. La sucesión de las generaciones y el drama personal del nacimiento y la muerte. Los tiempos de siembra y recolección frente a los rituales de paso y a las fórmulas de acogida y despedida. Desde siempre, la sospecha de que, en efecto, no hemos sido creados cíclicos, hay algo en nosotros que se va derramando, frente a la indiferencia cósmica de los astros, afanados en su escritura, ajenos aún a púlsares y quásares y enanas blancas, otras cosas que fueron abriendo en el cielo otras tantas heridas, que fueron recordando que también se muere el mar, que también esos relojes van atrasando y acaban por pararse.

 

15.

La pasarela helicoidal de nuestra memoria tiene barandillas, no tan altas como desearíamos, que nos permiten asomarnos al gran Hueco central. Son tantos los pisos, lleva tanto tiempo aconteciendo este absurdo certamen de la tortuga, que nuestra vista se pierde cuando miramos. Nuestra propia visión, de hecho, nos traiciona, traduce mal la geometría, tiende a hacer converger las paralelas, cerrar los anillos. Nos parecerá, en efecto, que recorremos un cono, no un cilindro, nos parecerá, en efecto, que las líneas se fugan hacia detrás y hacia adelante. Pero la trayectoria helicoidal no concede respiro. Siempre estamos igual de lejos del otro lado, siempre estamos pisando sobre un suelo diagonal, en el que una moneda rodaría y rodaría hasta perderse.

 

16.

¿Podemos dar la vuelta? Podemos, pero nos toparemos con el resto de los réprobos que ascienden por la Montaña del Purgatorio. Nos toparemos con los que fuimos, visiblemente más jóvenes, más fuertes, no tan secretamente más desdichados. ¿Lo haremos, entonces? Lo haremos, porque somos obsesivos, porque siempre nos parece que se nos ha perdido algo, que hay algo que hemos dejado un par de pisos más abajo, que hemos ido demasiado de prisa y nos hemos distanciado de los que queríamos por compañeros de viaje. Lo haremos, lo hacemos, escribiendo, sobre todo soñando, porque los sueños se desarrollan en una sucesión interminable de sótanos en esa estructura helicoidal, como ya sabemos.

 

17.

¿Y tú, estás en el tren? ¿Estás aquí, en este extraño palacio, en esta rara pagoda, en esta Torre del Silencio? ¿Te paseas conmigo, con Nietzsche, por la arcada circular? ¿Juegas también a avanzar mirando hacia atrás, como el Angelus Novus para intentar así cancelar el futuro, anudándolo como una goma con la que recogemos el pelo de la cabellera que no puede evitar descender hacia los hombros? ¿Arrastras también una roca y sonríes a escondidas cuando vuelve a caer porque sabes que eso te hará retroceder unos pasos, engañar a la entropía, como si eso fuera verdad, como si la entropía no estuviera dotada de ascensores? ¿Eres, en suma, feliz, como Sísifo?

 

18.

He ido mucho al cine esta semana. Tres de las películas que he visto, de algún modo, se inscriben en este raro tiempo helicoidal de la creación artística. Encerrados en sus latas, cuando aún todo era celuloide, en unas latas que bien podrían tener dibujada en su tapa una espiral (como en los motores de los aviones), esos films se dejan exhibir una y otra vez, han encapsulado su propio carrusel, dan vueltas y vueltas sobre las mismas imágenes, y nos reconforta de algún modo que al menos en ellas nada cambie, por más que sepamos que hay que restaurar esos materiales, cambiar de soporte, por más que apreciemos la usura, los colores más desvaídos, por más que entendamos que los actores que las interpretaban han ido desapareciendo. Tres películas: L’année dernière à Marienbad, La Jetée, Mulholland Drive. De todas ellas ya he hablado por aquí: me repito, es mi modo de hacer que el compás gire, aunque la circunferencia que esté trazando se alargue como una elipse, porque la mano cada vez tiene menos fuerza. En todas esas películas, en tantas otras obras, se plantea la cuestión candente: el avance del tiempo, la posibilidad del bucle, la reconstitución del pasado, la resucitación de los recuerdos y de los que habitaban en ellos. Es decir, la aceptación de la pérdida de identidad, la entrada en ese tiempo inhumano de la pregunta circular, el Sils-Maria del Alzheimer. Sí, hay que tener cuidado con lo que se desea, y también con aquello que se admira.

 

19.

Y sin embargo… Nabokov decía que the spiral is a spiritualized circle. Justamente la imposibilidad de retorno es la imposibilidad del cierre, es la puerta abierta del corral. Anclarse a los rituales, ser indulgente con las obsesiones, repetir una y otra vez los mantras, las películas, los libros, las palabras, funciona para moderar la inquietud, para narcotizarnos, para marearnos como nos mareábamos girando y girando cuando éramos pequeños, hasta caer al suelo. Todo eso está bien, es aceptable, es imprescindible incluso, hay que seguir haciéndolo. Pero no hay que inventarse la horizontal del suelo, no hay que ignorar que el paisaje se va viendo con ángulos distintos, hay que recordar que estamos pasando por lugares que se parecen, pero que no son el mismo. Hay que estar atentos a las respuestas, para no repetir las preguntas. En suma, hay que aceptar el argumento de la obra.

 

20.

Sólo así podremos reencontrarnos. No con quienes fuimos, ni en donde estuvimos, sino con los que somos, aún más, con los que seremos, porque ahora, aquí, escribiendo, aún no estamos juntos. En alguna de las vueltas de la hélice nos esperamos, los dos mirando por la barandilla al espectáculo incomparable de los coros angélicos de la Nada. Nuestra historia siempre fue divergente, pero hay segmentos compartidos que nos unen más allá del tiempo. Es cierto que cada uno miraba desde un lado, es cierto que los relatos difieren en algunos matices. Pero qué importancia tiene eso cuando el enemigo a batir, la entropía, es tan poderoso. Bien nos podemos conceder un receso en el ascenso, bien podemos sacar de la mochila la caja de compases, bien podemos sentarnos en el suelo sólo tan levemente inclinado, notando que nuestra flexibilidad no es ya la de los ocho años, bien podemos trazar una circunferencia en el suelo, bien podemos permitirnos un borrón de tinta, muchos borrones, una constelación entera de ellos, un nuevo cosmos de borrones que dejar ahí, en ese preciso punto por el que otros pasarán tarde o temprano. Bien podemos convertirnos en agentes del Eterno Retorno, en subversivos generadores de instantes insondables. Bien podemos perforar con la punta de nuestro compás todos los dolores para abrir en ellos la espita de la alegría. Bien podemos, pues, abrazar el vértigo, como en aquella escalera de caracol de Chartres que no nos atrevimos a acabar de subir, pero que nos brindó muchas, muchas ventanas a través de las cuales contemplar la puesta del sol, una de las que nos queda aún por contemplar, y ya van siendo menos.


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