De la (im)posibilidad de la autobiografía
Le Dandy doit aspirer
à être sublime sans interruption; il doit vivre et dormir devant un miroir.
CHARLES BAUDELAIRE, Mon
cœur mis à un
Todo o esforço é un
crime, porque todo o gesto é um sonho morto.
BERNARDO SOARES, Livro
do desassossego
1.
Llegados a este
punto, es preciso hacer una confesión. Bernardo Soares (o, por ser más
precisos, B. Soares) es, a la par que autor, o co-autor (pues no cabe negar la
primacía, al menos cronológica, de Vicente Guedes, por no hablar de la mirada supervisora
de Fernando Pessoa) de esa obra incomparable que es el Livro do Desassossego
(o Desasocego, como se presenta en la Edición Crítica de la Obra de
Pessoa, atendiendo a las preferencias ortográficas de éste), Bernardo Soares, o
B. Soares, digo, es el autor de la obra que en las (pocas) librerías en las que
se pudo encontrar durante un (breve) tiempo figuró bajo la autoría de Agustín
González-Cano, esto es, Morgana en Duino.
2.
Esa obra, de la que
no hablaremos ahora aquí, pero que, por razones obvias, es de gran importancia para
el autor de este texto (si es que este texto tiene un autor y si es que ese
autor no es también Bernardo Soares, pues si algo resulta obvio es su desasosiego),
llegó a ser publicada porque fue presentada a un concurso, y ganó ese concurso.
El concurso exigía eso que los iniciados en esa melancólica tarea de enviar
originales a un lado y a otro en busca de una suerte digna de la lotería de
Babilonia (Bolaño fue uno de ellos, y eso basta para que quienes lo hemos
intentado en otros momentos podamos sentirnos legitimados) conocen bajo el
nombre de plica, esto es, que la obra sea presentada bajo pseudónimo
(que no heterónimo, aunque también, qué duda cabe) y que se adjunte a ella un
sobre (la presentación era bien real y bien hardcopy, nada de
virtual ni E-mail, no entonces) en el que, amén del título o lema (jerga,
de nuevo, de esta actividad cinegética), figuren, protegidos por la goma que
cerraba la pestaña, los datos personales y biográficos del autor
postulante. Esto, se supone, es la garantía de que la deliberación del jurado
no se va a ver influida por el renombre o la carencia del mismo del remitente
del manuscrito. Ciertamente, requiere de bastante ingenuidad pensar que en
todos los casos ese fair play se cumpla. Aquí, parece que sí se cumplió. En la
carátula de mi encanutillado texto figuraba el nombre de B. Soares, y bajo esa
figura, plenamente evanescente, la historia de fantasmas que es Morgana en
Duino concurrió al certamen. Y Soares, extrañamente, ganó, y sólo luego fue
Soares identificado con Agustín González-Cano, tras la apertura del lacre (no
había tal, estoy siendo voluntariamente engolado), y el resto es, pues, historia.
3.
He manejado varios single-use
pseudonyms, que diría Tyler Durden o más bien el otro, siempre relacionados con mis
particulares filias y fetiches. Fui mucho tiempo Roy Batty, que había visto
cosas que yo no creería, y también Max Schreck, al que ya conocen por aquí, y
llegó a tener su propio libro, que nunca ganó ningún concurso de entre los
varios a los que se presentó y que por ello nunca fue publicado, La pasión
de Max Schreck (2012). Fui igualmente un híbrido Max Chandos, y, claro,
Viktor Laszlo, o Víctor Lázaro. Ninguno de esos nombres tuvieron el honor de ser
rasgados en el acto supremo de la apertura de la plica, que es tanto
como la apertura de la boca de la momia para los que, ingenuos como éramos,
aspirábamos a la gloria instantánea de la flor natural en concursos
progresivamente sórdidos y rurales. Malos tiempos para la lírica, nunca mejor
dicho.
4.
Pero lo cierto es
que el ajudante de guarda-livros, al que ustedes han visto por aquí en
la fugaz compañía de su hermano en la irrealidad Viktor Laszlo, triunfó. Y en
ese triunfo, que no fue acompañado por los clarines y los timbales, pero que
fue acogido con una hermosa sensación de calor en el corazón por quien esto les escribe, había indudablemente una justicia poética, pues pocos textos han
sido tan importantes para mí como el Libro del desasosiego, con el que
me topé por primera vez allá por el 89, en la benemérita traducción de Ángel
Crespo, un libro ya muy baqueteado que me ha acompañado todos estos años y del
que por supuesto nunca me desprenderé, por más que en un momento dado empezase
a coleccionar (el término es exacto) ediciones portuguesas de una obra que es
por definición movediza, por póstuma, por indefinida, por desasosegada ella
misma (Ana Maria Freitas, Richard Zenith, Jerónimo Pizarro, son algunos de los
editores).
5.
Sin un motivo aparente (casi nunca lo hay, en las libretas entran todo tipo de textos sobrevenidos y cimarrones), en mi Leuchtturm (circunstancialmente color burdeos) anoté el pasado 21 de agosto: Para un post, una biografía de Bernardo Soares, autor de “Morgana en Duino”. Pessoa es uno de los astros en torno a los que gravito indefinidamente, mi sistema solar es de una gran complejidad y mi danza se las arregla para no deshacerse a pesar de las muchas atracciones contradictorias que la sacuden. Nunca estoy lejos de Pessoa, pero me guardo muy mucho de acercarme demasiado a su luz, pues sé que me arrastra y compromete mi integridad de polilla. Hay algo de abismo (una geometría del abismo, titulé yo a mis primeros apuntes à la Soares, de hace veintitantos años, usando una cita del portugués) en la abundancia y la densidad y la variedad de los escritos pessoanos. Conozco el Livro desde hace mucho, y en ese sentido, me es algo familiar, propio. Al mismo tiempo, sé que no he penetrado ni mucho menos en todas sus profundidades, y que me esperan nuevas lecturas, progresivamente más maduras, menos imparciales. Así que apenas esbocé un vuelo sobre él, apenas escarbé mínimamente en las decenas de libros que tengo de y sobre Pessoa. Las notas de la libreta son volátiles, hay muchos temas que desarrollan paralelamente. Soares no tuvo mucha vida esa vez. Pero vuelve, vean ustedes mismos cómo vuelve.
6.
Aparte de Crespo,
uno de los intérpretes más destacados de Pessoa es Antonio Tabucchi, otro de
mis escritores predilectos. Desde hace mucho conocía algunos de sus estudios
sobre la constelación Pessoa. Desde antes, de hecho, de que conociera las
propias novelas de Tabucchi. El librito se llama Un baúl lleno de gente,
y fue publicado en su día por Huerga y Fierro. No reúne, no obstante, todos los
trabajos de Tabucchi sobre Pessoa. Hay, al menos, otro libro igualmente
delgado, en el que se pueden encontrar algunos textos que corresponden, según
se nos dice en el prólogo, a las lecciones que Tabucchi impartió en la École
des Hautes Études en Sciences Sociales de París, en noviembre de 1994, esto
es, dentro de nada hace treinta años (esos treinta que son la bisectriz entre
el 1964 de mi nacimiento y el 2024 de mi actual sesentena de jubilado). El
libro fue publicado por la pequeña editorial Sellerio de Palermo, donde también
se pueden encontrar otras obras de Tabucchi, en 1998, bajo el título L’automobile,
la nostalgia e l’infinito.
7.
Desde que invertí un
dineral en hacerme con los dos tomos de las Opere de Tabucchi publicados
por Mondadori, me sentía razonablemente tranquilo, pues, si bien las obras no
se presentan como completas, la colección, que supera ampliamente las
dos mil páginas, contiene todo lo que cabe, en principio, necesitar de Tabucchi,
al que antes había venido leyendo mayormente en castellano, en las traducciones
publicadas por Anagrama. Sin embargo, ni el Baúl ni el Automóvil figuran
completos allí. L’automobile, la nostalgia e l’infinito no figura en absoluto,
de hecho. Por ello, y también para repetir un gesto amado (remito a los
lectores menos aplicados o neófitos a mi texto "Evocaciones",
donde narro el antecedente), este año, en mi último viaje a París, en la
librería italiana La Tour de Babel, que está en el Marais, me compré el
tomito azul marino, y lo empecé a leer allí mismo, anotando la fecha (26 de
abril de 2024) en el lugar donde Tabucchi habla de su curso de Parigi,
proponiéndome una mise-en-abyme del todo paralela a la ya conseguida con
la compra de Autobiografie altrui en ese mismo lugar y en el viaje
anterior, a saber, el 29 de julio de 2023. De esto es de lo que se habla en Evocaciones.
8.
Así, en esa noche
del pasado 21 de agosto, súbita y efímeramente erigido en biógrafo del evanescente
Soares, tras haber recorrido el ensayo de Tabucchi Bernardo Soares, uomo
inquieto e insonne, incluido en Un baule pieno di gente, y otras
obras, como los cuentos de Pessoa, atribuidos tempranamente a un Bernardo
Soares casi podríamos decir que avant-la-lettre, me dispuse a abrir
mi librito azul parisino-siciliano, que, no nos engañemos, había sido
mayormente arrumbado desde mi vuelta de la Cité-Lumière, dado que no estábamos
en temporada pessoana por ese entonces. O eso creía yo, porque lo cierto es que
por más vueltas que le di a mi biblioteca (y eso son muchas vueltas, porque
probablemente andaré ya por los cinco mil volúmenes dispuestos como buenamente
se puede en una colección heterogénea y algo ineficiente de estanterías que
colonizan mi modesto apartamento), L’automobile, la nostalgia e l’infinito
no apareció.
9.
Dada mi tendencia a
la obsesión y mi necesidad de mantener el control y el orden, rasgos estos poco
deseables de mi carácter, pero al mismo tiempo, creo, inevitables, pues son la
cara b de la más brillante cara a que me ha permitido ser un
lector incansable, un trabajador responsable hasta mi reciente retiro y un ser
humano, en general, bastante apañado, el que se me pierda algo, y mucho más un
libro, es uno de los sucesos más desasosegantes que se pueda imaginar.
Una vez renuncié a encontrar el libro perdido, casi ya invocando a San Antonio
Bendito (san Antonio Tabucchi, asumo), procedí a lo único que podía calmar mi
ansiedad: me compré otra copia. Y leí entonces allí otro texto de Tabucchi
sobre el Livro: L’infinito disforico di Bernardo Soares, que no
se puede encontrar más que en esa edición y que no está traducido, que yo sepa,
al castellano. Y entonces, ya más calmado, me olvidé de la biografía de Soares
sin mayor remordimiento.
10.
La brillante entrada
sobre Soares, por lo tanto, dejó de escribirse. Y, de hecho, poco se escribió
en el blog desde esos días, ya que no mucho después, mediando un periodo árido de desmantelamiento
de mi despacho en la Facultad, del que ya les he hablado, me fui de viaje, y
apenas he vuelto hace un par de días de dos periplos encadenados, placenteros y
fructíferos, pero que no han dado ocasión del sosiego necesario para
ejecutar esta no tan sencilla operación de alimentar el pálido fuego del Pálido
juego. Como mis dinámicas son en el fondo impredecibles (y lo son gozosamente)
no ha sido hasta hoy que he retomado el tema, aunque sea de una forma mutante,
prefiriéndolo (es un decir) a otras muchas alternativas, que tendrán que seguir
esperando a su inclusión aquí, quizá no tan lejana si retomo mi saludable
rutina semanal. Y aquí podríamos terminar con este breve y abiertamente anodino
jirón de mi autobiografía, pero no, justamente ahora es cuando empieza todo.
11.
Primer abismo: L’automobile,
la nostalgia e l’infinito, de Sellerio editore, Palermo, adquirido en
París, librería La tour de Babel en abril de 2024 por mí, ha aparecido.
Es decir, el roto metafísico que se había producido en el tejido de mi
realidad bibliófila y bibliófaga ha sido subsanado. De una manera bastante
trivial, aunque también al mismo tiempo misteriosa y rotundamente literaria: el
ejemplar me esperaba en un bolsillo lateral de una bolsa de viaje. La que empleé
para el viaje a París, la que no empleé para mi viaje a Strasbourg (y otras ciudades)
y la que volví a emplear para mi viaje a los Encuentros de Pamplona, una magna
actividad que aún está desarrollándose. Todo ese tiempo el librito azul marino
estuvo allí, olvidado, esperando. Ahora se ha encontrado con su clon, ha sido
testigo de su mitosis. Pero no son dos libros iguales, por supuesto, nadie se
engañaría al respecto. Para empezar, él ostenta el aura de ser el libro
parisino, el libro que comparte esa condición con los apuntes de Tabucchi, y
fue anotado en el Marais apenas fue comprado. Para seguir, los subrayados de
uno y otro no coinciden (no pueden hacerlo, por más constantes que seamos en
nuestras preferencias o escalofríos). Esta grieta aparentemente modesta que se
ha abierto con este hecho en principio trivial, producto de una combinación
bastante mía de despiste y ansiedad, da lugar a todo un paisaje que habrá de ser
explorado, en el que meditar de qué modo un libro es y no es él mismo, es y no
es lo que contiene, de qué modo un libro es, fundamentalmente, autobiografía,
y no digo más, pues todo eso resta por escribirse y esto es sólo un anticipo, o,
ni eso, una declaración de intenciones.
12.
Segundo abismo: en Bernardo
Soares, uomo inquieto e insonne, Tabucchi cita a Edgar Allan Poe a
propósito de la opinión de éste sobre la imposibilidad de conseguir la verdad
autobiográfica sin que el papel se arrugue y arda al toque de la
inflamada pluma (uso para esta transcripción la traducción de Pedro Luis
Ladrón de Guevara Mellado, de la edición de Huerga y Fierro). Al término del artículo,
Tabucchi nos proporciona con todo lujo de detalle sus fuentes, y allí declara
que la observación de Poe proviene del ensayo On the impossibility of
writing a truthful autobiography, que, nos dice, está ahora (o sea, entonces) incluido en E.A.
Poe, Viking Portable, New York, 1968. En esos días de agosto anoté la
cita y la fuente y no me tomé el trabajo de localizarla. Ayer, cuando estaba
empezando a cocinar esta entrada, me di cuenta de que ese texto era
inencontrable. ¿Nos hallamos aquí ante un juego borgiano? No, la realidad es
más trivial, aunque no menos compleja: ese texto (ahora lo sé, pero sólo
después de una ardua investigación) corresponde realmente a uno de los muchos
fragmentos reunidos bajo el nombre de Marginalia que Poe fue publicando
en las revistas y periódicos de su época. De hecho, en el Penguin Portable
(que es y no es el mismo que el Viking, pero eso sólo lo descubrí ayer)
figura el mismo texto, pero bajo otro título, igualmente memorable: The unwritable
text, el texto que no se puede escribir, pues es imposible escribir una
autobiografía veraz…
13.
Fui, ya lo he dicho
aquí alguna vez, un lector voraz y precoz de Poe, y mis lecturas incluyeron algunos
de sus Ensayos, en la edición que Alianza publicó con traducción de
Julio Cortázar. Ahí, en los años ochenta, supe ya de la Marginalia, pero
lo cierto es que no he dispuesto, hasta muy recientemente, de una colección más
completa de la obra ensayística del bostoniano (ahora tengo la de la Library
of America, de más de mil páginas, que no es estrictamente completa, pero
casi, y también se puede rastrear toda la obra de Poe, que es ya de dominio
público, en la Red). Fatigué en vano las abundantes páginas. Sólo tras
una pesquisa supe que el fragmento en cuestión corresponde a un texto publicado
en el Graham’s Magazine en enero de 1848.
14.
Y entonces se abre
el tercer abismo. Más allá de la discusión sobre la posibilidad o no de
elaborar un texto autobiográfico veraz, lo que se propone en esas breves líneas
es que el ambicioso autor que pretenda revolucionar el entero mundo del
pensamiento (nada menos) se limite a escribir un libro, uno solo, bajo el título de My
heart laid bare, esto es, Mi corazón al desnudo. Pero, eso sí, ese
libro habría de ser fiel a su título, y ahí es cuando las páginas
comienzan a arder. Pues bien, justamente ese texto perdido en la
inmensidad de la obra crítica de Poe fue el que inspiró a Charles
Baudelaire, tan sumamente influido por la obra del americano, a quien tradujo, para
concebir una vasta obra memorialística, paralela a las Confesiones de Rousseau,
precisamente bajo el título de Mon cœur mis à nu, Mi corazón al desnudo.
15.
En esos días, y en estos,
y quizá eso tenga reflejo en alguna entrada próxima, me estaba, me estoy
ocupando mucho de Poe y Baudelaire, en torno al relato de El hombre
de la multitud, y la lectura de Benjamin sobre el flâneur que
Baudelaire cree encontrar en el cuento de Poe. Así que esa resonancia,
inesperada, me complació, o me conmovió, si es que esos son dos verbos diferentes.
Por otro lado, yo conocía Mi corazón al desnudo desde hace mucho, porque
me compré hace años, creo, en una Feria del Libro de Ocasión, como la que ahora mismo
está emplazada en el madrileño Paseo de Recoletos, un tomito
de la colección Visor con una edición de esos textos íntimos de Baudelaire (profundamente
fragmentarios, escritos en los últimos años de su vida y que nunca desembocaron
en la pretendida obra autobiográfica) traducidos por Antonio Martínez Sarrión,
cuya destacada versión de Las flores del mal había yo venido manejando
por entonces. Así pues, esa resonancia me llevaba también a territorios de mi
propia educación sentimental, por más que mi relación con Baudelaire se haya ido
obscureciendo de algún modo a lo largo de los años.
16.
El Livro do Desassossego es calificado por su autor de autobiografia sem factos,
autobiografía sin hechos. La inseguridad ontológica del ayudante de contabilidad
le lleva a desdibujarse en el paisaje de la Baixa, mimetizarse con sus
cambiantes fenómenos atmosféricos (hay un bello artículo de Ángel Crespo sobre
ello), confundirse en los juegos de su luz. Hace años, en 2013, en ese viaje a Suiza en el
que perseguí a Rilke, me llevé el manoseado tomo de la traducción de Crespo y
lo releí y lo anoté en Basilea, ciudad a la que iba por primera vez, y donde el
Kunstmuseum me deslumbró. Compruebo la libreta de esos días, que entonces
era una Moleskine. Roja. He apuntado Aquello a lo que asisto es un espectáculo
con otro escenario. Y aquello a lo que asisto soy yo. Corresponde al
fragmento 18 de esa edición de Seix Barral. El número cambiará en otras
ediciones. Puedo evocarme copiando el texto. Recuerdo dónde estaba, ese
lugar, de todos modos, está también anotado, junto a la fecha, el Hotel
Victoria de Basel. Ahora he vuelto una vez más a Basel, desde Strasbourg, para
visitar el Kunstmuseum. No he estado en el Victoria, pero sí me tomé un
café en otro hotel de los que rodean la Centralbahnhofsplatz, haciendo
tiempo para coger el tren de vuelta. Ahí anoté (este pasado 22 de septiembre,
en ese vacío de blog que ahora intento llenar): los cuatro yoes de
Basilea, en su creciente condición fantasmática, reunidos en esta mesa,
conversando. Esos cuatro yoes son los Agus sucesivos que fueron
viajando a lo largo de los años (2013, 2018, 2022, 2024) a Basel. Los recuerdo
bien, o tal vez no. A lo mejor es verdad y no se puede escribir una
autobiografía veraz.
17.
Al comienzo de L’automobile,
la nostalgia e l’infinito, Tabucchi se refiere a un concepto que para él
identifica a Pessoa: nostalgia del possibile. Una nostalgia al cuadrado,
no de lo que se ha tenido, sino de lo que se podría haber tenido. Nostalgia
es, paradójicamente o no, un concepto suizo. Lo sé porque se lo leí a Pascal
Quignard un día justamente en Zürich. Ahora he podido ver en directo a Quignard
en Pamplona dialogando con Ramón Andrés. Nostalghia es la película de
Tarkovski que cité cuando Rosa Rius, en el seminario sobre Melancolía al que
asistí con ella hace unos días en Barcelona, nos pidió algún ejemplo de obras
de arte que considerábamos que identificaban bien esa afección del alma,
que me es tan propia. Le mencioné también algunas otras representaciones obvias.
El Monje frente al mar, de Caspar David Friedrich, que tanto me impresionó
cuando lo vi en Berlín, o el paisaje invernal de Brueghel, que he revisitado a
menudo en Viena y que aparece, además de en Tarkovski, en la Melancolía de
Lars von Trier. Son territorios familiares para mí, y en esta crónica un poco
alucinatoria de los días pasados viene bien citarlos para saber exactamente cuáles
son los instrumentos de la Pasión (que aparecen en tantos cuadros, algunos de
los cuales están en Basel), o los elementos del desastre mutisianos, o, también (y
sobre todo) los instrumentos y elementos del goce, pues gozoso ha sido retornar
a algunos de los lugares sagrados y volver a enfrentarse a esa obra
inexpresable que es el Retablo de Isenheim de Matthis Grünewald en
Colmar.
18.
¿Es posible, pues,
escribir una autobiografía? ¿Es eso lo que hacemos aquí? La respuesta a ambas
preguntas es no. O, como mucho, sí, pero… Tampoco, en realidad,
importa demasiado. Lo que importa es escribir. Estos días, anotando en
cafés, o en la habitación del hotel, pensando en entradas como ésta, como otras
que irán viniendo, me sentía bien. Aún no soy plenamente dueño de mi
tiempo, en esta nueva condición ilimitada (limitada sólo por lo que
algunos llamaron en otras circunstancias el hecho biológico), pero
empiezo a vislumbrar la grandeza de unas perspectivas que siempre habían estado
obscurecidas por obstáculos nada vaporosos. Lo importante es que haya juego,
que el juego nos lleve a ir hilando un collar que empieza por Bernardo Soares,
autor de “Morgana en Duino” y acaba con Grünewald. O que, por ser completamente
precisos, no acaba, como lo que el amor hace, a decir de JRJ en Espacio.
Esta entrada es la primera que escribo en mi portátil nuevo, el portátil que me
he comprado tras mi jubilación, pues todos mis portátiles anteriores
pertenecían a la Universidad y hay que devolverlos. Me gusta escribir en él: me
parece que de estas teclas saldrán textos increíbles, jugadas insospechadas.
19.
En el Kunstmuseum
de Basel hay muchas obras que me interesan. De hecho, había otra entrada que se
estaba preparando, y que tal vez se haga, sobre las obras de Hans Holbein der
Junge que contiene. Ahora, aquí, para acabar este texto, que ya está en su
penúltimo epígrafe (pues es bueno prescribir normas, gozosamente arbitrarias, a
nuestros juegos, y estaba decidido que serían 20 los fragmentos y que todo
habría de girar en el 10, como ha ocurrido en algunas entradas recientes), me
quiero limitar a Arnold Böcklin, pintor simbolista suizo, cuya obra me fascinó
desde el primer momento en que la conocí, justo en aquel viaje a Berlín en que
me enfrenté con el Monje de Friedrich. Hay un cuadro de Böcklin que debía haber
citado cuando se me preguntó por obras melancólicas, y es absurdo que no lo
haya hecho, pues es un cuadro decisivo en mi vida: Ulises y Calipso. En Morgana
en Duino, B. Soares diserta largamente sobre él. Copio un breve fragmento: No
hay, en todo caso, duda posible en el gesto del aqueo, ni en la desolación de
la diosa. Calipso contempla la nuca de Odiseo, que siente en su espalda el frío
del regreso y se envuelve en su manto, azul como el partir, y fija su mirada en
esa línea de imposible confluencia entre el mar gris y el cielo blanco, en el
lugar de los espejismos, y esa tensión de sus ojos se transmite a su cuerpo
entero. Se envuelve en su manto azul, aterido, mientras Calipso se exhibe
desnuda sobre una tela roja como los besos. Así, mirando a un mar que se
confunde con el cielo he vuelto a ver a Odiseo en Basel hace unos días. Cada
vez siempre puede ser la última. Por eso es bueno que vayamos a saludarnos, que
puede ser despedirnos. Odiseo y yo somos viejos conocidos.
20.
El cuadro (o, por
mejor decir, los cuadros, pues hay hasta cinco versiones del mismo tema) más
conocido probablemente de Böcklin es La isla de los muertos. El que hay
en el Kunstmuseum es la primera versión. Una figura erguida, vestida de
blanco, es conducida en una barca a una isla desolada en el mar. Miro, un poco
detrás de ella, reconozco ese espacio, lo he habitado mucho, me lo he
encontrado continuamente. No hay temor alguno, la autobiografía aún no tiene
por qué tener un punto y final, no tiene por qué cerrarse. Hay otros capítulos,
y su número no viene prefijado: las reglas de ese juego son otras. Hago una
foto al detalle del viajero de la barca. Al hacerla, mi sombra se refleja en el
brillante barniz del cuadro, incluyéndome así en la escena, como al Náufrago de
la Isla de Morel: cuarto y definitivo abismo. Al fondo, me llamas. Me llamas corazón,
o mon cœur, y yo voy hacia ti, y no me importa para nada estar desnudo.
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