And yet when I
looked upon that ugly idol in the glass, I was conscious of no repugnance,
rather of a leap of welcome. This, too, was myself.
ROBERT LOUIS STEVENSON, Strange case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde
1.
La irrupción del
cine al final del siglo XIX cambia de muchas maneras nuestra vida, y expande
nuestras posibilidades artísticas y las emociones que como espectadores podemos
obtener de esa experiencia única de enfrentarse con la imagen en movimiento
artificialmente generada y reproducida. Pero tiene, al menos, un efecto
secundario no necesariamente muy positivo, en la compleja relación que mantiene
con la literatura: una vez un relato o una historia de ficción se ha filmado,
especialmente si se ha convertido en un motivo recurrente, como el que aquí nos
va a ocupar, ya nos es imposible acceder a la fuente literaria original con la virginidad
que requiere toda primera lectura, por lo que la emoción que obtengamos vendrá
mediatizada por el hábito adquirido de contemplar esas películas que usan los
personajes, la trama o siquiera la mitología de la narración en
cuestión.
2.
Strange case of
Dr. Jekyll and Mr. Hyde (sin
el the inicial) apareció publicado en Londres el 9 de enero de 1886, en
la casa Longman. El relato había sido compuesto con inusitada velocidad y en
circunstancias peculiares, a las que nos referiremos más adelante, en el otoño
de 1885. El éxito obtenido fue apabullante, convirtiéndose en
un best seller a un lado y otro del Atlántico y dando lugar ipso facto
a adaptaciones teatrales, como una en Broadway a cargo de Richard
Mansfield, que provocó furor, y a la que pudo asistir el propio Stevenson apenas
unos meses después de publicada su obra. Faltaba muy poco para que naciera el
cine y, cuando lo hizo, y casi podríamos decir que de un modo metafísicamente
apropiado, se empezaron a rodar películas a partir de la historia
original de Stevenson, pero en muchas ocasiones tomando como punto de partida
las adaptaciones teatrales y alejándose en general de la trama del cuento, para
ir apoyándose de algún modo unas en las anteriores y generando su propia panoplia
de efectos y temas recurrentes, no siempre congruentes ni con la estructura ni
con el alcance de la historia original.
3.
Así, no menos de una
decena de films mudos sobre la conocida criatura doble vieron la luz,
hasta culminar con la producción de 1920 en la que el doctor y su particular
sosias fueron interpretados por John Barrymore. Entre los talkies las más destacadas fueron la dirigida por Ruben Mamoulian en 1931, con Fredric March en el rol principal y
su remake de 1941, dirigido por Victor Fleming y con una destacada terna
de protagonistas: Spencer Tracy como el doctor y su sombra y una extraña pareja
de acompañantes femeninas, Lana Turner e Ingrid Bergman, con el decidido propósito
de establecer una dualidad entre ellas también, la mujer de los bajos fondos y
la distinguida prometida del doctor. Curiosamente, fue Bergman la mala y
Turner, tan femme fatale habitualmente, la buena. De esa película
cabe señalar una escena onírica de Jekyll (que es también Hyde, no lo
olvidemos) conduciendo un carruaje tirado por sus dos partenaires.
Luego, el número de adaptaciones ya es legión, incluyendo todo tipo de
variantes, como la feminización de Hyde en la bastante bizarra e interesante Dr.
Jekyll and sister Hyde, de 1971, versiones paródicas como la de Abbott y
Costello o rendiciones bastante ajustadas del original, que sin embargo aparecen
paradójicamente con todos los nombres cambiados, como la muy destacable Le
testament du Docteur Cordelier, de Jean Renoir (1959). Casi se podría decir
que hay todo un subgénero jekylliano dentro del cine de terror y sería
casi imposible recorrer todas las propuestas realizadas.
4.
Sin embargo, como ya
he venido mencionando, y de un modo muy similar a lo que ocurre con otras dos
obras fundamentales de la literatura de ese mismo periodo, Frankenstein,
de Mary Shelley y Dracula, de Bram Stoker, en un momento dado la referencia
original se pierde y la traslación a imágenes de las palabras del relato se
desvirtúa o directamente se hace fantasmal. Así, y sin entrar mucho en
detalles, aspectos fundamentales como la estricta masculinidad de la
historia tal como la narra Stevenson (donde nos encontramos con un grupo de bachelors
sin relaciones femeninas conocidas, lo que ha hecho a muchos críticos
apuntar a los tintes homosexuales más o menos ocultos que podrían estar en la
base de la doble vida de Jekyll, que le lleva a crear a Hyde)
desaparecen ante la necesidad comercial, especialmente en Hollywood, de
incorporar una relación amorosa más o menos convencional entre los
protagonistas. Mucho más importante, quizás, es el hecho de que en el relato de
Stevenson no se sabe que Jekyll es Hyde y viceversa (spoiler alert, pero
a estas alturas…) hasta el final. El suspense que se construye en el
camino hacia una revelación ya póstuma, que tiene lugar con la lectura
de un testimonio dejado por Jekyll, se pierde desde el momento en que,
en las producciones cinematográficas, el efectismo que se busca con las
imágenes de la transformación de uno en otro (con aciertos mayores o
menores a lo largo de la evolución de los medios técnicos) es directamente el punto
fuerte de las películas, así que, frecuentemente ya desde el comienzo del
metraje hemos visto que el hombre y la bestia son el mismo y que basta
con ingerir un brebaje para provocar tan espectacular metamorfosis.
5.
Este estado de
cosas, probablemente inevitable, pero que no deja de ser en algunos aspectos
insatisfactorio, ya le llevó a Jorge Luis Borges, tan amante de Stevenson y a
la sazón escritor de no pocas reseñas cinematográficas en los 40 para la
revista Sur entre otras, a protestar amargamente en su comentario
justamente al film de Victor Fleming:
Hollywood,
por tercera vez, ha difamado a Robert Louis Stevenson. Esta difamación se
titula El hombre y la bestia: la ha perpetrado Victor Fleming, que
repite con aciaga fidelidad los errores estéticos y morales de la versión (de
la perversión) de Mamoulian.
Esa nota fue
publicada en el número 87 de Sur, correspondiente a diciembre de 1941 y
acabó siendo reproducida también en ediciones posteriores de Discusión.
Borges se refiere justamente a lo temprano de la revelación de la relación,
podríamos decir que más que íntima, entre Jekyll y Hyde y también a la burda
representación de ambos aspectos de la personalidad del famoso doctor, en la
que se olvida, como tantas veces ocurre, que el Jekyll original no es ni mucho
menos un ser angélico, sino que justamente es una mezcla del Bien y el Mal (signifiquen
lo que quieran esos palabros, y más en la época victoriana), de la que Hyde
vendría a ser un precipitado de los componentes obscuros, lo que, entre
otras cosas, justifica que su tamaño sea menor que el de su antecesor.
6.
Conviene, pues, recular,
si queremos ser coherentes con nuestro planteamiento inicial, y resumir ahora
brevemente el relato de Stevenson, ignorando los desarrollos escénicos y
fílmicos posteriores. Está construido en buena medida como una yuxtaposición de
testimonios y documentos, no de un modo diferente al de Dracula,
partiendo de un suceso en principio más bien trivial, como el que un tal
Enfield presencia en un Londres propicio en medida más bien inverosímil a todo
tipo de encuentros casuales entre los protagonistas. Un personaje que se
describe desde el principio como repulsivo y simiesco atropella a
una niña que deambulaba en la madrugada neblinosa de la capital británica. No
muestra compasión alguna, sigue su camino de extraños andares. Recriminado por
Enfield y otros transeúntes, se ve forzado a compensar económicamente a la víctima,
para lo cual traspasa una puerta, de la que tiene la llave, en un edificio sin
ventanas. Utterson, un abogado al que Enfield relata la historia, se da cuenta
entonces de que ese edificio pertenece en realidad a la casa de su amigo, el
notable investigador Henry Jekyll, concretamente a su laboratorio, que
aprovecha el espacio que el anterior poseedor del inmueble destinó a su teatro
anatómico. Ese conocimiento produce la inquietud de Utterson, que ya había
sido despertada por el extraño testamento de Jekyll, que tiene depositado en su
caja fuerte y donde se lega toda la fortuna del doctor, tanto en caso de
muerte como de desaparición a un tal Edward Hyde.
7.
Ahí arranca la parte
más detectivesca del relato. Utterson se da cuenta de que ese ominoso caballero
de la madrugada anterior no puede ser sino el mismísimo Mr. Hyde, que tiene,
por tanto, derecho de entrada a la casa de Jekyll. Los detalles de la trama no
son aquí relevantes y, de hecho, una de las recriminaciones que se suele hacer
a Stevenson es que justamente esos detalles resultan más o menos difusos. Si,
como se ve al final, Hyde es el epítome del mal, al menos del mal contenido en
el cuerpo y el alma de Jekyll, no queda claro de qué manera ejerce ese mal, más
allá de insinuaciones que tienen que ver con bajos fondos, garitos de mala nota
y perversiones sexuales de tintes sádicos. A la larga, no obstante, Hyde acaba
cometiendo un asesinato y una testigo accidental lo identifica. Poco a poco la
verdad va saliendo a la luz, pero no antes de que Jekyll desaparezca, Hyde
aparezca muerto tras haber ingerido un veneno en el laboratorio de Jekyll y dos documentos sucesivos nos muestren finalmente que, en efecto, Jekyll ha
desarrollado una portentosa droga que ha producido a Hyde y que ese
proceso, que estaba controlado al principio, acabó por hacerse ingobernable,
hasta llevar al dúo a una muerte inevitable.
8.
Como se ve, pues, si
no hubiéramos visto cientos de veces la transformación más o menos imaginativa
en términos visuales de Jekyll en Hyde, lo que tendríamos sería una historia en
la que hay un personaje abominable relacionado de un modo obscuro con un miembro
destacado de la comunidad londinense. El relato en sí es muy recomendable, se
deja leer con facilidad y contiene momentos muy destacables. Nabokov, que va a
reclamar algunos párrafos más adelante el foco de esta entrada, se refirió a él
como minor masterwork y le consagró un estudio extremadamente atinado.
Me quedo con algunos momentos y algunas sugerencias, sin poder alargarme más ahora.
Así, de manera consistente, aunque Jekyll, exclusivamente desde el punto de
vista moral deplora las acciones de Hyde, encuentra satisfactorias las
sensaciones corporales que tiene en su fase-Hyde: una extrema vitalidad, un
desprecio por el riesgo o el peligro, una disposición a realizar su voluntad
sin pararse en barras. Hyde, además, es joven, y lleno de apetitos cuya
consumación no difiere ni oculta, como sí lo tiene que hacer el muy victoriano
Jekyll. La relación entre ambos, al menos al principio es, pues, de una
eficiente alternancia, y sólo más adelante el miedo de ambos, uno por la
perspectiva de no poder revertir más el proceso y acabar siendo sólo Hyde, y
otro, el criminal, por la más prosaica razón de no querer acabar en el
patíbulo, va complicando las cosas hasta un punto de no retorno.
9.
En ese sentido, me
parece que convendría fijarse muy bien justamente en el papel fundamental que
juegan los espejos en el relato. Hace ya algunos años, dentro de esas
investigaciones variadísimas, interminables y, con bastante probabilidad, ay,
ya definitivamente inconclusas que fui emprendiendo dentro del territorio de la
historia de la Óptica o, por mejor decir, de la interacción de la Óptica con la
cultura en sus muchos ámbitos, empecé a redactar un artículo sobre ese
particular. Apunto sólo dos datos aquí. Cuando se produce la primera transformación,
sorpresiva incluso para el científico que había encontrado, por no se sabe qué
razonamientos teóricos, la fórmula química de su preparado, Jekyll se siente
diferente, se siente Hyde, sabe que algo ha pasado, tiene una sensación
corporal completamente inusitada (y placentera, como se ha visto), pero no tiene
un espejo a mano en el laboratorio. Tiene que salir, cruzar el patio, a
riesgo de ser visto por los sirvientes, para llegar a su dormitorio, donde
dispone de un cheval glass, un espejo de cuerpo entero, frente al cual
tiene lugar el reconocimiento. This, too, was myself. Que vale
tanto como el Iste ego sum de Narciso encorvado sobre el estanque y
fascinado por la visión de su propio rostro.
10.
Esa especie de conocimiento
especular se reproduce en cierto modo al final, y ése sería mi segundo dato
de entre la vasta colección de ellos que aquí se podría citar. Jekyll no se suicida.
A esas alturas del cuento, es un personaje debilitado y anulado, incapaz de contener
el afloramiento de Hyde apenas cierra sus ojos. Se empeña en la redacción de su
memoria final, en los últimos segundos antes de la transformación definitiva,
que ya no será reversible, pues no dispone de los componentes de la fórmula original
(una extraña e indeterminada impureza en una de las sales es la
responsable del éxito de la operación, y ya no puede conseguirla). Entonces, le
deja a Hyde que sea él quien se mate. Es decir, Narciso ha sacado del
agua a su imagen y ahora es la imagen la que se ha convertido en el objeto
y, de este lado del espejo, tiene que ser ella la que decida lo que hacer con
su vida, que ya es sólo suya. Jekyll ya no verá su muerte en el espejo
que trasladó al laboratorio, será Hyde, y sólo Hyde quien se contemple morir
cuando ingiera el cianuro, minutos antes de la irrupción de Utterson y los
otros. Jekyll se despide sin saber lo que va a ocurrir y firma, por última
vez, con su nombre ese documento póstumo. Jekyll no ha sido capaz de
poner fin a su vida y, por lo tanto, de algún modo, es inmortal, su muerte ya
no puede tener lugar.
11.
Es significativo,
justamente, en ese sentido, que Jekyll, en las últimas páginas del relato, se
refiera a la motivación de Hyde para seguir transigiendo a las transformaciones
de vuelta (pues en todo momento, la realización del proceso ha de partir de
un gesto voluntario de los protagonistas, no hay un tiempo de reversión,
es necesario tragar el bebedizo): es justamente el miedo a ser apresado y
condenado lo que lo lleva a buscar refugio en el santuario más perfecto
posible, la disolución en el cuerpo de Jekyll, de reputación intachable. Y es
así como lo formula Stevenson: his terror of the gallows drove him
continually to commit temporary suicide (subrayado mío). Ese suicidio
voluntario, recurrente y reversible de Hyde es la base del cuento, y me parece
un hallazgo en el que no se hace suficiente hincapié, volcado como está el
relato hacia el lado-Jekyll, quien tiene la palabra (junto con sus amigos, todos
bachelors, respetados profesionales, de conducta intachable al menos en
las apariencias, y posición extremadamente acomodada). Esta otra lectura, una
de las muchas imaginables, nos llevaría a la posibilidad de considerar el punto
de vista de la Criatura, llamada a la vida sin que ella lo pidiera, pero
rabiosamente deseosa de seguir en esa vida ejerciendo su papel, justamente el
papel para el que fue creada: el de alguien sin empatía alguna y sin ningún
escrúpulo moral.
12.
Si bien el tema del
doble, del que este cuento es un ejemplo un poco peculiar, como vemos (no hay
parecido físico, ni siquiera hay dos personas distintas, se trata más bien de
la dualidad interna de un individuo que se externaliza por un procedimiento supuestamente
científico) es muy recurrente en la historia de la literatura, lo cierto es que
Stevenson no reconoció más antecedentes a su historia que su propia
imaginación, o, por ser más exacto, la de sus brownies, criaturas del folklore
escocés que le ayudaban en sus sueños a encontrar tramas para sus
relatos. En un periodo de extremas dificultades de salud (una salud siempre
quebrantada por afecciones pulmonares), una noche se le aparecieron algunas
escenas clave de la historia, que luego redactó con gran rapidez, sólo para que
Fanny, su mujer y lectora privilegiada, le manifestara su falta de entusiasmo,
lo que llevó a Stevenson a quemar esa versión y escribir, de modo igualmente
vertiginoso, otra más centrada en el aspecto alegórico de la lucha entre el
Bien y el Mal, sea lo que sea lo que esto quiera decir. Esa lectura es la que
ha ido condicionando de un modo irreversible la suerte del cuento, que se ha
simplificado en demasiadas ocasiones, conduciendo a una especie de maniqueísmo
primario que se lleva por delante muchas de las virtudes de su particular construcción.
13.
Así, el pasaje que
mejor define esa orientación de la confesión de Jekyll, que se ha convertido de
manera casi monopolística en la única clave de lectura, sería éste:
…that
truth, by whose partial discovery I have been doomed to such a dreadful shipwreck:
that man is not truly one, but truly two.
Pero eso es quedarse
corto, eso es limitarnos al dos, que como bien nos dijo Federico (que ha vuelto
a ser asesinado hoy mismo) en su Pequeño poema infinito, no ha sido nunca
un número, porque es una angustia y su sombra. Ahí se han quedado casi
todos los lectores y adaptadores, pero bastaba con seguir leyendo unas líneas
para comprobar cómo Jekyll sabe que esa conclusión no es sino temporal, que
responde al estado de sus conocimientos, pero que sin duda no tardarán en venir
otros investigadores que le superen y demuestren, no ya la dualidad, sino la
multiplicidad del alma humana, de modo que
man
will be ultimately known for a mere polity of multifarious, incongruous and independent
denizens
y ahí sí que estamos
entrando en harina, porque lo que salta por los aires es el mero sancta sanctorum
de la identidad, la idea de que en el fondo, más allá de las transformaciones
que el inclemente paso del tiempo produce en nuestro cuerpo, más allá de los
años que cumplimos, las cosas que aprendemos y las que olvidamos, del modo en que
los afectos estallan y se extinguen, somos uno, como cantaba Roger Daltrey
al comienzo de Quadrophenia, una obra que justamente quiere demostrar lo
contrario: I’m one. Pero no, claro que no.
14.
Eso, de algún modo clandestino e inadvertido, abre a mi juicio la gran puerta a las narraciones del siglo XX y lo que va del XXI en las que justamente lo que no se puede sostener ya de ningún modo es al soberbio Yo decimonónico, encarnado en el tan seguro de sí mismo Narrador Omnisciente, desgranando la linealidad de la historia como si todo fuera tan claro. Los dobles son apenas el primer capítulo del libro, luego viene todo lo demás. Luego vienen los dobles sucesivos, los que nos van substituyendo a cada día, para ser substituidos a cada día ellos mismos. A cada segundo. Luego vienen las personalidades disjuntas, y a veces hostiles entre ellas, que acoge ese patio de Monipodio que llamamos nuestra mente. Y la hetronimia. Y, al final, la posibilidad de que el número sea simplemente un cero. Y por ahí se pasean Kafka y Pessoa y Pirandello y Beckett y tantos otros para los cuales hace tiempo que el dos no es más que una de las caras del dado infinito. Borges, como al desgaire, como de rondón, en esa notita sin aparente trascendencia de Sur hablando de una película que encuentra execrable, también, muy a su manera, nos anticipa:
Más
allá de la parábola dualista de Stevenson y cerca de la Asamblea de los
pájaros que compuso (en el siglo XII de nuestra era) Farid ud-din Attar,
podemos concebir un film panteísta cuyos cuantiosos personajes, al fin, se
resuelven en Uno, que es perdurable.
Ahí queda eso.
15.
Y en eso,
inevitablemente, llega Nabokov. Aparte de ser uno de los mejores escritores de la
historia, Nabokov fue, ya lo sabemos, un destacado lepidopterólogo (lo llegó a
ser incluso profesionalmente durante un tiempo) y dedicó una gran parte de su
vida a la caza y estudio de las mariposas de Europa y América. Y también, mucho
más para su pesar, pero había que ganarse la vida, fue profesor de literatura
en algunos colleges de los Estados Unidos, a los que había llegado
huyendo de la Europa que se estaba empezando a autodestruir una vez más (cómo
nos gusta hacerlo, ay), en la época de antes-de-Lolita, antes de pasar de la penuria
económica a la opulencia y trasladarse a Montreux, donde acabó falleciendo
mucho después. A Nabokov no le entusiasmaba la docencia, por decirlo suavemente,
así que, para intentar que le fuera menos gravosa, optó por escribir una serie
de textos sobre un conjunto de obras destacadas de la literatura europea y es a
partir de ahí como construyó sus cursos. No llegó a preparar esas notas para la
publicación, que se produjo bastante después, pero lo cierto es que en esas
líneas encontramos desarrolladas con la brillantez que le caracteriza algunas
de sus strong opinions sobre novelas de Joyce, Kafka, Austen, Proust,
Dickens… y el Jekyll de Stevenson.
16.
La lectura de esas
notas es extremadamente recomendable, sobre todo por hallazgos tan impagables
como el paralelismo entre la dualidad Jekyll-Hyde y la estructura
arquitectónica de la casa donde vive y donde tiene su laboratorio Jekyll. Estos
dos ámbitos están separados y Hyde se constituye en una criatura del espacio
alejado de la parte más social de la mansión. Todo esto se resume en una
frase insuperable: there are corridors leading to Hyde, pasillos que nos
llevan a Hyde. Quién no ha vislumbrado alguna vez esos pasillos, hacia Hyde y hacia
los tantos-que-somos. Sólo ahí tenemos ya para una colección de novelas de terror.
Otro aspecto muy relevante del análisis nabokoviano, que luego otros muchos
autores han retomado es el que se refiere a la composición de esa
dualidad Jekyll-Hyde, para el que Nabokov se vale incluso de diagramas. Así,
anota que no hay dos sino tres personajes, pues, mientras Hyde es
Hyde y campa a sus anchas, Jekyll sigue allí, como una especie de residuo
o de halo o de presencia en la buhardilla, que observa con horror los manejos
de su rozagante criatura. Stevenson apunta en su relato que Jekyll y Hyde comparten
su memoria (lo que no siempre se respeta en las adaptaciones
cinematográficas, por ejemplo), porque en realidad, Hyde no es ajeno o exterior
a Jekyll: son el mismo. La necesidad de mostrar la corporalidad del Segundo
para producir efectos en los lectores o espectadores bien podría obviarse y entonces
nos estaríamos enfrentando a esos dobles sucesivos, a esa procesión de
simulacros que somos. Que somos todos nosotros y en todo momento.
17.
Pero lo más relevante,
me parece, es el modo en que Nabokov plantea la cuestión de la metamorfosis en
el relato de Stevenson, ligándolo justamente con La transformación de
Kafka (es en el texto dedicado a ésta donde esto se desarrolla en mayor grado)
y también con El capote de Gogol, otro de sus autores de referencia.
Entomólogo como es, al fin, conoce bien el penoso trayecto que conduce de la
larva a la pupa y de ahí a la imago que agitará sus alas tornasoladas
para provocar en nosotros ese suspiro que las mariposas históricamente han suscitado
(psiqué es la mariposa y psiqué es el alma, y son innumerables
las metáforas literarias, filosóficas y teológicas asociadas a ese proceso biológico
más bien sórdido). No entraremos aquí en el cuento de Kafka, que, a no
dudar, acabará también apareciendo, como tantas otras historias parientes de
la aquí tratada. Lo que destacaré será ante todo el modo en que Nabokov aborda
la cuestión (A metamorphosis is something always exciting to me) y su
precisión técnica.
18.
Pero es justamente
en un pasaje no incluido en la edición de las Lectures on literature donde
eso se pone más claramente de manifiesto. Sólo los muy nabokovianos como yo,
que además hemos invertido un capital en hacernos con una biblioteca bien
nutrida de textos de y sobre el ruso, podemos localizarlo más o menos
fácilmente. Está, de hecho, en un libro maravilloso, a la par que de un grosor
casi orgiástico, titulado Nabokov’s butterflies que reúne todo el
material imaginable producido por Nabokov relacionado con las mariposas. Si alguien
tiene interés, le puedo hacer llegar el fragmento, bastante breve, por lo
demás, que fue recortado. Es decisivo, y es destacable que formara parte de la
discusión en el aula sobre el Jekyll, hasta el punto de que, tras
una a ratos espeluznante exposición del proceso, se concluya memorablemente Let
us now turn to the transformation of Jekyll into Hyde. Bienvenidos al mundo
de la teratología.
19.
La cosa empieza
fuerte: Transformation is a marvelous thing… Aunque a partir de ahí todo
se va dejando meridianamente claro: though wonderful to watch, transformation
from larva to pupa or from pupa to butterfly is not a particularly pleasant
process for the subject involved. No, no es particularmente placentero: pasamos
a ser la oruga, que empieza a experimentar un odd sense of discomfort.
Una especie de desazón, de picor, que le empuja, literalmente, a deshacerse de
su piel, en un proceso complejísimo que implica colgarse boca abajo e ir
eliminando lo que se ha convertido en un mero exterior para que aparezca,
desde dentro, el capullo de la crisálida. Ahí podemos quedarnos algunos
días y también algunos años, pero entonces, de nuevo, algo ocurre, algo estalla,
la pupa se rompe como se rompió la larva y poco a poco emerge otro nuevo ser
que es en realidad el mismo ser en otra nueva etapa de esta saga penosísima: la
mariposa, al principio no tan bella, pero poco a poco convertida en criatura
grácil de los aires, o al menos eso dicen los poetas. La oruga, seguramente, no pensará lo mismo.
You
will ask – what is the feeling of hatching? Oh, no doubt, there is a rush of
panic to the head, a thrill of breathless and strage sensation, but the eyes see,
in a flow of sunshine, the butterfly sees the word. the large and awful face of
the gaping entomologist.
Sí, el pánico de
la eclosión, y la presencia, ineludible, como en sus novelas, de Él, del
autor, del entomólogo que observa el proceso. Hay muchos lugares en la obra de
Nabokov en los que aparecen metamorfosis. Toda ella podría verse a través de
ese prisma en el que la actual existencia de los seres humanos no es más que un
estado larval o pupario y nos espera una psiqué que estará ya en otro
lugar, y que no tendrá que someterse al tiempo de la narración ni a ningún
otro. De hecho, aún en Rusia, un joven Nabokov escribió un poema que incluye un
verso que se tradujo por We are the caterpillars of angels, y eso nos
llevaría, claro, a la Angelica farfalla de Dante y también de Primo
Levi, pero aquí la entrada ya se va a acabar y no puedo desarrollar eso: será,
a lo mejor, a la siguiente.
20.
Concluimos, con dos
notas más del estudio de Nabokov sobre el Extraño caso. La primera es,
como corresponde, el final. El final de la lecture y el final de la obra
y de la vida de Stevenson. Como es sabido, el escocés, en un momento
dado, marchó a los mares del Sur y acabó viviendo mucho tiempo en Samoa,
donde los nativos le conocían como Tusitala, el que cuenta historias. Allí, el
enfermo pulmonar crónico no murió a causa de problemas respiratorios, sino de
una hemorragia cerebral. La versión la da su compañera, Fanny, y se ha
transmitido con algunas variantes. Nabokov, de hecho, le pone su guinda
haciendo que Stevenson justamente vuelva de su bodega con una botella de vino
(había apuntado antes cuánto vino hay en el relato de Jekyll y Hyde), aunque
más probablemente estaba en la cocina aliñando una ensalada. Como fuere, el
hecho es que Stevenson sintió algo extraño, algo inusitado, exactamente
del mismo modo en que Jekyll sintió algo por primera vez cuando fue
Hyde. Según cuentan, se tocó la cara, incapaz de explicar qué le había
ocurrido, y dijo, según Nabokov, What, has my face changed? Y, ahí mismo, cayó muerto. Qué falta le
hubiera hecho en ese momento el cheval glass que Jekyll corrió a
buscar a hurtadillas en su habitación el magno día en el que dejó de ser Uno
para ser Dos, o cento milla, y que vuelve a reaparecer justamente
en el momento último, vuelto al techo, no mostrando ya a nadie.
y 21.
La nota final es de
pura perplejidad, entre otras cosas porque el detalle lo he percibido sólo en
la lectura que he hecho estos días para escribir la entrada, no en las
anteriores. Y, como Nabokov no es que no dé puntada sin hilo, sino que tiene hilos
y madejas para tejer millones de sudarios de Príamo, conviene no pasarla por
alto. En el relato de Stevenson se habla de un phial para referirse al
contenedor del veneno con el que Hyde pone fin a su vida. Esa escena queda
oculta para los que acuden al laboratorio, que ven ya su cuerpo muerto. Phial
es vial. En una traducción al castellano que he consultado se habla
de frasco. Lo podemos imaginar como un pequeño recipiente de vidrio. Las
palabras exactas de Stevenson son:
…and
by the crushed phial in the hand and the strong smell of kernels that hung upon
the air, Utterson knew that he was looking on the body of a self-destroyer.
Y sin embargo, esto
es lo que dice Nabokov cuando comenta la escena:
…and
[Utterson] finds Hyde in Jekyll’s too-large clothes, dead on the floor and with
the reek of the cyanide capsule he has just crushed in his teeth.
El phial se
transforma en una cápsula de cianuro que Hyde ha mordido. Las lectures
se escriben en los cuarenta y los primeros cincuenta. Para entonces a nadie
se le podía escapar que ése es el modo de suicidio paradigmático de los
jerarcas nazis. Con ese guiño, ¿Nabokov está apuntando en la dirección del Mal
Absoluto, le está diciendo a Stevenson dónde hay un verdadero Hyde, para el que
atropellar a niñas o matar a bastonazos a un Lord son empeños de poca monta,
pudiendo llevarse por delante, de la manera más cruel y ajena a toda empatía, a
millones de personas? Yo creo que sí, y me huelgo de haber podido puntuar en el
juego diabólico que Nabokov propone siempre a sus buenos lectores. Pero
no me jacto demasiado: todo texto nabokoviano es infinito y lo es
múltiplemente, es un aleph de alephs, y la siguiente vez que lo lea encontraré
otros guiños o desvíos o sugerencias. Quieran los dioses que esa siguiente vez,
al menos, no haya en marcha ningún nuevo genocidio en la Tierra, que los Hydes
interminables de ayer y hoy hayan acabado definitivamente despanzurrados en el
suelo de un antiguo teatro anatómico para que les podamos mostrar todo el
desprecio que merecen.